jueves, diciembre 18, 2008


VEDEGAMBRE
Algunos días, para matar el tiempo, o para entretenerlo, que es menos violento, Zalabardo y yo jugamos a las palabras cruzadas. Ayer mismo, en un momento del juego, a él no se le ocurrió otra cosa que componer, ayudándose de lo que ya había en el tablero, vedegambre. ¡Toma ya! Y no pongo la admiración porque sean diez letras y colocase todas sus fichas, con la consiguiente alta puntuación que obtenía, sino por la palabra en sí. Al final, casi se enfada a consecuencia de mi desconocimiento del vocablo. Rara vez he visto a una persona con mayor sentimiento de dignidad ofendida. De poco sirvió que yo terminara aceptando el término y pidiéndole excusas por sugerir que podía haber hecho trampa. Me obligó a levantarme y a consultarlo en el diccionario. Allí estaba; vedegambre: 'planta liliácea de flores blancas o verdosas y rizoma medicinal'. Otro nombre para esta planta es eléboro.
Si cuento todo esto no es por la anécdota en sí, sino por la extrañeza que en mí produjo su origen, ya que la palabra viene del latín medicamen, que significa tanto medicina como veneno. Y ya me picó la curiosidad y le pedí que me ayudara en una de esas búsquedas en que de vez en vez nos entretenemos los dos. El resultado obtenido es de verdad curioso pues descubrimos que vedegambre es pariente de medir, metro, luna, mes, médico, meditar, cómoda y otras más que no reproduzco. ¿Cómo es eso? A ver si lo expongo en no demasiado espacio.
Tomamos como punto de partida el Diccionario etimológico indoeuropeo de la lengua española, de Roberts y Pastor. En él encontramos que hay unas raíces me- y med-, 'medir' de las que proceden tanto el latín metior ( de donde nuestros medir, mesura o dimensión) como el griego métron, origen de nuestro metro. Pero resulta que tal procedencia es la que tienen también los términos griegos mén (latín mensis), 'mes' y méne, 'luna', lo que se explica por la antigua y universal forma de medir el tiempo por la luna (eso explica palabras tan aparentemente distantes como menisco, porque su forma es semejante a una luna menguante, o menopausia, literalmente 'cese natural del mes -menstruación- en la mujer').
A la misma fuente se remontan los términos latinos meditor, 'considerar', que es medir las consecuencias de un acto (derivado suyo es meditar); modestus, 'el que actúa con medida', origen de nuestro modesto; modero, 'mantenerse dentro de la medida', que es la base de moderar; y modus, 'medida, tamaño', que es de donde salen modo, moda, modular, molde, cómoda (a través del francés armoire commode), etc.
Y llegamos, por fin, al elemento del que ha partido toda esta disquisición. La misma raíz indoeuropea de la que hablamos explica el vocablo latino medeor, que significa 'cuidar, tratar, curar'; esa es la etimología directa de médico, medicina (ars medicina), 'ciencia médica'), remedio (remedium, 'cura') y vedegambre (medicamen, 'medicamento, droga, veneno').
La evolución desde el término latino al castellano refleja un hondo proceso fonético de carácter popular que renuncio a explicar para no incurrir en más erudición de la imprescindible. Solo diré que si bien el paso m>v es más complejo, pues supone una alteración en el modo de articulación (como el que hay entre mimbre/vimbre o, al revés, entre albóndiga/almóndiga), la conversión amen>ambre es bastante común en nuestra lengua, como lo atestiguan las palabras enjambre, estambre, raigambre, velambre o la propia hambre.
Cuando terminamos con esta chocante búsqueda y le propuse continuar el juego, Zalabardo se negó en redondo y dijo que antes de volver a jugar conmigo a semejante entretenimiento yo debería hacer un serio examen de conciencia y prometer, además, que nunca más manifestaría dudas acerca de la limpieza de su actuación en cualquier clase de juego. Se le veía ufano y, más que ofendido por mi comportamiento, contento como un niño pequeño que se ve vencedor en una lid de la que casi siempre se ha sentido, aunque en realidad no sea así, comparsa. Pero no me molesta, porque otras veces yo he actuado respecto a él de la misma forma.
La semana próxima ya es Navidad. Como son días de bastante relación familiar, Zalabardo y yo suspendemos momentáneamente la agenda y la reanudaremos tras las fiestas. En su nombre y en el mío, muchas felicidades a todos lo que amablemente nos siguen.

lunes, diciembre 15, 2008


ENERGÚMENOS
La palabra que da título al apunte de hoy, energúmeno, tiene ascendencia griega y designa, etimológicamente, a la 'persona que está poseída por un demonio'. Por extensión, designa también a la 'persona furiosa, alborotada'. Hasta ahí llega el diccionario de la Academia, aunque el de María Moliner avanza un poco más. En efecto, añade que energúmeno es también la 'persona que grita mucho' e incluso 'la que se expresa con violencia o con extremismo'. Zalabardo, acogiéndose a esta última definición, me dice que entre nuestros políticos hay muchos que son así. Lo dice porque hace unos días hablábamos de los excesos verbales a que hemos asistido durante la primera quincena del mes de diciembre, con el agravante de que tenían lugar, todos ellos, en actos públicos.
El lunes día 1, un tal Pedro Castro, alcalde socialista de Getafe y, para mayor inri, presidente de la Federación Española de Municipios y Provincias, no se cortaba un pelo al lanzar al aire esta pregunta: "¿Por qué hay tanto tonto de los cojones que vota a la derecha?" El sábado día 6, el diputado por Esquerra Republicana de Catalunya llamado Joan Tardà, se cortó aún menos al gritar a los cuatro vientos, mientras se quemaba un ataúd que representaba a la Constitución que permite que él sea lo que es, "¡Muerte al Borbón!" Quien se dice ser Isaac Valencia, de Coalición Canaria, alcalde de La Orotava, hacía gala de su talante solidario e integrador al quejarse públicamente de que "las Islas están a merced de que el moro venga un día y nos lleve por delante". Y, para que haya representación suficiente del espectro político del país, don Manuel (en España hay dos don Manuel: Ruiz de Lopera, dueño del Betis, y Fraga, del PP, que es de quien hablo) responde hace unos días, cuando se le pregunta cómo habría que ponderar el cambio de sistema electoral para que los nacionalistas tuvieran menos peso, que "habría que ponderar colgándolos de algún sitio".
Ya no quiero entrar en el hecho de que estas cuatro personas, como otras muchas de igual laya que pululan por ahí, debieran pensar que, en cuanto cargos electos que son, representan a toda la ciudadanía, incluidos aquellos que no los han votado expresamente a ellos, y por lo tanto les deben todo el respeto y consideración del mundo. Y digo los cuatro pese a que el alcalde canario se refiera a personas que no son ciudadanas de nuestro país. Porque, además, resulta que sus puestos y sus sueldos están siendo sufragados por todos los ciudadanos y no solo por su parcela específica de votantes. Pero, por desgracia, muchos de esos cargos públicos se parecen a aquel profesor a quien, después de haber salido elegido miembro de un Consejo Escolar, se le pidió que defendiera los intereses de los profesores a los que representaba y tuvo la desfachatez de responder que él solo representaba a los que lo habían votado.
Quiero decir que, más que ese mero hecho de a quiénes representan y por quiénes han sido elegidos o quiénes son los que les están pagando, lo que me preocupa es el síntoma de mala educación, de violencia verbal, y de la otra, que sus conductas reflejan. Además de su poco espíritu democrático. No me vale que alguien saque a relucir la excusa de la libertad de expresión porque nadie puede ampararse en ella para cometer tales desmanes. Se puede ser de izquierdas, pero tal adscripción no permite llamar "tontos de los cojones" a los votantes de derechas; como la circunstancia de ser republicano no es razón para gritar "¡Muerte al Borbón!". Cuanto más, si se ostenta un cargo derivado de la manifestación del pueblo soberano en las urnas. Y lo mismo digo de los otros casos.
También puede que haya quien mencione que todos, no estoy seguro si don Manuel también, han pedido disculpas. A mí, al menos, no me valen tales excusas. Y Zalabardo dice que a él tampoco; ¡a buenas horas, mangas verdes! Lo correcto, lo digno y consecuente, sería que estos señores, por lo que son, además de disculparse renunciasen a sus cargos y se marcharan a sus casas (por bocazas, por energúmenos), donde podrían reflexionar, ya que no lo hicieron antes, sobre las consecuencias de sus palabras. Y si sus partidos los disculpan es que no merecen ser votados.
Me enseña Zalabardo el libro Más de 21 000 refranes castellanos, compuesto por mi paisano Francisco Rodríguez Marín en 1926. Me lo abre por una página en la que, con el dedo, me señala uno que dice: Habla convenientemente o calla prudentemente. Yo, a mi vez, le muestro un volumen de la obra Oráculo manual y arte de prudencia, que publicó Baltasar Gracián en 1647. Es una colección de trescientos aforismos glosados, de donde elijo el numerado como 160: Hablar con prudencia. Con los competidores por cautela; con los demás por decencia. Siempre hay tiempo para soltar las palabras, pero no para retirarlas. Hay que hablar como en los testamentos: cuantas menos palabras, menos pleitos. Uno debe practicar en lo que no importa para cuando sí importe. El secreto parece algo divino. El que habla con facilidad está cerca de ser vencido.
Sugiere Zalabardo que los políticos deberían someterse antes de ocupar cualquier cargo a un curso de buenas maneras en el hacer y en el decir. No me parece que sea mala idea, ¿pero qué haríamos con los que no lo superasen?

viernes, diciembre 12, 2008

MELINDRES

Hay palabras cuya historia resulta complicada de contar, como pasa con el término melindre, de origen incierto. Si bien puede parecer que la palabra se nos cuela a causa de Los melindres de Belisa, yo la conocía antes de haber leído la comedia de Lope de Vega porque mi madre la utilizaba mucho, aunque con un sentido diferente. Y ayer, ahora contaré por qué, me vino de nuevo a la cabeza. El diccionario académico dice que significa 'fruta de sartén, hecha con miel y harina'. De ahí, por lo empalagosa que resulta, llega más tarde a significar 'delicadeza afectada y excesiva en palabras, acciones y ademanes'. Hasta ahí, el diccionario no se separa de lo que ya decía el de Autoridades, de 1734. Pero el María Moliner recoge otra acepción, que es la que yo recuerdo de mi madre: 'aprensión, física o moral, exagerada o afectada'; y la considera sinónima de remilgo. Melindre se suele utilizar más frecuentemente en plural, en la expresión tener melindres, o en su forma adjetiva, ser melindroso.
Ayer, mientras desayunábamos, preguntaba a Pablo Cantos por su última realización cinematográfica y ya hablamos de cosas diversas: si las sensaciones de un director de cine al acabar su película son semejantes a las de un escritor que acaba su libro o de naturaleza diferente, de las relaciones con los productores, de los problemas de trabajar con animales y cosas así. Yo le planteé en un momento el caso de las escenas con pájaros, pensaba en la película de Hitchcock, fuera de lo que son los efectos. Incluso, mientras él me lo explicaba, me vino a la cabeza preguntarle por los problemas que podría reportar la repetición de ciertas escenas en el rodaje de películas eróticas y/o pornográficas. Pero no lo hice; sentí cierta especie de aprensión, tuve remilgos. En fin, fui melindroso.
Porque tengo que reconocer que nunca he sentido una especial atracción por ese tipo de cine. Lo que ya no sé explicar es la razón, aunque pudiera ser consecuencia de una moral de época o de una educación en un colegio de frailes, donde se nos inculcaba una moral muy rígida en todo lo concerniente con la sexualidad y que se veía acompañada de frecuentes ejercicios espirituales. Bien es verdad que, superado eso, siguen sin gustarme esas películas. Zalabardo, por su parte, no tiene reparos en reconocer que, de vez en cuando, alquila alguna película en el videoclub o ve la que proyecta Canal + la noche de los viernes. A mí, repito, no me llaman especialmente la atención, sin que eso signifique que las rechace. Hace mucho tiempo, aún estaba en Sevilla cursando mis estudios universitarios, en España se inventó aquello de las Salas de Arte y Ensayo, que eran una excusa para proyectar cine de poca aceptación en las salas comerciales. En Sevilla, el cine Felipe II era uno de aquellos; allí se podía ver desde El séptimo sello, de Bergman, hasta el espanto más inimaginable. Eran aquellos cines una especie de cajón de sastre, un modo de dar entrada a lo que la censura no consentía o poner películas que carecían de acogida por parte del gran público. En aquel cine vimos, porque fuimos casi todo el curso en pandilla, Helga, el milagro de la vida, película que trataba de la concepción de un ser humano desde el coito hasta el momento mismo del parto. Nunca en nuestro cine se habían visto escenas como la de aquella cinta, que fue permitida, se decía, en razón de su alto valor documental y educativo. Yo la recuerdo como un bodrio.
Más tarde se pondría de moda lo del turismo cinematográfico. Los españoles íbamos a Francia por tres razones y a tres destinos diferentes: a París, como viaje de novios; a Lourdes, por cuestiones de fe; y a Perpiñán, para ver películas que aquí no se podían ver y solo se proyectarían en nuestros cines años después. Fue la época de El último tango en París, de Emmanuelle, de Historia de O o de El imperio de los sentidos. Luego, cuando se abrió un poco la mano, nuestra contribución al cine erótico fue aquella turbamulta de películas, tan distintas a las anteriormente citadas, protagonizadas por Esteso, Pajares y compañía y la excusa de algunas de nuestras actrices de que solo se desnudaban cuando lo exigía el guión. Esto pudo hacer que aumentaran mis melindres hacia el cine erótico-pornográfico. Vino entonces el destape, con aquella primera muestra de de un desnudo integral frontal femenino que protagonizó María Jesús Cantudo en La trastienda. La siguieron Nadiuska, Blanca Estrada y otras más. Y, por fin, las Salas X. Por aquellos años, poco más o menos, debió nacer Nacho Vidal, estandarte del porno español.
Me dice Zalabardo que para no ser aficionado sé muchos datos y le respondo que una cosa es estar informado y otra muy diferente ser aficionado. Quede claro que no tengo nada ni contra este cine, ni contra quienes son asiduos a él. Simplemente, no me atrae, como tampoco me atrae, si ello sirve para aclarar cuál es mi actitud, el cine de Woody Allen, salvo en películas muy concretas. Y no tengo nada contra sus forofos.
Me pide Zalabardo que, para terminar con una sonrisa, cuente el chiste que, con frecuencia, solía contar Juan Ruiz, otro gran amante del cine: Hablaban dos paletos y uno le decía al otro: "¡Vaya, hombre, ahora que he aprendido a decir pinícula, resulta que se dice flin!".

martes, diciembre 09, 2008

VÍCTORES Y PINTADAS


...tienen en sus cortezas
grabadas iniciales que son nombres
de enamorados, cifras que son fechas.
(Antonio Machado)

Hay quienes piensan que el víctor (o vítor) pertenece a la simbología franquista, cosa que no es verdad. En realidad, esa combinación de las seis letras de la palabra latina victor, vencedor, era la marca, en color rojo, que dejaban en las paredes de las antiguas universidades los estudiantes que alcanzaban el grado de doctor. Lo podemos ver en Salamanca, lo podemos ver en Baeza. En las columnas del patio del instituto en que yo estudié, que antes fue Universidad, aunque de rango menor, y que ahora acoge los estudios de enfermería, fisioterapia y empresariales, se pueden reconocer aún los grabados que en ellas dejaron quienes terminaban sus estudios.
En muchos pueblos, me recuerda Zalabardo, cuando aún existía el servicio militar obligatorio, había un lugar, generalmente un muro, donde cada reemplazo de mozos dejaba su impronta: ¡Vivan los quintos del 62!, por ejemplo. De siempre, ya lo vemos en los versos de Machado, los enamorados han dejado la manifestación de su pasión amorosa en forma de iniciales y fechas en la corteza de los árboles. Yo he tenido la dicha de pasear por esas riberas de las que el poeta habla y he visto los centenarios chopos con sus cortezas repletas de iniciales y fechas.
Pero en todos los casos que menciono se daba un elemento común: el soporte que acogía esas pintadas o grabados venía siempre determinado. Hoy, esto se ha desmadrado y ya no hay respeto por ningún muro, ni suelo ni escultura capaz de librarse de las pintadas. Algún soporte puede ser justificado, como la chimenea de una antigua y ya inexistente fundición malagueña que durante años ha servido para mostrar el amor que alguien sentía hacia Mónica. Y del mismo modo que los grafiteros no distinguen a la hora de escoger un soporte, tampoco se repara en el tipo de las pintadas. ¿Se habrá propuesto alguien hacer una clasificación temática de esta nueva muestra de decoración urbana, si se le puede dar tal nombre a la dichosa moda de emborronar las paredes de las ciudades?
Porque las hay para todos los gustos, según pudimos comprobar Zalabardo y yo paseando por las calles de Málaga. Las hay que encierran toda un declaración amorosa, como la que que ocupa uno de los bancos de los jardines que se abren junto a la calle Walt Whitman; dice, en una peculiar ortografía y reflejando la fonética malagueña: CANÍO TE KIERO. Otra, en la calle Pozos Dulces, es casi tan explícita como la anterior, aunque oculte el nombre de la persona destinataria del mensaje: ¿OYES LO MUCHO QUE TE KIERO? Por fin, una tercera, escrita sobre la pared de uno de los accesos que bajan desde el Pasillo de Santo Domingo hasta el cauce del río, recupera el estilo clásico: J y E 4-5-08.
Pero no todas son de esta naturaleza. Algunas, Málaga es ciudad cosmopolita, están redactadas en inglés: VANILLA ICE BY SAM, se lee sobre la boca cegada de uno de los pasos subterráneos de la Avenida de Andalucía. Y en la calle Pozos Dulces se puede contemplar un escueto OLD SCHOLL. Numerosas son también las reivindicativas, como la que dice: LIBERTAD PARA LOS PRESOS ANARQUISTAS o la que, en calle Cisneros, pide una ANDALUCÍA NACIÓN. Algunas son son todo un manifiesto; en la Plaza de la Merced podemos echar un rato de lectura con la que declara CONFORMISTAS VAIS A LLORAR LÁGRIMAS DE SANGRE. ESPAÑA SE ESTÁ QUEDANDO SIN ESPAÑOLES. Se supone por dónde va quien ha escrito esto. También vimos una que refleja algo de empanada ideológica, como la que, en la calle Segura, por detrás de El Corte Inglés, muestra un lacónico SKINGIRL acompañado de una cruz gamada, la hoz y el martillo y la A encerrada en un círculo.
Encontramos otras misteriosas: PG ES EL FUTURO. ¿A qué se podrá referir? Otra resulta hasta inquietante; está en la calle, creo que se llama así, Ministerio de la Vivienda y nos echa en la cara SOIS CARNE DE GULAG. ¿Y las surrealistas?: LOS ETARRAS COMEN EN MCDONALDS, se supone que escrita por alguien que prefiere el Burger King. Y en Pozos Dulces otra vez, esta calle está inundada de pintadas, hay una que podríamos llamar minimalista (no solo por la pequeñez de la letra con que está escrita, ya que hay que acercarse para leerla), y a la vez cínica: YO ME DEDICO A DAR POR CULO (A LA GENTE).
Pero, en este ámbito de transgresiones de todo tipo que suponen las pintadas callejeras, Zalabardo me pide que deje para el final la redactada sobre la puerta de una casa de la calle Marquesa de Moya, frente al teatro romano, que, una vez descifrada la complicada caligrafía y las abreviaturas utilizadas, nos dice: LA PAZ SEA CON VOSOTROS Y CON VUESTRO ESPÍRITU. El autor habrá jodido la puerta sobre la que escribe, aunque, al menos, expresa buenos sentimientos.

viernes, diciembre 05, 2008


OTRO MANIFIESTO
En los primeros días del pasado mes de noviembre salió a la luz otro manifiesto, firmado por profesionales de la enseñanza, cuyo objetivo es analizar una serie de opiniones bastante extendidas sobre el mundo de la educación y la enseñanza. Lo firma la Red IRES (Investigación y Renovación Escolar) y tiene por título No es verdad, pues sus autores comienzan con esa frase cada uno de los párrafos, en los que intentan desmentir asertos que se vienen repitiendo. Ha sido Zalabardo quien me ha llamado la atención sobre el mismo al hacerme notar una pequeña información alusiva sobre el mismo en la prensa. Luego me he metido en internet para enterarme de su contenido y, al mismo tiempo, saber algo de quienes integran la Red IRES.
Son un colectivo surgido hace unos treinta años que pretende, su nombre lo dice, una renovación del mundo de la enseñanza rompiendo con todos aquellos males que, opinan, este mundo arrastra. Se declaran admiradores de una serie de pedagogos de prestigio y de instituciones que, en su momento, se plantearon la misma misión renovadora.
En cuanto al contenido del manifiesto, creo que presenta ideas válidas (por cierto, condenan los incentivos vinculados al rendimiento de los alumnos) junto a otras que no lo son tanto (por ejemplo, defienden la bondad de la Logse) o que, en algunos aspectos, incluso hacen planteamientos contradictorios. Por ejemplo, comienzan diciendo que van a tratar de derribar creencias que no son acordes con la realidad, aunque dicen que tales creencias son ampliamente defendidas en ámbitos literarios, intelectuales y universitarios; si tantos son los que las defienden, digo yo que no será tan escaso su valor. En la exposición de argumentos, afirman que no es verdad que hoy no se valore el conocimiento y que se siga una práctica que abandona el esfuerzo, que hayan bajado los niveles de exigencia, que los alumnos de hoy son peores o que los docentes tengan un exceso de formación pedagógica pero déficit en la formación de contenidos.
En el desarrollo de cada apartado afirman, sin embargo, que los alumnos de hoy tienen grandes dificultades para comprender, que se comprueba que en cada nivel es claramente observable la debilidad de sus conocimientos, que si los jóvenes son como se denuncia es por culpa de una sociedad que expande la cultura del éxito fácil, el triunfo y la superficialidad y que los jóvenes son el reflejo de una sociedad hipócrita; además, añaden, la falta de respeto, el acoso, la violencia han existido siempre, solo que hoy son sobredimensionados por un periodismo sensacionalista. Por fin, que los males de la enseñanza actual radican en que los enseñantes practican un sistema tradicional y desfasado. Mala cosa si concluimos que los males de la educación son culpa de los periodistas y los profesores.
Pudiera parecer que todo en este manifiesto lo veo negativo, pero no es así; se cierra con la exposición de diez principios orientadores de la escuela que el colectivo defiende y que considero que pocos enseñantes rechazarían: todo el interés se pone en el estudiante, se defienden contenidos, metodologías y recursos modernos y variados, se solicita que haya profesores con formación acorde y se promueve la corresponsabilidad. De todas formas, mi consejo es que debe leerse el manifiesto, que es fácilmente accesible (solo hay que entrar en http://www.redires.net), y que cada uno forme su propia opinión.
Pero hay otro aspecto en el documento que es el que de verdad encuentro criticable: su redacción excesivamente complaciente con la corrección política y con el deseo, tan de hoy, de "evitar" un lenguaje sexista. Si se supone que los enseñantes somos una parte importante de la transmisión de la cultura y de la lengua que le sirve de sustento, deberíamos ser más cuidadosos en el empleo que de ella hacemos. Vamos con unos ejemplos.
El texto abusa de los dobletes del tipo madres y padres, alumnos y alumnas, hijos e hijas o niños y niñas. Digo lo que ya he mantenido otras veces; aunque el recurso sea estilísticamente feo, pesado para la lectura e incorrecto de acuerdo con la norma, podríamos pasarlo si quien lo defiende fuese consecuente en su uso. Y me explico: si hablamos de madres y padres no podemos decir luego que están preocupados, sino preocupadas y preocupados; si nos referimos a los alumnos y alumnas, no podemos hablar luego solo de los estudiantes (¿qué pasa con las estudiantes?) y menos aún compararlos con los de antes (¿y las de antes?)
Como los defensores de esa diversificación genérica a ultranza en la lengua son conscientes de la pesadez del recurso, tratan de solucionarlo recurriendo a términos colectivos: así, en el manifiesto aparece a troche y moche ciudadanía en lugar de ciudadanos, intelectualidad en lugar de de intelectuales, alumnado en lugar de alumnos o marginalidad en lugar de marginados. Lo malo es que ciudadanía, intelectualidad o marginalidad no son, en principio, sustantivos colectivos sino abstractos. Ya sé que tanto el diccionario de la Academia como el de María Moliner van dando entrada a estos usos y que no hace mucho yo mismo defendía el cambio semántico como fenómeno natural; lo que ocurre es que, en estos casos, me parece que todo es demasiado artificial y forzado y se producen cambios que no son enriquecedores sino todo lo contrario.

martes, diciembre 02, 2008

DOS PREMIOS
Los premios, la mayoría de ellos y en particular los literarios, provocan como inmediato efecto el de hacernos recordar a aquellos a quienes no se los han dado y consideramos merecedores de los mismos, me decía Zalabardo el pasado viernes, mientras leíamos el periódico. Quise contestarle que no siempre es así y que tal opinión supone menospreciar a los ganadores. Porque coincido con él en que es verdad que existen algunos galardones que huelen un poco a montaje y a toma de precauciones para que el premio recaiga sobre persona de renombre, aunque sea solo mediático, para que no se vaya al garete el negocio esperado con la venta de los libros; eso pasa, no lo aseguro tajantemente, aunque lo sospecho, con el Planeta. Pero esta vez, le dije, creo que estos premios son justos.
Hablábamos del Nacional de las Letras y del Cervantes. Este segundo arrastra el sambenito de que cada año debe recaer sobre alguien de cada lado del Atlántico (aunque eso no sea exacto) pero me parece que, aun así, al menos este año podemos confiar en su justicia. Cuando se hizo público que el primero de ellos se concedía a Juan Goytisolo, no faltó quien considerase que era un reconocimiento menor porque le venía mejor el Cervantes. Pero cuando ha trascendido que este segundo "le ha tocado", como él dice, a Juan Marsé, al menos yo he pasado a pensar que tanto monta, puesto que los dos catalanes son merecedores de cualquiera de los dos galardones máximos de nuestra literatura.
Pero hay más. Le comento a Zalabardo que pareciera que esta vez se ha querido de algún modo premiar a toda una generación de escritores, tal como sucediera con el Nobel otorgado a Aleixandre, que se entendió como extensivo a aquella gran generación que fue la del 27. Porque Juan Goytisolo y Juan Marsé (o Marsé y Goytisolo) son posiblemente los representantes señeros de la que se denominó Generación del 50, que otros llamaron de los niños de la guerra. Aquellos jóvenes que se dieron a conocer a partir de 1950 y, aún mejor, a partir de 1960, constituyeron un grupo compacto que dio grandes nombres al teatro, a la poesía y a la novela. Si, en atención a los premiados ahora, nos fijamos únicamente en los prosistas, debemos decir que, en cierto modo apoyados en la senda que pocos años antes abrieran Cela y Carmen Laforet, cultivaron lo que se denominó novela realista del medio siglo. Claro que este realismo ofrecía dos tendencias: el llamado realismo objetivo, preocupado tan solo por dar una visión más neutra y menos comprometida de la realidad (Aldecoa, Ana María Matute, Carmen Martín Gaite, Jesús Fernández Santos, etc.) al que se enfrentó el llamado realismo social, que no conforme con ofrecer lo que bien podemos obtener con una fotografía, añadía un análisis crítico de la realidad observada (López Pacheco, Antonio Ferres, José Manuel Caballero Bonald, Juan Marsé, Juan Goytisolo, etc.) A ellos, digo, podrían extenderse los premios que ahora han recaído sobre Goytisolo y Marsé.
Estos dos autores, catalanes ambos y cultivadores de la mejor prosa en lengua castellana, son ejemplo y espejo en el que deberían mirarse tantos de aquellos que se enzarzan en estúpidas batallas lingüísticas y literarias al amparo de un mal entendido nacionalismo. Porque, además, los dos se confiesan alejados de cualquier corriente nacionalista. Si alguien pensara, por otro lado, que los premios les llegan tarde (Goytisolo nació en 1931 y Marsé en 1933) piénsese que la literatura, como el buen vino, necesita tiempo para decantarse y adquirir solera, para demostrar que no es un producto de un momento circunstancial sino que ha adquirido un valor que solo se concede a los llamados a convertirse en clásicos de las letras del país a que pertenecen. Y la obra de uno y otro está ya más que asentada.
Los dos disponen y dejan tras de sí un amplio e intenso bagaje de obras. Si Goytisolo se dio a conocer en 1954 con Juegos de manos y Marsé en 1960 con Encerrados con un solo juguete, ambos eclosionarían de modo firme y definitivo en 1966 con Señas de identidad y con Últimas tardes con Teresa, respectivamente. Goytisolo, teniendo que luchar contra la censura, que le obligó a publicar en México no solo esa novela sino también la siguiente (Reivindicación del conde don Julián); ambas, junto a Juan sin Tierra, compondrían la trilogía Tríptico del mal. Después vendrían Makbara, Las virtudes del pájaro solitario y tantas otras, sin que olvidemos aquellos ensayos de primera hora, más o menos novelados, entre los que destacó Campos de Níjar. Juan Goytisolo ha sido siempre más crítico en sus análisis al tiempo que más experimentador en el campo de las formas sin perder por ello la referencia continua de los clásicos; de cierta manera, podríamos decir que es uno de nuestros últimos heterodoxos.
Juan Marsé ha sido, por su parte, esencialmente un narrador, quien nos ha mostrado con mirada agridulce los ambientes y los personajes de la España de posguerra (una posguerra larga) situados unos y otros en su Barcelona natal; es autor de una novela real, auténtica, alejada de la narrativa de fórmulas y trucos. Sus personajes, el Pijoaparte en primera línea, son todo un modelo. Resulta difícil establecer grados entre sus principales novelas, pues todas tienen algo que las hace imprescindibles (Si te dicen que caí, La muchacha de las bragas de oro, El amante bilingüe, Rabos de lagartija, etc.)
Los dos han recibido sus premios con naturalidad, casi con displicencia. Goytisolo declaraba que "a mi edad, ningún premio hace ya ilusión" y Marsé declaraba que creía que se lo darían a su amigo Pepe Caballero Bonald y pedía a los periodistas que dijeran que "el dinero del premio me lo gastaré en vino y mujeres". Con ello dan a entender que lo que hacen lo hacen desde el fondo de sus almas, sin esperar otro premio que el agradecimiento de sus lectores. Bien venidos sean premios de este cariz.

viernes, noviembre 28, 2008


APARIENCIAS ENGAÑOSAS

Bien es verdad lo que suele decirse de que las apariencias engañan y no debemos emitir juicios precipitados. Zalabardo me lo repite a cada momento y, aunque procuro hacerle caso, lo cierto es que en bastantes ocasiones me precipito. Sirva de ejemplo la anécdota sucedida el fin de semana pasado. Estábamos en Istán por el mero hecho de dar un paseo. Sabéis que me gusta el senderismo y que salimos con frecuencia. Pero este sábado del que hablo, una de las personas del grupo no se encontraba muy en condiciones y decidimos limitarnos a un recorrido breve. Por la mañana caminamos en dirección al nacimiento del río Molinos por el que llaman Paseo de los Chaparros, lo que aprovechamos para coger un puñado de bellotas, que estaban muy en sazón. El nacimiento se encuentra en el primer tramo del camino que une Istán con Monda y daba gusto ver la cantidad de agua, clara, dulce y fresca, que manaba entre las peñas. Este nacimiento recuerda un poco al del río Genal, en Igualeja.
Después de comer, nos dirigimos por el Paseo de los Laureles hacia el mirador de las Herrizas y, desde allí, bajamos hasta la cola del Embalse de la Concepción, que retiene las aguas del río Verde. Pero, entre uno y otro paseo, aprovechamos para comer, que era la primera idea que nos había conducido a Istán, pueblo blanco y limpio como pocos. Preguntamos y nos recomendaron el restaurante El Barón; no fue mala recomendación, pues disfrutamos de unas berenjenas rellenas y unos lomos de bacalao que estaban realmente ricos.
Parece mucho exordio este para el asunto de hoy, pero confío en que no aburra. La cosa fue que, en el restaurante, entró una pareja de mediana edad y ocupó una mesa junto a la nuestra. Se les acercó el camarero, revisaron la carta e hicieron su petición. El camarero les sirvió unas cervezas, unas aceitunas y el pan. Entonces, no habían transcurrido ni cinco minutos, los dos se levantaron de manera precipitada, pagaron las cervezas que apenas habían consumido y salieron con muchas prisas. Después de que salieran, el camarero hizo, con intención de que lo oyéramos, un comentario irónico: "Por lo visto, le habrán parecido caros los platos". La cosa podía haber quedado ahí, pero nosotros no resistimos la tentación de imaginar teorías, a cual más peregrina, de lo sucedido. Sin embargo, apenas veinte minutos después, ambos reaparecieron y volvieron a ocupar el lugar de antes. Ni que decir tiene que nos corroía la curiosidad. Y, como ya digo que estábamos mesa con mesa, pudimos oír la explicación que dieron al camarero: se habían dado cuenta de que habían perdido las llaves de su casa y decidieron salir con urgencias a buscarlas. Y las encontraron. Tras eso, comieron con toda tranquilidad. El camarero se podía haber evitado su cáustico comentario y nosotros todas las teorías que montamos sobre el caso.
Con los pronombres personales átonos españoles pasa también que las apariencias nos engañan y los utilizamos mal, en ocasiones, no tanto por desconocimiento cuanto porque interpretamos mal su función. Sobre todo pasa lo que digo con los de tercera persona (lo, la, le y sus plurales). Creo que es porque como estos pronombres anticipan algo que aún no se ha dicho o reproducen algo que ya apareció antes, muchas veces los desligamos de su referente y ya metemos la pata. Por ejemplo, el camarero, según cuento arriba, dijo: *le habrán parecido caros los platos; como su referente es a ellos, debería haber dicho les habrán parecido caros los platos, que es lo correcto. Pero, en estos caso, se tiende a usar el pronombre en singular.
Alguien podría achacar el error a la, previsible, poca formación lingüística del camarero. Pero mira por dónde, yo mismo, y eso que reviso detenidamente lo escrito para evitar precisamente faltas de tal calibre, escribí el otro día: *la amistad y el cariño la derivan de otras fuentes, con lo que la concordancia la hago con amistad, con descuido de que los referentes son dos, amistad y amigo y, por ser cada uno de un género, y aun yendo ambos en singular, la concordancia debe ser en masculino plural: la amistad y el amigo los derivan de otras fuentes. En la crónica de la reciente final de la copa Davis de tenis se podía leer: *a su carrera, quizás también a sus compañeros, le ofreció Verdasco el triunfo obtenido; otra vez los referentes son dos, carrera y compañeros, por lo que se debería haber usado les. Y, hoy mismo, hace un rato, en una información sobre el socavón del metro sevillano que se ha engullido un quiosco, se lee: *el accidente que estuvo a punto de costarle la vida a una mujer y a su hija. Nuevamente vemos que se debería haber escrito les.
Descuido de prisas periodísticas, dirá alguien. No estoy tan seguro porque incluso en textos tan cuidados como los literarios se dan más de dos y más de tres casos de estos. Y en el lenguaje coloquial, construcciones del tipo *le dije de inmediato a mis amigos son frecuentes. Me dice Zalabardo que si nosotros caemos en el error con el complicado sistema de los pronombres personales en nuestra lengua (es la única categoría que conserva el esquema de la declinación latina, con formas diferentes según el género, el número y la función), qué harán los extranjeros cuando se enfrentan a él. Pues tiene razón.

lunes, noviembre 24, 2008


¿AL ENEMIGO, NI AGUA?
Hace días que vienen apareciendo en los medios informaciones, análisis y opiniones sobre nuestro sistema educativo. El último informe de la OCDE supone un serio toque de atención sobre la situación en ese campo y deja ver que nos hallamos, desgraciadamente, a la cola de Europa. Otro día, en una entrevista, Fernando Reimers, experto en educación y evaluación, catedrático en Harvard, denuncia que es preocupante que España tenga un 30% de fracaso escolar. Y, ayer mismo, leía un editorial de El País sobre el asunto en el que se instaba a dejar los planteamientos partidistas y obtener un consenso para solucionar el problema. Entre otras cosas, decía que bastaría con que los partidos que gobiernan en la capital y en las distintas autonomías dejaran de zarandear la educación con vistas a obtener ventajas electorales; y terminaba diciendo: Hay pocos asuntos de importancia estratégica que exijan una colaboración leal entre las fuerzas políticas. La educación es uno de ellos [...] Parece llegado el momento de cooperar sin reticencias para conseguir jóvenes mejor formados.
Y, mientras, nosotros tirándonos los trastos a la cabeza. Miremos el conflicto entre dos profesores universitarios que ha concluido con que uno de ellos, el poeta Luis García Montero, ha decidido abandonar la Universidad granadina. O la polémica, agria, que, muy a mi pesar, se organizó con uno de los apuntes recientes de esta agenda. En él, el núcleo no era otro sino plantear exactamente lo mismo que El País recogía ayer. Pero hubo quien quiso poner el énfasis en otro aspecto que para mí no era más que una mera anécdota.
Le pregunto a Zalabardo por qué hemos de estar así tan a menudo, dando importancia a lo que nos separa y despreciando lo que nos une. Y Zalabardo me responde que la polémica de que me quejo no es más que una pequeña muestra de la falta de ecuanimidad de la que pecamos, de nuestra casi constante propensión a polarizarlo todo. La dificultad de la ecuanimidad, de la imparcialidad de juicio y de criterio, la vemos, continuaba diciendo Zalabardo, en el modo en que aceptamos las críticas, o mejor, en el modo en que nos negamos a asumirlas (y sálvese quien pueda). Porque lo más grave no es que nos cueste aceptarlas, sino que demos en el pensamiento de que quien nos critica ha de ser, por fuerza, enemigo y lo hace por la inquina que nos tiene. Se nos hace difícil asumir que una persona de la que no nos separen insalvables divergencias pueda estar sujeta a nuestra crítica, y a la inversa. Me parece que entre nosotros está muy extendido eso de que quien no está conmigo está contra mí. No hay más que pensar, por ejemplo, en algunas tertulias de radio y televisión.
También sucede que en ocasiones tendemos a dolernos del otro, sentimos que lo suyo pueda ser mejor que lo propio (aunque no lo sea), lo que nos impide emitir juicios imparciales. Todo ello se manifiesta de numerosas y variadas formas. Adoptamos una constante guardia frente a quienes nos rodean (por lo que hacen, por lo que dicen, por lo que son). Basta que alguno exponga un argumento, da igual el asunto, para que surjan por doquier quienes traten de echarlo por tierra. Bastaría que yo dijese, por ejemplo, que mientras escribo estoy escuchando música de los Beatles para que alguien saltara agriamente con que donde se ponga la de los Rolling Stones que se quiten las demás. Y esto, no ya por dar valor a lo propio, sino por derribar lo del contrario. Pensemos, si no, en una figura como la de Adolfo Suárez; costaría encontrar a alguien que hiciera tanto (y no olvidemos de dónde venía) por normalizar la vida política de nuestro país en aquellos momentos tan difíciles como los albores de la transición. Pues aun así le dieron tortazos (y hay quien se los sigue dando) a diestro y siniestro, y nunca mejor dicho, porque le sacudieron estopa tanto los de la izquierda como los de la derecha, y acabó por ser abandonado y repudiado por los del centro, que se supone que eran los suyos.
Somos propensos, casi sin remisión, a la polarización, a colocarnos en posiciones antagónicas. No sé si el grito de "al enemigo, ni agua" lo habremos inventado nosotros, pero aunque no, se diría que va bien con nuestra personalidad, que podría definirnos. Un enemigo que nos lo creamos, incontables veces, de forma artificial y, por cierto, de manera bastante desahogada. Y con esas alforjas es difícil mantener los platillos de la balanza en equilibrio, el fiel en la vertical.
Cuando hablo de esto con Zalabardo, coincidimos en que tendría que ser normal aceptar la disparidad de opiniones, de puntos de vista, de defensa de sistemas de valores contrapuestos; eso no debe impedir la convivencia. Yo lo vi así la noche del viernes pasado. Lo malo es cuando, una vez conformada nuestra opinión, adoptado nuestro punto de vista, establecido nuestro sistema de valores, pretendemos imponerlos sobre los demás. Con lo fácil que sería, debería serlo, una relación pacífica con los demás en lugar de liarnos continuamente a garrotazos.
Ahora estaría bien que sonara Imagine, de John Lennon: Imagina a toda la gente viviendo la vida en paz.

viernes, noviembre 21, 2008


SOBRE ETIMOLOGÍAS Y SENTIMIENTOS
La etimología es una ciencia curiosa, atractiva y bonita. Ya sé que utilizar este adjetivo revela una actitud que puede ser cualquier cosa menos científica. Pero en esta agenda nunca hemos pretendido hacer ciencia sino trasladar hechos, comunicar emociones y opiniones, según los casos. Pero sigamos con la etimología. Para los antiguos, me refiero al periodo clásico, la etimología era la búsqueda del sentido 'verdadero' de las palabras porque ayudaba a averiguar la verdadera naturaleza de estas. Por supuesto, se partía de la opinión de que la forma de una palabra corresponde efectivamente y de manera natural a los objetos que designa. De esta manera, Platón podía explicar el nombre del dios Dionisos diciendo que procedía de didus ton oinon, 'el que da el vino'. Los latinos hacían derivar la palabra cadáver de ca(ro) da(ta) ver(mibus), 'carne dada a los gusanos'. San Isidoro, cuyas etimologías son las que más gustan a Zalabardo, hacía derivar la palabra amigo (volveremos sobre ella) de a(ni)mi cus(tos), 'el guardián del alma' o rey de re(cte) (a)ge(re), porque conduce con rectitud.
Ya en la Edad Media, la etimología era una búsqueda basada en la opinión de que todas las lenguas procedían de otra determinada que era la original; muchos decían, e incluso demostraban, que esta primera lengua era la hebrea. Pero en los tiempos modernos la etimología no se mueve por caminos tan sutiles, sino mucho más apegados a lo terrenal. Por eso, y aunque hay muchas tendencias, se limita a explicar la formación de las palabras a partir de la tesis de que estas están constituidas por unidades más recientes que se remontan a otras anteriores ya conocidas. Así, podemos decir que abordar se explica, en español, por la existencia de borde. El término anterior al que se remonta una palabra actual recibe el nombre de étimo.
Claro que la etimología no se para solo en esto. También nos puede ayudar a establecer las dependencias o relaciones de unas lenguas con otras, a constituir las llamadas familias de lenguas, es decir, aquellos grupos de lenguas que se han desarrollado a partir de un mismo origen. Y por eso se habla de la familia indoeuropea, de la camito-semítica, de la fino-ugria, etc. Y también nos ayuda, a veces, a comprender algo del espíritu de las diferentes lenguas. Porque las lenguas, incluso las de una misma familia, eligen caminos muchas veces difíciles de entender y explicar para decidir qué étimo ha sido el elegido como punto de arranque de las palabras que expresan un determinado concepto.
Veamos un ejemplo. Las lenguas de la rama románica y las de la rama germánica, ambas indoeuropeas, no se remontan al mismo origen para las palabras que expresan la noción de 'amor'. Así, hay una raíz indoeuropea, amma-, 'madre', que, por la extensión de la relación afectiva que hay entre la madre y los hijos, puede significar también 'amor'. De ahí proceden los términos latinos amor, amicus, amicitia, de donde salen, en español, amor, amigo, amistad. Igual sucede en francés (amour, ami, amitié), en italiano (amore, amico, amistà) o portugués (amor, amigo, amizade). Pero es que hay otra raíz indoeuropea, leubh-, que significa 'amar' y 'desear'. De ella se derivan el inglés love, el alemán Liebe o el neerlandés gelooven, formas que expresan 'amor', pues la amistad y el amigo la derivan de otras fuentes. Esta raíz, en español, nos ha dejado la forma libido, 'deseo sexual'. Derivar de aquí algún tipo de teoría pudiera ser arriesgado y yo no lo voy a intentar. Solo fijémonos en que en el dominio románico se ha preferido un término de naturaleza más sentimental, afectiva, mientras que en el germanismo ha prevalecido lo químico.
Pero hoy, ahora, lo que de verdad me interesa destacar aquí es que esta noche nos reunimos los compañeros ('los que comparten el pan') del instituto para cenar. ¿Motivo? Han querido celebrar de manera 'oficial' mi jubilación. Han decidido, mostrarme de esa manera su afecto, cariño y amistad. Yo pienso, se lo digo así a Zalabardo, que al hacer esto no me homenajean a mí, sino a cuantos vamos ya saliendo por la edad de este ámbito de la enseñanza. Y se homenajean también a sí mismos. Porque en nuestro terreno todos somos participantes de una carrera de relevos, cada uno es un eslabón de una cadena que no acaba nunca. Al llegar a esta situación, ninguno ha cubierto más que un hito de la carrera total; nadie ha llegado a la meta, porque a esa meta, afortunadamente, no se llega nunca. Siempre hubo alguien antes y siempre habrá alguien después. Y así como cada uno ha hecho perdurar lo que hizo el anterior, lo hecho por nosotros perdurará en quien venga detrás.
Esta noche, ante ellos, espero saber mostrarles el afecto, el amor y la amistad que por ellos siento. Un amor, un afecto y una amistad que no podrá ser tan grande como la que ellos muestran hacia mí.

martes, noviembre 18, 2008



LAS ISLAS DEL DÍA DE ANTES

Sir Sandford Fleming, ingeniero canadiense nacido en 1827, fue el creador del concepto del Horario Universal o Tiempo Universal y del sistema horario de veinticuatro horas correspondientes a los veinticuatro husos horarios, que se cuentan a partir del meridiano 0°, el de Greenwich. Cada huso, hacia el este, supone una hora más; esto significa que, en algún momento, no solo se cambiará de hora, sino también de día. Convencionalmente se admitió que la línea de cambio de fecha sería el meridiano 180°, el opuesto al de Greenwich. Por ello, moverse desde este meridiano hacia el oeste exige añadir un día al calendario, mientras que si nos movemos hacia el este habrá que restarlo. Con esto de sumar o restar fechas me he hecho siempre un lío, pero Zalabardo me lo explica de la siguiente manera: si yo estuviera ahora mismo sentado exactamente sobre el meridiano 180°, mirando hacia el polo norte y con un pie a cada lado de la línea, la mitad izquierda de mi cuerpo se encontraría, según el calendario, en día martes; pero mi mitad derecha se encontraría sobre día miércoles. Y me añade este otro ejemplo: si en Málaga fuesen ahora mismo las 14:00 pm del martes, en Tokio, que está al este, serían las 22:00 pm del mismo día; en cambio, en Nueva Zelanda, que está también al este pero ya pasada la línea del cambio de fecha sería la 1:00 am de un día después, miércoles. Confío en que Zalabardo no se haya equivocado en sus ejemplos.

Bien es verdad que dicha línea no es más que una convención que puede ser modificada por cualquier país según su capricho. De hecho, y aunque tal línea se tomó como referencia porque discurre de modo casi total por zonas marítimas, Kiribati, república insular polinésica integrada por casi un centenar de islas y que está cruzada no solo por este antimeridiano de Greenwich sino también por el ecuador, decidió en 1995 desplazar la línea del cambio de fecha más de 3 000 kilómetros hacia el este para así poder tener en todo el estado el mismo día y evitar los graves problemas de funcionamiento que se le planteaban de la otra manera.

La línea internacional de cambio de fecha casi atraviesa, por otra parte, el atolón de Nakulaelae, la más oriental de las islas que forman Tuvalu, uno de los estados más pequeños del mundo: cuatro islas y cinco atolones, 25 kilómetros cuadrados de superficie, menos de 15 000 habitantes y una economía basada en las licencias de pesca en sus costas, emisiones filatélicas para coleccionistas y alquiler a una empresa estadounidense del sufijo de internet '.tv'. Tuvalu podría convertirse en la primera nación del mundo en alcanzar un sistema de desarrollo sostenible. En el atolón de Funafuti, el mayor y en el que se concentra la mayor parte de la población se ha instalado un digestor de biogás que, a partir del estiércol de los cerdos, proporciona energía para toda la isla.

Nakulaelae o cualquiera de las islas de Tuvalu y las ideas de sir Sandford Fleming podrían estar en el origen de esa isla del día de antes que da título a la novela de Umberto Eco. Tuvalu al completo podría ser el paraíso o, por lo menos, lo más cercano a la idea que por aquí tenemos del paraíso terrenal. Pero, a la vez, Tuvalu se está convirtiendo para sus habitantes en un infierno, porque su máxima altitud sobre la superficie del mar no llega siquiera a los cinco metros y se calcula que de aquí a cincuenta años todo el territorio habrá sido engullido por las aguas. ¿Razón? La subida del nivel de las aguas de los océanos como consecuencia del cambio climático. Tuvalu será así la primera nación del mundo que desaparezca víctima no de ninguna revolución, sino del cambio climático.

Las mareas, sobre todo las mareas vivas, van erosionando lenta e inexorablemente las costas de estas islas de origen coralino y recortan sin remisión cada vez más la línea de costa con toda su vegetación; una de las islas ya ha desaparecido casi por completo. Cuando hay tormentas o mareas fuertes se producen, además, filtraciones de agua de mar que no solo empobrecen y arrastran la poca tierra de cultivo que hay sino que inutilizan amplios tramos de los doce kilómetros de carretera de que disponen e incluso el aeródromo de la capital. A los habitantes no les queda otro remedio que ir pensando en otro asentamiento, probablemente Nueva Zelanda, donde rehacer sus vidas, porque los intentos llevados a cabo para reforzar las costas se han revelado del todo inefectivas. Esto sí que es desaparecer del mapa.

¿Qué tenemos nosotros que nos relacione con ellos fuera del dolor solidario? Ciertamente poco, a no ser algunos préstamos lingüísticos que nos han llegado, eso sí, a través del inglés. Y no son exclusivamente elementos de Tuvalu, sino del entorno polinésico. Hablo de cuatro palabras de las que dos tienen su origen en Hawaii: una es canaco, que es el nombre que los hawaianos se dan a sí mismos y que, de modo general, se usa para designar a los habitantes de Tahití y otras zonas polinésicas; la otra es ukelele, ese instrumento de cuerda parecido a una pequeña guitarra. Las otras dos palabras son más genéricamente polinésicas y las dos cuentan con un empleo bastante extendido: tatuaje y tabú. No creo que ninguna necesite aclaración.

jueves, noviembre 13, 2008


UNA DE CAL Y ALGUNAS MÁS DE ARENA
Quienes nos conocen bien saben de la afición que Zalabardo y yo sentimos por el deporte. Claro está que, a estas alturas de la vida, no estamos ya para muchos trotes y, salvo el senderismo, no practicamos otras actividades aparte del fútbol sala, es decir, el visionado de partidos de fútbol bien arrellanados en el sillón del salón. Y como en el transcurso de los años se van adquiriendo muchos hábitos, tanto él como yo seguimos prefiriendo las narraciones de los encuentros a través de la radio; el sistema es simple: se le quita el sonido al televisor, con lo que se elimina el, por lo común, anodino (o estomagante según los casos) relato televisivo y se conecta al oído el auricular de un pequeño receptor de radio, con lo que se gana una narración de carácter próximo a la épica. José Francisco, que comparte esta afición, sabe bien de lo que hablo, aunque él, por la edad, no puede recordar el gol de Zarra a los ingleses en Maracaná narrado por Matías Prats. Yo apenas si conservo un vago recuerdo, pues aquella gesta sucedió en 1950, pero Zalabardo, que es mayor, lo recuerda muy bien y me lo ha referido bastantes veces.
En estos tiempos actuales, seguimos siendo fieles a la cadena SER y al programa Carrusel, el mismo que ideara en 1954 el locutor chileno afincado en España Bobby Deglané y que dirigiera durante tanto tiempo otro histórico de nuestra radiodifusión, Vicente Marco.
¿Adónde querrá ir a parar este con una introducción de tal naturaleza?, se preguntará más de uno de quienes lean este apunte si no es que se lo preguntan todos. Tranquilos, que allá voy. Todo viene a cuento de que quiero tratar un tema que ha aparecido más de una vez en estas páginas: el lenguaje del periodismo deportivo. Sabéis que, por lo común, soy bastante crítico con esta modalidad, especialmente porque al ser seguida por un amplio número de personas son muchos los que se contagian de los vicios expresivos y léxicos que les llegan a través de las ondas; por ejemplo, ese rotacismo tan feo y tan madrileño que tanto se contagia a los que no lo son, como el que utiliza un narrador de encuentros futbolísticos, cordobés y nacido en Cabra, que suena así: *lar dos ocasiones han sido..., *lor dominios de Casillas..., *faltan dor minutos...
En el baloncesto existe un puesto que es el de pívot (o pivote), que es aquel jugador que se mueve en las cercanías y bajo el tablero; los otros cuatro jugadores se mueven a su alrededor y su misión básica, la del pivote, es recoger los rebotes y anotar puntos. De este juego, y no estoy seguro si también del balonmano, se ha extendido esa denominación a otros deportes de equipo en que un jugador actúa de pivote respecto a los demás. En fútbol, en cambio, es más clásico considerar pivote a uno o más centrocampistas, los que organizan el juego, porque los que definen, los que tienen la misión de acabar las jugadas, son los puntas. Según las tácticas utilizadas, se podrá jugar con uno, dos o tres puntas. Incluso con más si se quiere, pese al atasco que se podría organizar. ¿De dónde, pues, ha salido eso de jugar con un *trivote cuando hay un entrenador valiente que dispone jugar con tres delanteros? ¿A santo de qué emplear ese prefijo tri si no existe una raíz *vote? ¿No sería mejor, pongo por caso, emplear la metáfora que usan otros para tal caso y hablar de tridente? Aunque lo más simple será siempre hablar de tres puntas o delanteros. ¿O por qué esa insistencia en llamar a los guantes de los porteros manoplas, palabra que designa algo diferente? Con lo fácil que resultaría consultar el diccionario.
El director del programa Carrusel hablaba un día de si se dice le pegó (a la pelota) o *la pegó (a la pelota). Ni corto ni perezoso hizo la siguiente exposición: "Me han dicho que lo correcto es decir le pegó, pero a mí me suena mejor *la pegó; así que deberían cambiar el castellano". Como me encontraba en ese momento trabajando ante el ordenador, le envié un mensaje en el que le explicaba el uso de los pronombre átonos y le añadía la coletilla de que mejor que cambiar la lengua lo que hay que hacer es aprenderla en condiciones. Zalabardo se reía y me decía: Eres más chulo que un ocho.
Pero insinuaba en el título del apunte que, entre tanta paletada de arena, a veces se da una de cal. Por ejemplo, cuando un jugador consigue tres goles en un mismo partido se solía aplicar el anglicismo hat-trick. Pues bien, hace unos días escuché a no sé quién (y siento de verdad no recordarlo) que Fulanito había logrado un triplete. ¿Por qué no lo hacemos siempre así?

lunes, noviembre 10, 2008


PROFESIONES DE RIESGO
En la dulcificada versión de Walt Disney, Pinocho llevaba una manzana con la que agasajar a su maestra. En el original de Collodi, el muñeco de madera lo que hace es vender la cartilla (para cuya adquisición Gepetto tuvo que vender su chaqueta en pleno invierno) a la primera ocasión que se le presenta y con lo obtenido comprar la entrada para una función de títeres. Desde el comienzo de la historia, Pinocho no quería ir a la escuela y esa no sería la única vez que hace novillos. Vaya, algo parecido a bastantes alumnos de la ESO.
Pero deseo ahora incidir en el detalle de las versión en dibujos de Disney, el obsequio para la maestra. Me recuerda Zalabardo que hubo un tiempo (y yo lo he conocido) en que eso era algo usual. Las familias mostraban su reconocimiento de la tarea desempeñada por los profesores de sus hijos con dádivas en determinadas y señaladas fechas. También es verdad que hubo épocas en que eso fue una manera de compensar la escasa remuneración recibida por los enseñantes. No en vano existía aquella humillante expresión de ganas menos que un maestro de escuela. Quiero dejar sentado antes de nada que no es que yo crea que deban volver aquellos tiempos, tampoco que añore los regalos que, en mis primeros años de enseñante, también recibí. Quiero, al mismo tiempo, que todos recordemos que aquella costumbre afectaba no solo a los profesores. Los médicos, por ejemplo, también eran receptores de aquellas muestra de consideración por parte de sus pacientes agradecidos. Pero es que también recibían regalos, esta vez en forma de aguinaldo navideño, los guardias que regulaban el tránsito en nuestras poblaciones. Y podría aportar algunos ejemplos más.
En estos casos, se utilizaba el concepto que se resumía en la expresión profesiones vocacionales, lo que suponía reconocer en quienes las desempeñaban no solo un bagaje de conocimientos, sino una especie de entrega espiritual hacia los demás. Repito, no me duelo de que se hayan perdido tales usos. Incluso me congratulo por ello, porque en una sociedad progresista y civilizada no hay mejor reconocimiento que una justa remuneración por los servicios realizados. Eso tiene que desterrar cualquier otra clase de compensación (sea en especie o en metálico).
Si estoy diciendo estas cosas es para destacar un hecho para mí fundamental: el reconocimiento que las familias y la sociedad en su conjunto concedían a determinados profesionales; por ejemplo, a nosotros, los docentes. Eso es lo que se ha perdido; eso es lo que, lamentablemente, echo de menos. Todo ello, esa falta de consideración social, es consecuencia de una pérdida general de modales educados y de un embrutecimiento galopante de la sociedad en que vivimos. No creo que sea una falsa apreciación mía, sino que se ve en múltiples detalles y afecta a un considerable número de facetas: no se cede el paso a las personas mayores, no se cede el asiento en los transportes urbanos a las personas impedidas, no se respeta el mobiliario urbano, se cometen daños en apariencia absolutamente gratuitos (el otro día, en el edificio donde habito, se llevaron los extintores de las escaleras, no sin antes vaciar el contenido de uno de ellos en el ascensor).
¿Y nos va a extrañar que se produzca la pérdida del reconocimiento debido a determinados profesionales? ¡Ojalá todo quedase en eso! Leía el sábado que, en Almuñécar, un paciente agredió en un centro sanitario y sin motivo previo a dos médicos, con lo que ya son cuarenta y ocho agresiones a trabajadores de la sanidad en lo que va de año, solo en la provincia granadina. Me recuerda Zalabardo que, no hace mucho, en Huelva, una profesora fue agredida brutalmente por una alumna mientras el resto de sus compañeros jaleaban la agresión, con lo que no se sabe cuántas agresiones se han producido a docentes sin que nadie acierte a poner coto al desmán.
Y es que, a lo que parece, tales sucesos no provocan alarma social, ni se piden firmas ni se organizan manifestaciones para que se les ponga fin de una vez. Todo queda en huecas declaraciones de las respectivas delegaciones sobre que se van a investigar los hechos acaecidos. Todavía desconozco un solo caso en el que se sepa qué consecuencias se han derivado de tales averiguaciones, salvo la de dar por buenas las bajas temporales de los agredidos, casi siempre bajo la alegación de depresión.
En tanto, podíamos pedir a los sindicatos que luchen por conseguir que se introduzca en la nómina un plus de peligrosidad, ya que parece claro que las nuestras, al menos las de profesores y sanitarios, se ha convertido casi sin saber cómo en profesiones de riesgo.

jueves, noviembre 06, 2008


HONESTO, ¿PERO HONRADO?
Primero fueron los análisis previos al proceso electoral americano. Ahora son los análisis sobre el ganador, el demócrata Barack Obama. Todos los medios dale que te pego. Pero, tranquilos, que no voy a sumarme a esa pléyade de analistas. Voy por otro camino. En una de aquellas informaciones previas, leía un día que el republicano John McCain representaba la honestidad. Lo curioso es que esta afirmación ya no suele extrañar a casi nadie. ¿Y por qué había de extrañar?, me pregunta Zalabardo. Y yo le digo que, simplemente, porque lo que el articulista quiso decir es que McCain representaba la honradez. Como Zalabardo pone cara de estar igual que antes, tendremos que desarrollar esto un poco más. Había un dicho que, más o menos, venía a afirmar que la honradez tiene su asiento de cintura para arriba, mientras que la honestidad lo tiene de cintura para abajo; ¿más claro?
Para explicarlo, nos vamos a remontar al Diccionario de Autoridades, de 1734. Allí leemos que la honestidad es la 'moderación y pureza contraria al vicio de la lujuria'; en cambio, la honradez es 'aquel género de pundonor que obliga al hombre de bien a obrar siempre conforme a sus obligaciones y cumplir su palabra en todo'. ¿Qué es lo que ha ocurrido, entonces? Nada que no sea fácil de explicar. Se ha producido, de entonces a nuestros días, algo muy frecuente en la lengua: un cambio semántico. Una palabra que tiene un significado pasa a tener otro diferente o que se suma al que anteriormente tenía. En el ejemplo que nos ocupa lo sucedido es que una palabra ha asumido el significado de otra a la que, si no condena a desaparecer, la relega al menos a un segundo plano. Como veremos, honestidad va a asumir los significados de honradez y esta, a su vez, apenas si mantiene una parte de su significado primitivo. ¿Y eso es bueno o es malo? Ni una cosa ni la otra. Tan solo es muestra palpable de que la lengua, como hemos dicho aquí muchas veces, es un organismo vivo que los hablantes, mediante el uso que hacen de ella, van transformando.
En este caso concreto, el cambio puede ser rastreado a través de la consulta que hagamos de los diccionarios académicos. Espero no resultar excesivamente pesado. Sentado lo que dice el de Autoridades, leemos que el Usual de 1837, un siglo posterior, recoge que honestidad es 'la decencia y moderación en la persona, acciones y palabras' y añade que son sinónimos suyos 'castidad, recato, pudor'. Por contra, honradez es el 'proceder recto, propio de un hombre de honor y estimación'. Se conserva, pues, la línea del diccionario dieciochesco y, con ligerísimas modificaciones, más de redacción que de sentido, esas definiciones se mantendrán en el Usual de 1950 y el el Manual de 1989.
Tendrá que aparecer el de 1992 para que se perciba que la lengua ya ha cambiado, cambio producido con anterioridad, pues ya sabemos que los diccionarios van siempre por detrás de los usos generales. Y es que en esta edición se dice que honestidad es 'cualidad de honesto'; si nos vamos a consultar ese adjetivo, leemos que significa '1. Decente o decoroso / 2. Recatado, pudoroso / 3. Razonable, justo / 4. Probo, recto, honrado'. ¿vemos el deslizamiento que se ha producido y que queda atestiguado en las acepciones 3 y 4? Que aparezca así es señal de que el fenómeno está ya bastante arraigado en los hablantes. De honradez dice que es 'rectitud de ánimo, integridad en el obrar'. Esas definiciones son las que persisten en la edición actual del diccionario oficial.
Si ahora nos vamos a otros dos diccionarios que en esta agenda se han citado con frecuencia, observaremos un dato curioso. El Diccionario del español actual, de Manuel Seco (1999) sigue el criterio académico y define honestidad como 'cualidad de honesto' y honesto como '1. De buen comportamiento en lo relativo a la moral sexual / 2. Recto y honrado'. La honradez la define como 'cualidad de honrado' y honrado es el 'que se ajusta a la norma moral, especialmente en lo relativo a la veracidad y respeto a la propiedad ajena'. Todo sigue igual en lo que concierne a honestidad, pero el sentido de honradez ya se va restringiendo.
Por fin, el Diccionario de uso del español, de María Moliner (2007) es el que me parece que refleja mejor la situación actual del problema, pues afirma que honestidad significa 'cualidad de honesto' y define el adjetivo como '1. Incapaz de engañar, defraudar o apropiarse de lo ajeno / 2. Cuidadoso de no excitar el instinto sexual o herir el pudor de otros'. Y, finalmente, dice que la honradez es la 'manera de obrar del que no roba, estafa o defrauda'. Dos cosas son aquí patentes: la primera, que honestidad recoge el significado principal de honradez y relega el suyo original a un segundo término; la segunda, que la honradez queda reducida casi exclusivamente a cuestiones económicas.
Por eso, aunque un purista pudiera decir: Muy bien, Mc Cain es honesto, ¿pero es honrado?, tenemos que admitir que de lo que el periodista nos quiso hablar era de su honradez, sin entrar en nada relacionado con su lubricidad. Lo que pasa, ni más ni menos, cuando la mayoría de nosotros exigimos de quienes nos gobiernan que sean honestos, sin que nos importen un pimiento los avatares de su vida sexual.

lunes, noviembre 03, 2008


CASTAÑAS, UREÑA Y PIOJOS MORISCOS

Erizo es el zurrón, de la castaña; así comienza la estrofa once de la Fábula de Polifemo y Galatea, de Góngora. Dice Dámaso Alonso en su ya clásico estudio del poeta cordobés que es posiblemente uno de los pasajes más complicados de interpretar de toda la obra. La estrofa habla del contenido del morral de Polifemo, el cíclope pastor, principalmente castañas. Su primer verso es una metáfora complicada porque puede ser interpretada de diferentes maneras; en efecto, zurrón es tanto la 'bolsa del pastor', su morral, como la 'cáscara primera y tierna en que están encerrados algunos frutos' y erizo, que en principio es la 'corteza espinosa en que se cría la castaña' pasa a significar después la envoltura de cualquier otro fruto, por ejemplo, de la bellota o del membrillo.
Pero le aclaro pronto a Zalabardo que no quiero hablar de Góngora, ni del Polifemo, ni de las metáforas. Si empiezo por este verso es porque siempre me acude a la cabeza cada vez que, en mis diarios paseos, percibo la proximidad de un puesto de castañas asadas. El verso citado, o mejor, la estrofa completa, es una manifestación del otoño encerrado en el erizo-zurrón del pastor Polifemo: junto a las castañas, leemos que lleva también datilados (por el color) membrillos, rojas manzanas y dulces bellotas.
En mi cabeza y en mis recuerdos, el otoño está identificado desde la niñez con dos imágenes, la de las castañas asadas y la de la visita de los cementerios el día de los difuntos. ¿Habéis observado cómo el olor de las castañas asadas lo invade todo y es posible percibirlo desde bastante distancia? Iba a decir que el humo del fogón en que las castañas se asan se mezcla con la fresca humedad del ambiente y nos envuelve en aromática y cálida caricia. Pero, aquí en Málaga, eso apenas si pasa de ser un mero recurso de estilo, porque el otoño no se nos ha hecho patente más que desde hace unos días. Ya no era el consabido veranillo del Membrillo o de San Miguel, más bien casi ha llegado a ser el de San Martín de Porres, que creo que es el santo de hoy; pero los puestos de castañas llevan montados desde hace un mes, por lo menos.
A lo que iba; en mi pueblo, Osuna, como imagino que sucedería en todos los pueblos (y no digo sucederá, porque hablo de recuerdos), las estaciones venían marcadas por hechos muy puntuales. Al llegar el otoño, Marcial sustituía el caldero de bronce en el que garrapiñaba las almendras por la olla agujereada en su fondo donde asaba las castañas. Marcial tenía su puesto (que no era un quiosco, sino un carretón en el que ofrecía su mercancía de golosinas) situado en la Carrera, justo en la esquina de la plaza de Santo Domingo y cuando, por las tardes, íbamos o volvíamos del instituto, aquella era parada obligatoria para comprar castañas asadas y, de paso, calentarnos las manos acercándolas al fogón. También en casa se asaban castañas y bellotas. A veces, nuestras madres las compraban crudas y no había actividad que más atrajese que la de hacerles un corte con una navaja y ponerlas a asar bajo la mesa camilla en las calientes cenizas del brasero.
Yo no sé ya si será cuestión del cambio climático o que Málaga vive en una eterna primavera, pero estos otoños de ahora son muy diferentes de aquellos otros, fríos y húmedos, que recuerdo en mi pueblo.
Decía que otra imagen, también referida al pueblo, que asocio con el inicio de esta estación es la de la gente caminando arriba y abajo por la calle de Écija para visitar el cementerio el día de los santos y el de los difuntos. Entonces no sabíamos nada de halloween, esa costumbre de origen anglosajón que hemos adquirido de tanto verla en cine y en series de televisión. Para nosotros era suficiente hacer gruesa bolas de piojos moriscos, que cogíamos de los cardos espinosos que crecían en los alrededores del cementerio, y molestar a las niñas tirándoselos en el pelo para que se les enmarañase. En otros lugares, en pueblos de Málaga concretamente, existía la Fiesta de la Ureña. Los niños, la noche del 31 de octubre, iban por las calles cantando y pidiendo un aguinaldo de casa en casa; por lo general, se les daba membrillos o batatas asadas. He leído que algunos pueblos, Cuevas de San Marcos y Fuente Piedra, luchan por recuperar esta costumbre. Ignoro si habrá tenido algo que ver en ello Juan Benítez, que es de por allí y ferviente defensor de las tradiciones y folclore populares. Él fue quien primero me habló de esta fiesta.
Por cierto que piojo morisco debe ser una denominación muy localizada en mi pueblo, pues con ese nombre no he encontrado nada en ningún diccionario ni en Internet. Me gustaría saber cuál es el nombre tanto de la planta como de su fruto, este piojo morisco del que hablo. Su forma es oblonga, de no más de un centímetro, con una aguda púa en un extremo y todo él recubierto de unos filamentos terminados en gancho. Tampoco he encontrado el significado de la palabra ureña. Agradecería mucho que alguien me pudiera dar noticia de ambas cosas.
Todo ello queda ya, en fin, muy lejos; pero, ya digo, cada nuevo otoño, cada vez que el aire me acerca el aroma de un asador de castañas, pienso en aquellas cosas que ya no es que nos las quite la edad, que también. Quien más nos las quita, desgraciadamente, es la ciudad, cualquier ciudad, pues todas se uniformizan y deshumanizan a pasos agigantados. Y en ese triste proceso, para nuestro mal, vamos siendo engullidos como si de un agujero negro se tratase.
Zalabardo, tras leer lo que llevo escrito, me dice con bastante retranca si no sería mejor que todos los apuntes siguieran la línea de este, con lo que evitaríamos desagradables conflictos. De paso, me sugiere que salude con cariño a Mari Paz y a sus compañeros estudiantes de periodismo, y les aconseje que lean un artículo que Larra escribió en 1834: Lo que no se puede decir no se debe decir. Le contesto que ya lo habrán leído, aunque nunca estará de más releerlo. Verán que, tras más de ciento cincuenta años, hay cosas que no han cambiado del todo.

jueves, octubre 30, 2008


A PROPÓSITO DE 'LOS ÁRBOLES Y EL BOSQUE'
A todos nos habrá conmovido, al menos a Zalabardo y a mí sí, el acto en que Óscar Tulio Lozano, rehén recién liberado tras permanecer ocho años cautivo de las FARC colombianas, pedía disculpas por su incoherencia expresiva, producida por "la falta de uso de la palabra" durante tanto tiempo. Pensaríamos que una persona que pasase largo tiempo sin poder hablar explotaría en cuanto que tuviera posibilidad de hacerlo. Este hombre, por contra, titubea y se excusa por sus posibles fallos. Gran lección para tantos otros, entre los que me incluyo, que, aun sin haber tenido tales trabas, no acertamos a guardar silencio alguna que otra vez y nos damos a la verborrea sin medida. Y pasa lo que pasa.
La lectura de esta información me ha llevado, tras larga meditación y analizarlo seriamente con Zalabardo, a contestar al comentario que un compañero, también él jubilado, Antonio Huertas, hace al apunte de esta agenda titulado Los árboles y el bosque. Y es que sabéis que ya dije que no acostumbro a responder a los comentarios que esta agenda provoque por una razón de principio: que del mismo modo que yo soy libre para escribir de cualquier tema, toda persona que me lea tiene la misma libertad para opinar o disentir de lo que escribo, pues nunca pretenderé ser depositario exclusivo de la verdad y la razón; a eso añado otra norma: procurar no herir nunca a nadie con lo que digo, o, al menos, no hacerlo conscientemente. De todas formas, siempre ronda el peligro de caer en el error.
Pero resulta que, esta vez, no creo que haya lugar a la acusación que me lanza Huertas de haber descalificado a alguien; por ello, precisamente, es por lo que estimo que debo responder, para que no se interprete mi silencio como aceptación. Trataré de justificarlo. Cuando alguien expone sus ideas por escrito debe saber que se enfrenta por lo menos a cuatro niveles: el de lo que quiere decir, el de lo que realmente dice, el de cómo lo dice y el de lo que los demás interpretan que dice. Por si esto no fuese ya de por sí complejo, el lector se ha de enfrentar a otros tres, por lo menos, niveles de lectura: el de la lectura recta (el lector interpreta rectamente lo que el autor ha querido decir), el de la lectura entre líneas (el lector repone aquello que el autor pudiera haber callado porque lo da por supuesto) y el de la lectura sesgada (el lector pretende que el autor del texto dice algo que realmente no ha querido decir). Excluyo, de forma totalmente consciente, el de la incapacidad para interpretar un escrito, que, en este caso, sobra. Y no me meto aquí en la cuestión sobre de quién es la culpa cuando no se produce el recto entendimiento entre autor y lector porque eso nos metería en serios berenjenales.
Me he vuelto a leer detenidamente el apunte de marras (pues ya lo hago antes cuando lo escribo) y, sinceramente, no creo encontrar nada que pueda ser descalificador para nadie. Esa es la razón por la que concluyo en que Antonio Huertas debe haberlo leído sesgadamente y halla en él algo que yo no he pretendido. Veamos: que Aquilino Melgar y yo pensamos de diferente manera, y que nos lo hemos dicho de modo claro y educado, es una verdad objetiva e inobjetable, lo que no es malo para ninguno de los dos. Que él llevaba un tiempo trabajando mucho más en los despachos que en las aulas tampoco creo que se pueda discutir ni significa más que lo que quiere decir. Que él analiza el estado de la educación más con ojos de persona de partido que con interés meramente pedagógico es, por supuesto, una interpretación mía, ante la que solo caben dos cosas: que yo esté errado o que no lo esté y, en ninguna de las dos opciones mi opinión debe tomarse como descalificación. Que él ocupe un cargo elevado en la administración educativa es, ni más ni menos, consecuencia de los méritos que ha venido acumulando; pero también es algo que desde hace tiempo venía buscando; ¿es eso malo? ¿Se puede criticar a alguien por aspirar a algo? Yo mismo, Huertas lo dice, pretendí ser director (por cierto, una vez solo, no múltiples como afirma) y, al ser derrotado mi proyecto, me olvidé de intentarlo nuevamente. Aunque fuese por eso de no tropezar dos veces en la misma piedra. ¿O es que él, el propio Huertas, no ha tenido aspiraciones, e incluso a algo más que a una modesta dirección de instituto, sin que ello pueda suponer desdoro? Lo que no se puede evitar es que haya por ahí quienes (y Antonio Huertas tiene que estar de acuerdo conmigo) parece que arrastran durante toda su vida el desencanto, si no resquemor, provocado por cualquier frustrada aspiración.
Por tanto, repito, no creo que haya descalificación ni ofensa en mi apunte, salvo que se considere incorrecta la forma en que lo dije (tercero de los niveles que enumero arriba); si es eso, de verdad que no alcanzo a verlo; utilizo el tono desenfadado que intento emplear en toda la agenda. En cualquier caso, quede claro que nunca en mi ánimo hubo intención de descalificar. ¿O tal vez lo que molesta es que yo pueda declarar mi estima, por su valía, hacia una persona de la que se supone que estoy bastante separado en el ámbito de las ideas (que a lo mejor no lo estoy tanto)? Le pido, pues, a Antonio que vuelva a leerse el apunte y lo interprete con el sentido que yo quiero darles a mis palabras. Y, por supuesto, que sepa que nunca me he puesto ni pretendo ponerme (sería presuntuoso y fatuo) como ejemplo de nada ni para nadie. Quede eso para otros.
Como final, quiero referirme a dos aspectos de su comentario que no sé si interpreto bien. El primero: por muy jubilado que uno esté, estoy convencido de que nunca se pierde la condición de profesor; ¿o él ya la ha perdido? El segundo: por muy jubilado que uno esté, la libertad de tener opiniones y emitir juicios, respetuosos (aunque críticos) con las personas, sus opiniones y sus juicios, no nos la podrá quitar nadie.