Alguna vez he confesado aquí que uno
de los placeres que a mi edad me quedan es el de acudir un día por semana a
desayunar con los compañeros del instituto (y que ellos me sigan soportando).
Hablamos de forma distendida, sin crispaciones, de lo que se tercie. Luego, ya
en casa, Zalabardo agradece que le cuente cómo ha ido el día. En uno de esos
desayunos, hablábamos de la “condición” de periodista. De si es suficiente
haber obtenido un título en una Facultad universitaria para serlo o se requiere
algo más, algo que “se tiene o no se tiene”. Se hablaba de periodistas antiguos, los que
mamaron la profesión entre las rotativas y las redacciones, y modernos, los que
van presumiendo de título; de la diferencia entre la información y el análisis;
también de la desfachatez de quienes se pasan el día de radio en radio, de
televisión en televisión hablando sin parar de todo; como si alguien pudiese
saber de todo. Naturalmente, evitábamos la generalización.
Zalabardo, que, como yo, es
aficionado al fútbol, evocó tiempos ya pretéritos, pues ambos pertenecemos a una
generación que “veía” el fútbol por la radio. No diré que recuerdo la épica
narración por parte de Matías Prats
del gol de Zarra a Inglaterra en
Maracaná porque aquello sucedió en 1950, aunque la haya oído en viejas grabaciones.
Pero sí recuerdo, junto a su figura, otras como las de Vicente Marco, el creador del Carrusel Deportivo que nos llenaba
las tardes de los domingos, de Juan
Martín Navas, que cantó el gol de Marcelino
en el partido España-URSS de 1964, o de Juan
José Castillo, ya en época en que disfrutábamos de la televisión, que
impuso el inolvidable ¡Entró, entró! en una eliminatoria
España-Australia de Copa Davis en 1967. Eran los años de Santana, Orantes y compañía.
A Zalabardo y a mí, esto último nos parece próximo, aunque han pasado ya 47
años. Joaquín Prats y José Ángel de la Casa son posteriores,
pero tampoco deben ser olvidados.
Juan
José Castillo, en unos años en los que, de verdad, el fútbol reinaba en
nuestro país, luchó, con éxito, para que supiésemos que había otros deportes
(golf, tenis, baloncesto…). De aquellos locutores, tanto los de radio como los
de la incipiente televisión, comento con Zalabardo, se recuerda su actitud pedagógica.
Sabían transmitir lo que veían y lo hacían con una corrección y conocimientos
envidiables. Nos permitían “ver” lo que oíamos y nos ayudaban a entender lo que
veíamos. O eso me parece a mí ahora.
Hoy, mantengo el me parece, todo es diferente. Más
radios, más televisiones, más “plataformas” y, sobre todo, más “barullo”, más
griterío, más mirar con el rabillo del ojo al profesional de la competencia que
le puede restar audiencia. Y, ¡ay!, menos respeto por el oyente o
telespectador. La fiebre del griterío y guirigay domina las ondas. Y, ¡otra vez
ay!, no se logra ensombrecer el trabajo de los “clásicos”.
Pero los fallos denunciados por Fernando Lázaro (tengo delante un dardo
de hace veinte años) persisten, aumentados y sin corregir. Y, además, con el
agravante de que muchas transmisiones televisivas se explican a distancia; es
decir, quien debe contarnos lo que pasa lo está viendo en una pantalla, lejos
del escenario del evento. O sea, igual que nosotros. Es como si Zalabardo, sentado a mi lado cuando vemos un
partido, me dijera: “A ver si ofrecen otra toma y nos enteramos de qué ha
pasado”. Mejor harían guardando silencio y dejándonos ver las imágenes.
Pero hay cosas peores. Algunas
causan sonrojo por su desprecio hacia el lenguaje. No solo se sigue diciendo señalizar
en lugar de señalar, percutir en lugar de golpear;
se habla de trivotes sin saber qué sea tal cosa; nadie se cansa de hablar
del cuarto
de máquinas, las temporadas se han convertido en cursos,
se suprimen los artículos para conseguir mayor rapidez aun creando una menor
comprensión, los equipos no consiguen puntos por ganar o empatar, sino unidades.
Y así seguiríamos.
Aún más. Daría un coscorrón a
quienes no dejan de decir que el portero está bajo los palos o que tal
jugador lanza hacia el palo corto o el palo largo. No hace falta
haber pisado un campo de fútbol para saber que el portero está entre
los palos o bajo el larguero, porque los postes los tiene a los
lados, no encima. Y lo de largo y corto: los postes
o palos
laterales miden exactamente lo mismo, 244 centímetros. Y decir que el palo
corto es el más cercano al lanzador y el palo largo el más alejado
va contra la lógica, pues, de acuerdo con la perspectiva, siempre parecerá mayor
el más próximo que el más alejado. En español, largo funciona,
normalmente, como adjetivo. Sin embargo, antiguamente (el DRAE no lo recoge, pero
sí María
Moliner y Manuel Seco) podía funcionar como adverbio con el significado
de ‘lejos’. Yo todavía recuerdo haber oído decir: “Eso está muy largo”. Solo recurriendo
a esto, forzando la gramática, podríamos llamar largo al palo más
alejado. Pero no es usual unir un adverbio a un sustantivo.
Voy acabando, pues me alargo: ¿Puede
llamarse periodista deportivo quien solo conoce un deporte, y aun así, solo a
medias? Dos ejemplos.
El primero: algunos, cuando un
jugador yerra en su disparo y el balón sale por encima del larguero, dicen que ha
hecho un ensayo. No saben que ensayo, término del rugby, es una
‘jugada que consiste en poner o tocar el balón en el suelo en la zona de marca
de la meta contraria’. Si, tras patearlo, el balón pasa entre los dos postes,
por encima del travesaño, a eso se le llama transformación o conversión,
pero nunca ensayo.
Y el segundo, el más vergonzoso de
todos porque da fe de la supina ignorancia que tiene sobre el asunto quien habla.
En un reciente partido de fútbol hubo una pequeña confusión tras un gol. El
narrador “a distancia”, sin ningún pudor, afirmaba su desconcierto sobre si el
gol había sido válido, el árbitro auxiliar había señalado fuera de juego o
había indicado manos. Las dos últimas opciones se excluían solas, pues era palmario
tanto la inexistencia de fuera de juego como un uso indebido de las manos. Sobre
lo primero, osaba pontificar la nulidad del gol “porque no es válido un
lanzamiento de ese tipo”. “Habrá que mirar el reglamento”, insistía. ¿Cómo una
persona se considera experta en un deporte cuyo reglamento desconoce? La regla
13, sobre el lanzamiento de faltas dice que el balón “estará en juego en el
momento en que es pateado y entra en movimiento”. Sobre si hay que darle de una
forma concreta o empujarlo con un taco de billar, por ejemplo, no dice nada. Pero
el susodicho teleperorante lo desconocía. Por supuesto, había sido gol válido.
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