Es bien palpable que algunas, o muchas, palabras y expresiones se van perdiendo con el tiempo y resultan desconocidas para las nuevas generaciones. Las causas son muy variadas. A veces, lo designado queda obsoleto por mor de los avances de la técnica y el uso de esa palabra se diluye. Le digo a Zalabardo que, hace unos días, leyendo una novela de un paisano mío, Víctor Espuny, me topé con pascalina. ¿Cuántos conocen hoy ese término y quiénes usan el objeto significado? La palabra ni siquiera aparece en el DLE. La pascalina es un raro artefacto lleno de ruedas y engranajes que facilita los cálculos inventado en el siglo XVII por Blaise Pascal, quien la llamó máquina aritmética. O sea, no es sino el más remoto antecedente conocido de las modernas calculadoras. Si atendemos a otros campos que no sean las ciencias, podríamos pensar qué fue de los miriñaques y los polisones en el mundo de la vestimenta femenina.
De palabras
antiguas que se van dejando de utilizar sabe bastante mi buena amiga Pepa
Márquez, fiel defensora de como se ha hablado «toda la vida de Dios»,
aunque no tenga en cuenta, tampoco tiene por qué, que, antes de ella y de todos
nosotros, se hablaba de otra manera y que, ahora y después de nosotros, se
hablará de otra diferente a aquella y a esta. También sabe de esto mi no menos
buen amigo Paco Álvarez Curiel; no ya por lealtad y apego a los modos de
hablar, sino porque los ha estudiado y es autor de un interesante Vocabulario
popular andaluz.
Pero lo que
quiero explicar a Zalabardo es que debemos asumir con naturalidad que el
lenguaje, tanto el culto como el coloquial, no cambia por caprichos de nadie
―aunque haya muchos malandrines que lo prostituyen a conveniencia―. El lenguaje
evoluciona de forma natural ajustándose a los cambios que la sociedad
experimente. Algunos se resisten a creerlo, pero las cosas no cambian porque modifiquemos
las palabras que las designan; las palabras cambiarán, o desaparecerán, cuando
la mentalidad de la sociedad vaya aceptando avances y cambios necesarios y
cuando dejemos de volcar sobre el lenguaje nuestros prejuicios. Sin embargo, es
conveniente y positivo no olvidar los nombres anteriores; ese recuerdo es el
fiel de la balanza que indica el giro que ha dado la sociedad.
A este criterio responde el título del apunte de hoy. Le sugiero a Zalabardo que antes de comentar la expresión, irse al / quedarse para / estar en el poyetón, sería interesante revisar la palabra de la que poyetón procede. Para no remontarnos demasiado lejos ―aunque la historia es curiosa―, nos quedaremos en el latín podium, que podía significar tres cosas: 1. ‘Grada primera y más ancha en los anfiteatros, en forma de plataforma, sobre la que se colocaban las filas principales’; 2. ‘Consola, cordón saliente de un edificio’; y 3. ‘Otero o colina pequeña’. Del primero sale su sentido de ‘banco’; del segundo, la ‘encimera’ de cocina; y del tercero, ‘lugar elevado’. Menéndez Pidal dice que podium debió extenderse fundamentalmente por el norte y noreste de Hispania, prevaleciendo el tercero de los significados. Eso explica que en la Tarraconense y en Galicia derivase hacia puig, pueyo y poyo como nos demuestran los topónimos Puig de Castellet (Girona), Pueyo de Aragüés (Huesca) o Poio (Pontevedra), todos ellos situados en lugares elevados; porque en la parte sur, para señalar un lugar de mediana altura triunfaron otero y cerro.
Poyo,
como ‘asiento o banco’ se usaba más en León y Asturias. Y con este significado
llegó a establecerse en la mitad sur de España. El poyo es un
‘banco de mampostería, especialmente formado por una sola piedra’, adosado a la
fachada exterior de una casa, junto a la puerta. Aunque hay que hacer dos
observaciones: la primera, que entre nosotros acabó por triunfar una forma de
diminutivo, poyete; y la segunda, que poyo y poyete
se utilizaron también con el segundo de los significados que tenía en latín,
como nos demuestra la presencia de poyo, o poyete,
de la cocina, que es la ‘encimera o repisa sobre la que se elaboran las
comidas’.
Le presento a
Zalabardo una última cita que nos mete de lleno en la que es idea principal del
apunte. Alonso Zamora Vicente, hablando en su Dialectología
española del influjo de las hablas aragonesas en el andaluz, afirma que
muchas de las palabras que siguieron este camino adoptaron por influencia
popular, sin que se sepa bien por qué, significados locales; Trata de
demostrarlo con abundantes ejemplos, de los que nos quedamos solo con el que
nos interesa. Que poyo no designa, aquí, ‘lugar alto’ y que se
echó mano de un aumentativo para poyetón, irse al poyetón,
‘quedarse soltera una mujer’. Ya tenemos aquí la expresión; ahora habría que
buscarle una explicación. En una sociedad marcada por ideas fundamentalmente
patriarcales, la mujer tenía poca o ninguna consideración social. Su meta,
impuesta, era el matrimonio no siempre fruto de su voluntad, sino impuesto por
un concierto entre familias. La mujer tenía pocas o ninguna perspectiva
respecto a su futuro. Tan es así que, si nadie la pretendía o si sus padres no
conseguían «colocarla», su única opción era permanecer en casa. Y, cuando no
estaba ocupaba por faenas domésticas, su única distracción era sentarse en el poyetón
y ver cómo el mundo desfilaba ante ella sin su participación.
¿Había hombres que, por la razón que fuese, quedaban solteros? Sí, solterones ha habido siempre, pero difícilmente se aplicaba a un hombre lo de irse al poyetón. Eso se decía más de las mujeres que alcanzaban una edad en la que se pensaba que ya era difícil que contrajesen matrimonio. Clara muestra de que la expresión tenía un matiz claramente peyorativo y denigratorio. La mujer que no llegaba al matrimonio, salvo que entrase en un convento, quedaba señalada. Tan es así, que el DLE sigue manteniendo que irse al poyetón significa ‘quedarse soltera’.
Afortunadamente, coincidimos
Zalabardo y yo, la sociedad ha cambiado, la mujer ha alcanzado un estatus
social muy diferente y, aunque a pasos lentos, se va logrando una igualdad en
derechos. Una mujer de hoy podrá elegir no casarse, no establecer ninguna clase
de vínculo matrimonial. Pero será porque esa es su voluntad. Lo que es seguro
es que a ninguna se le podrá imponer lo de irse al poyetón.
Esto es lo que
pretendía decir cuando al principio defendía que los cambios no se imponen,
sino que caen por su propio peso en cuanto que cambian las mentalidades. Pero,
aunque una palabra o expresión quede obsoleta, haya perdido su uso, nunca
deberíamos olvidarla, porque es una forma de no olvidar lo que va de un tiempo
a otro, los avances conseguidos, y de cobrar nuevas energías para seguir
logrando cambios.