OTRO MANIFIESTO
En los primeros días del pasado mes de noviembre salió a la luz otro manifiesto, firmado por profesionales de la enseñanza, cuyo objetivo es analizar una serie de opiniones bastante extendidas sobre el mundo de la educación y la enseñanza. Lo firma la Red IRES (Investigación y Renovación Escolar) y tiene por título No es verdad, pues sus autores comienzan con esa frase cada uno de los párrafos, en los que intentan desmentir asertos que se vienen repitiendo. Ha sido Zalabardo quien me ha llamado la atención sobre el mismo al hacerme notar una pequeña información alusiva sobre el mismo en la prensa. Luego me he metido en internet para enterarme de su contenido y, al mismo tiempo, saber algo de quienes integran la Red IRES.
Son un colectivo surgido hace unos treinta años que pretende, su nombre lo dice, una renovación del mundo de la enseñanza rompiendo con todos aquellos males que, opinan, este mundo arrastra. Se declaran admiradores de una serie de pedagogos de prestigio y de instituciones que, en su momento, se plantearon la misma misión renovadora.
En cuanto al contenido del manifiesto, creo que presenta ideas válidas (por cierto, condenan los incentivos vinculados al rendimiento de los alumnos) junto a otras que no lo son tanto (por ejemplo, defienden la bondad de la Logse) o que, en algunos aspectos, incluso hacen planteamientos contradictorios. Por ejemplo, comienzan diciendo que van a tratar de derribar creencias que no son acordes con la realidad, aunque dicen que tales creencias son ampliamente defendidas en ámbitos literarios, intelectuales y universitarios; si tantos son los que las defienden, digo yo que no será tan escaso su valor. En la exposición de argumentos, afirman que no es verdad que hoy no se valore el conocimiento y que se siga una práctica que abandona el esfuerzo, que hayan bajado los niveles de exigencia, que los alumnos de hoy son peores o que los docentes tengan un exceso de formación pedagógica pero déficit en la formación de contenidos.
En el desarrollo de cada apartado afirman, sin embargo, que los alumnos de hoy tienen grandes dificultades para comprender, que se comprueba que en cada nivel es claramente observable la debilidad de sus conocimientos, que si los jóvenes son como se denuncia es por culpa de una sociedad que expande la cultura del éxito fácil, el triunfo y la superficialidad y que los jóvenes son el reflejo de una sociedad hipócrita; además, añaden, la falta de respeto, el acoso, la violencia han existido siempre, solo que hoy son sobredimensionados por un periodismo sensacionalista. Por fin, que los males de la enseñanza actual radican en que los enseñantes practican un sistema tradicional y desfasado. Mala cosa si concluimos que los males de la educación son culpa de los periodistas y los profesores.
Pudiera parecer que todo en este manifiesto lo veo negativo, pero no es así; se cierra con la exposición de diez principios orientadores de la escuela que el colectivo defiende y que considero que pocos enseñantes rechazarían: todo el interés se pone en el estudiante, se defienden contenidos, metodologías y recursos modernos y variados, se solicita que haya profesores con formación acorde y se promueve la corresponsabilidad. De todas formas, mi consejo es que debe leerse el manifiesto, que es fácilmente accesible (solo hay que entrar en http://www.redires.net), y que cada uno forme su propia opinión.
Pero hay otro aspecto en el documento que es el que de verdad encuentro criticable: su redacción excesivamente complaciente con la corrección política y con el deseo, tan de hoy, de "evitar" un lenguaje sexista. Si se supone que los enseñantes somos una parte importante de la transmisión de la cultura y de la lengua que le sirve de sustento, deberíamos ser más cuidadosos en el empleo que de ella hacemos. Vamos con unos ejemplos.
El texto abusa de los dobletes del tipo madres y padres, alumnos y alumnas, hijos e hijas o niños y niñas. Digo lo que ya he mantenido otras veces; aunque el recurso sea estilísticamente feo, pesado para la lectura e incorrecto de acuerdo con la norma, podríamos pasarlo si quien lo defiende fuese consecuente en su uso. Y me explico: si hablamos de madres y padres no podemos decir luego que están preocupados, sino preocupadas y preocupados; si nos referimos a los alumnos y alumnas, no podemos hablar luego solo de los estudiantes (¿qué pasa con las estudiantes?) y menos aún compararlos con los de antes (¿y las de antes?)
Como los defensores de esa diversificación genérica a ultranza en la lengua son conscientes de la pesadez del recurso, tratan de solucionarlo recurriendo a términos colectivos: así, en el manifiesto aparece a troche y moche ciudadanía en lugar de ciudadanos, intelectualidad en lugar de de intelectuales, alumnado en lugar de alumnos o marginalidad en lugar de marginados. Lo malo es que ciudadanía, intelectualidad o marginalidad no son, en principio, sustantivos colectivos sino abstractos. Ya sé que tanto el diccionario de la Academia como el de María Moliner van dando entrada a estos usos y que no hace mucho yo mismo defendía el cambio semántico como fenómeno natural; lo que ocurre es que, en estos casos, me parece que todo es demasiado artificial y forzado y se producen cambios que no son enriquecedores sino todo lo contrario.
1 comentario:
Escritor, hemos bajado de la red una especie de manifiesto para todos los lectores. Nuestros entendidos opinan que es un buen tema de reflexión y esta la tribuna adecuada:
TRIBUNA
Un diagnóstico de las pruebas
SUR 11.12.2008
GONZALO GUIJARRO
DIRIGENTE DE LA ASOCIACIÓN DE PROFESORES DE INSTITUTO DE ANDALUCÍA
DURANTE el pasado octubre, la Consejería de Educación realizó por tercera vez en los centros de secundaria sus llamadas Pruebas de Diagnóstico. Pruebas que, una vez más, no resisten el más somero análisis.
En principio, las preguntas de este año son de un nivel algo menos escandalosamente bajo que las de los anteriores, pero basta fijarse en los'criterios de corrección' que las acompañan para comprobar una vez más que su intención es camuflar la realidad, no investigarla.
Así, en una pregunta de lengua española, basta con que el alumno resuma en una o dos líneas un texto sencillísimo para que obtenga la máxima puntuación; en otras basta con copiar y pegar la respuesta, sin que haga falta redactar nada. Por otra parte, la literatura no aparece por lugar alguno, pese a formar parte de los programas oficiales. Es decir, que en ningún caso se intenta averiguar si el alumno es capaz de redactar con una mínima claridad y corrección o de comprender lo que lee. Los resultados de la edición anterior de las pruebas ya pusieron de manifiesto la escasa comprensión lectora de nuestros alumnos, pero parece que sus autores no le dan demasiada importancia a ese hecho, ya que en ésta tampoco tratan de comprobar esa capacidad.
Tampoco en matemáticas se atienen las pruebas a los contenidos oficiales de la asignatura, sino que opta por preguntas de una lógica tan elemental que las podría responder un alumno de primaria: También hacen todo lo posible por facilitarle al alumno los cálculos (sólo aparecen números enteros sencillos) y las respuestas; pero, en todo caso, los criterios de corrección otorgan puntos hasta por equivocarse. En las de Ciencias Naturales, los criterios de corrección son sencillamente ridículos. Así, preguntado el alumno por cómo se produce un eclipse de sol, obtendrá la mitad de la puntuación aunque no escriba una palabra y se limite a dibujar tres figuras más o menos circulares y aproximadamente alineadas, indique o no lo que representa cada una.
En resumen, podemos concluir que de nuevo la Consejería se ha gastado el dinero de nuestros impuestos en realizar unas pruebas de tan bajísimo nivel que parecen diseñadas para fingir el éxito. Sin embargo, las dichosas pruebas presentan además otras características no menos alarmantes, a saber: no se realizan al final de la primaria o de la secundaria, sino al comenzar el tercer curso de secundaria, con lo que se impide averiguar el funcionamiento de una u otra etapa. Es decir, están situadas en donde menos útiles pueden ser. Carecen de consecuencias académicas, con lo que se fomenta el desinterés de los alumnos que las realizan, muchos de los cuales no responden sencillamente por pereza. No se aprovechan para evaluar los resultados de otros planes de la Consejería, como por ejemplo los centros TIC, que tan costosos resultan sin que haya constancia alguna de que supongan una mejora. Los resultados de las ediciones anteriores no se han hecho públicos, pese a estar financiados con dinero de todos. La Consejería se limita a presentar unas conclusiones sin dar los datos en que, se supone, están basadas.
La comisión encargada de diseñar las pruebas y los criterios de corrección es secreta. Sí, sí, han entendido ustedes bien, secreta. La Consejería se ha negado hasta la fecha a identificar a sus integrantes, sin aducir motivo razonable alguno para ello.
Pues bien, pese a su bajísimo nivel, a sus tendenciosos criterios de corrección, a su colocación en el lugar menos adecuado para evaluar el funcionamiento tanto de la primaria como de la secundaria y su oscurantismo, sus resultados oficiales, hechos públicos durante el verano, es decir, cuando menos posibilidades hay de que alguien se interese por ellos, han sido que 'nuestros alumnos aprueban por los pelos' y que se observan en ellos 'dificultades de comprensión lectora'.
En principio, a uno le sorprende de tales resultados oficiales que alumnos de catorce años que no entienden textos de cinco líneas puedan aprobar, aunque sea por los pelos. Pero esa sorpresa se desvanece cuando, tirando de hemeroteca, uno comprueba el creciente número de agresiones a docentes y la tozudez de la Consejería en calificarlas de "puntuales". Por lo visto, hasta que no se apalee a un claustro entero no se reconocerá lo alarmante de tales hechos. O las crecientes denuncias de las universidades por el pésimo nivel con que llegan los alumnos, que no han suscitado de la Consejería ni el más mínimo comentario. Por no alargarme, que podría, quiero decir con esto que, hace ya demasiado tiempo, la política educativa andaluza se reduce a intentar enmascarar por todos los medios la evidente incompetencia de sus responsables políticos. Y las misteriosas Pruebas de Diagnóstico no son sino un botón de muestra más de ello.
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