sábado, septiembre 09, 2023

SOBRE OVEJAS NEGRAS, PERROS VERDES Y MIRLOS BLANCOS

            Le cuento a Zalabardo las dudas que me surgieron hace unos días mientras presenciaba un concurso de televisión. Al concursante se le da una definición y ha de adivinar a qué palabra corresponde. Ese día, una de las definiciones fue «Adorador o que rinde culto al fuego». El concursante respondió, y yo pensé lo mismo, ignílatra. Pero resulta que no, que la respuesta correcta es ignícola.

            Mi sorpresa fue mayúscula. Hubiese jurado que el sufijo -cola, del latín cŏlĕre, significa ‘que habita en’ (terrícola, cavernícola, arborícola, etc.) o ‘que cultiva o cría’ (apícola, vitivinícola, piscícola, etc.) y que para ‘que venera o adora’ ya tenemos -latra. Por tanto, acogía con incredulidad ese ignícola. Para que mi confusión resultase mayor, no encontraba la palabra en el corpus del DLE. Acudí entonces al Diccionario latino-español de Agustín Blánquez donde encontré que, junto a ‘cultivar, labrar, cuidar’ ―de donde se extrae lo de ‘habitar en el lugar que se cultiva’―, aparece también el significado de ‘amar, estimar, venerar, dar culto’.

            La duda etimológica, pues, parecía resuelta. Solo restaba, entonces, encontrar otras palabras españolas que acompañasen a ignícola en manifestar ese mismo sentido en su sufijo -cola. Echando mano a una herramienta de la RAE que permite consultas avanzadas del diccionario, aparecen 31 palabras con este sufijo; aunque, como he anticipado, entre ellas no está ignícola. Por tanto, había que continuar la búsqueda. Gracias a esa labor encuentro que ignícola se recoge por vez primera en el Diccionario Castellano con las voces de ciencias y artes, de 1787, obra del vizcaíno Esteban Terreros y Pando, pero que, como caprichoso Guadiana, se pierde hasta que, en 1927, la veamos en el Diccionario Manual (no el oficial) de la RAE. Y allí seguirá hasta 1989, año en que se la envía a un exilio definitivo. Para mayor sufrimiento de la palabra, durante este breve periodo, siempre va entre corchetes, que es la forma con que ese diccionario recoge las palabras «de uso común, neologismos, voces de argot… consciente de que puede ser léxico de fugaz paso por la lengua. El Diccionario testimonia su uso en espera de una instalación definitiva o de su olvido».

 


           Luego, ya, no hay más constancia. Y solamente encuentro que la libera del olvido María Moliner en su Diccionario de uso. Pero, sorpresa de las sorpresas, en la reciente edición digital (tiene, si acaso, uno o dos meses de vida) del Diccionario de Uso del Español, de Manuel Seco, Olimpia Andrés y Gabino Ramos, que recoge palabras de las que hay testimonios de uso con posterioridad a 1950, me topo con ignícola. La califican como rara y, si se incluye, es porque fue utilizada, al menos, en un artículo del diario ABC de mayo de 2006.

            Mi reacción fue instantánea: estamos ante la oveja negra de una familia léxica. Una palabra rebelde que, coincidiendo en su sufijo con otras 31 de nuestra lengua, es la única en que ese sufijo tiene un significado diferente. En ese momento, Zalabardo se me planta delante y me dice: «Vamos a ver, ¿por qué oveja negra? ¿Por qué si los colores son una mera impresión de nuestros sentidos provocada por la diferente longitud de onda con que nos llega la luz les concedemos el valor de transmitir estados de ánimo, sensaciones diversas e incluso gustos?» Y me aporta diversos ejemplos: que si la vida es rosa, que podemos comernos un marrón, que se piensa en príncipes azules, que nos quedamos en blanco, que alguien es una persona gris o que en ocasiones lo vemos todo negro.

            Tiene razón mi amigo. Creo, además, que posee más conocimientos de física que yo; también de otras cosas. Recuerdo, y se le cuento, que, cuando estudiaba bachillerato, en clase de Física realizábamos un experimento, creo que con el llamado disco de Newton. Un disco metálico, atravesado en su centro por un eje, dividido en zonas de igual superficie, cada una de un color. Si se giraba el disco con la suficiente velocidad, los colores desaparecían y todo se veía blanco. Así nos demostraban que el color no es sino una impresión causada por la luz en el cerebro humano. Los colores, podríamos decir, carecen de una existencia firme. Si acaso, solo el blanco y el negro tienen esa entidad. En ausencia de luz, todo se ve negro. Y si se conjugan todas las diferentes impresiones que un haz de luz puede provocar en nuestra retina, tenemos el blanco.

            Zalabardo, con su pregunta, me sumerge en un mar de dudas: por su actitud frente al resto del grupo a que pertenece, ¿es ignícola una oveja negra, un perro verde o un mirlo blanco? Porque, pensando en la observación de mi amigo, es innegable que con los colores calificamos estados de ánimo, sensaciones diversas e incluso gustos; y al negro lo cargamos con una idea peyorativa, negativa. Y me digo: ¿Acaso ser distinto a los del grupo al que se pertenece ha de ser algo negativo? ¿Por qué rechazamos al que es, o piensa, de modo diferente? En este caso, no creo que ignícola haya de ser una oveja negra léxica.



            Pienso, entonces, en perro verde, expresión con la que designamos lo raro por inexistente. Ignícola es palabra rara, nadie lo duda; pero ahí está, vivita y coleando. Y se pasea hasta por los concursos de televisión, aunque nos puedan parecer frívolos. Tampoco, pues, podemos defender que lo sea. Y con ser un mirlo blanco expresamos lo ‘que es excepcionalmente raro o difícil de encontrar’; ¿cada cuánto encontramos una palabra con sufijo -cola que signifique ‘que rinde culto o adora’? Solamente en esta ocasión.

            ¿Qué es, entonces, ignícola? Creo que ni oveja, ni perro. No es nada negativo ni inexistente. Concluyo, pues, en que es un mirlo blanco, una palabra de uso raro, curiosa si queremos, pero que puede mostrarse orgullosa de no ser como las demás que siguen el camino trillado, que es el fácil. Así debiéramos ser las personas, negadoras de las calificaciones fáciles, huidizas frente a los prejuicios, defensoras del valor de la diversidad. Zalabardo, imitando uno de esos emoticonos de las redes, me muestra el puño cerrado, con el pulgar hacia arriba.

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