viernes, julio 13, 2007

Y AHORA, A DESCANSAR

Así es. Temporalmente, se cierra la agenda de Zalabardo porque nos salimos unos días de vacaciones fuera del ámbito cotidiano. Zalabardo, que veis que hace días que no aparece, se marchó por delante. Ahora, voy yo detrás. Este año hemos optado por, coincidiendo con que hace un siglo que Antonio Machado llegó a Soria, pasar unos días en aquella tierra, allí donde el Duero traza su curva de ballesta en torno a Soria.
Confiamos en ver las fuentes del Duero, subir a la Laguna Negra en busca de los fantasmas de Alvargonzález y sus hijos, coronar el pico de Urbión, seguir las huellas de los templarios por el Cañón del río Lobos, rastrear entre las piedras el eco de las voces de los juglares del Cid, el de San Esteban y el de Medinaceli.
Hasta agosto, por tanto, la agenda estará muda. A la vuelta, esperamos tener cosas que contar. Y mientras eso llega, un saludo para todos.

jueves, julio 12, 2007

LA CABEZA ACUSADORA

Madrid no es ciudad que albergue muchas leyendas o, al menos, las que tiene no son de gran antigüedad. Eso es debido, naturalmente, a su relativa modernidad. Sin embargo, aquellas que podemos situar en su suelo no dejan de tener interés, aunque a veces parecen sacadas del repertorio de un ciego romancista o de los pliegos de sucesos de los folletines del siglo XIX.
En la calle de la Cabeza, empotrada en la fachada de una casa, todavía se puede ver una cabeza de cordero tallada en piedra. La mayoría de la gente desconoce cuál sea la razón de ese aditamento de la pared, pero si preguntáis en alguno de los bares típicos o en las tiendecitas tradicionales que aún quedan por allí, os podrán contar la historia.
En el siglo XVI, siendo rey de España Nuestro Señor Don Felipe II, la zona de Atocha aún formaba parte de los arrabales de Madrid. En esa área, cerca de lo que hoy es la plaza de Tirso de Molina, discurre la calle que aún se llama de la Cabeza, aunque se desconoce con qué nombre se conocía antes del episodio que narramos.
En dicha calle habitaba un caballero dotado de una gran fortuna no solo en dinero, sino también en joyas y alhajas de todo tipo que había ido heredando de su familia. En el tiempo de que hablamos carecía de cualquier pariente conocido y él era ya mayor y se encontraba soltero, pues no había encontrado ninguna mujer que le apeteciese como esposa. Con él vivía en la casa un único sirviente que lo atendía en todo cuanto pudiese necesitar.
El criado abrigaba la secreta esperanza de que más tarde o más pronto parte de la riqueza de su señor pasaría a ser de su propiedad. Y es que, pensaba, por mucho que pudiese legar para fines de beneficencia, no cabía duda de que su fidelidad y servicio continuado habría de tener su recompensa. Y como la avaricia hace perder a los hombres el sentido, la simple idea de lo que confiaba recibir como premio se convirtió pronto en impaciencia y poco después en vivos deseos de que su señor muriese lo antes posible.
Hasta que un día, siendo ya poca su paciencia y mucha su codicia, determinó que lo mejor sería darle muerte por su propia mano aprovechando que los dos estaban solos en la casa y que el lugar estaba apartado y era adecuado para sus fines. Ni corto ni perezoso, una noche, mientras su señor dormía, el avaricioso criado, con un certero hachazo, lo degolló. Cogió cuanto dinero, alhajas y utensilios de oro y plata pudo cargar y desapareció de Madrid.
Adónde fue nadie lo supo, pero la cosa es que vivió de manera desahogada en un lugar donde nadie lo conocía. Algún tiempo después, tuvo necesidad de regresar a Madrid para resolver algunos asuntos de su interés, pero iba confiado porque pensaba que ya nadie lo reconocería y lo más seguro era que se hubiesen olvidado de aquel señor solitario, ya que no había persona que reclamase la resolución del misterio de su muerte.
Al pasar por una carnicería de la Plaza Mayor, se le ocurrió comprar una cabeza de cordero. El carnicero se la envolvió lo mejor que pudo, pero el malvado criado no se dio cuenta de que, pese a todo, la sangre que aún manaba de la cabeza había empapado el paquete y él iba dejando tras de sí un reguero de sangre por toda la calle. Dio la casualidad de que un alguacil reparó en lo que ocurría y se le acercó para preguntarle qué llevaba en aquel paquete. El criado respondió que una cabeza de carnero. El alguacil, desconfiado y curioso, le pidió que se la mostrara.
Cuando el infiel criado abrió el paquete, se llevó la desagradable y extraña sorpresa de que lo que apareció en el envoltorio era la cabeza ensangrentada de su señor. Estuvo el criado a punto de perder el sentido y no tardó mucho en confesar su fechoría. Fue juzgado y condenado a muerte y se le ajustició en la Plaza mayor. Los jueces decidieron, además, que se esculpiera en piedra una cabeza de carnero y se colocara en la fachada de la casa donde habitó el caballero asesinado. Desde entonces, a esa calle se le llama calle de la Cabeza.

miércoles, julio 11, 2007

PIRENE

Yendo desde Biescas hasta el Parque Nacional de Ordesa, hay que atravesar el puerto de Cotofablo, paso natural del valle de Tena a Sobrarbe. Coronado dicho puerto, es preciso atravesar el túnel del mismo nombre, que tiene una extensión de algo más de medio kilómetro y que, a quien no esté acostumbrado, impone por su estrechez. Según nos contarían después, se empezó a construir en 1935 y se terminó durante la guerra civil. Cuando uno asoma por el otro extremo, siente ganas de dar un suspiro hondo de alivio.
Ya bajando, antes de llegar al cruce donde se hace preciso optar por Broto, a la derecha, o por Torla, a la izquierda, puerta del Parque de Ordesa, se cruza una pequeña aldea cuyo nombre es Linás de Broto. Nos detuvimos unos instantes buscando un lugar que no encontramos donde tomar un pequeño refrigerio. Pero ya aprovechamos para pegar la hebra con unos cuantos hombres de edad madura cuya distracción, al parecer, era ver pasar los coches que se dirigían hacia el Parque.
En un momento de la charla, uno de ellos nos dijo: "Vosotros, los andaluces, y nosotros somos casi parientes, pues si a vosotros el gigante Hércules os dio el estrecho de Gibraltar, a nosotros nos dio los Pirineos". Ni que decir tiene que le pedimos que nos contara cómo había sido eso.
Pues verán ustedes, empezó; hace ya muchos siglos, ya digo que esto fue en época de Hércules, había en la Península Ibérica, entonces todavía no existía ni el nombre de España, un rey que tenía una hija que se llamaba Pirene. Era notoria la fama de bella y discreta de la joven Pirene entre todas las tribus del territorio, aunque ella se mostraba esquiva con cuantos la solicitaban en matrimonio. Allá en el sur, cerca de donde Hércules había abierto el paso entre el Mediterráneo y el Atlántico, reinaba un rey con fama de feroz e implacable. Se llamaba Girón o algo parecido y se caracterizaba porque, aun teniendo cuerpo de hombre, de sus hombros nacían tres cuellos como cuerpos de serpientes, cada uno de los cuales terminaba en una cabeza parecida a la de un perro.
Hasta él llegó la noticia de la belleza de Pirene y decidió hacerla su esposa. Así que reunió un elevado número de soldados y sirvientes y se dirigió hacia las tierras donde reinaba el padre de Pirene para transmitirle su deseo. Como la joven, según su costumbre, se opuso de manera terminante, Girón montó en cólera y determinó arrasar todas aquellas tierras. Pirene apenas si tuvo tiempo de huir lo más rápidamente que pudo y corrió hacia el norte, donde se refugió en un monte áspero y todo cubierto de matorral, cerca ya de las tierras de Francia, que tampoco se llamaba así por aquellos tiempos.
Contra lo que la joven deseaba, el cruel Girón no tardó en perseguirla para encontrar su rastro; pero anduvo días y días sin hallarla, debido a la gran cantidad de cuevas y los numerosos caminos que por allí había. Después de un tiempo de búsqueda infructuosa, el deseo de Girón se convirtió en odio irrefrenable hacia la dulce Pirene. Así que decidió prender fuego al lugar para que cualquiera que allí estuviese oculto muriese abrasado.
Por suerte, el gigante Hércules regresaba de realizar algunas de su aventuras y, al pasar por la zona, vio la gran humareda y oyó los gritos de la desdichada joven. Se dispuso a rescatarla del peligro que corría, mas solo pudo sacarla de allí agonizante; tanto que nada más depositarla en el suelo, Pirene falleció. Hércules se sintió conmovido por tan triste destino para una joven tan bella y gentil. Fue entonces cuando se le ocurrió levantar un monumento que acogiera sus restos y sirviera de eterno recordatorio. Con sus fuertes brazos fue escogiendo las más grandes de aquellas rocas chamuscadas por el incendio que provocara el malvado Girón. Las iba amontonando de la manera más artística de que fue capaz hasta formar con ellas una inmensa cordillera que discurría desde el Cantábrico hasta el Mediterráneo. Y en recuerdo del nombre de la bella Pirene, le puso a aquella barrera de rocas el nombre de Montes Pirineos.
Si lo que cuenta la historia no es verdad, al menos merece serlo. Cuando llegamos a Ordesa, mirábamos las cumbres con ojos diferentes, como si quisiéramos ver reflejada en ellas la belleza de Pirene, y nuestros oídos esperaban percibir a cada instante los ecos de su voz arrastrados por la brisa

martes, julio 10, 2007

UNA MISA POR EL DIABLO

Aínsa, l'Aínsa para sus moradores, es una villa oscense que merece la pena ser visitada. Nos encontrábamos en Jaca y alguien nos había hablado de la belleza de Aínsa. La distancia entre una y otra población es de unos 70 kilómetros, pero el viaje, que normalmente se hace en poco menos de una hora, nos llevó casi dos. No contábamos con una carretera en obras y las continuas detenciones. El calor del mes de julio ponía lo demás. Pero al fin llegamos. Situada al pie de la impresionante mole rocosa de la Peña Montañesa, ella misma colgada sobre rocas, Aínsa no era una villa medieval como nos habían asegurado. Aínsa era, confío en que siga siendo, la Edad Media hecha pueblo, una maravilla.
Nada más llegar, nos sentamos bajo los soportales de su plaza-mercado para reponernos del fatigoso viaje y refrescarnos con una espumosa cerveza. Hablando de la temperatura, apenas era media mañana, el amable camarero que nos atendía dijo: "Hoy va a hacer más calor que en la misa del diablo". Extrañados por tal comparación, le preguntamos qué era la tal misa. Nos contestó que era algo que se decía allí en el pueblo en recuerdo de una historia muy antigua. Naturalmente, le rogamos que nos contara la historia, si es que la sabía, y como todavía no había mucha clientela, no dudó en iniciar el relato.
Hace mucho tiempo, los antiguos dicen que en tiempos de las cruzadas, era costumbre en el pueblo que los caballeros se reunieran para salir a cazar. En una de estas cacerías participaba, como siempre, el conde de Artal, protagonista de la historia. El día era frío, no como hoy, y como la batida se estaba dando mal, el señor de Artal se separó del resto de los cazadores y se sentó a descansar resguardado por unas rocas. Pasado un rato, un ruido entre la maleza despertó su atención. Era un enorme jabalí que, al levantarse el conde, salió huyendo. El conde decidió perseguirlo. Corrieron entre las brañas, saltaron arroyos, subieron y bajaron montes hasta que, por fin, el señor de Artal pudo acorralarlo. Se disponía a acometerlo con su lanza cuando sucedió algo bien extraño. El jabalí, con voz ronca aunque no desprovista de atractivo, le dijo: "No me mates. Si me perdonas la vida, yo te recompensaré de un modo que no imaginas". Artal quedó de momento paralizado ante semejante prodigio. Pero, sin saber por qué, bajó su lanza y dejó que el jabalí escapara entre la maleza.
Se reunió con el resto de los monteros, aunque no dijo nada de lo sucedido. Como el día empezaba a decaer, regresaron al pueblo. Tampoco en su casa contó nada. Se sentó a cenar junto a su esposa, pero apenas si probó bocado. Cuando, tras la cena, la señora de Artal declaró que se iba a acostar, él alegó que no tenía sueño. Con una copa de licor en la mano, se sentó ante la chimenea y pronto se vio vencido por el sopor. Sería ya la media noche cuando un ruido de troncos que se movieron en la chimenea lo despertó. Pudo contemplar cómo las llamas se reavivaron e iluminaron todo el salón. Por fin las llamas se dividieron en dos y de su centro apareció alguien con figura de hombre. Se dirigió al caballero con estas palabras: "¿Sabes quién soy?" "Si vienes del fuego, no puedes ser otro que el diablo", respondió el señor de Artal. "Cierto. Y también soy aquel a quien has perdonado hoy la vida, por lo que vengo a cumplir la palabra dada de recompensarte. Has de saber que tu hijo, que marchó hace dos años a las cruzadas, regresará vivo porque yo cuidaré de él". Luego cogió unos tizones encendidos y los colocó encima de una mesa. A continuación, las llamas volvieron a abrirse y Satanás desapareció entre ellas. El caballero cayó de nuevo en un profundo sueño.
A la mañana siguiente, cuando todos los habitantes de la casa despertaron, el caballero vio cómo sobre la mesa había depositados cinco grandes lingotes de oro puro. La esposa, que entró en aquel momento en la sala, contó a su marido que había soñado con un ángel que le anunció que su hijo regresaría vivo de la guerra si erigían un templo en honor de la Virgen María. El caballero decidió entonces contar todo lo que le pasó en día anterior y la visión de la noche pasada. Después de mucho cavilar, ambos decidieron dedicar parte del oro recibido en construir la iglesia. Solo pusieron una única condición: que todos los años, por aquella misma fecha, en dicho templo se celebrara una misa para rogar por el demonio. A las autoridades eclesiásticas del lugar les pareció una monstruosidad, pero como ninguno de los señores daba su brazo a torcer, terminaron por ceder.
Lo que el camarero ya no supo decirnos es si se seguía oficiando esa misa y si el heredero de los señores de Artal, a quien parecían proteger tanto las fuerzas del cielo como las del infierno, regresó de las cruzadas.

lunes, julio 09, 2007

LAS XANAS

Subiendo desde León, a Asturias se puede entrar por una moderna autovía. Pero si lo que uno quiere es disfrutar de paisaje agreste y alegrar los ojos, se puede desviar unos cuantos kilómetros al oeste, entrar por el puerto Ventana y bajar encajonado por la garganta del Taberga. De esta forma, el viajero tendrá ocasión de hacer un primer recorrido a pie y fundirse con la naturaleza.
Poco después de atravesar Proaza, cerca de las tierras donde habita el oso, llegados a Villanueva de Santu Adrianu, podemos dejar el coche a un lado de la carretera y subir, no siguiendo por la carretera, sino adentrándonos en el Desfiladero de las Xanas, hasta el pueblecito de Pedroveya. No son sino unos pocos kilómetros, pero al final nos espera un buen reposo en Casa Genoveva, donde es posible probar una de las más gustosas fabadas de todo el principado. Y si logramos una de las mesas que están bajo el hórreo que se levanta delante de la casa, mientras alrededor cae un un casi imperceptible sirimiri, no hay más que hablar.
Así como Galicia está llena de meigas, Asturias está llena de xanas. Las xanas son ninfas que habitan las fuentes, las cuevas y los ríos. Todo el principado está inundado de leyendas sobre estos mágicos seres como la que os cuento ahora. Por esta tierra de la que os hablo se cuenta que, cuando llegaron los moros y casi sin encontrar resistencia se apoderaron de toda España menos las zonas montañosas del norte, hubo muchos reyes ineptos y grandes señores cobardes que para no ser molestados y tampoco hacerles frente, con el peligro de ser derrotados, firmaron alianzas humillantes con reyezuelos y caudillos mahometanos.
Uno de estos señores, de nombre Maurago, que vivía en Trubia, se comprometió a entregar cada año cincuenta de las más hermosas doncellas para engrosar los harenes de los infieles. Enterados los habitantes de la región de tan infamante acuerdo, antes de que los soldados de este gobernador pudieran iniciar su requisa, convencieron a algunas de las doncellas para que huyeran y se escondieran en el monte. Cuatro de ellas, logrando burlar todos los controles, encontraron refugio, después de andar tres o cuatro días, en una hoz abierta por un pequeño arroyo de aguas cantarinas que desaguaba en el Trubia.
Pero los soldados, que tenían espías por todas partes, se enteraron del escondite y no tardaron en internarse por el mismo desfiladero. Las jóvenes, sintiendo cerca el ruido de la tropa, se acongojaron. Entonces fue cuando se oyó una voz dulce y modulada como el silbo del aire entre los robles: "Si queréis ser mis xanas, nada os ocurrirá y seréis felices por toda la eternidad". "¿Qué hemos de hacer para convertirnos en xanas?", preguntó una de las jóvenes. "Basta con que bebáis un sorbo de mi agua". Así lo hicieron las cuatro doncellas. Cuando los soldados las encontraron y se dispusieron a apresarlas, ellas los miraron muy fijamente con sus ojos verdes y los soldados se convirtieron de inmediato en ovejas que se dispersaron por el monte.
Maurago, extrañado de que sus soldados no regresasen, envió otro contingente, pero les ocurrió lo mismo que a los primeros. Entonces, el gobernador tomó la decisión de reunir una tropa más extensa que las anteriores y ponerse él mismo a la cabeza para averiguar lo ocurrido. Cuando llegaron al lugar donde habitaban las cuatro xanas, comenzaron a gritar llamando a los soldados perdidos, pero nadie les respondía. Entonces las xanas decidieron dejarse ver, puesto que las xanas, por lo común, son invisibles. Maurago se dirigió a ellas: "Decidme, xanas, ¿qué ha pasado con los soldados que he enviado por estas tierras?" "¿Qué soldados dices, señor? Aquí no hay más que ovejas". Y así era en realidad, como bien podía comprobar el enfadado señor, que continuó en tono amenazador: "Si no queréis contestarme, haré que los soldados que me acompañan arrasen estos lugares". "¿De qué soldados hablas?", dijeron ellas. "¿No te hemos dicho que aquí no hay otra cosa que ovejas?" Y Maurago, volviendo la mirada hacia atrás, comprobó cómo tenían razón y se halló a sí mismo vestido pobremente como un pastor.
Comprendió entonces el error cometido y rogó a las xanas que deshicieran el encanto. Ellas le dijeron que en sus manos estaba conseguirlo. Que bastaba romper el tratado que había firmado con los moros y hacerles la guerra en lugar de someterse a ellos. Maurago juró que así lo haría. En el preciso instante, todos los soldados volvieron a su ser primitivo y él a vestir sus galas habituales. Y como había jurado, rompió el infamante tratado y se unió con el resto de los señores y tropas que dieron inicio a la reconquista de España.

viernes, julio 06, 2007

LA BARQUERA

Estábamos en Porrúa, pequeño pueblo asturiano, con escasamente 150 habitantes, situado entre el mar y la montaña, a unos cinco kilómetros de Llanes, municipio del que depende, y a dos escasos de la playa más cercana, Celorio. Era la Virgen del Carmen y habíamos decidido ir a pasar la tarde en San Vicente de la Barquera, que celebraba fiestas. San Vicente se encuentra a unos cuarenta kilómetros de Porrúa, o algo menos, ya en tierras de Cantabria. Llegamos temprano y, por hacer tiempo, nos fuimos a la ría a pescar un poco, pues a mis hijos siempre les gustó llevar con nosotros los aparejos de pesca.
Junto a la baranda del puente que cruza la ría y las que bordean el paseo sobre la misma ría, se sitúan todos los días, en las horas de la marea alta, innumerable cantidad de pescadores que lanzan sus cañas en espera de las deseadas presas. Pero la mayoría de ellos acude más atraída por la posibilidad de echar un rato de conversación que por la importancia de las capturas.
Con uno de ellos nos pusimos a hablar y nos hizo casi darle nuestra filiación completa: de dónde éramos, dónde parábamos, cuántos días pensábamos estar, qué nos parecía el pueblo y todas esas cosas por las que los aborígenes sienten curiosidad respecto a los foráneos. "Pues yo una vez estuve en Málaga...", nos decía y a continuación nos daba cuenta de cómo le había ido por aquí abajo. En un momento de la charla hice la pregunta que mucha gente debería hacer y que él posiblemente estuviera esperando: ¿Por qué se llama este pueblo San Vicente de la Barquera?" Como un rayo respondió: "¡Por la Virgen! ¿No han visto ustedes la Virgen que hay en la entrada del puerto?"
Y ese fue el detonante para contar la historia que ahora reproduzco yo. Un día de hace no sé cuántos años, unos pescadores faenaban en su barca no muy lejos de la orilla. El día era claro y la superficie de la mar refulgía como una lámina de plata bruñida cuando le dan los rayos del sol. Los pescadores cantaban y se daban bromas como es normal durante la tarea.
En esas estaban cuando, de pronto, irguiéndose y señalando mar adentro, uno de ellos gritó: "¡Mirad!" Todos reaccionaron de inmediato dirigiendo los ojos hacia donde el compañero señalaba y pudieron ser testigos, medio incrédulos, medio asombrados, de una extraña visión. Allá lejos, en mitad del mar, vieron una barca que no tenía ni velas ni remos y que, sin embargo, navegaba en rectitud hacia ellos. Pese a la luminosidad del día, un halo de luz resplandecía en torno a la pequeña embarcación. La barca se acercó a la costa y, finalmente, clavó su quilla sobre la arena de la playa, no lejos de lo que hoy es la entrada al puerto. Y como la embarcación seguía desprendiendo aquel mismo fulgor, los marineros decidieron acercarse. Lo que vieron los dejó maravillados y les hizo comprender que todo era un milagro. En la pequeña nave no había ningún tripulante si no contamos como tal una imagen de la Virgen con el Niño Jesús en los brazos. Ella era la barquera.
Los marineros cogieron la imagen y la trasladaron a hombros hasta la iglesia de San Vicente. Más tarde erigieron un santuario que todavía hoy se conoce como de Nuestra Señora de la Barquera. Ella es la que desde entonces da nombre al pueblo. Por ella sienten todos gran veneración, especialmente la gente de la mar. El sábado santo, la imagen es llevada en procesión hasta la parroquia de San Vicente; y el tercer día después de la Pascua, se la lleva a orilla del mar, se la sube en una barca ricamente ornamentada y se pasea por toda la costa. Mientras, en tierra, las mujeres interpretan los picayos, que son danzas y canciones de gran antigüedad típicas de aquí.
Después de oír la historia, la tarde ya comenzaba a decaer; recogimos nuestro aparejos, los guardamos en el coche y nos adentramos por las calles aledañas al puerto para participar en las fiestas y probar el rico marisco de la zona.

jueves, julio 05, 2007

LAS MARGARITAS DE ENOL

Enol y Ercina son dos lagos que se sitúan en el corazón del Parque Nacional de Covadonga. Se llega a ellos cogiendo una estrecha carretera que arranca desde la monumental basílica de la santina de los asturianos. Conforme vamos subiendo, no debe extrañarnos hallarla interrumpida por alguna indolente vaca a la que se le ha ocurrido echarse en medio de ella para sestear un poco.
He estado por aquellos parajes dos veces, hace tiempo que no he vuelto a ir, y lo que menos me gustó siempre fueron las innumerables pintadas de los aficionados al ciclismo que animaban con ellas a sus ídolos y que rompían la belleza del lugar. En los días claros, la superficie del lago refleja con nitidez el cielo azul y las montañas que lo circundan. La primera vez que subí tuve ocasión de encontrar, entre tanto visitante como pululábamos por allí, un auténtico vaqueiro que no hacía sino renegar de los turistas. Cruzamos unas palabras y, en un momento de la breve charla, no sé a cuento de qué, me dijo: "Pero esto no ha sido siempre un lago". Picado por la curiosidad, le rogué que me aclarara qué querían decir sus palabras.
En un tiempo ya muy lejano, comenzó, todo el terreno que hoy cubren las aguas estaba ocupado por una gran majada y por las cabañas que tenían construidas los pastores que cuidaban el ganado. Sucedió que un día, sobre estos parajes se desató una gran tormenta como nunca antes se había visto otra ni se vería después. Los pastores, aunque son gente que no teme al monte ni a los elementos que en él se desatan con frecuencia, tuvieron que abandonar sus tareas y refugiarse en las cabañas. Como se iba acercando la noche y no cesaba de llover, permanecieron al calor del fuego hablando y contándose historias diversas.
No habría pasado mucho de la media noche cuando se oyó llamar en una de las cabañas. Era una pobre niña de aspecto deplorable. Presentaba la ropa toda empapada por el agua y temblaba de frío, por lo que apenas podía articular palabra. Venciendo a duras penas el castañeteo de los dientes, pidió por caridad que la acogieran para guarecerse de la lluvia hasta que llegase el nuevo día. Los pastores, que también habían estado bebiendo, se burlaron de ella y la despidieron de allí profiriendo palabras soeces.
No tuvo mejor suerte la niña en el resto de las cabañas. Parecía que la maldad y el egoísmo se habían adueñado de aquellos rudos hombres. La niña continuó vagando sin rumbo. Los pies se le hundían en el barro y las ropas pesaban lo indecible por la cantidad de agua que habían empapado, en tanto el temporal seguía con la misma violencia y la luz de los relámpagos iluminaba la inmensidad del monte. En uno de estos breves momentos en que todo se veía como si fuera pleno día, acertó a distinguir una pequeña gruta de cuyo interior salía una débil luz. Llegó hasta ella y penetró. En su interior encontró, iluminada por la parpadeante llama de una vela, a una pastorcilla que, puesta de rodillas, rezaba devotamente para que la tormenta amainase. Al ver a la niña y el estado en que se encontraba, se levantó y la llamó hacia sí, le dio una manta con la que abrigarse y le ofreció lo poco que tenía: un poco de pan, un trozo de queso y algo de leche. Fuera, parecía llover cada vez más torrencialmente.
Las horas transcurrieron lentas, pero, al fin, comenzó a clarear el día y la lluvia, poco a poco, cesó. La niña y la pastorcilla salieron y pudieron contemplar un espectáculo atroz. La majada y todo el ganado, las cabañas y los pastores que en ellas habían estado refugiados, habían desaparecido bajo las aguas. Ahora todo era un lago profundo en el que no quedaba rastro de vida.
La niña que había buscado allí amparo durante la noche no pudo contener su dolor y rompió a llorar. Lo portentoso fue que, nada más tocar el suelo, donde había caído una lágrima brotaba una margarita. La pastora no salía de su asombro. Podía ver que, al mismo tiempo que lloraba y nacían margaritas sin cesar, a la niña la iba envolviendo un halo de luz sobrenatural hasta que, poco después, tanto la luz como la niña desaparecieron dejando el suelo regado de margaritas. Una indefinible sensación de felicidad se apoderó de la pastora, que no daba crédito a sus ojos. Pero pronto comprendió que quien había pasado con ella parte de la noche no era otra que la Virgen María Niña.
Y el pastor terminó diciendo que lo que pasa es que nadie se atreve, pero que si alguien osase investigar el fondo del lago, aún se podrían encontrar los restos de las cabañas y los esqueletos de los pastores que no pudieron eludir su muerte.

miércoles, julio 04, 2007

SAN ANDRÉS DE TEIXIDO

Hemos estado hablando, Zalabardo y yo, acerca de que estos días de vacaciones podríamos dejar aparcados un poco los temas que nos han venido ocupando durante el resto del año. O por lo menos irlos espaciando. Me sugería él que ocupásemos las páginas de la agenda, en periodo vacacional, con asuntos más relajados. A mí se me ha ocurrido que podríamos dedicarlas a la narración de una serie de leyendas recogidas en varios lugares de España. Es posible que quienes sigan estas páginas las conozcan, pero yo las contaré tal como a mí me las narraron en los mismos lugares de referencia. Espero que os gusten. Podríamos empezar con la de san Andrés de Teixido.
Teixido es un lugar situado casi en el fin del mundo. En la provincia de La Coruña, se accede desde la población de Cedeira hasta casi la altura del cabo Ortegal. La carretera es estrecha, sinuosa y con pronunciadas pendientes que encogen el ánimo del viajero. Pues imagínese cuando no había ni carretera, me dicen. Allí encontramos unos acantilados impresionantes, a los que da vértigo asomarse; dicen los lugareños que son los más altos de Europa. En aquellas tierras, la gente se dedica a la agricultura y ganadería porque casi no hay acceso al mar. Allí, en aquel lugar tan apartado de cualquier otro lugar, lo que sí hay es una pequeña y hermosa ermita consagrada a san Andrés. Y en toda Galicia resuena el refrán que dice que A san Andrés de Teixido vai de morto quen no foi de vivo.
Los peregrinos, cuando comienzan a bajar la cuesta que conduce al templo, cuidan de no pisar ningún sapo, culebra, escarabajo o cualquier otro animalejo que vean en el camino porque, se dice, son las almas de los que no pudieron peregrinar en vida y cumplen ahora de esa forma.
Pregunté a una santera que vendía recuerdos y exvotos y fue ella la que me contó la siguiente historia. El apóstol san Andrés estaba muy triste porque de todas las partes del mundo acudían multitudes a visitar el sepulcro de Santiago, mientras que a su santuario, que era igualmente propicio a toda clase de milagros no acudía nadie y él estaba siempre solo y abandonado.
Cierto día se encontró en un camino con Nuestro Señor Jesucristo y le expuso sus cuitas. Le dijo: "Puedes ver, Maestro, que de todos los confines del mundo, exponiéndose a mil peligros, vienen romeros a Santiago, en tanto yo, que fui tan apóstol tuyo como él, veo cómo mi santuario permanece continuamente vacío." Le respondió entonces Jesucristo: "No te preocupes, que tú no serás en ningún modo inferior a Santiago. Desde hoy, en el cielo no entrará nadie que no haya visitado tu ermita. Y si no lo hace en vida, tendrá que hacerlo después de su muerte." Y así es desde entonces.
Y me siguió contando más. Para evitar que un alma venga arrastrándose como cualquier bestia inmunda, hay un modo: un pariente acudirá a la tumba del difunto, golpeará con los nudillos en la lápida y dirá: "Prepárate, Fulano, que tal día peregrinaremos a san Andrés." Y el día fijado, el alma del difunto abandonará el cementerio y se unirá a la comitiva. En el coche, se le reservará un asiento. Durante todo el trayecto habrá que darle conversación y, una vez llegados, se le avisará de todas las dificultades del camino que hay que hacer a pie porque, dicen, las almas oyen, pero no ven. También se portará comida para el difunto y, como ya no ingiere alimentos, se repartirá entre los mendigos que bordean el camino. Una vez de vuelta, se acompañará de nuevo al alma, ya en disposición de entrar en el cielo, hasta su lugar en el camposanto.
Aún me dirían algo más. Un poco más abajo del santuario hay una fuente, a fonte do santo, donde deberemos pararnos y echar una miga de pan al agua. Si flota, es que nuestra petición al santo será atendida; si se hunde, habremos de peregrinar otra vez más para conseguir el favor. Pero hay otra interpretación más inquietante que contaba otra santera: si la miga flota, es que podremos realizar una segunda peregrinación; si se hunde, significa que moriremos antes de volver por aquellas tierras.

martes, julio 03, 2007

ERRAR ES DE HUMANOS

Cuando alguien se queja de haber sido mal interpretado no debe culpar exclusivamente al intérprete, sino antes pensar cuál es la parte que le corresponde a sí mismo por no haberse expresado con la debida claridad. Eso es lo que me ha pasado a mí en dos de los últimos apuntes, el referido a la llegada de las vacaciones y el que comentaba una reciente lectura del Cantar de los cantares.
Mucho hemos meditado Zalabardo y yo el hecho de escribir esta nota que, al final, hemos considerado pertinente. Puede que extrañe que hable aquí de apuntes anteriores y de comentarios hechos cuando era norma declarada no responder a ninguna intervención y aceptar de buena gana cuantas observaciones se quisieran hacer a mis palabras y a las de Zalabardo (pero más a las mías porque yo soy el autor material), porque quien escribe para los demás debe exponerse a la crítica. Solamente una vez se rompió esta costumbre (fue para defender al Viejo de la Colina, cuando me pareció que lo estaban tratando injustamente) y confío en que no haya una tercera, pese a que hay un refrán que mantiene que no hay dos sin tres.
Por otra parte, no es que ahora quiera desdecirme de nada de lo afirmado en esos apuntes. Tanto Zalabardo como yo dijimos en ellos lo que queríamos decir y asumimos con buen talante que se nos quiera rebatir o se nos acuse por alguno de los argumentos utilizados. Tan solo pretendo hoy aclarar cuál era, y es, el sentido de algunas afirmaciones, porque creo haber percibido que no se interpretaron bien, la culpa de lo cual, repito, debe ser mía por no haberme expresado mejor.
Cuando hablaba de los jóvenes escribía exactamente: "unos adolescentes rebeldes, la rebeldía la da la edad, que están dispuestos a cualquier cosa menos a estudiar, y también eso es asunto de la edad". Quiero afirmar ahí que lo natural en los adolescentes, lo propio, es ser rebeldes; y el que no lo es, o ha dejado ya atrás la adolescencia o tiene algún problema que habría que analizar. A nuestros jóvenes no hay que pedirles sumisión, sino rebeldía. Claro es, eso convierte en más difícil el trato con ellos, cosa que bien sabe no ya quien sea profesor, sino cualquier padre que tenga hijos de esas edades. Respecto a lo segundo, también es natural que un adolescente no quiera estudiar. Siempre he dicho a mis alumnos, y a sus padres cuando ha habido ocasión, que ningún joven tiene vocación de estudiante de Secundaria o de bachiller. Cuando yo era joven, si podía robar tiempo al estudio para dedicarme a otro menester, lo robaba. Lo que me crispa no es ese joven que por todos los medios intenta escaquearse (no hace con ello más que lo que cualquier joven sano suele hacer), me crispa un sistema que fomenta ese escaqueo y esas familias (todas, unas cuantas o muy pocas; las que sean) que buscan la promoción de sus hijos aunque sea al precio de una deficiente formación que, antes o después, tendrá sus consecuencias.
Y la referencia a que "quedan todavía muchos Vicente Hernández sueltos por ahí". He de decir que no pensaba en nadie concreto, que no aludía a ninguna experiencia o circunstancia real y palpable; digo mejor, pensaba en el mismo fray Luis de León dejando escrita sobre la pared de la celda en que estuvo cinco años encerrado, si es cierto lo que se viene repitiendo, aquella décima que empieza Aquí la envidia y la mentira / me tuvieron encerrado. / Dichoso el humilde estado / del sabio que se retira / de aqueste mundo malvado... Y reflexionábamos Zalabardo y yo que en todas las épocas se han dado conductas semejantes a la del dominico Vicente Hernández. ¿No iba a saber aquel fraile que el texto del profesor de Salamanca coincidía con el texto latino? Claro que lo sabía, pero lo importante era, en aquel momento, atacar al otro fraile. Porque envidia, ambición, orgullo, malquerencia, etc., son vicios en los que con demasiada frecuencia caemos los humanos. Y Andrés lo dice muy bien: todos estamos cortados por la misma tijera. Y si hoy eres tú quien tropieza, nada de raro tiene que mañana sea yo. Por eso me gusta hablar de tolerancia y respeto, porque esas son las mejores vías para expiar nuestras faltas, que todos las tenemos.

lunes, julio 02, 2007

ORGULLO GAY

Estos días pasados han tenido lugar las celebraciones del Orgullo gay. Si quiero ser sincero, me han parecido excesivas. Está bien defender los derechos de las personas, reivindicar todo aquello que, en estricta justicia, alguien considera que le pertenece. Pero también creo que, al menos en nuestra sociedad, los homosexuales han alcanzado un nivel de aceptación y de reconocimiento (aunque no ignoro que puedan restar bastantes prejuicios) que ya quisieran para sí algunos otros colectivos. Y digo que me han parecido excesivas porque me lo parece cualquier desmesura y nadie me negará que ha habido desmesura en ellas. Por ese camino, muchos días de orgullo (por diferentes razones) habría que celebrar.
Hace unos días, durante el desayuno, alguien hizo la pregunta de si el término gay era aplicable solo a hombres o se podía decir también de mujeres. Ninguno supo en aquel momento cuál pudiera ser la respuesta válida. Luego lo comenté con Zalabardo y ambos nos pusimos a buscar. Aquí van los resultados de nuestras indagaciones.
En principio, digamos que, aunque es una palabra adoptada del inglés, el origen del vocablo es francés, gai, que significa 'alegre'. El español lo adoptó muy temprano con la forma gayo, que para Sebastián de Covarrubias significa 'alegre, apacible, deleitable, galán'. Añade, incluso, que el adjetivo gayado significa 'mezcla de diferentes colores, que matizan unos con otros'. Sería curioso ver si algo de esto pudo haber influido en la elección de la bandera arcoiris, símbolo del movimiento homosexual. Y, aún más, explica la etimología del término papagayo diciendo que se llama así porque presenta el papo (o sea, el pecho) con una gran variedad de colores.
Pero parece ser que fueron las comunidades homosexuales americanas las que adoptaron, en San Francisco, alrededor de 1978, el término gay para referirse a ellos mismos. Y en este sentido es preciso advertir que denominaban gay solo a quienes de forma abierta y natural aceptaban su homosexualidad, razón por la que quedaban excluidos del término los transformistas, travestis y transexuales.
En las comunidades hispanohablantes, gay designa casi exclusivamente a los homosexuales varones, aunque es aplicable también a la mujer, para quien se prefiere, sin embargo, la denominación lesbiana. No obstante, Zalabardo me enseña una entrada del diccionario Collins referida al término que comentamos en la que se lee: gay man, homosexual; gay woman, lesbiana. No creo que haya que explicar por extenso que el término lesbiana procede de la isla griega Lesbos, hoy Mitilene.
Igual que se utiliza la expresión mujer alegre para señalar a una prostituta, pudiera ser que gay hubiera nacido de la intención de referirse a chicos (o chicas) alegres. Por eso creo que la explicación que he leído, ahora no recuerdo dónde, que pretende justificar el término como el acrónimo de Good As You ('tan bueno como tú'), no es sino un mero intento, bastante artificial, de eliminar de la palabra cualquier connotación peyorativa.
Por cierto, me insiste Zalabardo para que deje bien claro que en español debemos decir [gái] y no pronunciar la palabra a la manera inglesa [guéi], puesto que gay se viene utilizando desde antiguo, aunque con otro significado. Recuérdese, me dice, aquel verso de Antonio Machado ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar, en que mostraba su rechazo de aquel tipo de poesía que ponía su interés en los aspecto puramente formales. Dicho queda.