martes, diciembre 02, 2008

DOS PREMIOS
Los premios, la mayoría de ellos y en particular los literarios, provocan como inmediato efecto el de hacernos recordar a aquellos a quienes no se los han dado y consideramos merecedores de los mismos, me decía Zalabardo el pasado viernes, mientras leíamos el periódico. Quise contestarle que no siempre es así y que tal opinión supone menospreciar a los ganadores. Porque coincido con él en que es verdad que existen algunos galardones que huelen un poco a montaje y a toma de precauciones para que el premio recaiga sobre persona de renombre, aunque sea solo mediático, para que no se vaya al garete el negocio esperado con la venta de los libros; eso pasa, no lo aseguro tajantemente, aunque lo sospecho, con el Planeta. Pero esta vez, le dije, creo que estos premios son justos.
Hablábamos del Nacional de las Letras y del Cervantes. Este segundo arrastra el sambenito de que cada año debe recaer sobre alguien de cada lado del Atlántico (aunque eso no sea exacto) pero me parece que, aun así, al menos este año podemos confiar en su justicia. Cuando se hizo público que el primero de ellos se concedía a Juan Goytisolo, no faltó quien considerase que era un reconocimiento menor porque le venía mejor el Cervantes. Pero cuando ha trascendido que este segundo "le ha tocado", como él dice, a Juan Marsé, al menos yo he pasado a pensar que tanto monta, puesto que los dos catalanes son merecedores de cualquiera de los dos galardones máximos de nuestra literatura.
Pero hay más. Le comento a Zalabardo que pareciera que esta vez se ha querido de algún modo premiar a toda una generación de escritores, tal como sucediera con el Nobel otorgado a Aleixandre, que se entendió como extensivo a aquella gran generación que fue la del 27. Porque Juan Goytisolo y Juan Marsé (o Marsé y Goytisolo) son posiblemente los representantes señeros de la que se denominó Generación del 50, que otros llamaron de los niños de la guerra. Aquellos jóvenes que se dieron a conocer a partir de 1950 y, aún mejor, a partir de 1960, constituyeron un grupo compacto que dio grandes nombres al teatro, a la poesía y a la novela. Si, en atención a los premiados ahora, nos fijamos únicamente en los prosistas, debemos decir que, en cierto modo apoyados en la senda que pocos años antes abrieran Cela y Carmen Laforet, cultivaron lo que se denominó novela realista del medio siglo. Claro que este realismo ofrecía dos tendencias: el llamado realismo objetivo, preocupado tan solo por dar una visión más neutra y menos comprometida de la realidad (Aldecoa, Ana María Matute, Carmen Martín Gaite, Jesús Fernández Santos, etc.) al que se enfrentó el llamado realismo social, que no conforme con ofrecer lo que bien podemos obtener con una fotografía, añadía un análisis crítico de la realidad observada (López Pacheco, Antonio Ferres, José Manuel Caballero Bonald, Juan Marsé, Juan Goytisolo, etc.) A ellos, digo, podrían extenderse los premios que ahora han recaído sobre Goytisolo y Marsé.
Estos dos autores, catalanes ambos y cultivadores de la mejor prosa en lengua castellana, son ejemplo y espejo en el que deberían mirarse tantos de aquellos que se enzarzan en estúpidas batallas lingüísticas y literarias al amparo de un mal entendido nacionalismo. Porque, además, los dos se confiesan alejados de cualquier corriente nacionalista. Si alguien pensara, por otro lado, que los premios les llegan tarde (Goytisolo nació en 1931 y Marsé en 1933) piénsese que la literatura, como el buen vino, necesita tiempo para decantarse y adquirir solera, para demostrar que no es un producto de un momento circunstancial sino que ha adquirido un valor que solo se concede a los llamados a convertirse en clásicos de las letras del país a que pertenecen. Y la obra de uno y otro está ya más que asentada.
Los dos disponen y dejan tras de sí un amplio e intenso bagaje de obras. Si Goytisolo se dio a conocer en 1954 con Juegos de manos y Marsé en 1960 con Encerrados con un solo juguete, ambos eclosionarían de modo firme y definitivo en 1966 con Señas de identidad y con Últimas tardes con Teresa, respectivamente. Goytisolo, teniendo que luchar contra la censura, que le obligó a publicar en México no solo esa novela sino también la siguiente (Reivindicación del conde don Julián); ambas, junto a Juan sin Tierra, compondrían la trilogía Tríptico del mal. Después vendrían Makbara, Las virtudes del pájaro solitario y tantas otras, sin que olvidemos aquellos ensayos de primera hora, más o menos novelados, entre los que destacó Campos de Níjar. Juan Goytisolo ha sido siempre más crítico en sus análisis al tiempo que más experimentador en el campo de las formas sin perder por ello la referencia continua de los clásicos; de cierta manera, podríamos decir que es uno de nuestros últimos heterodoxos.
Juan Marsé ha sido, por su parte, esencialmente un narrador, quien nos ha mostrado con mirada agridulce los ambientes y los personajes de la España de posguerra (una posguerra larga) situados unos y otros en su Barcelona natal; es autor de una novela real, auténtica, alejada de la narrativa de fórmulas y trucos. Sus personajes, el Pijoaparte en primera línea, son todo un modelo. Resulta difícil establecer grados entre sus principales novelas, pues todas tienen algo que las hace imprescindibles (Si te dicen que caí, La muchacha de las bragas de oro, El amante bilingüe, Rabos de lagartija, etc.)
Los dos han recibido sus premios con naturalidad, casi con displicencia. Goytisolo declaraba que "a mi edad, ningún premio hace ya ilusión" y Marsé declaraba que creía que se lo darían a su amigo Pepe Caballero Bonald y pedía a los periodistas que dijeran que "el dinero del premio me lo gastaré en vino y mujeres". Con ello dan a entender que lo que hacen lo hacen desde el fondo de sus almas, sin esperar otro premio que el agradecimiento de sus lectores. Bien venidos sean premios de este cariz.

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