jueves, diciembre 18, 2008


VEDEGAMBRE
Algunos días, para matar el tiempo, o para entretenerlo, que es menos violento, Zalabardo y yo jugamos a las palabras cruzadas. Ayer mismo, en un momento del juego, a él no se le ocurrió otra cosa que componer, ayudándose de lo que ya había en el tablero, vedegambre. ¡Toma ya! Y no pongo la admiración porque sean diez letras y colocase todas sus fichas, con la consiguiente alta puntuación que obtenía, sino por la palabra en sí. Al final, casi se enfada a consecuencia de mi desconocimiento del vocablo. Rara vez he visto a una persona con mayor sentimiento de dignidad ofendida. De poco sirvió que yo terminara aceptando el término y pidiéndole excusas por sugerir que podía haber hecho trampa. Me obligó a levantarme y a consultarlo en el diccionario. Allí estaba; vedegambre: 'planta liliácea de flores blancas o verdosas y rizoma medicinal'. Otro nombre para esta planta es eléboro.
Si cuento todo esto no es por la anécdota en sí, sino por la extrañeza que en mí produjo su origen, ya que la palabra viene del latín medicamen, que significa tanto medicina como veneno. Y ya me picó la curiosidad y le pedí que me ayudara en una de esas búsquedas en que de vez en vez nos entretenemos los dos. El resultado obtenido es de verdad curioso pues descubrimos que vedegambre es pariente de medir, metro, luna, mes, médico, meditar, cómoda y otras más que no reproduzco. ¿Cómo es eso? A ver si lo expongo en no demasiado espacio.
Tomamos como punto de partida el Diccionario etimológico indoeuropeo de la lengua española, de Roberts y Pastor. En él encontramos que hay unas raíces me- y med-, 'medir' de las que proceden tanto el latín metior ( de donde nuestros medir, mesura o dimensión) como el griego métron, origen de nuestro metro. Pero resulta que tal procedencia es la que tienen también los términos griegos mén (latín mensis), 'mes' y méne, 'luna', lo que se explica por la antigua y universal forma de medir el tiempo por la luna (eso explica palabras tan aparentemente distantes como menisco, porque su forma es semejante a una luna menguante, o menopausia, literalmente 'cese natural del mes -menstruación- en la mujer').
A la misma fuente se remontan los términos latinos meditor, 'considerar', que es medir las consecuencias de un acto (derivado suyo es meditar); modestus, 'el que actúa con medida', origen de nuestro modesto; modero, 'mantenerse dentro de la medida', que es la base de moderar; y modus, 'medida, tamaño', que es de donde salen modo, moda, modular, molde, cómoda (a través del francés armoire commode), etc.
Y llegamos, por fin, al elemento del que ha partido toda esta disquisición. La misma raíz indoeuropea de la que hablamos explica el vocablo latino medeor, que significa 'cuidar, tratar, curar'; esa es la etimología directa de médico, medicina (ars medicina), 'ciencia médica'), remedio (remedium, 'cura') y vedegambre (medicamen, 'medicamento, droga, veneno').
La evolución desde el término latino al castellano refleja un hondo proceso fonético de carácter popular que renuncio a explicar para no incurrir en más erudición de la imprescindible. Solo diré que si bien el paso m>v es más complejo, pues supone una alteración en el modo de articulación (como el que hay entre mimbre/vimbre o, al revés, entre albóndiga/almóndiga), la conversión amen>ambre es bastante común en nuestra lengua, como lo atestiguan las palabras enjambre, estambre, raigambre, velambre o la propia hambre.
Cuando terminamos con esta chocante búsqueda y le propuse continuar el juego, Zalabardo se negó en redondo y dijo que antes de volver a jugar conmigo a semejante entretenimiento yo debería hacer un serio examen de conciencia y prometer, además, que nunca más manifestaría dudas acerca de la limpieza de su actuación en cualquier clase de juego. Se le veía ufano y, más que ofendido por mi comportamiento, contento como un niño pequeño que se ve vencedor en una lid de la que casi siempre se ha sentido, aunque en realidad no sea así, comparsa. Pero no me molesta, porque otras veces yo he actuado respecto a él de la misma forma.
La semana próxima ya es Navidad. Como son días de bastante relación familiar, Zalabardo y yo suspendemos momentáneamente la agenda y la reanudaremos tras las fiestas. En su nombre y en el mío, muchas felicidades a todos lo que amablemente nos siguen.

lunes, diciembre 15, 2008


ENERGÚMENOS
La palabra que da título al apunte de hoy, energúmeno, tiene ascendencia griega y designa, etimológicamente, a la 'persona que está poseída por un demonio'. Por extensión, designa también a la 'persona furiosa, alborotada'. Hasta ahí llega el diccionario de la Academia, aunque el de María Moliner avanza un poco más. En efecto, añade que energúmeno es también la 'persona que grita mucho' e incluso 'la que se expresa con violencia o con extremismo'. Zalabardo, acogiéndose a esta última definición, me dice que entre nuestros políticos hay muchos que son así. Lo dice porque hace unos días hablábamos de los excesos verbales a que hemos asistido durante la primera quincena del mes de diciembre, con el agravante de que tenían lugar, todos ellos, en actos públicos.
El lunes día 1, un tal Pedro Castro, alcalde socialista de Getafe y, para mayor inri, presidente de la Federación Española de Municipios y Provincias, no se cortaba un pelo al lanzar al aire esta pregunta: "¿Por qué hay tanto tonto de los cojones que vota a la derecha?" El sábado día 6, el diputado por Esquerra Republicana de Catalunya llamado Joan Tardà, se cortó aún menos al gritar a los cuatro vientos, mientras se quemaba un ataúd que representaba a la Constitución que permite que él sea lo que es, "¡Muerte al Borbón!" Quien se dice ser Isaac Valencia, de Coalición Canaria, alcalde de La Orotava, hacía gala de su talante solidario e integrador al quejarse públicamente de que "las Islas están a merced de que el moro venga un día y nos lleve por delante". Y, para que haya representación suficiente del espectro político del país, don Manuel (en España hay dos don Manuel: Ruiz de Lopera, dueño del Betis, y Fraga, del PP, que es de quien hablo) responde hace unos días, cuando se le pregunta cómo habría que ponderar el cambio de sistema electoral para que los nacionalistas tuvieran menos peso, que "habría que ponderar colgándolos de algún sitio".
Ya no quiero entrar en el hecho de que estas cuatro personas, como otras muchas de igual laya que pululan por ahí, debieran pensar que, en cuanto cargos electos que son, representan a toda la ciudadanía, incluidos aquellos que no los han votado expresamente a ellos, y por lo tanto les deben todo el respeto y consideración del mundo. Y digo los cuatro pese a que el alcalde canario se refiera a personas que no son ciudadanas de nuestro país. Porque, además, resulta que sus puestos y sus sueldos están siendo sufragados por todos los ciudadanos y no solo por su parcela específica de votantes. Pero, por desgracia, muchos de esos cargos públicos se parecen a aquel profesor a quien, después de haber salido elegido miembro de un Consejo Escolar, se le pidió que defendiera los intereses de los profesores a los que representaba y tuvo la desfachatez de responder que él solo representaba a los que lo habían votado.
Quiero decir que, más que ese mero hecho de a quiénes representan y por quiénes han sido elegidos o quiénes son los que les están pagando, lo que me preocupa es el síntoma de mala educación, de violencia verbal, y de la otra, que sus conductas reflejan. Además de su poco espíritu democrático. No me vale que alguien saque a relucir la excusa de la libertad de expresión porque nadie puede ampararse en ella para cometer tales desmanes. Se puede ser de izquierdas, pero tal adscripción no permite llamar "tontos de los cojones" a los votantes de derechas; como la circunstancia de ser republicano no es razón para gritar "¡Muerte al Borbón!". Cuanto más, si se ostenta un cargo derivado de la manifestación del pueblo soberano en las urnas. Y lo mismo digo de los otros casos.
También puede que haya quien mencione que todos, no estoy seguro si don Manuel también, han pedido disculpas. A mí, al menos, no me valen tales excusas. Y Zalabardo dice que a él tampoco; ¡a buenas horas, mangas verdes! Lo correcto, lo digno y consecuente, sería que estos señores, por lo que son, además de disculparse renunciasen a sus cargos y se marcharan a sus casas (por bocazas, por energúmenos), donde podrían reflexionar, ya que no lo hicieron antes, sobre las consecuencias de sus palabras. Y si sus partidos los disculpan es que no merecen ser votados.
Me enseña Zalabardo el libro Más de 21 000 refranes castellanos, compuesto por mi paisano Francisco Rodríguez Marín en 1926. Me lo abre por una página en la que, con el dedo, me señala uno que dice: Habla convenientemente o calla prudentemente. Yo, a mi vez, le muestro un volumen de la obra Oráculo manual y arte de prudencia, que publicó Baltasar Gracián en 1647. Es una colección de trescientos aforismos glosados, de donde elijo el numerado como 160: Hablar con prudencia. Con los competidores por cautela; con los demás por decencia. Siempre hay tiempo para soltar las palabras, pero no para retirarlas. Hay que hablar como en los testamentos: cuantas menos palabras, menos pleitos. Uno debe practicar en lo que no importa para cuando sí importe. El secreto parece algo divino. El que habla con facilidad está cerca de ser vencido.
Sugiere Zalabardo que los políticos deberían someterse antes de ocupar cualquier cargo a un curso de buenas maneras en el hacer y en el decir. No me parece que sea mala idea, ¿pero qué haríamos con los que no lo superasen?

viernes, diciembre 12, 2008

MELINDRES

Hay palabras cuya historia resulta complicada de contar, como pasa con el término melindre, de origen incierto. Si bien puede parecer que la palabra se nos cuela a causa de Los melindres de Belisa, yo la conocía antes de haber leído la comedia de Lope de Vega porque mi madre la utilizaba mucho, aunque con un sentido diferente. Y ayer, ahora contaré por qué, me vino de nuevo a la cabeza. El diccionario académico dice que significa 'fruta de sartén, hecha con miel y harina'. De ahí, por lo empalagosa que resulta, llega más tarde a significar 'delicadeza afectada y excesiva en palabras, acciones y ademanes'. Hasta ahí, el diccionario no se separa de lo que ya decía el de Autoridades, de 1734. Pero el María Moliner recoge otra acepción, que es la que yo recuerdo de mi madre: 'aprensión, física o moral, exagerada o afectada'; y la considera sinónima de remilgo. Melindre se suele utilizar más frecuentemente en plural, en la expresión tener melindres, o en su forma adjetiva, ser melindroso.
Ayer, mientras desayunábamos, preguntaba a Pablo Cantos por su última realización cinematográfica y ya hablamos de cosas diversas: si las sensaciones de un director de cine al acabar su película son semejantes a las de un escritor que acaba su libro o de naturaleza diferente, de las relaciones con los productores, de los problemas de trabajar con animales y cosas así. Yo le planteé en un momento el caso de las escenas con pájaros, pensaba en la película de Hitchcock, fuera de lo que son los efectos. Incluso, mientras él me lo explicaba, me vino a la cabeza preguntarle por los problemas que podría reportar la repetición de ciertas escenas en el rodaje de películas eróticas y/o pornográficas. Pero no lo hice; sentí cierta especie de aprensión, tuve remilgos. En fin, fui melindroso.
Porque tengo que reconocer que nunca he sentido una especial atracción por ese tipo de cine. Lo que ya no sé explicar es la razón, aunque pudiera ser consecuencia de una moral de época o de una educación en un colegio de frailes, donde se nos inculcaba una moral muy rígida en todo lo concerniente con la sexualidad y que se veía acompañada de frecuentes ejercicios espirituales. Bien es verdad que, superado eso, siguen sin gustarme esas películas. Zalabardo, por su parte, no tiene reparos en reconocer que, de vez en cuando, alquila alguna película en el videoclub o ve la que proyecta Canal + la noche de los viernes. A mí, repito, no me llaman especialmente la atención, sin que eso signifique que las rechace. Hace mucho tiempo, aún estaba en Sevilla cursando mis estudios universitarios, en España se inventó aquello de las Salas de Arte y Ensayo, que eran una excusa para proyectar cine de poca aceptación en las salas comerciales. En Sevilla, el cine Felipe II era uno de aquellos; allí se podía ver desde El séptimo sello, de Bergman, hasta el espanto más inimaginable. Eran aquellos cines una especie de cajón de sastre, un modo de dar entrada a lo que la censura no consentía o poner películas que carecían de acogida por parte del gran público. En aquel cine vimos, porque fuimos casi todo el curso en pandilla, Helga, el milagro de la vida, película que trataba de la concepción de un ser humano desde el coito hasta el momento mismo del parto. Nunca en nuestro cine se habían visto escenas como la de aquella cinta, que fue permitida, se decía, en razón de su alto valor documental y educativo. Yo la recuerdo como un bodrio.
Más tarde se pondría de moda lo del turismo cinematográfico. Los españoles íbamos a Francia por tres razones y a tres destinos diferentes: a París, como viaje de novios; a Lourdes, por cuestiones de fe; y a Perpiñán, para ver películas que aquí no se podían ver y solo se proyectarían en nuestros cines años después. Fue la época de El último tango en París, de Emmanuelle, de Historia de O o de El imperio de los sentidos. Luego, cuando se abrió un poco la mano, nuestra contribución al cine erótico fue aquella turbamulta de películas, tan distintas a las anteriormente citadas, protagonizadas por Esteso, Pajares y compañía y la excusa de algunas de nuestras actrices de que solo se desnudaban cuando lo exigía el guión. Esto pudo hacer que aumentaran mis melindres hacia el cine erótico-pornográfico. Vino entonces el destape, con aquella primera muestra de de un desnudo integral frontal femenino que protagonizó María Jesús Cantudo en La trastienda. La siguieron Nadiuska, Blanca Estrada y otras más. Y, por fin, las Salas X. Por aquellos años, poco más o menos, debió nacer Nacho Vidal, estandarte del porno español.
Me dice Zalabardo que para no ser aficionado sé muchos datos y le respondo que una cosa es estar informado y otra muy diferente ser aficionado. Quede claro que no tengo nada ni contra este cine, ni contra quienes son asiduos a él. Simplemente, no me atrae, como tampoco me atrae, si ello sirve para aclarar cuál es mi actitud, el cine de Woody Allen, salvo en películas muy concretas. Y no tengo nada contra sus forofos.
Me pide Zalabardo que, para terminar con una sonrisa, cuente el chiste que, con frecuencia, solía contar Juan Ruiz, otro gran amante del cine: Hablaban dos paletos y uno le decía al otro: "¡Vaya, hombre, ahora que he aprendido a decir pinícula, resulta que se dice flin!".

martes, diciembre 09, 2008

VÍCTORES Y PINTADAS


...tienen en sus cortezas
grabadas iniciales que son nombres
de enamorados, cifras que son fechas.
(Antonio Machado)

Hay quienes piensan que el víctor (o vítor) pertenece a la simbología franquista, cosa que no es verdad. En realidad, esa combinación de las seis letras de la palabra latina victor, vencedor, era la marca, en color rojo, que dejaban en las paredes de las antiguas universidades los estudiantes que alcanzaban el grado de doctor. Lo podemos ver en Salamanca, lo podemos ver en Baeza. En las columnas del patio del instituto en que yo estudié, que antes fue Universidad, aunque de rango menor, y que ahora acoge los estudios de enfermería, fisioterapia y empresariales, se pueden reconocer aún los grabados que en ellas dejaron quienes terminaban sus estudios.
En muchos pueblos, me recuerda Zalabardo, cuando aún existía el servicio militar obligatorio, había un lugar, generalmente un muro, donde cada reemplazo de mozos dejaba su impronta: ¡Vivan los quintos del 62!, por ejemplo. De siempre, ya lo vemos en los versos de Machado, los enamorados han dejado la manifestación de su pasión amorosa en forma de iniciales y fechas en la corteza de los árboles. Yo he tenido la dicha de pasear por esas riberas de las que el poeta habla y he visto los centenarios chopos con sus cortezas repletas de iniciales y fechas.
Pero en todos los casos que menciono se daba un elemento común: el soporte que acogía esas pintadas o grabados venía siempre determinado. Hoy, esto se ha desmadrado y ya no hay respeto por ningún muro, ni suelo ni escultura capaz de librarse de las pintadas. Algún soporte puede ser justificado, como la chimenea de una antigua y ya inexistente fundición malagueña que durante años ha servido para mostrar el amor que alguien sentía hacia Mónica. Y del mismo modo que los grafiteros no distinguen a la hora de escoger un soporte, tampoco se repara en el tipo de las pintadas. ¿Se habrá propuesto alguien hacer una clasificación temática de esta nueva muestra de decoración urbana, si se le puede dar tal nombre a la dichosa moda de emborronar las paredes de las ciudades?
Porque las hay para todos los gustos, según pudimos comprobar Zalabardo y yo paseando por las calles de Málaga. Las hay que encierran toda un declaración amorosa, como la que que ocupa uno de los bancos de los jardines que se abren junto a la calle Walt Whitman; dice, en una peculiar ortografía y reflejando la fonética malagueña: CANÍO TE KIERO. Otra, en la calle Pozos Dulces, es casi tan explícita como la anterior, aunque oculte el nombre de la persona destinataria del mensaje: ¿OYES LO MUCHO QUE TE KIERO? Por fin, una tercera, escrita sobre la pared de uno de los accesos que bajan desde el Pasillo de Santo Domingo hasta el cauce del río, recupera el estilo clásico: J y E 4-5-08.
Pero no todas son de esta naturaleza. Algunas, Málaga es ciudad cosmopolita, están redactadas en inglés: VANILLA ICE BY SAM, se lee sobre la boca cegada de uno de los pasos subterráneos de la Avenida de Andalucía. Y en la calle Pozos Dulces se puede contemplar un escueto OLD SCHOLL. Numerosas son también las reivindicativas, como la que dice: LIBERTAD PARA LOS PRESOS ANARQUISTAS o la que, en calle Cisneros, pide una ANDALUCÍA NACIÓN. Algunas son son todo un manifiesto; en la Plaza de la Merced podemos echar un rato de lectura con la que declara CONFORMISTAS VAIS A LLORAR LÁGRIMAS DE SANGRE. ESPAÑA SE ESTÁ QUEDANDO SIN ESPAÑOLES. Se supone por dónde va quien ha escrito esto. También vimos una que refleja algo de empanada ideológica, como la que, en la calle Segura, por detrás de El Corte Inglés, muestra un lacónico SKINGIRL acompañado de una cruz gamada, la hoz y el martillo y la A encerrada en un círculo.
Encontramos otras misteriosas: PG ES EL FUTURO. ¿A qué se podrá referir? Otra resulta hasta inquietante; está en la calle, creo que se llama así, Ministerio de la Vivienda y nos echa en la cara SOIS CARNE DE GULAG. ¿Y las surrealistas?: LOS ETARRAS COMEN EN MCDONALDS, se supone que escrita por alguien que prefiere el Burger King. Y en Pozos Dulces otra vez, esta calle está inundada de pintadas, hay una que podríamos llamar minimalista (no solo por la pequeñez de la letra con que está escrita, ya que hay que acercarse para leerla), y a la vez cínica: YO ME DEDICO A DAR POR CULO (A LA GENTE).
Pero, en este ámbito de transgresiones de todo tipo que suponen las pintadas callejeras, Zalabardo me pide que deje para el final la redactada sobre la puerta de una casa de la calle Marquesa de Moya, frente al teatro romano, que, una vez descifrada la complicada caligrafía y las abreviaturas utilizadas, nos dice: LA PAZ SEA CON VOSOTROS Y CON VUESTRO ESPÍRITU. El autor habrá jodido la puerta sobre la que escribe, aunque, al menos, expresa buenos sentimientos.

viernes, diciembre 05, 2008


OTRO MANIFIESTO
En los primeros días del pasado mes de noviembre salió a la luz otro manifiesto, firmado por profesionales de la enseñanza, cuyo objetivo es analizar una serie de opiniones bastante extendidas sobre el mundo de la educación y la enseñanza. Lo firma la Red IRES (Investigación y Renovación Escolar) y tiene por título No es verdad, pues sus autores comienzan con esa frase cada uno de los párrafos, en los que intentan desmentir asertos que se vienen repitiendo. Ha sido Zalabardo quien me ha llamado la atención sobre el mismo al hacerme notar una pequeña información alusiva sobre el mismo en la prensa. Luego me he metido en internet para enterarme de su contenido y, al mismo tiempo, saber algo de quienes integran la Red IRES.
Son un colectivo surgido hace unos treinta años que pretende, su nombre lo dice, una renovación del mundo de la enseñanza rompiendo con todos aquellos males que, opinan, este mundo arrastra. Se declaran admiradores de una serie de pedagogos de prestigio y de instituciones que, en su momento, se plantearon la misma misión renovadora.
En cuanto al contenido del manifiesto, creo que presenta ideas válidas (por cierto, condenan los incentivos vinculados al rendimiento de los alumnos) junto a otras que no lo son tanto (por ejemplo, defienden la bondad de la Logse) o que, en algunos aspectos, incluso hacen planteamientos contradictorios. Por ejemplo, comienzan diciendo que van a tratar de derribar creencias que no son acordes con la realidad, aunque dicen que tales creencias son ampliamente defendidas en ámbitos literarios, intelectuales y universitarios; si tantos son los que las defienden, digo yo que no será tan escaso su valor. En la exposición de argumentos, afirman que no es verdad que hoy no se valore el conocimiento y que se siga una práctica que abandona el esfuerzo, que hayan bajado los niveles de exigencia, que los alumnos de hoy son peores o que los docentes tengan un exceso de formación pedagógica pero déficit en la formación de contenidos.
En el desarrollo de cada apartado afirman, sin embargo, que los alumnos de hoy tienen grandes dificultades para comprender, que se comprueba que en cada nivel es claramente observable la debilidad de sus conocimientos, que si los jóvenes son como se denuncia es por culpa de una sociedad que expande la cultura del éxito fácil, el triunfo y la superficialidad y que los jóvenes son el reflejo de una sociedad hipócrita; además, añaden, la falta de respeto, el acoso, la violencia han existido siempre, solo que hoy son sobredimensionados por un periodismo sensacionalista. Por fin, que los males de la enseñanza actual radican en que los enseñantes practican un sistema tradicional y desfasado. Mala cosa si concluimos que los males de la educación son culpa de los periodistas y los profesores.
Pudiera parecer que todo en este manifiesto lo veo negativo, pero no es así; se cierra con la exposición de diez principios orientadores de la escuela que el colectivo defiende y que considero que pocos enseñantes rechazarían: todo el interés se pone en el estudiante, se defienden contenidos, metodologías y recursos modernos y variados, se solicita que haya profesores con formación acorde y se promueve la corresponsabilidad. De todas formas, mi consejo es que debe leerse el manifiesto, que es fácilmente accesible (solo hay que entrar en http://www.redires.net), y que cada uno forme su propia opinión.
Pero hay otro aspecto en el documento que es el que de verdad encuentro criticable: su redacción excesivamente complaciente con la corrección política y con el deseo, tan de hoy, de "evitar" un lenguaje sexista. Si se supone que los enseñantes somos una parte importante de la transmisión de la cultura y de la lengua que le sirve de sustento, deberíamos ser más cuidadosos en el empleo que de ella hacemos. Vamos con unos ejemplos.
El texto abusa de los dobletes del tipo madres y padres, alumnos y alumnas, hijos e hijas o niños y niñas. Digo lo que ya he mantenido otras veces; aunque el recurso sea estilísticamente feo, pesado para la lectura e incorrecto de acuerdo con la norma, podríamos pasarlo si quien lo defiende fuese consecuente en su uso. Y me explico: si hablamos de madres y padres no podemos decir luego que están preocupados, sino preocupadas y preocupados; si nos referimos a los alumnos y alumnas, no podemos hablar luego solo de los estudiantes (¿qué pasa con las estudiantes?) y menos aún compararlos con los de antes (¿y las de antes?)
Como los defensores de esa diversificación genérica a ultranza en la lengua son conscientes de la pesadez del recurso, tratan de solucionarlo recurriendo a términos colectivos: así, en el manifiesto aparece a troche y moche ciudadanía en lugar de ciudadanos, intelectualidad en lugar de de intelectuales, alumnado en lugar de alumnos o marginalidad en lugar de marginados. Lo malo es que ciudadanía, intelectualidad o marginalidad no son, en principio, sustantivos colectivos sino abstractos. Ya sé que tanto el diccionario de la Academia como el de María Moliner van dando entrada a estos usos y que no hace mucho yo mismo defendía el cambio semántico como fenómeno natural; lo que ocurre es que, en estos casos, me parece que todo es demasiado artificial y forzado y se producen cambios que no son enriquecedores sino todo lo contrario.

martes, diciembre 02, 2008

DOS PREMIOS
Los premios, la mayoría de ellos y en particular los literarios, provocan como inmediato efecto el de hacernos recordar a aquellos a quienes no se los han dado y consideramos merecedores de los mismos, me decía Zalabardo el pasado viernes, mientras leíamos el periódico. Quise contestarle que no siempre es así y que tal opinión supone menospreciar a los ganadores. Porque coincido con él en que es verdad que existen algunos galardones que huelen un poco a montaje y a toma de precauciones para que el premio recaiga sobre persona de renombre, aunque sea solo mediático, para que no se vaya al garete el negocio esperado con la venta de los libros; eso pasa, no lo aseguro tajantemente, aunque lo sospecho, con el Planeta. Pero esta vez, le dije, creo que estos premios son justos.
Hablábamos del Nacional de las Letras y del Cervantes. Este segundo arrastra el sambenito de que cada año debe recaer sobre alguien de cada lado del Atlántico (aunque eso no sea exacto) pero me parece que, aun así, al menos este año podemos confiar en su justicia. Cuando se hizo público que el primero de ellos se concedía a Juan Goytisolo, no faltó quien considerase que era un reconocimiento menor porque le venía mejor el Cervantes. Pero cuando ha trascendido que este segundo "le ha tocado", como él dice, a Juan Marsé, al menos yo he pasado a pensar que tanto monta, puesto que los dos catalanes son merecedores de cualquiera de los dos galardones máximos de nuestra literatura.
Pero hay más. Le comento a Zalabardo que pareciera que esta vez se ha querido de algún modo premiar a toda una generación de escritores, tal como sucediera con el Nobel otorgado a Aleixandre, que se entendió como extensivo a aquella gran generación que fue la del 27. Porque Juan Goytisolo y Juan Marsé (o Marsé y Goytisolo) son posiblemente los representantes señeros de la que se denominó Generación del 50, que otros llamaron de los niños de la guerra. Aquellos jóvenes que se dieron a conocer a partir de 1950 y, aún mejor, a partir de 1960, constituyeron un grupo compacto que dio grandes nombres al teatro, a la poesía y a la novela. Si, en atención a los premiados ahora, nos fijamos únicamente en los prosistas, debemos decir que, en cierto modo apoyados en la senda que pocos años antes abrieran Cela y Carmen Laforet, cultivaron lo que se denominó novela realista del medio siglo. Claro que este realismo ofrecía dos tendencias: el llamado realismo objetivo, preocupado tan solo por dar una visión más neutra y menos comprometida de la realidad (Aldecoa, Ana María Matute, Carmen Martín Gaite, Jesús Fernández Santos, etc.) al que se enfrentó el llamado realismo social, que no conforme con ofrecer lo que bien podemos obtener con una fotografía, añadía un análisis crítico de la realidad observada (López Pacheco, Antonio Ferres, José Manuel Caballero Bonald, Juan Marsé, Juan Goytisolo, etc.) A ellos, digo, podrían extenderse los premios que ahora han recaído sobre Goytisolo y Marsé.
Estos dos autores, catalanes ambos y cultivadores de la mejor prosa en lengua castellana, son ejemplo y espejo en el que deberían mirarse tantos de aquellos que se enzarzan en estúpidas batallas lingüísticas y literarias al amparo de un mal entendido nacionalismo. Porque, además, los dos se confiesan alejados de cualquier corriente nacionalista. Si alguien pensara, por otro lado, que los premios les llegan tarde (Goytisolo nació en 1931 y Marsé en 1933) piénsese que la literatura, como el buen vino, necesita tiempo para decantarse y adquirir solera, para demostrar que no es un producto de un momento circunstancial sino que ha adquirido un valor que solo se concede a los llamados a convertirse en clásicos de las letras del país a que pertenecen. Y la obra de uno y otro está ya más que asentada.
Los dos disponen y dejan tras de sí un amplio e intenso bagaje de obras. Si Goytisolo se dio a conocer en 1954 con Juegos de manos y Marsé en 1960 con Encerrados con un solo juguete, ambos eclosionarían de modo firme y definitivo en 1966 con Señas de identidad y con Últimas tardes con Teresa, respectivamente. Goytisolo, teniendo que luchar contra la censura, que le obligó a publicar en México no solo esa novela sino también la siguiente (Reivindicación del conde don Julián); ambas, junto a Juan sin Tierra, compondrían la trilogía Tríptico del mal. Después vendrían Makbara, Las virtudes del pájaro solitario y tantas otras, sin que olvidemos aquellos ensayos de primera hora, más o menos novelados, entre los que destacó Campos de Níjar. Juan Goytisolo ha sido siempre más crítico en sus análisis al tiempo que más experimentador en el campo de las formas sin perder por ello la referencia continua de los clásicos; de cierta manera, podríamos decir que es uno de nuestros últimos heterodoxos.
Juan Marsé ha sido, por su parte, esencialmente un narrador, quien nos ha mostrado con mirada agridulce los ambientes y los personajes de la España de posguerra (una posguerra larga) situados unos y otros en su Barcelona natal; es autor de una novela real, auténtica, alejada de la narrativa de fórmulas y trucos. Sus personajes, el Pijoaparte en primera línea, son todo un modelo. Resulta difícil establecer grados entre sus principales novelas, pues todas tienen algo que las hace imprescindibles (Si te dicen que caí, La muchacha de las bragas de oro, El amante bilingüe, Rabos de lagartija, etc.)
Los dos han recibido sus premios con naturalidad, casi con displicencia. Goytisolo declaraba que "a mi edad, ningún premio hace ya ilusión" y Marsé declaraba que creía que se lo darían a su amigo Pepe Caballero Bonald y pedía a los periodistas que dijeran que "el dinero del premio me lo gastaré en vino y mujeres". Con ello dan a entender que lo que hacen lo hacen desde el fondo de sus almas, sin esperar otro premio que el agradecimiento de sus lectores. Bien venidos sean premios de este cariz.