Escribía don Fernando Lázaro allá por 1986 en uno de sus dardos, y cito de memoria, que el peligro para el idioma no es
tanto el vocablo extranjero, el barbarismo más o menos necesario, sino los
malos usos que hacemos del idioma propio.
Como Zalabardo me pide que se lo
aclare con algún ejemplo, ahí va. Si selfie, que a mí no me gusta, pues
ya tenemos autorretrato o autofoto, ha sido elegida por Fundéu como la palabra del año y los
hablantes acaban por aceptarla, lo que al parecer ya ha ocurrido, bienvenida
sea. Ya Voltaire dijo: El purismo es siempre pobre y Feijóo, aparte de escribir algo semejante,
dijo también: El empréstito de voces que
se hacen unos idiomas a otros es sin duda útil a todos y ninguno hay que no se
haya interesado en este comercio. Claro que, digo yo y lo diría cualquiera,
todo requiere moderación y coherencia.
¿Qué quería decir don Fernando Lázaro al denunciar los malos
usos que hacemos del idioma propio? También le doy un ejemplo a mi amigo: ¿por
qué dichosa razón, si no es la de la ignorancia, se hace tanto empleo de adolecer
con el significado de carecer? Ya Antonio de Nebrija, en su Vocabulario español-latino de 1494, traducía
adolecer
como langueo,
es decir, ‘desfallecer, languidecer, sentirse enfermo’. Covarrubias, en 1611, decía que era ‘caer en alguna enfermedad de
dolor’. El Diccionario de Autoridades, de 1726, dice que es ‘enfermar,
padecer algún achaque’. Y da el siguiente ejemplo: Adoleció el Emperador Constantino de tan fuerte enfermedad, como que
tornó todo gafo. Por fin, si echamos manos del DRAE, podremos leer que
significa: ‘1. Causar dolencia o enfermedad; 2. Caer enfermo; 3. Tener o
padecer algún defecto’. Este tercer significado es el que origina las confusiones.
Todo lo anterior queda bien patente en
aquellos versos de san Juan de la Cruz:
decilde que adolezco, peno y muero.
Es decir, que ‘languidezco, me siento enfermo, sufro y muero’. Por tanto, lo
miremos como lo miremos, nunca será correcto decir que alguien falto de capacidad
para algo *adolece de aptitudes, sino, en cualquier caso, que adolece
de falta de aptitudes, es decir, ‘tiene el defecto de carecer de aptitudes’.
Esos usos erróneos constituyen lo
que en el lenguaje llamamos impropiedad. Aplicamos a una palabra un significado
que no le corresponde. ¿Por qué sucede esto? Por razones diversas: porque las palabras
tienen a veces un significado difuso; porque el hablante tiene una idea aproximada
de lo que una palabra quiere decir, pero no acaba de acertar con su uso; porque
hay dos palabras parecidas que pueden confundirse; porque, en fin, el hablante
se tira a la piscina sin reparar en que no tiene agua y peca de imprudente, es
decir, adolece de falta de prudencia.
El Roto |
Le digo a Zalabardo que estos días,
con el atentado de París, hemos tenido oportunidad de oír y leer cómo se
producían usos impropios de dos términos que, aunque cercanos en significado,
no son iguales: laico y aconfesional. Son de esas palabras
que nos llevan a tirarnos a la piscina sin ver si hay o no agua, por lo que, en
ocasiones, acabamos rompiéndonos la crisma. Laico, lo veremos si nos molestamos
en consultar el DRAE, es ‘independiente de cualquier organización o confesión
religiosa’. Por su parte, aconfesional es ‘que no pertenece ni
está adscrito a ninguna confesión religiosa’.
¿Es Francia un país laico?
Sin duda. Ya el artículo 1 de su Constitución lo deja patente: Francia es una república indivisible, laica, democrática y social que
garantiza la igualdad ante la ley de todos los ciudadanos sin distinción de
origen, raza o religión, y que respeta todas las creencias. ¿Lo es España?
Tenemos que dudarlo mucho. Si vamos a nuestra Constitución, es verdad que el
artículo 14 dice: Los españoles son
iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón
de nacimiento, raza, sexo, religión o cualquier otra condición o circunstancia
personal o social. Pero el artículo 16.3 dice bien clarito: Ninguna confesión tendrá carácter estatal.
Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad
española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la
Iglesia Católica y las demás confesiones.
Y ya para terminar de deslindar los
campos en esto de la propiedad semántica. Igual que laico no es aconfesional,
tampoco es lo mismo un ateo que un agnóstico. Es ateo
‘quien niega la existencia de Dios’; en cambio, es agnóstico ‘quien declara inaccesible para el entendimiento humano todo conocimiento de
lo divino y de lo que trasciende la experiencia’. El agnóstico no niega nada;
simplemente, se declara desprovisto de medios para emitir una opinión en uno u
otro sentido.
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