viernes, julio 06, 2007

LA BARQUERA

Estábamos en Porrúa, pequeño pueblo asturiano, con escasamente 150 habitantes, situado entre el mar y la montaña, a unos cinco kilómetros de Llanes, municipio del que depende, y a dos escasos de la playa más cercana, Celorio. Era la Virgen del Carmen y habíamos decidido ir a pasar la tarde en San Vicente de la Barquera, que celebraba fiestas. San Vicente se encuentra a unos cuarenta kilómetros de Porrúa, o algo menos, ya en tierras de Cantabria. Llegamos temprano y, por hacer tiempo, nos fuimos a la ría a pescar un poco, pues a mis hijos siempre les gustó llevar con nosotros los aparejos de pesca.
Junto a la baranda del puente que cruza la ría y las que bordean el paseo sobre la misma ría, se sitúan todos los días, en las horas de la marea alta, innumerable cantidad de pescadores que lanzan sus cañas en espera de las deseadas presas. Pero la mayoría de ellos acude más atraída por la posibilidad de echar un rato de conversación que por la importancia de las capturas.
Con uno de ellos nos pusimos a hablar y nos hizo casi darle nuestra filiación completa: de dónde éramos, dónde parábamos, cuántos días pensábamos estar, qué nos parecía el pueblo y todas esas cosas por las que los aborígenes sienten curiosidad respecto a los foráneos. "Pues yo una vez estuve en Málaga...", nos decía y a continuación nos daba cuenta de cómo le había ido por aquí abajo. En un momento de la charla hice la pregunta que mucha gente debería hacer y que él posiblemente estuviera esperando: ¿Por qué se llama este pueblo San Vicente de la Barquera?" Como un rayo respondió: "¡Por la Virgen! ¿No han visto ustedes la Virgen que hay en la entrada del puerto?"
Y ese fue el detonante para contar la historia que ahora reproduzco yo. Un día de hace no sé cuántos años, unos pescadores faenaban en su barca no muy lejos de la orilla. El día era claro y la superficie de la mar refulgía como una lámina de plata bruñida cuando le dan los rayos del sol. Los pescadores cantaban y se daban bromas como es normal durante la tarea.
En esas estaban cuando, de pronto, irguiéndose y señalando mar adentro, uno de ellos gritó: "¡Mirad!" Todos reaccionaron de inmediato dirigiendo los ojos hacia donde el compañero señalaba y pudieron ser testigos, medio incrédulos, medio asombrados, de una extraña visión. Allá lejos, en mitad del mar, vieron una barca que no tenía ni velas ni remos y que, sin embargo, navegaba en rectitud hacia ellos. Pese a la luminosidad del día, un halo de luz resplandecía en torno a la pequeña embarcación. La barca se acercó a la costa y, finalmente, clavó su quilla sobre la arena de la playa, no lejos de lo que hoy es la entrada al puerto. Y como la embarcación seguía desprendiendo aquel mismo fulgor, los marineros decidieron acercarse. Lo que vieron los dejó maravillados y les hizo comprender que todo era un milagro. En la pequeña nave no había ningún tripulante si no contamos como tal una imagen de la Virgen con el Niño Jesús en los brazos. Ella era la barquera.
Los marineros cogieron la imagen y la trasladaron a hombros hasta la iglesia de San Vicente. Más tarde erigieron un santuario que todavía hoy se conoce como de Nuestra Señora de la Barquera. Ella es la que desde entonces da nombre al pueblo. Por ella sienten todos gran veneración, especialmente la gente de la mar. El sábado santo, la imagen es llevada en procesión hasta la parroquia de San Vicente; y el tercer día después de la Pascua, se la lleva a orilla del mar, se la sube en una barca ricamente ornamentada y se pasea por toda la costa. Mientras, en tierra, las mujeres interpretan los picayos, que son danzas y canciones de gran antigüedad típicas de aquí.
Después de oír la historia, la tarde ya comenzaba a decaer; recogimos nuestro aparejos, los guardamos en el coche y nos adentramos por las calles aledañas al puerto para participar en las fiestas y probar el rico marisco de la zona.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Escritor, hoy me ha emocionado. Y ayer y anteayer, también. Se preguntará por qué (igual a estas alturas ya está cansado de mi y ni me lee; es un riesgo que corro y, si así fuera, no se pierde nada). Pues porque lleva tres días escribiendo historias de modo sencillo y personal, y me gustan porque están bien escritas, llevan su estilo propio y son más amenas que las lecciones de gramática, ¡y mire que estoy aprendiendo gramática gracias a usted!
Bueno, ya sé que mi opinión no tendrá mucho peso para el escritor y la concurrencia (me lo he ganado a pulso), pero quiero darle las gracias por deleitarnos con estas bellas narraciones literarias.
Andres, el Viejo de la Colina

Anónimo dijo...

Acabo de encontrar una referencia personal del "padre de alumno que no se queja pero observa" en el apunte de Errar es de humanos. Desde aquí quiero también, con el permiso del escritor, reconocer sus sinceras y amables opiniones, así como dejar constancia de que ya les gustaría a los profesores que todos los padres de alumnos fueran así.