sábado, enero 26, 2019

HOY HABLO DE JULEN



           Caminar por el campo no es para mí solo un ejercicio físico; también me ayuda a despejar la mente y meditar; pienso mucho mientras ando: el tema que trataré en esta Agenda, las correcciones que debo practicar en la novela que me tiene ocupado en ese momento y, por supuesto, en todo cuanto me da esta naturaleza que, aunque algunos lo nieguen, estamos matando.
            Ayer, mi afición al senderismo me condujo hasta la cima de Santo Pitar. Hace muchos años, la primera vez que subí, aparte de un cortijo ya entonces abandonado, no había sino una maravillosa panorámica. Casi toda la costa malagueña y, en días claros, incluso África. Y toda la serie de montes y sierras que nos rodean: San Antón, los picos del Cisne y el Cielo, el Boquete de Zafarraya, los Tajos de Sabar, los Alazores, San Jorge, las Sierras del Job y los Camarolos…
            Esta espléndida vista sigue viva, pero la cima de Santo Pitar se ha convertido en un bosque de antenas. Es uno de los peajes que nos cobra el progreso. Mirando lo que se me ofrecía, tras ver Málaga y San Antón, pronto me quedó a la vista Olías. Entonces fue el pinchazo. A poco de allí, Totalán, oculto por el Cerro de las Herrerías. No podía ver nada, no podía oír nada, pero sentía el latido de los esfuerzos de las últimas horas de búsqueda del niño Julen, perdido allá en un pozo traidor.



           Y ya no pude pensar en otra cosa. De pronto, se me vinieron a la cabeza aquellos versos de Quevedo: …y no hallé cosa en que poner los ojos / que no fuese recuerdo de la muerte. Porque la belleza del paisaje se me transformó y lo que mis ojos veían eran los despojos del antiguo cortijo de Santo Pitar, un pino cuyo tronco se extiende a ras de tierra, incapaz de alzar su copa al cielo, la desnudez fría de un quejigo, la soledad de una encina sedienta del mar que se divisa a lo lejos…




            Por eso hoy no quiero hablar de cuestiones del lenguaje y deseo quedarme con ese sentimiento dolorido ante la tragedia de un niño, Julen que, mientras yo andaba por aquellos montes, aún permanecía atrapado en las honduras de la tierra. Su tragedia la transmitían a medio mundo esas antenas que yo veía tan feas.
            Ya bajando, un almendro, también él solitario, mostraba sus flores. Que sean para Julen.




sábado, enero 19, 2019

ALGO TENDRÁ EL AGUA CUANDO LA BENDICEN


Ermita de la Fuensanta

            No faltan en nuestra lengua los refranes referidos al agua. Quizá los que más se repiten, junto al que da título a esta entrada, sean Nunca digas de esta agua no he de beber y Agua corriente no mata a la gente. Con estos tres basta y sobra para entender el valor que siempre se le ha dado al agua. Le digo a Zalabardo que en el ya clásico libro Tratado de historia de las religiones, publicado en 1949 por Mircea Eliade, encontraremos todo un capítulo sobre creencia y ritos relacionados con el agua.

Velas votivas
            El agua, explica Eliade, simboliza la totalidad de las virtualidades, es fuente de toda existencia y así se ha venido creyendo desde las más remotas tradiciones védicas. El agua, en todas las religiones, ha tenido un significado similar: regeneración, vuelta a nacer, paso de un mundo que debe ser superado a uno superior… Por eso, el agua fue elemento básico en rituales iniciáticos. Incluso el cristianismo aceptó este significado al imponer el bautismo como forma de acceso a una nueva vida.
            Pero, a la vez, al agua se le confirió un carácter mágico y el poder de sanar. De la sanación espiritual, regeneración hacia una nueva vida, se pasó a creer en la posibilidad de curación de cualquier tipo de enfermedad. Y eso es lo que explica cómo, a lo largo de toda la historia, han proliferado cultos y ritos en torno a fuentes, arroyos, ríos y manantiales. En el libro de Eliade se citan varios casos, como el de la fuente de Saint Sauveur, en el Bosque de Compiègne, donde se encontraron restos pertenecientes al neolítico que parecían ser exvotos. Aquellos ritos, nos cuenta el autor, fueron heredados por los galos, la continuaron los galorromanos y, más tarde, los cristianos.

Pintura mural en Iznatoraf
            Textos sumerios hablan ya del gran diluvio destructor que daba inicio a otro mundo; en el Antiguo Testamento, las aguas del mar Rojo se abren para dar paso a los israelitas que marchan hacia la tierra prometida y se cierran sobre las tropas del Faraón. En el Nuevo, se nos habla de la piscina de Siloé, cuyas aguas tenían fuerza curativa. Le digo a Zalabardo que el tiempo ha pasado, pero los rituales del agua no han podido ser abolidos en ninguna cultura y en ninguna religión. El propio cristianismo, que ya había aceptado el bautizo, se esforzó, sin conseguirlo, en suprimirlos.
San Cirilo de Jerusalén, en el siglo iv, escribió en su Catequesis: No hay que encender lámparas ni ofrecer perfumes a las fuentes o a los ríos […] Algunos engañados se acercan hasta aquellas aguas creyendo que encontrarán medicina para sus enfermedades corporales. No te mezcles con esas cosas […] todo es culto del diablo. Igual objetivo persiguieron el ii Concilio de Arlés, en el siglo v, y el Concilio de Tréveris, en 1227. Pero todo fue inútil y se acabaron por aceptar estos ritos que mezclan la fe, la magia y la superstición. Ritos que han dado lugar a muchas creencias populares y leyendas. Leyendas piadosas, sí, pero leyendas; no se olvide que la leyenda se basa en la fantasía y no tiene base histórica. Estas leyendas se confunden y mezclan, se repiten constantemente con variantes en lugares muy distantes unos de otros.

Cueva de los Caños Santos

           Zalabardo sabe que soy aficionado al senderismo y que, en mi corretear por esos caminos, me gusta hablar con los lugareños, aprender sus palabras y conocer sus tradiciones. Y raro es el pueblo que no tiene su ermita o lugar asociado a una creencia religiosa. Hace unos días he estado por el Parque Natural de Sierra Mágina. Allí, entre Cambil y Huelma, se levanta la ermita de Nuestra Señora de la Fuensanta, a la que acuden numerosos fieles. En un panel que hay junto a la fachada se nos cuenta que el alcaide musulmán de Cambil cortó a su hija las manos porque ayudaba a los cautivos cristianos. La joven huyó del castillo de su padre y, cerca de Huelma, junto a una fuente, se le apareció la Virgen, que le dijo que metiera los muñones en el agua. Al instante, la joven recuperó sus manos. Un pastor testigo del prodigio cogió la imagen de la Virgen y la trasladó a Huelma, de donde desapareció al día siguiente para volver a ser encontrada junto a la fuente, suceso que se interpretó como deseo de que se levantara allí una ermita.


Ermita y leyenda de Nuestra Señora del Monte

            En esta leyenda se funden dos diferentes, la del milagro y la de la imagen encontrada y desaparecida. A unos cien kilómetros de Huelma, se levanta sobre una roca el bello pueblo de Iznatoraf. En uno de los murales de la ermita de la Vera Cruz, hay pintada la imagen de Nuestra Señora de la Fuensanta y, debajo, el relato del mismo milagro, pero con cambios. No es el alcaide de Cambil, sino el rey Ali Menón de Iznatoraf quien castiga a su esposa, no a su hija, por aprender la doctrina cristiana; manda que le saquen los ojos y le corten las manos. La pobre mujer invocó a la Virgen María en petición de auxilio. Oyó que cerca de allí, en el monte, sonaba el agua de una fuente. Al meter las manos, las recuperó, y al echarse agua en la cara recobró sus ojos.

Cueva de la Peña de Francia

           Sobre la imagen encontrada abundan las leyendas. Casi siempre es un pastor quien la encuentra. Y casi siempre, una fuente. De las que conozco y, a la vez, he visitado su lugar, cito tres. En Alcalá del Valle está el Convento de Los Caños Santos y, a su lado, la cueva y fuente de tal nombre; según se lee, en 1512, un tal Tello Pascual, buscando unas reses perdidas, halló una imagen de la Virgen dentro de una cueva en la que manaba una fuente. La llevó a la iglesia de Olvera, pero, misteriosamente, la imagen desaparecía y volvía a aparecer en el lugar del encuentro. Se interpretó como designio divino de que allí había que levantar una iglesia. Esta leyenda es más larga, pero la dejo aquí, por ser lo que nos interesa. La ermita de Nuestra Señora del Monte está en Cazalla de la Sierra. Allí, en 1756, un tal Salvador Tejeiro, haciendo una limpieza de tierras, halló una cueva y en ella una fuente y una imagen de María Santísima. Por fin, en tierras de Salamanca, está la Peña de Francia y, en su cima, el Monasterio de Nuestra Señora de la Peña de Francia. En su recinto es posible bajar a una cueva de la que se nos dice que fue el lugar en que, en 1434, Simón Vela encontró una imagen de la Virgen y otras más.

Altar en el que se cuenta el hallazgo de Simón Vela
            Todos estos lugares que cito son centro de romerías a las que los devotos acuden en solicitud de remedios para sus males, sean del cuerpo o del espíritu. Es una forma de entender la fe que respeto como cualquier otra. Pero, le digo a Zalabardo, no deja de ser curioso que siempre haya unos pastores, una cueva, una fuente… O sea, exactamente igual que, si atendemos al libro de Mircea Eliade, ocurría ya en el neolítico.

viernes, enero 11, 2019

EN BREVES MOMENTOS ATENDEREMOS SU LLAMADA

El mismo fotograma con subtítulos diferentes

            Es bueno, ¿quién lo discute?, preocuparse por cualquier cuestión imporrtante. Pero la importancia debería nacer de la propia naturaleza y del valor de aquello a lo que prestamos nuestra atención; nunca de modas artificiales o efímeras que se quedan solo en lo superficial. El lenguaje, no cabe la menor duda, es nuestro mayor patrimonio cultural. La moda, sin embargo. nos lleva a fijar posiciones más o menos rígidas acerca del llamado lenguaje inclusivo, resolver asuntos o realizar cursos on line o a debatir la conducta de un coach en un concurso televisivo. Mientras tanto, olvidamos cuestiones mucho más simples que, por esa misma simpleza, debiéramos tener bien asentadas: si un verbo es o no transitivo, el uso de los pronombres o por qué se debe decir detrás de mí y no detrás mía. Y, fijándonos en el último ejemplo, por qué uso por qué en lugar de porqué, o por qué he empleado se debe decir y no se debe de decir.
            En estos días, se han levantado voces muy críticas contra el hecho de que una película mexicana, Roma, del director Alfonso Cuarón, se esté proyectando subtitulada. Naturalmente, le aclaro a Zalabardo, debo unirme a esas críticas. Las razones esgrimidas por los productores, si es que son ellos los culpables del atropello, es que con los subtítulos la película se entiende mejor. O sea, que consideran natural que, en un concurso de talentos, los aspirantes a estrella canten, la mayoría, en inglés, y, en cambio, creen que una película hablada en español hispanoamericano debe subtitularse. Porque Roma es, ya lo he dicho, una película mexicana y México es el país con mayor número de hablantes de español, casi 130 millones. ¿Es igual el español de México que el español de España? No, como tampoco es igual el español de Palencia que el de Sevilla. Pero eso no debería de empañar la comprensión. Vale que se subtitulen los pocos diálogos en mixteco (lengua aborigen de una extensa zona mexicana) que aparecen en la película, pero subtitularla toda, si no una ofensa como cree el director, me parece un despropósito.

            Y vamos a lo que decía acerca del descuido hacia cosas aparentemente nimias, pero que deberíamos considerar importantes. Hace unos días, llamábamos al ayuntamiento de una pequeña población de Jaén y nos contestaba una grabación: En breves momentos le atenderemos. Casi nadie se escandaliza al oírla, salvo que la atención ofrecida se demore de manera excesiva. Pero pocos repararán en que la frase, de tan solo cinco palabras, contiene dos errores. El de mayor bulto afecta al uso de la preposición en; el otro, al del pronombre átono le. Estas dos cuestiones, tan simples, tan fáciles, nadie las ha tenido en cuenta. Y estoy seguro de que, en ese ayuntamiento, todos emplearán la duplicidad ciudadano/ciudadana, niño/niña y cosas así. ¿Por qué, entonces, despreciamos el buen empleo de preposiciones y pronombres?
            Tanto si consultamos la Nueva Gramática de la Lengua Española (2009), como si consultamos una Gramática Castellana, también de la RAE (1883), o la Gramática de la RAE resumida y aclarada (1993), o La Gramática descomplicada, de Álex Grijelmo (2006), encontramos una total unanimidad en que la preposición en indica tiempo (Las lluvias caen en otoño), lugar (Te espero en la cafetería), modo (Me contestó en inglés) y aquello en que se ocupa o sobresale alguien (Entendido en matemáticas). En la NGLE incluso se nos advierte: “Se recomienda usar al cabo de o después de cuando el tiempo del que se habla no es el empleado en realizar la acción, sino el que transcurre hasta que se inicia o se lleva a cabo”. Por eso es incorrecto decir Te llamaré en quince minutos y debemos decir Te llamaré dentro de quince minutos o una expresión equivalente.
            Esto último se ve muy claro en un titular periodístico de hace unos días: La Universidad afronta la salida del 50% de sus catedráticos en siete años, porque, si leemos la información, se nos dice que esa pérdida se producirá en el periodo que va entre 2016 y 2023, no dentro de siete años.
            ¿Y qué pasa con los pronombres personales átonos? Debiera estar claro que lo y la funcionan como complementos directos (Lo vi esta tarde y La llamé por la mañana), mientras que le, invariable para femenino o masculino, es complemento indirecto (Le he dejado un recado, tanto si es a él o a ella). Así de simple.

           Me pide Zalabardo que le aclare qué mensaje tendría que utilizar entonces el ayuntamiento de la provincia de Jaén al que llamé. Le digo que sería más correcto decir Dentro de breves momentos atenderemos su llamada. Con ello, nos estarán diciendo, por un lado, que confían en que nuestra espera sea breve y que nos dedicarán el tiempo que necesitemos; y, por otro, reconocerán que quien llama puede ser tanto un hombre como una mujer.
            Para cerrar, quiero contarle a mi amigo una de esas incongruencias en que incurrimos cuando pensamos que una respuesta, para ser clara, ha de ser extensa. Un entrenador de fútbol respondía hace unos días cuando le preguntaban sobre sus proyectos: Trabajo para mejorar y optimizar la mejora de mi club. ¿No hubiese sido preferible que dijera Trabajo para mejorar mi club?


domingo, enero 06, 2019

HISTORIA DE PALABRAS: CADÁVER Y FUNERAL



            Dice Jean Dubois que la etimología es la búsqueda de las relaciones que unen una palabra a una unidad más antigua de la que procede. Y para los griegos era la búsqueda del sentido “verdadero” o fundamental que sirve para averiguar la verdadera naturaleza de las palabras. En otras épocas, por el contrario, la etimología se convirtió en un método para tratar de averiguar la lengua primigenia de la que proceden las demás.
            Así, le digo a Zalabardo, la etimología nos permite demostrar que, a partir de una forma sánscrita skei-, ‘cortar, sajar’, procede toda una serie de palabras que difícilmente entenderíamos como emparentadas: ciencia, conciencia, necio, esquema, cisma, chisme, esquisto, esquizofrenia, escindir, abscisa, prescindir, rescindir, e incluso esquí y escudo.

            No obstante, a veces nos encontramos con peregrinas interpretaciones o con simple desconocimiento de la materia que nos llevan a crear lo que se conocen como etimologías populares o las falsas etimologías. Por ejemplo, le cuento a Zalabardo, en ciertos lugares se lee que testificar procede de testículo porque los romanos pronunciaba el testimonio cogiéndose los testículos en prueba de que decían la verdad; lo cierto es que su origen está en tristi, de donde vienen también tres, terceto, terciopelo, triángulo, o el latín testis, base de nuestros testículo, testigo, testimonio, protestar, detestar…, porque para que un testimonio tuviese validez habían de ser tres personas quienes lo presentasen.
            Del mismo modo, se dice que don viene de d(e) o(rigen) n(oble), cuando su origen demostrado es dominus, ‘señor’; o una divertida invención pretende que la horchata reciba su nombre de cuando Jaime I conquistó Valencia y al ofrecerle un vaso con esa bebida dijera: això és or, xata (‘esto es oro, chata’), siendo la verdad que procede del latín hordeata, de hordeum, ‘cebada’; o que cementerio se relacione con cemento en lugar del griego koiméterion, ‘dormitorio’.

           Y vamos con cadáver y funeral. Zalabardo, que es un poco supersticioso, me mira serio y pregunta por qué escojo esas palabras. Le respondo que estando en invierno, época en que la naturaleza parece morir, decaer para resurgir con la siguiente primavera, no me parece mal que nos fijemos en ellas. Circula una muy extendida versión que explica que cadáver es un acrónimo de ca(ro) da(ta) ver(mibus), ‘carne que se da a los gusanos’. Incluso se atribuye esa etimología a san Isidoro, que tanto se esforzó en estudiarlas. Pero esto es falso de toda falsedad; lo primero y lo segundo. Lo primero, porque cadáver es una palabra latina de origen oscuro relacionada con el verbo cadere, ‘caer’, igual que caduco, caso, cadencia, incidencia, ocasión, ocaso, occidente y muchas más, que se remontan, todas, al sánscrito kad-. Y también es falso lo segundo, puesto que san Isidoro no dice tal cosa en sus Etimologías.
            Lo que en realidad dice san Isidoro es, más o menos, lo siguiente: todo difunto es funus o cadáver, aunque funus equivale más bien a la ceremonia de exequias, funeral, que se dedica al difunto; funus viene de funis, cuerda de papiro encerada que se encendía durante la ceremonia de inhumación porque esta tenía lugar durante la noche. Cuando el cuerpo no está sepultado aún se llama cadáver, que viene de cadendo (‘cayendo’) porque ya no puede estar de pie. De ahí procede, aparte, la costumbre de encender velas junto a un difunto con independencia de que la ceremonia se celebre de día o de noche.
            Por fin, le digo a Zalabardo, de funis, ‘cuerda’, viene también funicular, fúnebre, funesto, funeraria o funicular.