sábado, enero 24, 2015

¿DERECHO A DECIDIR?



 
Texto autógrafo de Antonio Machado
          
Antonio Machado y Pérez Galdós fueron escritores que solían llevar encima un pequeño cuaderno en el que escribían lo que se les ocurría en un momento dado. Gracias a eso, conocemos el último verso escrito por Machado, que se encontró en un bolsillo de su abrigo días después de su muerte. Era un pequeño papel en que se leía: Estos días azules y este sol de la infancia. Ese cuaderno sobraría hoy. Me lo hizo ver José Francisco al demostrarme que la opción Notas, de los móviles, cumple esa función.
            Pero vamos con Machado. En 2003, Unicaja compró los que se conocen como Manuscritos de los Hermanos Machado, una serie de cuadernos que la familia subastó y que encerraban textos y anotaciones de los hermanos (en especial de Antonio) que habían permanecidos inéditos en su mayor parte. En uno de ellos, el de prosas sueltas (donde apuntaba textos para Juan de Mairena), puede leerse: La palabra elección suele emplearse equívocamente en psicología. Toda elección supone previa conciencia de lo que se toma y de lo que se deja. ¿Qué sentido tiene el decir que nuestros sentidos eligen aquellos elementos que perciben?
Viñeta de Uro
            Leyendo tales palabras, le digo a Zalabardo, me paré a pensar la diferencia que hay entre razonar, sentir, percibir o elegir. Y se me ocurrió que, en nuestro mundo de hoy, quienes más réditos sacan de ello son los publicistas y los políticos. ¿Qué pretenden unos y otros? Que ansiemos la posesión de un producto sin ni siquiera plantearnos su bondad o la necesidad que del mismo tenemos. Que elijamos dejándonos guiar por los ojos, por el olfato; pero no por la razón.
            Y ya llego al meollo del asunto. Muchos son quienes proclaman a los cuatro vientos nuestro derecho a decidir. Publicistas y políticos, rodeados de sofisticados equipos de mercadotecnia, apelan a nuestros sentimientos, a nuestras percepciones, y nos piden, impúdicamente, tratando de que no razonemos, que elijamos su producto antes que el de la competencia. Da igual que hablemos de coches, de ropa, de comida o de tendencia política. Invocan que ejerzamos nuestro inviolable derecho a decidir al tiempo que piensan: “No te pares a juzgar qué dejas al tomar lo que te ofrecemos. No pienses, pues nosotros ya lo hacemos por ti. Limítate a seguir nuestro consejo y olvida lo demás”.
Caricatura de Fran Moreno
            La intención es que nos adhiramos de inmediato, sin concedernos tiempo para pensar pros y contras, si lo que elegimos supera a lo que dejamos. Actuando así, todos, no sé si habrá alguna excepción, parten (sin declararlo) de que mi derecho a decidir no es más que la renuncia a mi independencia de criterio, a mi libre albedrío.
            Vamos con ejemplos: Oriol Junqueras, de ERC, declara que él no es español y exige el derecho a decidir de los catalanes; pero tiene la desfachatez de sugerir qué deben votar los españoles, y evita que Mas comparezca para aclarar toda la porquería que esconde el caso Pujol. Y si un referendo, o lo que sea, no sale bien, pues se programan elecciones de carácter plebiscitario. A Rajoy y su corte del PP se les llena la boca proclamando que un tal Bárcenas no es del partido y, por tanto, ellos no tienen nada que ver en sus asuntos. Y no quieren ni oír de hablar de elecciones, por lo que les pueda llover a cuento de la Gurtel ni se avienen a limar asperezas con los políticos catalanes porque quienes deciden son todos los españoles. ¿Pero nos dejarán alguna vez hacerlo?  Susana Díaz, presidenta de la Junta de Andalucía anda a la greña con IU y ella sí cree conveniente adelantar elecciones, “no obedeciendo a los intereses del PSOE ni de IU, sino de los andaluces que son los que decidirán”. Podemos no cesa en su bombardeo contra “la casta”, pero sus líderes (de los que empieza a saberse que también esconden trapos sucios en materia de cobros poco justificados) no tienen inconveniente en reunirse (eso sí, en secreto) con destacados representantes de esa “casta” que denigran. Y lo hacen a escondidas del pobre Pedro Sánchez, al que alguien anda haciéndole la cama. Todo ello sin dejar de solicitar que la mejor decisión es echar a esa “casta corrupta” en la que ellos ya van tomando posiciones.
Caricatura de Fran Moreno
trama
Caricatura de Vizcarra
            O sea, que todos actúan pensando en nuestros intereses, en lo que quiere el pueblo catalán, el andaluz, el español (según quien hable). Eso sí, se reservan para ellos cuál será el momento en que nosotros, los ciudadanos, decidamos. Ese momento será efectivo cuando a ellos les interese, con las preguntas que ellos diseñen y atendiendo a los objetivos que ellos se marquen. Como vulgarmente se dice, no intentan más que vendernos la moto.
            ¿Tú crees de verdad que las cosas son como dices?, me replica Zalabardo. Y, claro, lo hago partícipe de mis dudas. Pero, me sincero y le aclaro que lo que yo pido es que me argumenten y me hablen a la razón, no que se dirijan a mis sentidos y percepciones, o a mis sentimientos, pues un bello envase puede ocultar un producto poco suculento, si no dañino. Si he de decidir cuando ellos quieren, como ellos quieren y sobre lo que ellos quieren, ¿en qué consiste mi libertad personal? Lo que les pido, aclaro finalmente a Zalabardo es que, por lo menos, no me agobien, que (sin emplear técnicas de trileros) me den ocasión de poder tomar conciencia de lo que tomo y de lo que dejo, como decía Machado. Porque lo que percibimos es bastante lamentable.
           
Caricatura de Canalsu

domingo, enero 18, 2015

¿LAICO O ACONFESIONAL? (SOBRE IMPROPIEDAD LÉXICA)



            Escribía don Fernando Lázaro allá por 1986 en uno de sus dardos, y cito de memoria, que el peligro para el idioma no es tanto el vocablo extranjero, el barbarismo más o menos necesario, sino los malos usos que hacemos del idioma propio.
            Como Zalabardo me pide que se lo aclare con algún ejemplo, ahí va. Si selfie, que a mí no me gusta, pues ya tenemos autorretrato o autofoto, ha sido elegida por Fundéu como la palabra del año y los hablantes acaban por aceptarla, lo que al parecer ya ha ocurrido, bienvenida sea. Ya Voltaire dijo: El purismo es siempre pobre y Feijóo, aparte de escribir algo semejante, dijo también: El empréstito de voces que se hacen unos idiomas a otros es sin duda útil a todos y ninguno hay que no se haya interesado en este comercio. Claro que, digo yo y lo diría cualquiera, todo requiere moderación y coherencia.
            ¿Qué quería decir don Fernando Lázaro al denunciar los malos usos que hacemos del idioma propio? También le doy un ejemplo a mi amigo: ¿por qué dichosa razón, si no es la de la ignorancia, se hace tanto empleo de adolecer con el significado de carecer? Ya Antonio de Nebrija, en su Vocabulario español-latino de 1494, traducía adolecer como langueo, es decir, ‘desfallecer, languidecer, sentirse enfermo’. Covarrubias, en 1611, decía que era ‘caer en alguna enfermedad de dolor’. El Diccionario de Autoridades, de 1726, dice que es ‘enfermar, padecer algún achaque’. Y da el siguiente ejemplo: Adoleció el Emperador Constantino de tan fuerte enfermedad, como que tornó todo gafo. Por fin, si echamos manos del DRAE, podremos leer que significa: ‘1. Causar dolencia o enfermedad; 2. Caer enfermo; 3. Tener o padecer algún defecto’. Este tercer significado es el que origina las confusiones.
            Todo lo anterior queda bien patente en aquellos versos de san Juan de la Cruz: decilde que adolezco, peno y muero. Es decir, que ‘languidezco, me siento enfermo, sufro y muero’. Por tanto, lo miremos como lo miremos, nunca será correcto decir que alguien falto de capacidad para algo *adolece de aptitudes, sino, en cualquier caso, que adolece de falta de aptitudes, es decir, ‘tiene el defecto de carecer de aptitudes’.
            Esos usos erróneos constituyen lo que en el lenguaje llamamos impropiedad. Aplicamos a una palabra un significado que no le corresponde. ¿Por qué sucede esto? Por razones diversas: porque las palabras tienen a veces un significado difuso; porque el hablante tiene una idea aproximada de lo que una palabra quiere decir, pero no acaba de acertar con su uso; porque hay dos palabras parecidas que pueden confundirse; porque, en fin, el hablante se tira a la piscina sin reparar en que no tiene agua y peca de imprudente, es decir, adolece de falta de prudencia.
El Roto
            Le digo a Zalabardo que estos días, con el atentado de París, hemos tenido oportunidad de oír y leer cómo se producían usos impropios de dos términos que, aunque cercanos en significado, no son iguales: laico y aconfesional. Son de esas palabras que nos llevan a tirarnos a la piscina sin ver si hay o no agua, por lo que, en ocasiones, acabamos rompiéndonos la crisma. Laico, lo veremos si nos molestamos en consultar el DRAE, es ‘independiente de cualquier organización o confesión religiosa’. Por su parte, aconfesional es ‘que no pertenece ni está adscrito a ninguna confesión religiosa’.
            ¿Es Francia un país laico? Sin duda. Ya el artículo 1 de su Constitución lo deja patente: Francia es una república indivisible, laica, democrática y social que garantiza la igualdad ante la ley de todos los ciudadanos sin distinción de origen, raza o religión, y que respeta todas las creencias. ¿Lo es España? Tenemos que dudarlo mucho. Si vamos a nuestra Constitución, es verdad que el artículo 14 dice: Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social. Pero el artículo 16.3 dice bien clarito: Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones.
         ¿A que no es lo mismo? ¿Puede un Estado laico tener un Concordato como el que mantiene España con el Vaticano? ¿Puede una enseñanza laica integrar en sus programaciones una asignatura que sea Religión Católica?
            Y ya para terminar de deslindar los campos en esto de la propiedad semántica. Igual que laico no es aconfesional, tampoco es lo mismo un ateo que un agnóstico. Es ateo ‘quien niega la existencia de Dios’; en cambio, es agnóstico ‘quien declara inaccesible para el entendimiento humano todo conocimiento de lo divino y de lo que trasciende la experiencia’. El agnóstico no niega nada; simplemente, se declara desprovisto de medios para emitir una opinión en uno u otro sentido.

sábado, enero 10, 2015

¡SANTIAGO, Y CIERRA ESPAÑA! (JE SUIS CHARLIE)




         ¡Cuánta barbarie, cuánto fanatismo, cuánta intolerancia puede refugiarse tras una torcida interpretación de la religión! La mayoría de las veces, tras esa pretendida defensa de la fe no hay más que actitudes interesadas y espurias, ansia de dominar la ignorancia y, esta sí, buena fe de muchas personas. El terrorismo islamista es una prueba de ello, le digo a Zalabardo, pero no solo el Islam ha servido de tapadera a barbaries históricas. Recordemos cuántas atrocidades cometió la Inquisición al amparo de un credo religioso.
            No son las religiones las culpables, somos los hombres. Los fundamentalistas se excusan en que esos libros tras los que esconden sus infamantes conductas son revelados. Pero, aunque así fuese, callan que esa revelación ha ido siendo continuamente deturpada por circunstancias históricas y sociales muy diferentes a las de hoy. Aunque todavía hay quienes los esgrimen para justificar la violencia, la sumisión de la mujer, la supresión de la libertad de expresión…
            Es verdad que en esos libros podemos leer fragmentos terribles sobre muertes, castigos y venganzas. Pero no olvidemos que, nada más comenzar la Biblia (Éx. 20, 13) ya se dice: “No matarás”. Y que en el Corán, ya casi al final (42, 40), se afirma: “Quien perdona y se reconcilia tiene su salario junto a Dios. Él no ama a los injustos”. O que la Torá judía (Lev. 19,18), dice: “No procures la venganza, ni conserves la memoria de la injuria de tus conciudadanos. Amarás a tu amigo o prójimo como a ti mismo”. ¿Por qué no atender estas palabras antes que las otras?
            Hoy le quería hablar a Zalabardo de la expresión ¡Santiago y cierra España! El tono que pensaba emplear era muy diferente, pero los acontecimientos recientes de París me han hecho cambiar. ¡Santiago y cierra España! pudiera ser un ejemplo de cómo alguien puede valerse de la religión para fines nada religiosos.
            ¡Santiago y cierra España! era el grito de aliento con que las tropas españolas se aprestaban a atacar al enemigo desde antiguo. Solo que dos dudas nos surgen al oírlo: por qué cerrar y por qué Santiago. Si buscamos en el DRAE, tenemos que llegar a la acepción 23 de cerrar para encontrar: ‘trabar batalla, embestir, acometer’. Eso indica la rareza de dicho uso; en el Diccionario de Autoridades, de 1729, hay que llegar a la acepción número 8 para enterarnos de que, metafóricamente, significa ‘embestir, acometer un ejército a otro’. Y si seguimos retrocediendo, Covarrubias, en su Tesoro, de 1611, afirma que cerrar con el enemigo quiere decir ‘embestir con él; de donde manó el proverbio militar ¡Cierra España!’.
            Pero lo que a Zalabardo y a mí nos interesa es cuándo se cuela en ese grito el nombre del apóstol Santiago. En el Quijote, en su segunda parte, aparece dos veces, ambas en boca de Sancho. En el capítulo iv, le dice a Sansón Carrasco: …que tiempos hay de acometer y tiempos de retirar; sí, no ha de ser todo “¡Santiago, y cierra España!.  Más adelante, en el lviii, la utiliza más en tono socarrón y pregunta a don Quijote: querría que vuestra merced me dijese qué es la causa por que dicen los españoles cuando quieren dar alguna batalla, invocando aquel San Diego Matamoros: “¡Santiago, y cierra España!” ¿Está por ventura España abierta y de modo que es menester cerrarla, o qué ceremonia es esta? Y en el Cantar de Mío Cid, narrando la batalla de Alcocer, el verso 731 dice: Los moros llaman ¡Mafomat! E los cristianos ¡Santi Yagüe!
            O sea que la cosa viene de lejos. “¿De cuándo?”, me insiste Zalabardo. Entonces es cuando, por casualidad, me topo con un ejemplar del Comentario del Apocalipsis, escrito hacia 776 por un monje de Liébana, llamado Beato, cuyo nombre ha pasado a designar el importante libro que escribió.
            En una de las copias del Beato de Liébana, el Comentario del Apocalipsis viene precedido por un himno que se inicia O dei verbum y que más genéricamente se conoce como Himno de Santiago. Parece que es el primer ejemplo conocido en que se habla del apóstol Santiago como patrón de España: O vere digne sanctior apostole / caput refulgens aureum Ispaniae Tutorque nobis / et patronus vernulus… (Oh, verdaderamente digno y sagrado apóstol, cabeza área y resplandeciente de España, tú [eres] nuestro Protector y nacional patrono).

           Pero parece que ese himno se añadió tardíamente al Beato original. “¿Por qué?”, me pregunta Zalabardo. Porque, según todos los indicios, la razón de que Santiago sea considerado protector y patrón de España se remonta a fechas posteriores, concretamente al año 844, con ocasión de la batalla de Clavijo. Cuenta la leyenda que, hallándose el rey Ramiro i, el asturiano, no el aragonés, en peligroso trance frente a los musulmanes invasores, una noche se le apareció el apóstol y le dijo: Mañana vencerás con la ayuda de Dios a todos estos moros que te tienen cercado, aunque morirán muchos de los tuyos, a los cuales está aparejada la gloria del paraíso. Y porque tengas seguridad de lo que te digo, me verás encima de un caballo blanco con una seña blanca y una gran espada reluciente en la mano. Lo malo es que no hay ni documentos, ni anales, ni historias ni crónicas que demuestren que tal batalla existió. O sea, que fue una patraña.
            ¿Con qué objeto se urdió? Pollux Hernúñez, traductor del himno citado y doctor en Filología Clásica por la Sorbona, se atreve a proponer dos. Uno: Santiago de Compostela pasaba por una crisis de romeros y sus ingresos menguaban; era preciso reactivar las peregrinaciones. Dos: hacía falta crear una conciencia “nacional” que diera fuerzas para repeler al invasor. Y concluye con palabras parecidas a estas: lo importante es que la gente crea algo, incluso lo increíble, aunque la Historia lo desmienta.
            De la misma forma que ese himno fue escrito con fines económicos y políticos, más que religiosos, hoy se extienden las proclamas del terrorismo yihadista. Los siglos pasan, pero perduran idénticas técnicas. Y muchos fanáticos siguen cayendo en sus redes.

martes, enero 06, 2015

AD CALENDAS GRAECAS



Calendario romano, con indicación de los fasti (días propicios)

            Confieso a Zalabardo mi extrañeza por la violencia que suele desatarse en los foros de Internet por los motivos más banales. Se diría que el anonimato anima a insultar. Pero es que personas que no ocultan su nombre, titulares de páginas e incluso periodistas, también escriben comentarios injuriosos, ofenden con sus contenidos o firman artículos y titulares que parecen provocar a propósito. ¿Tanto nos cuesta aceptar una opinión que no coincida con la nuestra para, con esa facilidad, renunciar al análisis y al diálogo y dejarnos llevar por el insulto? Hoy mismo leo que la policía ha detenido a una persona por llamar en Facebook delincuente al policía que murió arrollado por un tren cuando trataba de identificar a una persona. ¿Ni siquiera respetaremos a los difuntos?
            Hace un tiempo me topé con una página llamada Calendas griegas en la que su autora, con escasa delicadeza y algo de despiste, se ponía a explicar el sentido de la locución latina ad calendas graecas. Solo que su explicación era insuficiente y el tono más bien provocador, lo que sentó mal a algunos lectores que comenzaron a enviar comentarios en tono exaltado; la exaltación derivó en insultos y los insultos en pelea tumultuaria. Por supuesto, el tema de la entrada se olvidó. Esa razón me inclinó a enviar un comentario en el que pedía cordura y manifestaba mi preocupación ante tanta desconsideración y ausencia de respeto a las personas. De paso, aproveché para explicar qué era realmente la expresión y cuál su origen.
            Ahí hubiese quedado la cosa de no ser porque, tiempo después, he recibido escritos, incluso uno desde Costa Rica, que me agradecen la explicación ofrecida y solicitan alguna ampliación de la misma. No sé si ellos llegarán a leer este apunte, pero, para comenzar el año, retomo y completo lo que entonces decía.
            Empecemos con orden. ¿Qué dice el DRAE? Pues que calenda (aunque debiéramos decir calendas) proviene del latín kalendae, -arum, ‘primer día del mes’. ¿Y qué significados tiene ahora el término?: 1. Lección del martirologio romano, con los nombres y hechos de los santos, y las fiestas pertenecientes a cada día. 2. En el antiguo cómputo romano y en el eclesiástico, primer día de cada mes. 3. Época o tiempo pasado. ¿Y qué dice de calendas griegas? Pues que es una expresión irónica que significa ‘tiempo que no ha de llegar, porque los griegos no tenían calendas.
Calendario romano (Museo della Civiltà Romana)
            Aclarado esto, pasemos a la historia de la palabra y al sentido de la locución. De los que recoge el DRAE, el significado más ajustado al origen es el segundo, ‘primer día de cada mes’. Atendamos, pues, al calendario romano (fácilmente se ve que calendario viene de calendas) para que todo nos resulte más fácil. La raíz indoeuropea kel∂-, que significa ‘gritar’, está en la base del latín clamo, ‘gritar, dar voces’ y calo, ‘llamar, convocar’, así como del griego καλέω, ‘llamar’. Muchas son las palabras actuales que se remontan, por diferentes caminos, a esa antigua raíz: clamar, clamor, exclamar, chamariz, concejo, intercalar, declarar, nomenclatura… Y, naturalmente, calendas (o kalendas), siempre en plural, que era el ‘primer día de cada mes, en que se anunciaba públicamente en qué días iban a caer las nonas y los idus, que no tenían fechas fijas’.
            El calendario romano se ajustaba a los ciclos lunares y los meses no tenían un número fijo de días. Todo giraba en torno a tres fechas claves: teóricamente, el primer día de cada mes coincidía con el novilunio, la luna nueva. ¿Y por qué se le llamaba calendas? Porque en ese día, los pontífices anunciaban desde el Capitolio, siguiendo una fórmula tradicional, cuándo caerían las nonae (los días 5 o 7 del mes), el cuarto creciente, y los idus (los días 13 o 15), el plenilunio. También era el día en que las deudas privadas o los tributos al erario público debían ser saldados. Idus es una palabra de difícil filiación. Leo en algunos sitios, siempre aludiendo a M. Terencio Varron, que es un préstamo etrusco, eideus, que designa la noche clara, iluminada por la luz de la luna; pero, en otros, se dice que primitivamente era iduare, ‘dividir’, porque esa fecha partía el mes en dos partes de casi igual duración. Nonae, en cambio, no tiene ninguna duda, eran los días que iban nueve antes de los idus.
(Fuente: Wikipedia)
            Pero no todo es fácil en este calendario. En su historia sufrió modificaciones. El cómputo de los días, por ejemplo, no se hacía como ahora, sino siempre con referencia a un futuro: “el cuarto día antes de las calendas”, “el tercer día antes de los idus”, etc. Inicialmente, los meses eran diez y el año empezaba en marzo; luego se añadirían enero y febrero para ajustarse al ritmo de las estaciones. Eso explica que septiembre signifique ‘mes séptimo’ aunque en realidad sea el noveno. Igual pasa con octubre, noviembre y diciembre. Julio y agosto (antes quintilis y sextilis)) pasaron a llamarse así en honor de Julio César y de Octavio Augusto. Sin embargo, cuando a Tiberio le propusieron que septembris tomase su nombre, respondió: “¿Y qué haréis cuando se acaben los meses a los que cambiar el nombre?”.
            Me interrumpe Zalabardo: “¿Pero cómo la dichosa locución Ad calendas graecas pasa a significar ‘tiempo que no ha de llegar’, es decir, ‘nunca’?” La respuesta es fácil. El calendario griego, o los calendarios, pues en cada región tenían uno propio, funcionaba de diferente manera. En cualquier caso, los griegos no tenían calendas, porque al día de la luna nueva lo llamaban neomenia (de νεο, ‘nuevo’ y μήνη, ‘luna’). Y cuenta Suetonio en De vita caesarum que fue el emperador Octavio Augusto el primero en utilizar la locución, pues, haciendo referencia a los morosos, decía en tono de burla que pretendían pagar ad calendas graecas, es decir, nunca.
            Para terminar el apunte, deseamos que el nuevo año sea venturoso para todos y nunca los idus nos sean aciagos, como fueron para César los de marzo.