Basta girar un poco la cabeza en
torno, me dice Zalabardo un tanto sulfurado —él, que es tan pacífico y
bonancible— para tropezar con una ingente cantidad de personas que se las dan
de listos y no dudan, a la menor ocasión, en motejar de necios a cuantos no
vean las cosas con el cristal de su particular prisma. Son aquellos a quienes
constantemente se les llena la boca de expresiones del tipo ese
es más tonto que…
Me río y trato de justificarle que,
en la mayoría de las ocasiones, eso no es más que una muletilla inocente que no
pretende ofender. Le cuento entonces, mi recuerdo de un profesor particular,
que, durante mi bachillerato, nos nos ayudaba a preparar las matemáticas. En cuanto que
teníamos un fallo decía: “¡Anda, déjalo, que eres más tonto que Pichote!”.
Nadie se dolía de ello; por el contrario, nos reíamos y terminamos por apodar a este profesor Pichote.
Del Pichote
del dicho, quienquiera que fuese, se afirmaba que se cayó de espaldas y se
rompió la nariz. Otro individuo, histórico o no, con fama de bobo era un tal Abundio,
motivo de burlas porque iba a vendimiar y se llevaba uvas de postre. O que vendió el coche para comprar gasolina.
De todas formas, confieso a
Zalabardo, nunca me ha gustado aplicar a nadie, y, mientras fui profesor, a
ningún alumno, frases de tal índole, y menos ante público. No creo que nadie merezca
humillación por desconocer algo. Salvo quienes se pasan de listos.
Porque más de una vez, le sigo
diciendo, estos listillos de turno se pasan y con su actitud zaheridora no
consiguen sino dejar al descubierto su propia bobería, ya que los dichos
mortificadores que utilizan tienen en realidad una base que muestra todo lo
contrario o una justificación del todo razonable.
Eso pasa con aquellas que señalan al
que asó la manteca o al de Coria (más tonto que el que asó la manteca
y más
tonto que el bobo de Coria, que construyó un puente donde no había río).
¿Quién es el mastuerzo que tilda de bobos a tales personas?
Empecemos por el segundo. Lo cierto
es que cuando se habla del bobo de Coria se mezclan asuntos y
personas. Uno es el que retrató Velázquez
(el bufón
Calabacillas o Bobo de Coria), que, según parece,
tampoco tenía mucho de necio. Y el otro, cuyo nombre desconozco, es el que
diseñó y construyó en Coria (Cáceres) un puente bajo el que no pasa ningún río…
ahora. En efecto, dicho puente existe, aunque muchos desconozcan su historia.
Fue edificado en 1518 sobre los restos de uno anterior, romano, y bajo él
discurría el río Alagón. La tradición más extendida es que en 1755, como consecuencia
del terremoto de Lisboa, el terreno sufrió modificaciones que alteraron el
curso del río, lo que dejó al puente sin su función original y, como lo vemos
hoy, rodeado de tierras que acabaron convertidas en huertas; claro que parece
que las razones de que el río haya reñido con el puente no fueron esas exactamente,
sino que el desvío del curso de las aguas fue un proceso paulatino cuyas causas
hay que atribuir a las periódicas riadas que el Alagón sufría y que terminaron
por alterar su cauce. Quien sea curioso puede encontrar explicaciones más
científicas del fenómeno en Internet.
Y vamos con el que asó la manteca.
Este buen señor, que tiene nombre y apellidos, se llamaba Francisco Martínez Motiño, fue jefe de cocinas reales desde el periodo
de Felipe ii hasta el de Felipe
iv y escribió en 1611 un libro
titulado Arte de cozina, pastelería, vizcochería y consevería.
No sé, le digo a Zalabardo, si fue
el primer libro de cocina importante compuesto en España. Pero su lectura es
sumamente interesante y su contenido no tiene nada que envidiar a los de
cualquiera de los cocineros de hoy que presumen de estrellas Michelín.
Martínez Motiño comienza el prólogo
confesando que escribe el suyo por no
auer libros donde se puedan guiar los que siruen el oficio de la cozina y que
todo se encarga a la memoria: solo uno he visto, y tan errado, que basta para
echar a perder a quien usase de él. Añade que su intención es que cualquiera persona que se quiera aprouechar
deste acierte las cosas con mucha facilidad y da muestras de su modestia
señalando: si en alguna cosa huuiere
falta, suplico al discreto letor que lo supla, que como hombre me habré descuidado.
Pues bien, este cocinero, en la
página 263v de su libro, nos explica Cómo se puede asar una pella de manteca de
vacas en el asador. Por si alguien aún se muestra incrédulo, reproduzco la parte esencial de la receta:
Tomarás una pella de manteca fresca y
espetarla has de punta a punta en un asador de palo que sea muy derecho y
quadrado, y en la punta redondo. Este asador atarás en la punta del asador de
tornillo muy bien, porque no se puede asar en asador de hierro, porque se
calentaría y derretiría la manteca por dedentro: y tampoco se puede asar en
asador que no tenga tornillo, porque no andaría redondo, y haría derretir la
manteca, y como la tengas espetada como está dicho: pon los cauallos, y haz una
lumbrecilla de carbón, que no sea más ancha que la manteca, poniendo vnos
ladrillos a los lados, de manera que quede un claro que no sea más ancho que la
manteca: luego tendrás cantidad de pan rallado mezclado con açucar, y pon a
asar la manteca, y ha de andar el asador mui redondo, y ha de estar echando vno
siempre pan rallado, y açucar por encima, teniendo una pieça debaxo para
recoger el pan rallado que se cayere, porque la lumbre que ha de asar la
manteca no ha de estar debaxo, sino delante, y ha de auer buena lumbre clara de
tizos de carbón: y desta manera irás asando la manteca: y si te das buena maña
a echar el pan, la asarás sin que se derrita gota de manteca, más que la que
empape el pan…
¿Quién osa ahora tachar de tonto a
este hombre? El libro de Martínez Motiño,
ya os digo, no tiene nada que envidiar a cuantos hablan de deconstrucción, esferificación
y técnicas semejantes en la cocina moderna. De la lectura de su libro se
deduce que este buen cocinero podría dar sopas con honda a una elevada
porción de cuantos hoy presumen de sus habilidades culinarias en televisión. Y
ya sabemos que esa locución significa ‘mostrar una persona clara superioridad
en algo sobre otra’. Lo que ya ofrece dudas es si esas sopas son un producto
culinario o se refieren a las sopas de arroyo, es decir, guijarros,
que se lanzaban con una honda. Aun así, la expresión seguiría significando 'ser muy habilidoso en algo'. Léase si no el capítulo xi de la segunda parte del
Quijote, pues esta discusión daría para otro apunte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario