domingo, enero 06, 2019

HISTORIA DE PALABRAS: CADÁVER Y FUNERAL



            Dice Jean Dubois que la etimología es la búsqueda de las relaciones que unen una palabra a una unidad más antigua de la que procede. Y para los griegos era la búsqueda del sentido “verdadero” o fundamental que sirve para averiguar la verdadera naturaleza de las palabras. En otras épocas, por el contrario, la etimología se convirtió en un método para tratar de averiguar la lengua primigenia de la que proceden las demás.
            Así, le digo a Zalabardo, la etimología nos permite demostrar que, a partir de una forma sánscrita skei-, ‘cortar, sajar’, procede toda una serie de palabras que difícilmente entenderíamos como emparentadas: ciencia, conciencia, necio, esquema, cisma, chisme, esquisto, esquizofrenia, escindir, abscisa, prescindir, rescindir, e incluso esquí y escudo.

            No obstante, a veces nos encontramos con peregrinas interpretaciones o con simple desconocimiento de la materia que nos llevan a crear lo que se conocen como etimologías populares o las falsas etimologías. Por ejemplo, le cuento a Zalabardo, en ciertos lugares se lee que testificar procede de testículo porque los romanos pronunciaba el testimonio cogiéndose los testículos en prueba de que decían la verdad; lo cierto es que su origen está en tristi, de donde vienen también tres, terceto, terciopelo, triángulo, o el latín testis, base de nuestros testículo, testigo, testimonio, protestar, detestar…, porque para que un testimonio tuviese validez habían de ser tres personas quienes lo presentasen.
            Del mismo modo, se dice que don viene de d(e) o(rigen) n(oble), cuando su origen demostrado es dominus, ‘señor’; o una divertida invención pretende que la horchata reciba su nombre de cuando Jaime I conquistó Valencia y al ofrecerle un vaso con esa bebida dijera: això és or, xata (‘esto es oro, chata’), siendo la verdad que procede del latín hordeata, de hordeum, ‘cebada’; o que cementerio se relacione con cemento en lugar del griego koiméterion, ‘dormitorio’.

           Y vamos con cadáver y funeral. Zalabardo, que es un poco supersticioso, me mira serio y pregunta por qué escojo esas palabras. Le respondo que estando en invierno, época en que la naturaleza parece morir, decaer para resurgir con la siguiente primavera, no me parece mal que nos fijemos en ellas. Circula una muy extendida versión que explica que cadáver es un acrónimo de ca(ro) da(ta) ver(mibus), ‘carne que se da a los gusanos’. Incluso se atribuye esa etimología a san Isidoro, que tanto se esforzó en estudiarlas. Pero esto es falso de toda falsedad; lo primero y lo segundo. Lo primero, porque cadáver es una palabra latina de origen oscuro relacionada con el verbo cadere, ‘caer’, igual que caduco, caso, cadencia, incidencia, ocasión, ocaso, occidente y muchas más, que se remontan, todas, al sánscrito kad-. Y también es falso lo segundo, puesto que san Isidoro no dice tal cosa en sus Etimologías.
            Lo que en realidad dice san Isidoro es, más o menos, lo siguiente: todo difunto es funus o cadáver, aunque funus equivale más bien a la ceremonia de exequias, funeral, que se dedica al difunto; funus viene de funis, cuerda de papiro encerada que se encendía durante la ceremonia de inhumación porque esta tenía lugar durante la noche. Cuando el cuerpo no está sepultado aún se llama cadáver, que viene de cadendo (‘cayendo’) porque ya no puede estar de pie. De ahí procede, aparte, la costumbre de encender velas junto a un difunto con independencia de que la ceremonia se celebre de día o de noche.
            Por fin, le digo a Zalabardo, de funis, ‘cuerda’, viene también funicular, fúnebre, funesto, funeraria o funicular.

No hay comentarios: