domingo, mayo 25, 2014

SÍ IMPORTA COMO ESTÉ ESCRITO



            Que Zalabardo y yo somos de otra época, incluso más del siglo pasado que del presente, no tiene discusión. Una sola prueba es suficiente: Zalabardo se niega a usar un teléfono móvil (parece que eso de teléfono portátil, que sería lo correcto, es batalla perdida). Y yo me las veo y deseo cuando, enfrentado con una de esas pantallas táctiles para tratar de encontrar un contacto, llamo a todas las personas menos a la deseada. O mi teléfono es sensible en exceso o mis dedos actúan como martillos pilones. Y no digamos si recurro al whatsapp. Mientras peleo por escribir un mensaje “al modo tradicional” (con tildes, respetando las h, escribiendo palabras completas, usando los puntos y las comas…), mi interlocutor ya ha escrito diez. Y me desespero. Y me cabreo.
            ¿Significa esto que estoy en contra de este nuevo modo de escritura sin vocales, con abreviaturas, emoticonos y demás? Rotundamente no, aunque sí pongo algunos reparos. Hace unos días, esa es la razón de este apunte, leíamos un artículo en el que se daba cuenta de que unos estudios realizados por no sé ahora qué Universidades francesas llegaban a la conclusión de que el modo de escribir en los mensajes sms y whatsapp (sigo sin saber si lo escribo bien) no afectaban en nada a los conocimientos ortográficos de los jóvenes. Se dice, lo dicen quienes defienden esta forma de escribir, que se trata de una cuestión de rapidez, de ahorro de tiempo (¡dichosa manía de las urgencias actuales!), de manifestación de rebeldía frente a la sociedad convencional y a los mayores por parte de los jóvenes y no sé cuántas cosas más; pero que, salvado eso, esa escritura no afecta en nada a la que se practica cuando se emplean otros registros. El artículo se titulaba No imprta q ste scrito asi.
            Y creo que algo sí importa. El hecho de utilizar abreviaturas y signos especiales ha existido siempre y no tengo nada, repito, contra tal tendencia. Además, todos recordaremos que, en nuestros años universitarios, nos las ingeniábamos a la hora de utilizar signos más simples que las palabras plenas para poder tomar apuntes en clase. Ahora, lo que son las cosas, los apuntes han dejado de ser en gran medida una labor personal y los venden fotocopiados y encuadernados; incluso, en ocasiones, es el propio profesor quien los vende. Vivir para ver.
            Lo que quiero dejar sentado que importa mucho, es mi opinión, el dominio de las normas básicas, que sepamos adaptarnos a la situación y al registro adecuado. Como apuntaba en dicho artículo Leonardo Gómez Torrego, una cosa son las abreviaturas, aceptables, y otra las faltas de ortografía. Porque, continúo diciéndole a Zalabardo, hay argumentos que no cuadran. Por ejemplo, en principio, no supone ninguna economía de tiempo el hecho de que lo que gana el que escribe lo tenga que perder el que lee descifrando el escrito. Y, lo principal, porque, si cada día se utilizan estos mensajes a edades más tempranas, cuando aún no se domina la ortografía, es difícil que no se acabe interiorizando fórmulas que costará desterrar cuando sea necesario (supresión de h, de tildes, de vocales, de puntos…). Dos breves ejemplos tan solo: ¿qué ahorro supone escribir kuanto en lugar de cuánto, o tkm (te quiero mucho) en lugar de tqm? Y no aporto más casos porque todos los conocemos.
            ¿Sabe la mayoría de la gente que la escritura abreviada ha existido siempre? Pero, digamos también, había una explicación para ello: los medios que dificultaban la escritura (la talla en piedra, por ejemplo), el alto precio o escasez del soporte sobre el que se escribía y, consecuentemente la necesidad de ahorro (por ejemplo, el pergamino) o, no sé si esto es lo más importante, el hecho de que hubiese que escribir a mano y con utensilios poco consistentes.
            Voy a ofrecer tres ejemplos de lo que digo y las imágenes ayudarán a entender mi argumentación. El primero es una estela funeraria romana que Francis Carter, viajero por nuestra provincia hacia 1770, encontró entre las piedras empleadas en la construcción de la torre de la iglesia parroquial de Cauche. ¿Alguno de nuestros jóvenes, o no tanto —independientemente de que se conozca o no la lengua latina— sería capaz de descifrarlo? Pues lo que esa especie de jeroglífico dice es lo siguiente: D(iis) M(anibus) S(acrum) / L(ucio) Licinio Lici / niano Aratis / pitanus vixit / annis lxxvii / P(ius) I(n) S(uis) H(ic) S(ita) E(st) S(it) T(ibi) T(erra) L(evis). Su traducción es: Consagrado a los Dioses Manes. Lucio Licinio Liciniano Aratispitano vivió 77 años. Piadoso para los suyos, aquí yace. Sea para ti la tierra leve. Tengo que reconocer dos cosas: la primera, que para la correcta interpretación de esta estela me ha ayudado mucho el trabajo Inscripciones funerarias en el mundo romano, de María Ruiz Trapero; la segunda, que ni con eso he conseguido saber qué significa L. R. P.
            Segundo ejemplo: El Beato de Liébana, al menos el manuscrito de San Miguel de la Escalada, que es el ejemplar del que dispongo, se inicia así: INNMEDNI / NSTRIIHU / XRI / INCIPITLIBERREVE / LATIONISDNI / NSTRIIHVXRI. ¿Dónde han ido a parar las vocales? La transcripción es: In Nomine Domini Nostri Ieshu Christi. Incipit Liber Revelationis Domini Nostri Ieshu Christi. Que significa: En el nombre de Nuestro Señor Jesucristo. Comienza el Libro de las Revelaciones de Nuestro Señor Jesucristo.
            Y va el último. Este pertenece a las primeras páginas de la Gramática de Antonio de Nebrija. Dice este fragmento: …por ſer tã vezinos τ comarcanos, q deslindavã τ partiã termino cõ ellos. O dlõs egipcios deſpués q Jacob decẽdio cõ ſus hijos en Egipto a cauſa de aqlla hãbre q leemos enel libro dela generaciõ del cielo τ dlã tra… Si lo transcribimos a la lengua actual, literalmente, dice: …por ser tan vecinos y comarcanos, que deslindaban y partían término con ellos. O de los egipcios, después que Jacob descendió con sus hijos en Egipto a causa de aquella hambre que leemos en el libro de la Generación del cielo y de la tierra…
            O sea, que nada, o poco, hay nuevo bajo el sol. Pero de mis últimos años como profesor recuerdo que los alumnos ya empezaban a escribir, en exámenes y trabajos, utilizando abreviaturas de diversa índole y, digan lo que digan, con menos conocimientos de ortografía. Lo peor es que lo veían como cosa normal. Es decir, daban muestras de no saber diferenciar cuándo era necesario cambiar de registro, en qué momento se puede escribir (o hablar) de una forma y cuándo hay que hacerlo de otra. Esto es lo que no acabo de aceptar. Y a ellos, los alumnos de los que hablo, les costaba comprender que les prohibiera escribir en un examen como si estuvieran enviando un sms (entonces no existía el dichoso whatsapp).

domingo, mayo 18, 2014

TELEPERORANTES




            Alguna vez he confesado aquí que uno de los placeres que a mi edad me quedan es el de acudir un día por semana a desayunar con los compañeros del instituto (y que ellos me sigan soportando). Hablamos de forma distendida, sin crispaciones, de lo que se tercie. Luego, ya en casa, Zalabardo agradece que le cuente cómo ha ido el día. En uno de esos desayunos, hablábamos de la “condición” de periodista. De si es suficiente haber obtenido un título en una Facultad universitaria para serlo o se requiere algo más, algo que “se tiene o no se tiene”. Se hablaba de periodistas antiguos, los que mamaron la profesión entre las rotativas y las redacciones, y modernos, los que van presumiendo de título; de la diferencia entre la información y el análisis; también de la desfachatez de quienes se pasan el día de radio en radio, de televisión en televisión hablando sin parar de todo; como si alguien pudiese saber de todo. Naturalmente, evitábamos la generalización.
            Zalabardo, que, como yo, es aficionado al fútbol, evocó tiempos ya pretéritos, pues ambos pertenecemos a una generación que “veía” el fútbol por la radio. No diré que recuerdo la épica narración por parte de Matías Prats del gol de Zarra a Inglaterra en Maracaná porque aquello sucedió en 1950, aunque la haya oído en viejas grabaciones. Pero sí recuerdo, junto a su figura, otras como las de Vicente Marco, el creador del Carrusel Deportivo que nos llenaba las tardes de los domingos, de Juan Martín Navas, que cantó el gol de Marcelino en el partido España-URSS de 1964, o de Juan José Castillo, ya en época en que disfrutábamos de la televisión, que impuso el inolvidable ¡Entró, entró! en una eliminatoria España-Australia de Copa Davis en 1967. Eran los años de Santana, Orantes y compañía. A Zalabardo y a mí, esto último nos parece próximo, aunque han pasado ya 47 años. Joaquín Prats y José Ángel de la Casa son posteriores, pero tampoco deben ser olvidados.
            Juan José Castillo, en unos años en los que, de verdad, el fútbol reinaba en nuestro país, luchó, con éxito, para que supiésemos que había otros deportes (golf, tenis, baloncesto…). De aquellos locutores, tanto los de radio como los de la incipiente televisión, comento con Zalabardo, se recuerda su actitud pedagógica. Sabían transmitir lo que veían y lo hacían con una corrección y conocimientos envidiables. Nos permitían “ver” lo que oíamos y nos ayudaban a entender lo que veíamos. O eso me parece a mí ahora.
            Hoy, mantengo el me parece, todo es diferente. Más radios, más televisiones, más “plataformas” y, sobre todo, más “barullo”, más griterío, más mirar con el rabillo del ojo al profesional de la competencia que le puede restar audiencia. Y, ¡ay!, menos respeto por el oyente o telespectador. La fiebre del griterío y guirigay domina las ondas. Y, ¡otra vez ay!, no se logra ensombrecer el trabajo de los “clásicos”.

           No soy el primero en denunciar esto. Fernando Lázaro, inestimable rastreador de vicios y descuidos en el uso de nuestra lengua, dedicó algunos de sus dardos a esta nueva hornada de locutores, llamándolos, con fina ironía, rhetoriqueurs y teleperorantes. Y a muchos de sus infumables modismos les atribuía un origen neciofónico. Palabras que no aparecen en los diccionarios. Ya hablé de las palabras sin suerte.
            Pero los fallos denunciados por Fernando Lázaro (tengo delante un dardo de hace veinte años) persisten, aumentados y sin corregir. Y, además, con el agravante de que muchas transmisiones televisivas se explican a distancia; es decir, quien debe contarnos lo que pasa lo está viendo en una pantalla, lejos del escenario del evento. O sea, igual que nosotros. Es como si  Zalabardo, sentado a mi lado cuando vemos un partido, me dijera: “A ver si ofrecen otra toma y nos enteramos de qué ha pasado”. Mejor harían guardando silencio y dejándonos ver las imágenes.
            Pero hay cosas peores. Algunas causan sonrojo por su desprecio hacia el lenguaje. No solo se sigue diciendo señalizar en lugar de señalar, percutir en lugar de golpear; se habla de trivotes sin saber qué sea tal cosa; nadie se cansa de hablar del cuarto de máquinas, las temporadas se han convertido en cursos, se suprimen los artículos para conseguir mayor rapidez aun creando una menor comprensión, los equipos no consiguen puntos por ganar o empatar, sino unidades. Y así seguiríamos.

           Oyéndolos, se puede llegar a sentir vergüenza ajena. Recuerdo a uno de estos locutores estrella de ahora que se preguntaba, casi escandalizado, quién habría llamado vomitorios a los accesos, sin saber que ya los romanos dieron tal nombre a las galerías que, bajo las gradas, permitían la entrada y salida de circos, teatros, estadios y demás. O que preguntaba cuál sería el gentilicio de los nacidos en Malí.
            Aún más. Daría un coscorrón a quienes no dejan de decir que el portero está bajo los palos o que tal jugador lanza hacia el palo corto o el palo largo. No hace falta haber pisado un campo de fútbol para saber que el portero está entre los palos o bajo el larguero, porque los postes los tiene a los lados, no encima. Y lo de largo y corto: los postes o palos laterales miden exactamente lo mismo, 244 centímetros. Y decir que el palo corto es el más cercano al lanzador y el palo largo el más alejado va contra la lógica, pues, de acuerdo con la perspectiva, siempre parecerá mayor el más próximo que el más alejado. En español, largo funciona, normalmente, como adjetivo. Sin embargo, antiguamente (el DRAE no lo recoge, pero sí María Moliner y Manuel Seco) podía funcionar como adverbio con el significado de ‘lejos’. Yo todavía recuerdo haber oído decir: “Eso está muy largo”. Solo recurriendo a esto, forzando la gramática, podríamos llamar largo al palo más alejado. Pero no es usual unir un adverbio a un sustantivo.
            Voy acabando, pues me alargo: ¿Puede llamarse periodista deportivo quien solo conoce un deporte, y aun así, solo a medias? Dos ejemplos.
            El primero: algunos, cuando un jugador yerra en su disparo y el balón sale por encima del larguero, dicen que ha hecho un ensayo. No saben que ensayo, término del rugby, es una ‘jugada que consiste en poner o tocar el balón en el suelo en la zona de marca de la meta contraria’. Si, tras patearlo, el balón pasa entre los dos postes, por encima del travesaño, a eso se le llama transformación o conversión, pero nunca ensayo.
            Y el segundo, el más vergonzoso de todos porque da fe de la supina ignorancia que tiene sobre el asunto quien habla. En un reciente partido de fútbol hubo una pequeña confusión tras un gol. El narrador “a distancia”, sin ningún pudor, afirmaba su desconcierto sobre si el gol había sido válido, el árbitro auxiliar había señalado fuera de juego o había indicado manos. Las dos últimas opciones se excluían solas, pues era palmario tanto la inexistencia de fuera de juego como un uso indebido de las manos. Sobre lo primero, osaba pontificar la nulidad del gol “porque no es válido un lanzamiento de ese tipo”. “Habrá que mirar el reglamento”, insistía. ¿Cómo una persona se considera experta en un deporte cuyo reglamento desconoce? La regla 13, sobre el lanzamiento de faltas dice que el balón “estará en juego en el momento en que es pateado y entra en movimiento”. Sobre si hay que darle de una forma concreta o empujarlo con un taco de billar, por ejemplo, no dice nada. Pero el susodicho teleperorante lo desconocía. Por supuesto, había sido gol válido.

sábado, mayo 10, 2014

¿QUIÉN LLAMÓ TONTO AL QUE ASÓ LA MANTECA?



            Basta girar un poco la cabeza en torno, me dice Zalabardo un tanto sulfurado —él, que es tan pacífico y bonancible— para tropezar con una ingente cantidad de personas que se las dan de listos y no dudan, a la menor ocasión, en motejar de necios a cuantos no vean las cosas con el cristal de su particular prisma. Son aquellos a quienes constantemente se les llena la boca de expresiones del tipo ese es más tonto que
            Me río y trato de justificarle que, en la mayoría de las ocasiones, eso no es más que una muletilla inocente que no pretende ofender. Le cuento entonces, mi recuerdo de un profesor particular, que, durante mi bachillerato, nos nos ayudaba a preparar las matemáticas. En cuanto que teníamos un fallo decía: “¡Anda, déjalo, que eres más tonto que Pichote!”. Nadie se dolía de ello; por el contrario, nos reíamos y  terminamos por apodar a este profesor Pichote. Del Pichote del dicho, quienquiera que fuese, se afirmaba que se cayó de espaldas y se rompió la nariz. Otro individuo, histórico o no, con fama de bobo era un tal Abundio, motivo de burlas porque iba a vendimiar y se llevaba uvas de postre. O que vendió el coche para comprar gasolina.
            De todas formas, confieso a Zalabardo, nunca me ha gustado aplicar a nadie, y, mientras fui profesor, a ningún alumno, frases de tal índole, y menos ante público. No creo que nadie merezca humillación por desconocer algo. Salvo quienes se pasan de listos.
            Porque más de una vez, le sigo diciendo, estos listillos de turno se pasan y con su actitud zaheridora no consiguen sino dejar al descubierto su propia bobería, ya que los dichos mortificadores que utilizan tienen en realidad una base que muestra todo lo contrario o una justificación del todo razonable.
            Eso pasa con aquellas que señalan al que asó la manteca o al de Coria (más tonto que el que asó la manteca y más tonto que el bobo de Coria, que construyó un puente donde no había río). ¿Quién es el mastuerzo que tilda de bobos a tales personas?
            Empecemos por el segundo. Lo cierto es que cuando se habla del bobo de Coria se mezclan asuntos y personas. Uno es el que retrató Velázquez (el bufón Calabacillas o Bobo de Coria), que, según parece, tampoco tenía mucho de necio. Y el otro, cuyo nombre desconozco, es el que diseñó y construyó en Coria (Cáceres) un puente bajo el que no pasa ningún río… ahora. En efecto, dicho puente existe, aunque muchos desconozcan su historia. Fue edificado en 1518 sobre los restos de uno anterior, romano, y bajo él discurría el río Alagón. La tradición más extendida es que en 1755, como consecuencia del terremoto de Lisboa, el terreno sufrió modificaciones que alteraron el curso del río, lo que dejó al puente sin su función original y, como lo vemos hoy, rodeado de tierras que acabaron convertidas en huertas; claro que parece que las razones de que el río haya reñido con el puente no fueron esas exactamente, sino que el desvío del curso de las aguas fue un proceso paulatino cuyas causas hay que atribuir a las periódicas riadas que el Alagón sufría y que terminaron por alterar su cauce. Quien sea curioso puede encontrar explicaciones más científicas del fenómeno en Internet.
            Y vamos con el que asó la manteca. Este buen señor, que tiene nombre y apellidos, se llamaba Francisco Martínez Motiño, fue jefe de cocinas reales desde el periodo de Felipe ii hasta el de Felipe iv y escribió en 1611 un libro titulado Arte de cozina, pastelería, vizcochería y consevería.
            No sé, le digo a Zalabardo, si fue el primer libro de cocina importante compuesto en España. Pero su lectura es sumamente interesante y su contenido no tiene nada que envidiar a los de cualquiera de los cocineros de hoy que presumen de estrellas Michelín. Martínez Motiño comienza el prólogo confesando que escribe el suyo por no auer libros donde se puedan guiar los que siruen el oficio de la cozina y que todo se encarga a la memoria: solo uno he visto, y tan errado, que basta para echar a perder a quien usase de él. Añade que su intención es que cualquiera persona que se quiera aprouechar deste acierte las cosas con mucha facilidad y da muestras de su modestia señalando: si en alguna cosa huuiere falta, suplico al discreto letor que lo supla, que como hombre me habré descuidado.
            Pues bien, este cocinero, en la página 263v de su libro, nos explica Cómo se puede asar una pella de manteca de vacas en el asador. Por si alguien aún se muestra incrédulo, reproduzco la parte esencial de la receta:
Tomarás una pella de manteca fresca y espetarla has de punta a punta en un asador de palo que sea muy derecho y quadrado, y en la punta redondo. Este asador atarás en la punta del asador de tornillo muy bien, porque no se puede asar en asador de hierro, porque se calentaría y derretiría la manteca por dedentro: y tampoco se puede asar en asador que no tenga tornillo, porque no andaría redondo, y haría derretir la manteca, y como la tengas espetada como está dicho: pon los cauallos, y haz una lumbrecilla de carbón, que no sea más ancha que la manteca, poniendo vnos ladrillos a los lados, de manera que quede un claro que no sea más ancho que la manteca: luego tendrás cantidad de pan rallado mezclado con açucar, y pon a asar la manteca, y ha de andar el asador mui redondo, y ha de estar echando vno siempre pan rallado, y açucar por encima, teniendo una pieça debaxo para recoger el pan rallado que se cayere, porque la lumbre que ha de asar la manteca no ha de estar debaxo, sino delante, y ha de auer buena lumbre clara de tizos de carbón: y desta manera irás asando la manteca: y si te das buena maña a echar el pan, la asarás sin que se derrita gota de manteca, más que la que empape el pan
            ¿Quién osa ahora tachar de tonto a este hombre? El libro de Martínez Motiño, ya os digo, no tiene nada que envidiar a cuantos hablan de deconstrucción, esferificación y técnicas semejantes en la cocina moderna. De la lectura de su libro se deduce que este buen cocinero podría dar sopas con honda a una elevada porción de cuantos hoy presumen de sus habilidades culinarias en televisión. Y ya sabemos que esa locución significa ‘mostrar una persona clara superioridad en algo sobre otra’. Lo que ya ofrece dudas es si esas sopas son un producto culinario o se refieren a las sopas de arroyo, es decir, guijarros, que se lanzaban con una honda. Aun así, la expresión seguiría significando 'ser muy habilidoso en algo'. Léase si no el capítulo xi de la segunda parte del  Quijote, pues esta discusión daría para otro apunte.

domingo, mayo 04, 2014

BANCOS, BANCA Y OTRAS COSAS



            Que la Axarquía malagueña es una región llena de bellísimos pueblos con caminos en los que perderse es reencontrarse (Sayalonga, Corumbela, Frigiliana…) y de atalayas para disfrutar de incomparables vistas (mirador de Vallejos, mirador de Iznate…) es algo que he repetido varias veces. Pero no quiero hablar hoy de eso. Durante una visita a Macharaviaya, se nos ocurrió adentrarnos en un pequeño parque, breve paseo botánico, situado en la misma entrada del pueblo. Allí, ¡oh, sorpresa!, encontramos, unos antiguos bancos de piedra en algunos de los cuales se podía leer publicidad de periódicos del siglo xix o de vinos: Lea diariamente El Imparcial (periódico madrileño fundado en 1867), aconsejaba uno; La Unión Mercantil. Málaga (periódico malagueño que se publicó entre 1886 y 1936), proclamaba otro y Vinos de Mesa Málaga-Burdeos. Calle del Marqués, nº 10, anunciaba un tercero.

           ¿Cómo habrían llegado aquellos bancos a ese lugar? Preguntamos y alguien nos dijo saber únicamente que fueron donación, hacía mucho tiempo, de la condesa de Balaguer, que solía pasar temporadas de descanso en el pueblo. Tras dicho título se esconde, por si alguien lo ignora, doña Ángeles Rubio-Argüelles (1906-1984), malagueña ilustre, olvidada por bastantes pese a haber sido creadora del Teatro ARA (1957), del Festival de teatro Greco-Latino de Málaga (1959) y de la Escuela de Teatro ARA (1962). El fecundo trabajo y mecenazgo de esta mujer permitió que afloraran actores como Antonio Banderas, María Barranco, Fiorella Faltoyano y muchos más.
            Viendo estos bancos, Zalabardo recordó los que había, de preciosa cerámica, en el Parque de Málaga antes de la última remodelación. Porque eran bellos de verdad. Todos diferentes, casi todos con versos y poemas dedicados a Málaga. No pocos estaban “patrocinados” por empresas y lucían sus logotipos. Preguntando por ellos, he sabido que están amontonados, de mala manera, en un almacén municipal y, bastantes, reventados por el peso de los de encima. ¡Una pena!
            Hablando de ese asunto, Zalabardo me pregunta si tienen algo que ver estos bancos con los otros, esos que están tras la ruina que nos ha caído encima. Y le digo que sí, que son la misma palabra. Un curioso ejemplo para explicar qué es la polisemia y cómo una palabra se va cargando, con el tiempo, de significados. Paradoja que hace que la palabra que designa lugar de descanso sea a la vez la que designa la causa de tantos sinsabores.
            El origen es una antigua palabra germana, bankoz, que significaba en principio ‘donde rompe el filo de la arena’, o, como dice Covarrubias, ‘ribazos de arena que las olas de la mar van formando como poyos largos, en forma de gradas’. Por esta semejanza, como ya señala el mismo Covarrubias, y ratifica el Diccionario de Autoridades (1726), pasó a significar posteriormente ‘asiento largo de madera’ y, además, ‘mesa’. Lo aclara este último diccionario al explicar que significa también ‘mesa que sirve para algunos oficios, como el de herrador, tundidor y otros’. La segunda acepción del DRAE dice que es ‘madero grueso escuadrado que se coloca horizontalmente sobre cuatro pies y sirve como de mesa para muchas labores de los carpinteros, cerrajeros, herradores y otros artesanos’.
            Pasemos a otra cuestión. A finales de la Edad Media, en los centros comerciales de Europa, se inició la costumbre de que quienes tenían excedentes de dinero lo prestaran a quienes lo necesitaban para sus negocios. Estos primeros financieros y comerciantes llevaban a cabo sus transacciones sentados en largos bancos, o mesas. Parece que fue en Italia donde comenzó a utilizarse la palabra banca como ‘mostrador o mesa del que presta dinero’ y, poco después, ‘empresa de transacciones de crédito’, o sea, los bancos actuales. Dicha palabra, bien en la forma italiana o en la germana inicial, bank, se extendió pronto por todo el mundo.

           Pero hay una curiosidad más, le cuento a Zalabardo. Entonces, como ahora, existían banqueros que hacían mal sus cálculos, o que obraban de mala fe, y terminaban arruinados; esto suponía que se les ‘rompía’ la mesa de sus negocios y de ahí nacieron las palabras bancarrota (del italiano banca rotta) y quiebra. Recordemos que Cervantes fue a la cárcel por culpa de la quiebra de un banquero portugués, Simón Freire, a quien había confiado los ingresos recaudados como comisario de abastos para la Armada Invencible. Zalabardo me mira asombrado, se queda unos momentos pensando, y dice: "Para que luego digan que no se aprende nada andando por los montes".