sábado, septiembre 28, 2019

POR LA PEANA SE ADORA AL SANTO


            Hace tiempo que Zalabardo y yo no hablamos de refranes. Y eso que ambos somos aficionados a ellos, pese a que, lamentablemente, su uso se vaya perdiendo. No sabría explicar de dónde nos viene ese interés, aunque me atrevería a sugerir dos posibles razones. La primera es que los dos somos de pueblo y los pueblos suelen ser más propensos a conservar tradiciones, formas de hablar y todo aquello que pueda quedar incluido en lo que se llama acervo popular, sea eso lo que sea, que a veces no lo tengo claro. Y la segunda, en mi caso, es que comenzaron a apasionarme con la lectura del Quijote, donde aparecen como margaritas en el campo.
            Sin embargo, Zalabardo me pregunta hoy por uno que, aunque debe ser muy antiguo, nos extraña que no aparezca en la obra de Cervantes, ni tampoco en el Diccionario de Covarrubias. Me plantea mi amigo una duda que, debo confesar, también yo tenía antes de que nos pusiésemos a investigar: cuál sea el verdadero sentido de Al santo se lo adora por la peana, que tiene una variante más común, Adorar al santo por la peana. No sabe, me dice, si critica a quienes dan más valor a lo accesorio o, por el contrario, aconseja que se debe llegar a lo principal a través de lo accesorio.
            Esa posible ambigüedad nace de la propia concisión que acaban presentando los refranes. En este, todo dependería de que entendamos (No hay que) adorar al santo por la peana o bien (Es conveniente) adorar al santo por la peana. De cómo interpretemos peana puede depender el significado que demos al refrán. La peana es la base sobre la que se coloca una escultura, en especial una imagen religiosa. Hay ocasiones en que la peana está tan ricamente decorada que nos distrae de atender a la imagen que soporta. Pero, a veces, la peana incorpora un cepillo o limosnero, lo que inclina a pensar que cuanto mayor sea la limosna, mayor será el beneficio recibido.

            Tratando de dilucidar esta cuestión me doy cuenta, le digo a Zalabardo, de que nos hallamos ante una alteración que ha sufrido el refrán original en el dominio ibérico. Utilizo esta expresión para aclarar que Adorar el santo por la peana es una manera peculiar que el refrán o proverbio ha tomado en la península debido, creo, a una influencia de la religión en la vida diaria, aunque no tengo pruebas para afirmarlo. Y es que, si vamos a las diferentes lenguas de nuestro entorno, nos encontramos con: Al sant l’adoren per la peanya (catalán), Pola santa bicase a peaña (gallego), Santua oinarritik gurtzen da (euskera) y Pelos santos beijam-se os altares (portugués). Incluso en Francia, zona cercana, existe Pour l’amour du sant on baise les reliques,
            Sin embargo, los caminos por los que ha transitado este refrán son (supongo) más claros que lo que sugiere la forma peninsular. Si nos vamos a la página que el Centro Virtual Cervantes dedica a la paremiología, estudio de los refranes, leemos que con él se aconseja no tomar la vía más directa para conseguir algo, sino un camino más largo pero más seguro y eficaz. Y cuando señala la correspondencia des este refrán con los de otras lenguas, vemos lo que sigue: Chi vuol figlia, accarezzi la mamma (italiano, ‘Quien desea a la hija acaricia a la madre’), Many Kiss the child for the nurse’s sake (inglés, ‘Muchos besan al niño para acercarse a la niñera’), Man schmeeichelt den Hund wegen des Hewen (alemán, ‘Se adula al perro para ganarse al dueño’) o Οι καλοι παρακλητόροι ξέρουν πιανουν το χερι (griego, ‘Los buenos mediadores saben dónde cogen la mano’).
            Pero, en esta búsqueda, lo que sorprende poderosamente es la existencia de un equivalente latino, Puer osculatur propter matrem (latín). O sea, que estamos ante un proverbio que ya tenían los romanos y cuyo sentido es: ‘Besemos al niño si lo que queremos es besar a la madre’, lo que nos lleva al mejor entendimiento de la explicación que Sbarbi da a Adorar el santo…: ‘Es conveniente conquistar la simpatía, la amistad, amor, protección de una persona ganándose antes la de aquellos que sabemos que les son queridos’. Que la conclusión acertada es la de un origen latino se basa en el hecho de que Augusto Arthaber, en su Dizionaio comparato di proverbi e modi proverbiali, de 1929, recoge la frase latina Puer osculantur propter matrem del que señala una variante: Oscula nutrici pueri dant eius amici (‘Hay que hacerse amigo del niño si queremos besar a la criada’), formas ambas que vuelve a recoger Jesús Cantera Ortiz en su Diccionario Akal del refranero latino de 2005. Pero, además, añaden que, en francés, existe Pour l’amour du chevalier on baise la dame (‘Por el amor al caballero besamos a su dama’), que tiene una variante más vulgar: Pour l’amour du chevalier, baise la dame l’écuyer (‘Por amor al caballero folla la dama al escudero’) que, leo, aparece en la Crónica métrica de Godefroy de Paris.
            Y, para terminar, le recuerdo a Zalabardo que, en español, tenemos otros refranes que vienen a significar lo mismo, aunque parezcan haber perdido la referencia inicial: El que quiere la col, quiere las hojas de alrededor y Las caricias que hago al perro para el amo son. Y le cuento que, hace ya muchos años, cuando hacía la mili, entre los reclutas que salían por la tarde de permiso era frecuente oír la frase: Dejad que los niños se acerquen a mí, que detrás vendrán las niñeras. O sea, que en la mili, entre otras muchas necedades, nos enseñaban los evangelios e, incluso, latín.

sábado, septiembre 21, 2019

¿FIDELIDAD O LEALTAD?



           ¿Qué ha pasado desde que una moción de censura desplazara a Mariano Rajoy y aupara a la presidencia del gobierno a Pedro Sánchez? Diríamos que apenas nada; en palabras d Zalabardo, demasiado ruido para muy pocas nueces. Una incapacidad manifiesta de nuestros políticos para aprobar unos presupuestos, primero, o conformar un gobierno tras las elecciones generales del mes de abril.
            Nos vemos abocados a un nuevo paso por las urnas y esos mismos políticos que se han revelado tan incompetentes y obtusos, aparte de seguir tirándose los trastos a la cabeza, vuelven a exigirnos fidelidad a los proyectos que no han sabido conducir a buen puerto. Cuando, bastante cabreados, hablamos del asunto, Zalabardo solicita mi opinión acerca de si los creo merecedores de esa fidelidad. Le contesto que no estoy seguro, pero que de lo que sí estoy convencido es de que han hecho es méritos sobrados para no merecer lealtad. A mi amigo extraña mi respuesta: ¿Y no es lo mismo una cosa que otra?, me dice
            Intento hacerle ver que hay matices diferenciadores que hacen a cada palabra casi única. De lo contrario, nuestro léxico sería más reducido. Cuando hablamos de palabras sinónimas, la que cumplen el requisito de poder sustituir a otra sin que se resienta el significado de la frase, debemos ser precavidos. Un análisis cuidadoso nos muestra que solo encontramos una sinonimia absoluta, total, si esa sustitución es posible en cualquier contexto. Por ejemplo, siempre que empleamos cima, podríamos decir cumbre; y lo mismo sucede con alumno y discípulo. Pero estos casos son escasos. La verdad es que la lengua no es tan fría como algunos creen y pone continuamente en juego el entendimiento, por un lado, y la imaginación y las emociones, por otro. Sabemos que la expresión ganarse la vida es idéntica a ganarse el pan, ganarse las habichuelas y algunas otras. ¿Son, según eso, sinónimos pan, habichuelas y vida? En ese contexto queda claro que sí, puesto que podríamos sustituir cada uno de esas palabras por las otras; pero si digo que desayuno pan con manteca, nadie en su sano juicio diría que vida o habichuelas pueden ocupar el lugar de pan.
  
          Mi amigo dice que eso está muy bien, pero que lo que a él le interesa es saber si fidelidad y lealtad son lo mismo o cosas diferentes. Le digo que esos matices diferenciadores de los que hablaba antes son, a veces, poco perceptibles. Y que en este caso los hay. El DLE define fidelidad como ‘lealtad, observancia de la fe que se debe a otra persona’. Me gusta más, le aclaro, la definición de Manuel Seco: ‘comportamiento que se ajusta a lo prometido o debido a alguien o algo’. Lealtad, según el diccionario de la Academia es el ‘cumplimiento de lo que exigen las leyes de la fidelidad y las del honor y hombría de bien’. Seco, por su parte, dice: ‘comportamiento honrado y sin engaño o sin fines ocultos respecto a alguien o algo’. Le pido que note que la Academia, en ambas entradas, mezcla fidelidad y lealtad, lo que induce a confusión y a hacernos creer que son lo mismo; en cambio, Seco está acertado al evitar esa duplicidad.
            Los diccionarios especializados en sinónimos nos ayudan a comprender la diferencia que hay entre una y otra. José Gómez de la Cortina opina que fidelidad es la ‘exactitud con que se cumple una obligación contraída’ mientras que lealtad lo que hace es añadir a lo anterior la idea de ‘afecto personal con que se cumple esa obligación’. Ilustra su exposición con este ejemplo: ‘nunca se jura lealtad, sino fidelidad’. Otro diccionario, el de José Joaquín de Mora, dice que la fidelidad es la ‘observancia de la fe prometida’ y que la lealtad supone ‘un sentimiento y entusiasmo que no hay en la fidelidad’. También aporta un ejemplo clarificador: ‘es fiel quien ejecuta lo jurado y es leal quien se sacrifica en la defensa de una causa’.
            Todo lo anterior, intento resumirle a Zalabardo, nos lleva a la siguiente: la fidelidad comporta siempre en su fondo una obligación, la de dar cumplimiento a una promesa basada en la fe que nos inspira quien nos la pide. Quien promete, podemos afirmar, se obliga a actuar, incluso en el futuro, conforme a algo que, en el momento de la promesa, juzga bueno. En cambio, la lealtad no implica obligación, es un valor, un sentimiento por el que decidimos que no debemos dar la espalda a la persona o causa a la que nos sentimos unidos por una cuestión de amistad, de gratitud o de afecto.
            Entendido así, la fidelidad es algo que se impone y, en consecuencia, puede ser exigida; la lealtad, en cambio, se fomenta y se refuerza mediante un acto de reciprocidad. La persona a la que somos leales debe también serlo con nosotros, ya que hablamos de un acto de libertad desde el que uno decide elegir.

           Zalabardo se remueve nerviosamente en su silla porque, me confiesa, no tiene claro si los políticos esperan de nosotros fidelidad, lealtad, ambas cosas o ninguna. En teoría, le digo, a los afiliados de un partido se les reclamará siempre fidelidad, porque, al integrarse en el grupo, se han comprometido, han depositado su fe en sus dirigentes. Es como si se les dijera “Si no estás de acuerdo, vete del partido”. En suma, se les impone la llamada disciplina de voto. Pero al común de los ciudadanos, a aquellos que no tienen un carné, a lo más que se puede aspirar es a ganarse su afecto y estima. Se les pedirá lealtad, que es un acto de voluntad soberana, para que, guiados por el afecto transmitido, la reciprocidad citada antes, elijan la opción que se les propone.
            El problema puede surgir cuando ese ciudadano no atado por ninguna promesa, no sujeto al compromiso de fidelidad, eche en falta reciprocidad y tenga la sensación de que los políticos les están pidiendo una lealtad que ellos no han tenido con los ciudadanos. Estos ciudadanos que no encuentran la correspondencia debida, pueden tener fundadas sobre qué hacer e, incluso, considerándose estafados, podrían optar por darles la espalda, no serles leales y abstenerse. Lo que no es nada bueno, pues si solo participan los que votan guiados por la fe (y sabemos que fe es creer aquello que no vemos) los resultados pueden ser peligrosos.

sábado, septiembre 14, 2019

SI LO FUERA SABIDO…

            Mientras comentábamos la desgraciada muerte de Blanca Fernández Ochoa, se me quejaba Zalabardo de la facilidad de los medios para convertir una tragedia en espectáculo. Hasta en la manera de hablar gustan de hozar entre los males ajenos. Recordé que Fernando Lázaro Carreter censuraba al periodismo su “lenguaje apartado del llano corriente y vadeable.” Y acusaba a la Administración de usar “una lengua que atenta contra el común sentir idiomático.” La reportera de un informativo de televisión presente en el tanatorio de Cercedilla iniciaba su intervención con: En efecto, nos encontramos a las puertas de este tanatorio donde estaría el cuerpo de… Me quedé perplejo. Si el cadáver de la esquiadora había sido trasladado ya, lo pertinente era está o ha sido conducido; y, en caso que de haberse efectuado dicho traslado, correspondía usar no ha llegado aún, será traído o algo por el estilo.
            Estos descuidos son frecuentes. Otro reportero televisivo afirmaba en fecha no lejana que el representante de un partido iba a proponer una propuesta al representante de otro. No cabe mayor redundancia. Una propuesta se plantea, se expone, se manifiesta, se ofrece, se medita, se rechaza, se estudia… Pero sobra decir que se propone.
            Lázaro Carreter rechazaba ese estaría por considerarlo uso inadecuado del llamado condicional de rumor surgido como rendición ante modos de expresión de origen francés. Y Álex Grijelmo se quejaba el domingo pasado de que en Pamplona se anunciase un festival con el nombre de Flamenco on Fire, anglicismo con el que no queda muy claro qué es lo que se anuncia. Grijelmo no critica la existencia de anglicismos, sino la ligereza con que se imponen muchos que son innecesarios.
            Habría unas doscientas personas, Si lo supiera, te lo diría, ¿Podría hacerle una pregunta? o Marchó a Nueva York, de donde regresaría varios años después son formas correctas porque expresan incertidumbre, condición, cortesía o modestia o futuro del pasado. Pero no tiene sentido decir Se calcula que habrían muerto treinta personas en el accidente o El presidente estaría pensando en una remodelación del Gobierno, porque es más adecuado parece ser…, se dice… o aseguran
            Le digo a Zalabardo que el problema no es solo el empleo de ese condicional más o menos válido o de que haya más o menos anglicismos. Hablando de las fuertes lluvias de estos días, leemos u oímos todo este agua (en lugar de toda esta), el agua ha entrado dentro (es imposible entrar fuera) y frases parecidas. O vemos cómo navarros y vascos dicen Si tendría dinero, me compraría un coche mayor, donde lo que corresponde es el subjuntivo tuviera

            El problema, sigo diciéndole a mi amigo, en la cantidad de personas que, cometiendo o viendo naturales estos deslices, sin embargo, se mofan y califican de vulgarismos la alternancia ustedes/vosotros del sistema pronominal andaluz o ese pluscuamperfecto de subjuntivo que oímos en Si lo fuera sabido, te fuera ayudado, que también se da en nuestra tierra y algunas regiones colindantes. Esta actitud deja patente el craso desconocimiento del instrumento con que trabajan por parte de no pocos profesionales.
            Pero peor aún me parece que los propios andaluces consideren incorrectas o vulgares estas formas. Podemos hablar de su mayor o menor difusión, de si se alejan más o menos del español normativo; pero nunca de incorrección, ya que tanto la confluencia ustedes/vosotros como el empleo de ser como auxiliar en lugar de haber se explican perfectamente recurriendo a la gramática histórica.
            Zalabardo sabe que rehúyo la exposición erudita y prefiero sencilla explicación. Cosa que han hecho Rafael Lapesa, hace ya algunos años, y, más recientemente, los componentes del grupo de trabajo El español hablado en Andalucía, de la Universidad de Sevilla. Coinciden en que no se sabe bien cómo y cuándo se produjo con exactitud el proceso del que hablamos, aunque sí explican la razón.
            Respecto al pronombre, hubo un momento en el que vos y comienzan a confundir sus referencias como formas de tratamiento. Por eso apareció usted para sustituir al antiguo vos. Según Lapesa, en unas zonas se optó por un sistema tú / usted, para singular, y vosotros / ustedes, para el plural. La forma de respeto se utiliza con verbo en 3ª persona (Usted sabe bien). Pero en otras zonas, por ejemplo Andalucía, se mantuvieron (no de modo total) las formas del singular mientras que, en plural, vosotros se vio suplantado por ustedes, aunque manteniendo la 2ª persona del verbo (Ustedes sabéis). Añade Lapesa que, en América, la lejanía permitió con facilidad el triunfo de usted y ustedes que en Andalucía no se completó, así como la implantación del voseo.
            ¿Y qué pasa con si fuera sabido? Antonio Narbona y sus compañeros del grupo El español hablado en Andalucía hacen un magnífico repaso sobre cómo en el español medieval ser compartía el valor de verbo auxiliar junto con haber. Dan numerosos ejemplos, como entrados son a Molina (por han entrado en Molina) o el invierno es exido (ha terminado), ambos en el Poema del Cid o aquel señor mio es ido (se ha ido), en La celestina. Con el tiempo, ser quedó como auxiliar de la pasiva y haber quedó como único auxiliar de la conjugación activa. Salvo en el caso extraño del andaluz, que conservó ese arcaísmo solamente en el pluscuamperfecto de subjuntivo: Si fuera venido… Porque no debe olvidarse que el andaluz es una modalidad hablada repleta de arcaísmos. Pienso, por ejemplo, en mi pueblo y en mi madre que, cuando me veía flojo y decaído, me decía: Anda, niño, que parece que estás ajilao. Ese ajilao no es otra cosa que el participio de ahilarse, ‘desmayarse de hambre’, que recoge Covarrubias en su diccionario de 1611. También son arcaísmos afrecho, ‘salvado’, quincana, ‘bolsa en que el campesino lleva su comida’, orilla, ‘tiempo atmosférico’, y muchos más. Que vayan quedando desusados no los convierte en incorrectos ni vulgares.
 
           Mi defensa de los casos citados, aclaro a Zalabardo, no justifica, de ninguna manera, la aparición de conductas esperpénticas como la del mijeño Huan Porrah, traductor al andaluz de El principito o la del granadino Alfredo Leyva, autor de El habla malagueña, con una traslación bilingüe malagueño-español. Con todos mis respetos, estas personas ni saben lo que es el andaluz ni lo que es el español.

viernes, septiembre 06, 2019

TRES CUARTOS DE SIGLO

Alcuza
            Llega septiembre, acaban los meses tradicionalmente considerados veraniegos y todo vuelve a la normalidad, lo que es decir demasiado si nos atrevemos a echar una mirada a nuestro alrededor. O si no nos importa qué hay que entender por normalidad. No sé si eso será suficiente para los demás; para mí, la sensación de normalidad me la proporciona encontrar a Zalabardo de nuevo a mi lado. Sin él me siento algo incompleto, incapaz de enfrentarme al ambiente crispado que nos envuelve.
            Mi amigo, sin ninguna mala intención, aunque sí con un poquitín de ganas de ver cómo reacciono, me pregunta, antes de desanudar el primer abrazo que nos damos, que tal me siento al reanudar esta Agenda que me presta próximo a cumplir ya 75 años de edad. Ignoro cómo ha conocido este dato, pues nunca hemos tenido el mal gusto de hablar de ese tema y yo no sé cuál es la edad suya.
            Procuro aparentar serenidad y le digo que, ni más ni menos, como quien está a punto de cumplir tres cuartos de siglo. Y como al parecer regresa de las vacaciones con espíritu burlón, me contesta: “Pues reflexiona si has tenido o no tiempo de espabilar, pues quien a esa edad no ha conseguido restar alguno de los muchos defectos que acumulamos y aumentar un poco el escaso número de virtudes de que podemos presumir ya no tendrá oportunidades para ello.”
            De inmediato, como si se hubiese olvidado de lo que ha dicho, salta a otro asunto y me cuenta que durante el verano ha estado leyendo algo acerca de los antiguos gramáticos y le ha sorprendido el interés que mostraban por averiguar si la normalidad lingüística se encuentra en el predominio de la analogía o de la anomalía, si hay más reglas que excepciones o al revés.
            Entonces le digo que es una cuestión que nunca me ha interesado, que siempre me ha atraído más observar cómo la verdadera normalidad lingüística, según mi humilde criterio, es el cambio constante, un año tras otro, siglo tras siglo, como queriendo hacer honor a lo que Garcilaso decía en aquel bello soneto: Todo lo mudará la edad ligera, por no hacer mudanza en su costumbre.

Palillero
            “¿Tanto y tan normal crees que es ese cambio?”, me pregunta. Le respondo que no sé si el cambio es rápido o lento, si es excesivo o es escaso, acertado o desacertado; de lo que no me queda duda es de que es incesante, aunque a veces no nos apercibamos de ello. Le pido que, para comprobar lo que digo, piense solo en el léxico, la situación de las palabras de las que nos hemos ido valiendo a lo largo de nuestra vida.
            En estos tres cuartos de siglo que estoy a punto de cumplir he visto cómo hay palabras que adquieren un nuevo significado perdiendo cualquier otro anterior, palabras que enriquecen su campo significativo, palabras que nacen, palabras que mueren y se pierden para siempre…
            En la década en que nací, y en otras que siguieron, se empleaban palabras que hoy tienen otro sentido: camarada era la ‘persona perteneciente a un mismo partido o facción’. O se modificaban otras para dar, al menos, impresión de cambio social. Se dejó de utilizar proletario para hablar de asalariados o empleados; el patrón pasó a ser empresario; pero en todas las casas se oía el parte como único informativo posible. Mi madre, cuando me veía distraído, como quien mira moscas, me decía que parecía agilado. Y echo de menos que cuando Zalabardo ha insinuado si ya he espabilado, a lo que se ve piensa de mí un poco como pensaba mi madre, no me ha dicho si sigo como quien se ha caído del guarderón. O sea, las palabras han ido yendo y viniendo, unas han ido ocupando el lugar de otras.

Cama y sus guarderones
            Le quiero decir a Zalabardo que hay palabras que han adquirido un significado diferente al original. El adjetivo formidable, que siempre señaló ‘lo que infunde asombro y miedo’, lo usamos hoy para ‘magnífico’, como vemos en el diccionario desde 1984. Alienígena, ‘extranjero’, antónimo de ‘indígena’, ‘del lugar’, desde 1990 mçás o menos ha pasado a ser ‘extraterrestre’. Han enriquecido su campo significativo avión, ‘ave comúnmente conocida como vencejo’, en 1925 adquiere también el significado de ‘aeroplano’. Curioso es el caso de violación, que por mucho tiempo fue exclusivamente la ‘fuerza que se ejerce contra una mujer’ y tendrá que llegar 1992 para que los diccionarios nos digan que cualquier persona puede ser objeto de tal fuerza. O el de aborto, que tiene que esperar a la misma fecha para que se acepte que es también la ‘interrupción voluntaria de un embarazo’. No se pueden olvidar las palabras nuevas, que designan conceptos o realidades que no existían antes. Muchas he visto nacer en este tiempo mío; entre las más recientes, amigovio, tuit, postureo o aporofobia.

Aldaba
            Pero le indico a Zalabardo que, de todos estos casos que menciono, los que mayor emoción me producen son aquellas palabras que van desapareciendo. Alguien las ha llamado palabras moribundas. Muchas de ellas son ya cadáveres plenos. Me resulta imposible evocar mis años de colegio sin pensar en los palilleros o en los pizarrines. Como no olvido los saquitos, aquellos abrigos de lana que me hacía mi madre; tampoco sé de nadie que se compre hoy un niqui ni de mujer que use combinación. Las madres no ponen a sus bebés pololos y solo en algunos trajes regionales se observa el empleo de puchos como los que utilizaban en clases de gimnasia mis compañeras de instituto. Ya no se celebran guateques y han desaparecido las lecherías, porque la leche se compra ya supermercados y envasada. ¿Cuántos jóvenes entienden hoy lo que es una libra de chocolate y las dieciséis porciones, las onzas, en que se dividía? En pocas casas se encuentra una alcuza para guardar el aceite usado (o alcucilla, si es para engrasar) y en pocas puertas se emplea una aldaba para llamar (o una aldabilla para asegurarla desde dentro). Desde que se inventaron los ambientadores, no necesitamos de sahumerio y los calefactores han desterrado las copas y las badilas
            Las palabras que he recogido aquí son una muestra muy pequeña, ínfima incluso, de todos esos cambios que he ido conociendo en estos tres cuartos de siglo.