viernes, marzo 30, 2007

ADIÓS A CARTAGENA

Ayer, día 29, se bajó el telón del IV Congreso Internacional de la Lengua Española que se ha venido celebrando en Cartagena de Indias. Y digo que se bajó el telón porque parece que el evento ha transcurrido como si de un espectáculo se tratara, o al menos eso parece si hemos accedido a los artículos y al blog de Juan Cruz y a la página web del propio Congreso. Los colombianos, según nos cuenta hoy mismo J. Cruz, asistieron, pagando, en un número de 6.000, al acto de homenaje a Gabriel García Márquez; otros tantos acudieron para escuchar a Carlos Vives y se precisó de una cancha de baloncesto para acoger a Antonio Muñoz Molina, a quien, sentados en el suelo, atendían embebidos más de 1.000 jóvenes cuando habló de sus lecturas de infancia y juventud. Zalabardo, que ha ido siguiendo con interés las diferentes sesiones, me ha tenido informado.
También hoy, se ha podido apreciar en la página oficial del Congreso la fotografía de un inmenso salón abarrotado de público que asistía a los últimos actos oficiales. Genoveva Iriarte, directora del Instituto Caro y Cuervo, ha dicho en su discurso: "La lengua sigue siendo el instrumento, por excelencia, del conocimiento del mundo y nosotros mismos. En estos escenarios se ha tejido un discurso único, pero al mismo tiempo diverso. Un discurso que trata de explicar la paradoja de la 'unidad en la diversidad' desde las perspectivas más variadas". Y Jorge Urrutia, director académico del Instituto Cervantes, no ha dudado en señalar que "el español no existiría sin América".
Parece que, con este Congreso, se ha echado el cerrojo a aquello de España, reserva espiritual de occidente y que, al menos en el terreno lingüístico, se puede hablar de América, reserva espiritual del español. No sé si un congreso de esta naturaleza hubiese tenido en España la acogida y eco de que ha disfrutado en Colombia. Yo creo que lo acontecido viene bien para que dejemos de considerarnos el ombligo del mundo, aunque sea en este campo de la lengua. Lo dije el otro día, somos solo cuarenta millones de un total de más de cuatrocientos, aunque todavía nuestra responsabilidad sea grande. Habrá que conceder que los demás tendrán también algo que decir. Y, por supuesto, creo que podemos desterrar aquel temor de Rubén Darío cuando en su poema Los cisnes decía ¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?
Sin embargo, el inglés sigue siendo el competidor invencible, por el momento, en el ámbito cibernético. Incluso otras lenguas románicas nos adelantan en este campo. El Congreso ha servido, entre otras cosas, para tomar conciencia de la escasa participación de nuestra lengua en internet. Un dato: en 2006 se podían encontrar 50 millones de referencias a Shakespeare, por solo 7 millones sobre Cervantes; los usuarios de internet alcanzan el 64% de la población de EEUU, el 44% de la de Europa y solo el 11,5% de la de América Latina. Otro problema del que se ha tomado conciencia en Cartagena es la escasa presencia de nuestra lengua en la ciencia y la tecnología como consecuencia del retraso educativo en los países iberoamericanos.
Veremos si para el próximo Congreso, en Chile en 2010, hemos conseguido mejorar en estos aspectos ahora denunciados.

jueves, marzo 29, 2007

¿QUÉ QUEDA DE LA URBANIDAD?

Hace ya días que Zalabardo no cesa de hablarme de la urbanidad. Sí, esa virtud que nos hace ser comedidos, corteses, atentos, educados y cuidadosos con los buenos modales. Zalabardo y yo nos conocimos de pequeños y la primera vez que coincidimos íbamos los dos, allá en el pueblo, cada cual por su camino, hacia la panadería a comprar molletes para el desayuno antes de marchar hacia el instituto. En las mañanas frías del invierno no nos cruzábamos con muchas personas, pero nunca faltaba el saludo cortés, el deseo de buenos días hacia cualquier otro madrugador con quien topásemos.
En muchos pueblos se sigue conservando la sana y educada costumbre de saludar a los demás. "Buenos días", "buenas tardes", "vaya usted con Dios", son fórmulas que no cuestan nada y ayudan, sin embargo, a crear lazos entre personas que posiblemente no se vuelvan a ver más. En los paseos por el campo, los fines de semana, tal buena costumbre aún se puede percibir. Se pregunta hacia dónde se dirige un sendero, dónde acaba tal otro, por dónde se llega mejor a un destino, se desea a los demás que pasen buen día, se intercambia una sonrisa y se sigue la ruta. Zalabardo me cuenta, también, cómo agradece la deferencia de muchas cajeras de supermercados que, tras una larga jornada de trabajo, aún siguen recibiendo a un nuevo cliente con una sonrisa y un delicado saludo; y dice que él se lo devuelve de buena gana y les desea que tengan una jornada sin incidentes.
En cambio, en las ciudades parece que todo esto se va perdiendo. Nos cruzamos con los vecinos en las escaleras de la casa, en el portal, subimos o bajamos en el ascensor y no pronunciamos una sola palabra; provoca sonrojo ver cuántos vecinos se pasan incluso años sin dirigirse la palabra. Como si nos fueran a cobrar por ello. Como si fuésemos a perder algo muy preciado por emitir una palabra amable.
Pasa también en el trabajo. Y se lo contaba ayer mismo, durante el desayuno, a Javier. Cuando Zalabardo me lo decía, me costaba trabajo creer sus palabras. Pero he estado unos días haciendo la prueba y el resultado no ha podido ser más descorazonador. Hay compañeros que llegan a la sala de profesores, a comienzo de la jornada, y no dicen ni buenos días, ni un simple hola. Te cruzas en los pasillos con alguien y no te devuelve el saludo. Otras veces, lo que pasa es que entra alguien, saluda, y nadie le corresponde. Esta misma mañana pasó esto último que digo con Reyes, a cuyo saludo y sonrisa correspondimos igual que si no existiera, es decir, que no correspondimos.
¿Qué nos pasa?, pregunto a Zalabardo. Me contesta que quizá se estén perdiendo las buenas costumbres y se vayan instalando otras no tan buenas. Que ya no se valora aquella materia que teníamos en nuestra época, en el colegio, que se llamaba Reglas de Urbanidad y en la que se nos enseñaba a saludar y a corresponder al saludo, a ceder el paso en las entradas y en las aceras, a escuchar a los demás, a ceder los asientos preferentes a los mayores, a tender una mano a quien la necesite. Cosas así, aparentemente tan sin importancia, pero que crean buenas vibraciones entre las personas.
Me contesta, en fin, que las buenas costumbres, lo que siempre se llamó buena educación, va dejando paso a costumbres no tan buenas, a una especie de mala educación que lo que tiende no es lazos de unión entre las personas sino alambres de espino que nos hacen rehuirnos unos a otros como si cada uno corriese el peligro de convertirse en una mala influencia para los demás. Después de todo, deberíamos pensar, sonreír no cuesta demasiado.

miércoles, marzo 28, 2007

DE MANOPLAS Y OTRAS PALABREJAS

La verdad es que tenía pensado no escribir hoy porque ha sido un día muy largo de tarea que, para colmo, se ha completado con un partido de fútbol. Se ha sufrido, aunque al final se ha ganado, que es de lo que se trataba. Decía que no tenía pensado escribir, pero Zalabardo me anima y me dice que ya que he cogido el ritmo no debo dejarlo. Si acaso, añade, puedes descansar los fines de semana.
Y ya que el día ha ido de deportes se podría aprovechar para analizar un poco algunas palabras que, con cierta redundancia, se emplean en este campo. Unas suponen un auténtico desconocimiento por parte de quienes las utilizan acerca de qué significan los vocablos que emplean; otras son simples invenciones que no se sabe bien de dónde han podido salir.
Podemos empezar con los guantes. Mira que hay tipos de guantes: la goluba es un tipo de guante tosco para arrancar los cardos de entre las hierbas; la manija es una especie de guante de cuero que los segadores se ponen en la mano izquierda para protegerse de las mieses o de la misma hoz; la lúa es un guante de esparto, sin separaciones entre los dedos, que sirve para limpiar las caballerías; el mitón es un tipo de guante que solo cubre desde la muñeca hasta la mitad del pulgar y el nacimiento de los demás dedos; y la manopla es un guante sin separaciones para los dedos o con una para el dedo pulgar. Pues bien, de dónde se sacan los comentaristas deportivos que los porteros de fútbol emplean manoplas cuando lo que en verdad usan son simples guantes?
Vamos con una invención: el otro día, en ElPaís.com se escribía sobre "la pareja de atacantes del Valencia" para decir a continuación que "el veterano de la dupla" era Morientes. Que sepamos, esta palabra, dupla, significa en español 'doble, que contiene dos veces una cantidad' y también 'extraordinario que solía darse en los refectorios de los colegios en algunos días señalados'. Según podemos observar, en ningún caso es sinónimo de pareja, que es de lo que se está hablando en el ejemplo que pongo.
Y otra invención más. De un tiempo a esta parte, cuando se quiere hacer mención de determinada manera de jugar, con un número concreto de atacantes, por ejemplo tres, se habla bastante a la ligera de trivote. ¿Y qué es un trivote, si puede saberse? Yo creo que es una invención por comparaación con lo que es el pívot o pivote en el baloncesto, 'jugador cuya misión básica consiste en situarse en las cercanías del tablero para recoger los rebotes o anotar puntos'. Este nombre está inspirado precisamente en el pivote, que es el 'extremo cilíndrico de una pieza, donde se apoya o inserta otra, bien con carácter fijo o bien de manera que una de ellas pueda girar con facilidad respecto de la otra'. Pero lo otro, lo del trivote, tiene, a mi parecer, poco sentido. Hay quien lo llama tridente, que suena algo mejor.
Coincido con Zalabardo en que los comentaristas deportivos podían tener algo más de cuidado al escoger las palabras y al construir los giros con que se expresan, de los que otro día hablaremos. Por hoy creo que ya está bien y que, superada en más de media hora la media noche, puede ser el momento adecuado para irse a descansar.

martes, marzo 27, 2007

IMITATIO Y PLAGIO

Me sugiere Zalabardo que diga algo del "caso Bryce Echenique". Eso me lleva a plantear, primero, el tema de la originalidad, la imitatio y el plagio.
En la Edad Media, el concepto de originalidad no parece que preocupara demasiado a los autores. El caso más notable lo encontramos en Gonzalo de Berceo y en otros clérigos. El riojano, en prueba de toda su simplicidad, no duda repetidamente en pedir que "no lo tomemos por un loco que se inventa lo que cuenta, puesto que lo ha leído en los libros". Con ello quiere, naturalmente, refugiarse en el criterio de autoridad. No le pasa lo que al infante don Juan Manuel, ya en el siglo XIV, y posiblemente el primer defensor de los derechos de autor, que funda un monasterio para que en él se conserve una copia de su obra, corregida de su mano, de forma que pueda evitarse cualquier tipo de deformación en lo que él ha compuesto.
En el Renacimiento, el humanismo, que convierte la literatura grecorromana en referencia obligada, impone el principio de la imitatio, la imitación de los modelos clásicos, que era considerada como uno de los caminos más seguros para la creación. Pero la imitatio no era una copia servil, sino un modo personal de presentar la versión de un tema de podríamos considerar eterno y universal. Veamos un ejemplo:
Creo que todos conocemos la historia de Polifemo, Acis y Galatea. Nos ha llegado por varios caminos: Homero, Teócrito y Ovidio (que yo sepa), entre los autores de la antigüedad. Son versiones distintas, pero bastante próximas en lo básico. Polifemo, monstruoso cíclope, está enamorado de la delicada ninfa Galatea (a quien causa horror su presencia), quien, a su vez, está prendada del apuesto y joven Acis. El final lo sabemos: los celos de Polifemo lo conducen a dar horrible muerte a su rival, que finalmente es convertido en río. Hay versiones que hablan de que era Galatea quien está enamorada del cíclope y que este no le corresponde, pero da igual.
En el siglo XVII, amante de los fuertes contrastes, Luis de Góngora retomó el tema y escribió la magistral Fábula de Polifemo y Galatea. Escoge, por supuesto, la más trágica de las versiones. Y en el siglo XX, prueba definitiva de lo que es mezcla de imitatio y originalidad, Gerardo Diego escribió su vanguardista y sorprendente Fábula de Equis y Zeda. Antes, en el siglo XVIII, Jeanne Marie Leprince, Madame Beaumond, dedicada a las letras y la enseñanza y autora de múltiples relatos para niños, compuso La Bella y la Bestia, con el final más feliz de todos, y cuya última versión ha sido la película de Disney.
El plagio es otra cosa; es un concepto moderno y se entiende por tal, según el DRAE, 'copiar en lo fundamental obras ajenas, dándolas como propias. Hace unos días, la prensa se hacía eco de que Alfredo Bryce Echenique, el prestigioso autor peruano, era acusado de publicar en Lima como propio un artículo que había sido publicado un año antes en la revista Jano y cuyo autor era el gallego José María Pérez Álvarez. Según la nota de prensa no es la primera vez que le ocurre esto al peruano. Vamos, que le ha cogido gusto a cobrar por artículos que no ha escrito él. Lo peor del caso es que siempre echa la culpa a su secretaria, que, según dice, ha traspapelado los trabajos y ha enviado indebidamente uno, mira por dónde no suyo, que tenía guardado como material interesante.
En palabras de Zalabardo, que yo hago mías, Bryce será todo lo buen novelista que quiera, pero tiene una jeta que se la pisa.

lunes, marzo 26, 2007

CARTAGENA DE INDIAS

Se está celebrando estos días el IV Congreso Internacional de la Lengua Española en la Cartagena colombiana. A propósito, es opinión generalizada la de que es Colombia el país donde se habla el mejor español de todo el ámbito hispánico. Me dice Zalabardo que no me extrañe de ello, pues no debemos olvidar que, a fin de cuentas, los españoles no somos más que cuarenta de los cuatrocientos millones de hablantes de esta lengua en todo el mundo.
El Congreso de Cartagena será recordado por bastantes detalles: en él se ha aprobado el texto de la Gramática del Español, primera desde la de 1931 y primera que se hace bajo el consenso de todas las Academias, la española, las americanas (del norte y del sur) y la filipina. Se ha homenajeado a García Márquez y se ha patrocinado una edición popular, de precio, que no de presencia y contenido, de Cien años de soledad en conmemoración de los cuarenta años de su publicación y que se ha empezado a vender hoy mismo.
También, esto en Medellín, ha tenido lugar una especie de Congresito de la Lengua en el que los escolares han propuesto la recuperación de palabras que se van perdiendo. La primera de la lista ha sido ágape; a esta la han seguido otras: cántaro, chéchere ('trasto', 'cualquier tipo de objeto'), embeleco, embrollo, menjurje (forma americana de mejunje), modorra, pipiolo, pañolón y güete ('contento con algo'). Quitando, obviamente, chéchere y güete, ¿preguntamos a nuestros alumnos cuántas de estas palabras conocen?
El País, que ha dedicado su último suplemento Babelia a este evento, ha hecho algo parecido. Ha solicitado a un grupo de escritores españoles y americanos que propongan palabras que, a su juicio, van cayendo en desuso y merecen ser recuperadas y actualizadas como elementos de nuestro léxico común. Unai Elorriaga, vasco, señala la palabra, también de origen vasco, cascarria, 'barro que se pega en la parte del vestido que va cerca del suelo'; su sentido inicial remite a la 'suciedad que se pega a la lana de las ovejas o al pelo de otros animales'. Álvaro Pombo propone atropar, 'reunir algo en montones o gavillas'. El ecuatoriano Leonardo Valencia se inclina por prístino, 'antiguo, primitivo, original, que tiene el brillo de lo auténtico'. La mexicana Bárbara Jacobs elige caosueño, 'mal sueño, pesadilla'. Y así varios más.
Pero quiero traer aquí un ejemplo claro de cómo es verdad que estas palabras propuestas se van perdiendo y algunas resultan ya incluso desconocidas. La escritora Cristina Peri Rossi, uruguaya, vota por el adjetivo vagaroso, 'que vaga, que fácilmente y de continuo se mueve de una a otra parte'. Aparte de este, la palabra tiene un segundo significado: 'tardo, perezoso o pausado'. Pues bien, el suplemento del que hablo, al componer la cabecera de cada una de las propuestas de estos escritores, escribe *vagoroso, error que ya he encontrado en algún otro lugar y que tiene su origen en suponer que el término procede de vago, cuando en realidad su procedencia es vagar, aunque la raíz sea la misma.
Me susurra al oído Zalabardo que aconseje comprar esta nueva edición de Cien años de soledad. Para quien no la conozca, será un auténtico goce su lectura. Y quien la conozca podrá disfrutar de la amplia serie de artículos y estudios que acompañan al texto de la novela. Texto, por otra parte, que ha sido revisado y corregido por el propio autor.

sábado, marzo 24, 2007

EL CUARTO PODER

¡Buena la ha armado el PP anunciando un boicot, y pidiendo que se les siga, a todos los medios del grupo Prisa! Zalabardo, que, según podréis observar difícilmente es el primero en dar una opinión, aunque nunca se quedará el último a la hora de pedirla, inquiere la mía al respecto. Le digo que nunca secundaré un boicot de este tipo lo pida quien lo pida; y menos si lo pide un grupo político, independientemente de cuál sea su color. Los años me han ido afirmando cada vez más en el convencimiento de que sus peticiones, las de los políticos digo, rara vez obedecen a razones que no sean interesadas.
Entonces hablamos de las frases vertidas por Jesús de Polanco, presidente del grupo arriba citado, sobre el partido de Mariano Rajoy. Y surge una pregunta: en el mundo de la prensa, ¿condicionan las palabras de un empresario el quehacer de los profesionales de su medio? Ambos estamos de acuerdo en que tal cosa no debería suceder. Pero resulta que, cualquiera, y con respecto a tal pregunta, podría sacar a colación aquella anécdota de la respuesta de Randolph Hearts a su empleado. Cuando el Journal envió durante el conflicto de Cuba en 1898 a un dibujante para que informase de las atrocidades que sucedían en la isla, como este encontrase una situación normalizada y escribiera: "Todo está en calma. No habrá guerra. ¿Puedo volver?", Hearts le contestó: "Usted envíe las ilustraciones, que la guerra la pondré yo".
Me dice Zalabardo que la pregunta podría ser otra: ¿Puede haber un periodismo que sea independiente y no militante? Parece, entonces, que la respuesta es más difícil de dar. En nuestro país, es posible que la palma en esto de la falta de neutralidad informativa se la lleva Federico Jiménez Losantos; pero, digo yo, ¿no tenemos la impresión en muchas ocasiones de que Carles Francino no se le queda muy atrás?
Zalabardo sabe que siempre les he dicho a mis alumnos que el periodismo tiene tres modalidades: información, opinión y propaganda. Las tres deberían aparecer siempre bien deslindadas y sin peligro de confusión. Los receptores tienen derecho a ello. Pero me parece que, en nuestro país, la información se ofrece muchas veces contagiada de opinión, cuando no de propaganda, incluso casi indecente. Por todos lados. Y la neutralidad informativa brilla muchas veces por su ausencia. Digamos que en todos los medios, aun corriendo el peligro, mejor, de pecar por exceso que de hacerlo por defecto.
Me pide Zalabardo que consulte el Código Europeo de Deontología del Periodismo, firmado en Estrasburgo el 1 de julio de 1993. En él se puede leer lo siguiente: "Sería erróneo deducir que los medios de comunicación representan a la opinión pública o que deban sustituir las funciones propias de los poderes o entes públicos o de las instituciones de carácter educativo..." (art. 19). "Ello llevaría a convertir a los medios de comunicación y al periodismo en poderes o contrapoderes sin que... estén sujetos a los controles democráticos..." (art. 20). "El ejercicio del periodismo no debe condicionar ni mediatizar la información veraz o imparcial y las opiniones honestas con la pretensión de crear o formar la opinión pública, ya que su legitimidad radica en hacer efectivo el derecho fundamental a la información de los ciudadanos en el marco del respeto de los valores democráticos..." (art. 21).
El día que los ciudadanos tengan la sensación de que los medios no son neutrales, todos estaremos perdiendo amplias cuotas de libertad, me dice Zalabardo, Y creo que tiene razón.

jueves, marzo 22, 2007

¿Y DÓNDE LO PONEMOS?

Javier y José Francisco saben de mi fervor hacia Juan Ramón Jiménez. La verdad es que ellos no le son muy afectos y lo entiendo, porque comprendo que es un poeta que sacó casi todas las papeletas de la rifa para hacerse antipático. Porque corre peligro de hacerse antipático quien dice aquello de que nadie en España había hecho por la poesía tanto como él. Y lo peor es que hay que darle la razón. ¿Ha habido en nuestra lengua alguien tan preocupado por hallar el sentido exacto de la expresión? Eternidades, libro de 1916-1917, se abre con el poema Acción, que dice así: No sé con qué decirlo, / porque aún no está hecha / mi palabra. Al final de su vida, cuando está preparando Leyenda, lo que deseaba que fuese su obra completa en verso, el poema pasa a llamarse La acción final y dice así: No sé con qué decirlo, no sé con qué decirme, acción goethiniana; porque aún no está hecha mi callada palabra. En 1949, cuando escribe Dios deseado y deseante, incluye en él un poema titulado El nombre conseguido de los nombres; leemos en él: Todos los nombres que yo puse al universo que por ti me recreaba yo, se me están convirtiendo en uno y en un dios. /El dios que es siempre al fin, el dios creado y recreado y recreado por gracia y sin esfuerzo. El nombre conseguido de los nombres. Conciencia de objetivo cumplido.
Pero a mí me interesa traer ahora aquí unos versos de Diario de un poeta recién casado, de 1916: ¡A ver! ¡Que quiten de aquí el barco, que va a nacer Venus! -¿Y dónde lo ponemos? ¿Y dónde lo ponemos? Eso es lo que le digo yo a Zalabardo cuando hablamos de la construcción de un titular periodístico de hace unos días, ¿y cómo lo ponemos? Porque estamos hablando de la dificultad de situar algunos complementos en un sintagma para evitar, primero, que nos salga una frase de ambigua interpretación; y conseguir, segundo, que la interpretación realizada sea la correcta y adecuada.
Creo que alguna vez he hablado de la cuestión y he sacado a colación la frase que podía leerse en el escaparate de un establecimiento: Pantalones para caballeros de tergal rebajados. ¡Toma castaña! ¿Quiénes son de tergal, los caballeros o los pantalones? ¿Y quiénes están rebajados, los pantalones o los caballeros? Por supuesto que cualquiera entiende la frase, pero quedaría mejor si se hubiese dicho: Rebajados, pantalones de tergal para caballeros. Y todos tan contentos.
El titular del que me habla Zalabardo reza del siguiente modo: El PP lanza la mayor agitación en la calle de su historia contra Zapatero. En primera página y a cuatro columnas. Invito a realizar el juego de las interpretaciones posibles y adelanto solo dos: ¿la historia del PP contra Zapatero?; ¿cuál es la historia de "su" calle del PP? Si leemos nada más que el encabezamiento, nos enteraremos de que se habla de la mayor manifestación en la calle contra la política de un gobierno durante la historia de la democracia. Eso quiere decir que el titular habría quedado algo mejor del siguiente modo: El PP lanza contra Zapatero la mayor agitación en la calle de la historia [de la democracia]. Y aún se podría pulir más.

miércoles, marzo 21, 2007

PROS Y ANTIS

Me pregunta Zalabardo qué hay ahora que me evite retomar el uso regular de la agenda. Tengo que decir que, afortunadamente, nada me impide ya sentarme ante el ordenador y utilizarlo con absoluta normalidad. Todo parece, pues, que se trata tan solo de coger ritmo y recuperar el hábito. Así que paciencia, que todo se irá amoldando de nuevo l rittmo anterior aa la lesión.
Y de ese modo, recupero algunos recortes de los que hablaba en el apunte anterior que me va dejando Zalabardo encima de la mesa, estos con una nota manuscrita en la que puede leerse: ¿Por qué necesariameente habrá que estar a favor o en contra de los asuntos y reaccionar de forma visceral? ¿No es posible, acaso, ser neutral y mirar los hechos con toda naturalidad, dejarlos discurrir sin alterarnos, como no nos altera la caída de las hojas en otoño o la visión del fluir de las aguas de los ríos?
Los dos recortes de prensa son del día 16 de este mes. Uno de ellos informa de que el jefe de Estado Mayor de EE UU, su nombre es Peter Pace, opina que la homosexualidad es algo inmoral y que un militar americano (estadounidense) solo podrá permanecer dentro del ejército mientras su homosexualidad permanezca ocultada. El otro recorte nos lleva hasta Polonia, donde el viceministro de Educación, este se llama Marek Orzechowski, expresa su deseo de excluir de la enseñanza a los profesores homosexuales. En días posteriores hemos conocido que su Gobierno está preparando una ley que perseguirá a cuantos propugnen o hablen sobre la homosexualidad en cualquier institución académica.
¿Conocen estas personas el significado de la palabra tolerancia? ¿Saben lo que implica el término libertad? ¿Por qué todo aquello que no se ajusta a nuestros modelos de vida o al color de los vidrios con los que miramos nuestro entorno ha de ser rechazable? En esta línea, le digo a Zalabardo, ahora que ha llegado y me encuentra escribiendo, que yo no me creo obligado en modo alguno a defender la homosexualidad, sin que eso tenga que significar, por otro lado, que la condene. Simplemente, constato su existencia.
Quiero decir que no comparto esa idea de que la homosexualidad sea en sí misma inmoral, aunque, lógicamente, no me cabe la menor duda de que hay homosexuales de conducta inmoral del mismo modo que hay heteros de conducta inmoral. Menos ético me parece el comportamiento de aquellas personas que declaran aceptar las creencias y tendencias de los demás a cambio de que las mantengan escondidas. Es decir, aquello de que no existe lo que no se ve. Eso es hipocresía.

viernes, marzo 16, 2007

IN HAC LACRIMARUM VALLE

Mi contacto con las informaciones diarias creo que no diferirá mucho del que viven otras muchas personas. Por la mañana, antes de salir, lanzo una ojeada a la prensa digital; cuando salgo a la calle, recojo en la pepelería de Soqui, donde Manolo se encuentra ya faenando desde muy temprano, el periódico al que estoy suscrito y, aún en el garaje, miro por encima los titulares. A mediodía leo lo que más me interesa y veo el noticiario de televisión; y, ya por la tarde, a salto de mata, completo la lectura de mi periódico. Zalabardo, por su parte, es quien va haciendo la recogida de aquel material que luego utilizamos para discutir y para incluir en esta agenda.
Ahora, desde que escribo menos, se me acumula el material y algunos temas los dejo correr. Últimamente, los dos hemos estado un poco enzarzados con el caso de Inmaculada Echevarría, ya sabéis, la mujer que solicitó, y se le concedió, que se interrumpiera su dependencia del respirador artificial que constituía su único hilo de unión con la vida.
Hace solo tres días, yo intentaba explicarles a unos alumnos de cuarto de Secundaria cómo era la sociedad y la cultura de la Edad Media. Les hablaba de la inmensa influencia de la Iglesia en aquellos años oscurantistas. De qué es eso del pensamiento teocéntrico. De cómo se enseñaba a la pobre gente ignorante que la vida no era sino un mero tránsito por este mundo despreciable, por este valle de lágrimas, en el que no teníamos otra opción sino sufrir para hacer, al menos eso se decía, méritos de cara a la otra vida.
Zalabardo me decía esta mañana si no se me caía la cara de vergüenza al exponer tales ideas a los pobres adolescentes. Me echaba en cara que tales formas no son exclusivas de la Edad Media, que debería haberles dicho que, por lo menos en nuestro país, el poder de la Iglesia sigue siendo omnímodo, y que hay mucha gente que continúa defendiendo una actitud religiosa basada en el dolor y el sufrimiento. Y me enseñaba el recorte de prensa en el que se cuenta cómo el personal del hospital de San Rafael, de Granada, regentado por la orden de San Juan de Dios, ha debido rechazar dar cumplimiento, pese a que antes habían mostrado su buena disposición, a la petición de Inmaculada Echevarría por las presiones de la Conferencia Episcopal Española, presionada a su vez, según parece, por las propias jerarquías vaticanas. Inmaculada Echevarría ha tenido que ser trasladada, finalmente, a otro hospital, para ver cumplido su deseo.
Creo que ya en otra ocasión dije algo en torno a la eutanasia. No es un asunto simple que deba tomarse a la ligera, y aunque tengo mis dudas, muchas y serias, ante lo que viene en llamarse autanasia activa, creo firmemente que mantener artificialmente vivo a un ser para el que, con certeza, no existe ninguna esperanza de curación y que, consciente de ello, solicita que no se le mantenga en tal estado, es una villanía, por muchos cuidados paliativos que se le apliquen. Si todos tenemos derecho a una vida digna, aún más derecho tenemos a una muerte digna. No hay mejor atención para un enfermo irreversible, esté en fase terminal o no, que aquella que contribuya a evitarle cualquier tipo de sufrimiento, ya sea físico o psicológico, que no él no pueda, o simplemente no quiera, sobrellevar. Más aún si esa persona ha manifestado con claridad su voluntad al respecto.

lunes, marzo 12, 2007

LA BELCARRANA

Esta palabra ya la utilicé en un comentario anterior para referirme a aquellos términos que, por unas razones u otras, se van perdiendo y dejan de utilizarse. El hecho de que sean vocablos de raíz popular no debería ser razón suficiente para esta pérdida; lo cierto es que, poco a poco, a veces más bien demasiado deprisa, la influencia de unos medios es tan fuerte que sobre la manera peculiar de expresarse la gente de una zona, comarca, población, o incluso formación, se va imponiendo una capa que nos iguala a la hora de elegir el vocablo con que expresamos una determinada idea. Y belcarrana es uno de esos términos que van considerándose proscritos y pasan a engrosar el número de aquellos que terminan por sucumbir ante las modas miméticas de los nuevos usos expresivos. De esa misma manera, ya no se emplean giros tan significativos como ser una abortaria, 'ser persona inconstante', parecer alechigao, 'presentar color o aspecto enfermizo' o, la palabra que nos ocupa, parecer algo una belcarrana, 'haber tanto ruido que es imposible entenderse'.
Esta última palabra es, además una prueba clara de la tendencia hacia la economía expresiva de nuestra modalidad andaluza, pues a nadie se le escapará que el origen de belcarrana no es otro que 'alberca llena de ranas', lugar ruidoso donde los haya. Pero la verdad es que cuando traigo aquí este tema no es la cuestión semántica la que quiero que nos ocupe, sino otra muy diferente. Resulta que Zalabardo y yo hablábamos de la sesión de la semana pasada en el Senado a la que el presidente Zapatero asistió para explicar las razones de la modificación de la situación carcelaria del etarra De Juana. Estuvimos siguiendo parte de la sesión a través de internet y coincidíamos en que posiblemente no se haya celebrado una reunión más tempestuosa en ninguna de las cámaras de nuestrro Parlamento. Fue algo bochornoso.
Lo malo es que la situación no reflejaba tan solo un ámbito, el político, en el que con frecuencia un bando trata de poner en dificultades a otro para obtener unos réditos que más tarde se manifiesten en el número de votos. Zalabardo y yo coincidimos en ser cada día más escépticos frente a los políticos y en estar cada vez más desengañados ante un sistema en el que la opinión personal queda siempre pisoteada por la voluntad del partido. ¿Cómo es posible, nos decimos, que tanta gente, ya sea del PSOE o del PP, por citar solo a los mayoritarios, opine en todo momento al unísono, de acuerdo con la consigna que marque el encargado de hacerlo?
Pero esa es otra cuestión. Zalabardo y yo hablábamos del alboroto incomprensible de quienes preguntaban al presidente del gobierno las razones de su proceder al tiempo que le impedían pronunciarse. A tal comportamiento no lo llamaba Zalabardo estrategia política, sino mala educación. Y cuando yo intentaba explicarle que los políticos son así, él me decía que esto ya no es problema únicamente de políticos. Y me ponía como ejemplo los numerosos programas de la tele, de esos que llaman 'de testimonios', o 'de telerrealidad', en los que se supone que una persona se somete a las preguntas de unos entrevistadores, o bien se debate una cuestión entre dos o más personas. Si haces la prueba, me decía Zalabardo, verás cómo es imposible entender qué dicen, porque hablan todos a la vez y todos sueltan el argumento que llevan previamente aprendido sin atender a lo que los otros participantes digan.
Y este sistema de hablar todos a la vez se ha traspasado a la vida diaria. En clase es difícil conseguir que los alumnos atiendan al compañero que habla, pues cada uno atiende a su exclusivo argumentario y lo peor no es ya eso, sino que la desatención se extrema hasta el punto de utilizar los más desaforados exabruptos para intentar callar al oponente. En fin, lo que digo, todo un manual de mala educación y de carencia de modales cívicos. Una belcarrana, vaya. Claro que por los ejemplos que nuestros jóvenes reciben de los mayores nada de esto debería extrañarnos.

jueves, marzo 08, 2007

TANTO MONTA... ¿O NO?

Ese es el lema que adoptaron los Reyes Católicos y yo lo traigo a cuento de la colocación de los adjetivos con respecto a los sustantivos a que acompañan. Y es que Zalabardo me alarga una invitación que la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía nos envía al Departamento para que asistamos a la presentación de un libro. Nada de particular si no fuera porque la invitación nos llegó el pasado día 6 y el acto se había celebrado el día 1. Y otra cosa más: se presentaba el libro Abierto por inventario escrito, según la invitación por Autores Varios.
Hagamos una breve exposición que espero no resulte pesada. El adjetivo puede ser calificativo, es decir, que añade una nota léxica al sustantivo (azul, simpático) o determinativo, cuando no añade tal nota, sino que lo pone en relación con un concepto de situación, cantidad, posesión, etc. (este, alguno, nuestro, etc.). Por su parte, el calificativo puede ser especificativo, cuando hace una distinción y particularización del sustantivo dentro del grupo a que pertenece (Ponte esta tarde la blusa azul, es decir, se le pide que no se ponga ni la amarilla, ni la roja, ni ninguna otra) o puede ser explicativo, si no añade tal rasgo individualizador, sino que se limita a subrayar una cualidad del sustantivo (Me gustó la blusa azul que llevabas ayer). A decir verdad, es esta un cuestión que a los alumnos suele crearles más de un problema.
Por lo común, el adjetivo especificativo suele colocarse detrás del sustantivo y el explicativo suele ir delante o detrás. Se ve muy claro en Los valientes soldados asaltaron la fortaleza. Pero fijaos que digo suele, porque lo cierto es que hay bastante libertad en este asunto. Pues es bien claro que, a veces, la anteposición o posposición implica un cambio de significado del adjetivo. Veamos ejemplos: pobre hombre ('desgraciado, sin carácter') / hombre pobre ('sin dinero'); simple soldado ('sin graduación') / soldado simple ('bobo'); cierta cosa ('alguna') /cosa cierta ('verdadera'); gran hombre ('que destaca') / hombre grande ('de tamaño'); nuevo coche ('otro') / coche nuevo ('sin usar').
Zalabardo, que no pierde ocasión de soltar alguna patochada, me dice riendo: O sea, algo así como aquello de que no es igual una pelota vieja que una vieja en pelota o que no es lo mismo Santiago de Compostela que compóntelas como puedas, Santiago. Para que se calle, le digo que sí y lo dejo.
Volvamos, pues, a la invitación de la Consejería de Cultura. Si se escribe, como pone allí, que el libro está compuesto por autores varios se dice, en propiedad, que son autores diferentes entre sí, distintos unos de los otros. En cambio, lo que suponemos que se ha querido decir es que está compuesto por varios autores, o sea, que son algunos, más de uno, pues, seguimos suponiendo, se ha querido indicar que se trata de una obra colectiva, una antología o algo por el estilo.
Zalabardo me pide que diga algo sobre la celebración de hoy, 8 de marzo, Día de la Mujer. Diré lo que digo siempre: que los días de la mujer, del inmigrante, de los enamorados, del medio ambiente, etc. deberían ser todos los del año, no un mero recuerdo ocasional que sirve de excusa para proclamar lo que casi nunca se cumple. ¿O no?

martes, marzo 06, 2007

SE ACABÓ EL COLEGUISMO

Me pregunta Zalabardo si a estas alturas, a poco menos de tres meses de que se celebren las elecciones municipales y autonómicas, alguien desconocerá que el anteproyecto de programa del PSOE contempla, aparte de otras muchas cosas, la presencia de un agente de la policía local en cada centro escolar. ¡Qué lejos estamos de aquella experiencia que se conoció con el nombre de Summerhill! Le pregunto yo a mi vez a Zalabardo si sabe qué es eso de Summerhill y se sulfura tan solo de que yo lo ponga en duda. Summerhill fue una experiencia escolar británica iniciada por Alexander S. Neill allá por 1921 que aquí conocimos, y algunos quisieron aplicar sus criterios, en torno a 1980. Summerhill basaba su teoría de enseñanza en libertad sobre dos supuestos básicos: la asistencia a clase y la elección de asignaturas debería obedecer a la libre asunción por parte de los alumnos y la escuela funcionaría mediante un sistema asambleario en el que todos, incluidos los propios alumnos, participaban en la confección de las normas; a esto habría que unir, claro está, la casi ausencia de medidas disciplinarias. ¿Debo decir que Summerhill fracasó?
Le digo a Zalabardo que, por aquellos días en que tantos enfrentamientos había entre defensores y detractores de aquel sistema, yo tildaba a este de coleguismo. En efecto, a muchos profesores se les caía la baba diciendo que había que romper las barreras profesor-alumno; que este debía ver en aquel a un amigo más, a un colega que estaba allí para echarles una mano. Se defendía la ecuación profesor = represor. Y se defendía también que era mejor que un alumno no entrase a clase a que lo hiciese sin motivación. Como los nuestros que en vez de en clase están en la puerta de la iglesia. Es preciso añadir que algunos aspectos de esta tesis tuvieron calado igualmente en las relaciones padres-hijos. ¿A cuántos padres hemos oído decir que ellos no son padres, sino amigos de sus hijos?
Debo decir que yo siempre defendí, frente a estas actitudes, que el profesor tiene que ser eso, profesor y el padre, padre. Ni uno ni otro podremos ser nunca amigos de nuestros alumnos o nuestros hijos. Ellos eligen libremente a sus amigos, y así debe ser, y lo cierto es que, entre estos, nosotros no tenemos cabida. Una cosa es el respeto mutuo, la comprensión, la experiencia, la disposición a tenderles una mano en cuanto necesiten y otra creer vanamente que podremos ser sus colegas. Ni por edad, ni por situación, ni por experiencia, ni por responsabilidad esto será posible. Y, por supuesto, el alumno difícilmente asumirá que se le exija un rendimiento. Eso va con la edad.
¿Adónde nos ha conducido este coleguismo? Lo estamos viendo a diario. Antes, a los profesores se les respetaba y se les valoraba por su función y dedicación. Hoy, estas se minusvaloran y a ellos se les agrede. No hablo ya de agresión física, que hay muchas maneras de agredir. ¿Adónde hemos llegado? En unos centros se han tenido que dictar normas sobre vestimenta; en otros, entre ellos el nuestro, se han prohibido los teléfonos móviles y los reproductores de música. Los profesores nos quejamos de falta de respeto. Las familias dicen que no pueden con sus hijos. Las administraciones escurren el bulto cada vez que pueden. Parece, en ocasiones, que se conjuga más el verbo prohibir que formar y educar. Y, lo último, un partido, da igual el que sea, pide votos a cambio de ofrecer presencia policial.
Me dice Zalabardo que, cuando él iba al instituto, los alumnos se ponían de pie, guardaban silencio cuando el profesor entraba en clase y se le hablaba de usted, del mismo modo que se cedía la acera o el asiento en los autobuses a las personas mayores. Hoy, por desgracia, hay profesores que temen el inicio de la jornada escolar y tiemblan tan solo al pensar cuántos conflictos tendrán que encarar cada día y de qué medios dispondrán para hacerles frente.
Parece que sí, que Summerhill y el coleguismo han pasado a mejor vida. Pero, no lo dudemos, nos han quedado sus daños colaterales, como gusta decir hoy.

domingo, marzo 04, 2007

PROPIEDAD Y CORRECCIÓN

Muchas veces hemos planteado Zalabardo y yo en estas notas la responsabilidad que tienen los medios a la hora de utilizar el lenguaje de manera adecuada por el papel de modelos que adquieren ante los lectores. En efecto, las personas corrientes, que no tienen por qué conocer las entrañas del idioma, se dejan fácilmente influenciar por los usos que leen en la prensa o escuchan en la radio y la televisión. Y posiblemente más por los primeros, dada la fuerza que la palabra escrita ejerce sobre el lector.
Pues bien, no me importa insistir si ello sirve para que tomemos conciencia de que, en cierto modo, el lector también tiene algo de responsabilidad ante cualquier mensaje que se le presente, aunque sea la de no dejarse arrastrar por los usos inadecuados que se le ofrezcan. Y los casos que hoy voy a presentar los comentaré desde el punto de vista de la propiedad y de la corrección lingüística, que no son lo mismo. Según podemos leer en el Diccionario de términos filológicos, de Fernando Lázaro, la corrección es la acomodación de la lengua a las exigencias gramaticales; en cambio, la propiedad es el ajuste exacto entre la palabra empleada y lo que se desea significar con ella. Esto quiere decir que una expresión puede ser gramaticalmente correcta y al mismo tiempo pecar contra la propiedad. Y viceversa.
Me trae Zalabardo para explicar esto unos ejemplos extraídos de dos medios de distribución gratuita, Qué y Qué pasa, ambos de la misma fecha, el día 21 del pasado febrero. El primero de esos ejemplos nos servirá para explicar qué sea la corrección; leemos ¿Eres de los que no sabe decir que no? donde los que es el sujeto de sabe que, lógicamente debería estar en plural por eso de la debida concordancia entre sujeto y verbo. Por tanto, la frase es incorrecta.
Los otros tres ejemplos tienen que ver con la propiedad y cada uno nos ofrece diferente grado de infracción de la propiedad. Los ejemplos son los siguientes: dice el primero que unos funcionarios de la policía nacional fueron detenidos por su presunta implicación en delitos comunes relacionados con su actividad. ¿Es que hay delitos relacionados con la actividad policial y delitos que no? La frase suena a aquella otra que antes se decía de labores propias de su sexo. Creo que buena parte de la actividad policial está relacionada con la comisión de delitos, cualesquiera que estos sean. El segundo texto, relacionado con el accidente del buque Ostedijk, el que llevaba una carga de fertilizantes, dice que se empieza a enfriar la carga con unas lanzas que enviarán agua a presión. La expresión no es del todo impropia, sino insuficiente para una adecuada comprensión porque la lanza es el 'tubo de metal con que se rematan las mangas de las bombas para dirigir bien el chorro de agua'. En este caso, lo que se debería haber dicho es que se utilizarían unas lanzas especiales o unos cañones de agua, por la dificultad que existía para acercarse. Y, por fin, el último caso es el más claro, ya que en él se utiliza una palabra diferente a la que se debería haber utilizado. Dice el texto que por primera vez recibirán dos puntos las familias monoparentales, que se asemejan de este modo a las numerosas. Aquí, obviamente, se confunde asemejarse con equipararse. Asemejarse significa 'mostrarse semejante una cosa con otra', es decir, 'parecerse una cosa a otra'. En cambio, equipararse es 'considerar a alguien o algo equivalente a otra persona o cosa', que es lo que se quiere decir.
Y ya está bien por hoy. Hasta la próxima.

jueves, marzo 01, 2007

EL CEMENTERIO INGLÉS

Bien, me parece que ya estoy en condiciones de poder reiniciar la tarea de esta agenda. Por mucho que lo intenté, Zalabardo se ha negado a escribir una sola línea. Cada vez que yo se lo proponía, él me respondía que hay más días que ollas y que ya volveríamos cuando mi hombro estuviera en condiciones. Parece que eso está ya casi conseguido, aún siento molestias, y ya puede ser el momento de retomar el contacto con los lectores, si es que hay alguno que no se haya olvidado ya de nosotros. Eso sí, por el momento no escribiré todos los días, pues no quiero tentar la suerte.
La decisión de reiniciar los apuntes me surgió ayer mientras realizaba uno de mis paseos (ya sabéis que me gusta andar). Caminaba por la confluencia entre el Paseo de Reding y la avenida de Pries camino del parque de El Morlaco cuando vi abierta la verja del cementerio inglés. Debo decir que no lo conocía, del mismo modo que creo que hay muchos malagueños que tampoco lo conocen. Decidí entrar.
Es un bello jardín-camposanto, algo descuidado en su conservación (lo que es comprensible puesto que no recibe ninguna subvención ni británica ni española y solo se mantiene gracias a los esfuerzos de una pequeña asociación que vela por su mantenimiento), pero un paseo por sus breves senderos no deja de ser agradable y supone imbuirse en un remanso de paz casi en el centro de la ciudad.
Por otra parte, la visita sirve para conocer algunos aspectos de la historia de Málaga. Su creación se remonta a 1831, gracias al cónsul británico William Mark, que luchó por evitar que los restos mortales de los protestantes tuvieran que ser enterrados ignominiosamente en la playa, durante la noche, ya que no se les admitía en el cementerio católico. La primera persona inhumada en él fue Robert Boyd, militar irlandés que se levantó contra la tiranía junto a Torrijos y fue con él y el resto de sus seguidores fusilado en las playas de Huelin. Su tumba ocupa un rincón en el recinto primitivo de este cementerio, reconocible porque aún lo circunda una blanca tapia.
Pero este cementerio cobija los restos de otras personas ilustres: el escritor Gerald Brenan y su esposa; Joseph Noble, aquel médico que vino a Málaga en 1861 y aquí murió a causa del cólera y en cuya memoria se fundó poco después el Hospital Noble, para atender a pescadores y marinos de esta ciudad. Cerca del primitivo cementerio podemos ver igualmente el sobrio enterramiento del poeta vallisoletano, pero malagueño de espíritu según confesión propia, Jorge Guillén.
En la misma parcela, al fondo, se levanta el monumento bajo el que descansan 62 oficiales y marinos del buque escuela alemán Gneisenau, que zozobró a causa de una tormenta en la bahía de Málaga en diciembre de 1900. Muchos hombres malagueños arriesgaron su vida, y no pocos murieron, en las tareas de ayuda al buque naufragado. Cuando años después, en 1906, una grave crecida del río Guadalmedina provocó una gran riada y la caída de algunos puentes del río, el gobierno alemán, agradecido, encabezó en su país una suscripción popular con la que se construyó el que aún conocemos como Puente de los alemanes.
En fin, que Zalabardo y yo aconsejamos la visita de este bello rincón malagueño a cuantos no lo conozcan. Estamos seguros de que nadie saldrá defraudado.