domingo, junio 23, 2019

SOBRE GÉNERO, FEMINISMO Y MACHISMO



           Si digo que no me gusta la expresión violencia de género, de ninguna manera habrá que entender que estoy en contra del feminismo o que no repudie cualquier violencia que se ejerza contra la mujer; ni nadie podrá tildarme de machista por ello. Hablo con Zalabardo de dificultad de entablar un debate serio en las redes sociales; imponen una rapidez, concisión y brevedad que está reñida con la reflexión serena y la argumentación fundamentada. Por eso muchas veces parece que se dice lo que uno no quiere decir o se entiende lo que jamás pasó por la mente de quien se dirige a nosotros.
            Le cuento a mi amigo lo que me sucedió hace unos días. Alguien mostraba en su muro de Facebook, su indignación por que Vox haya conseguido incorporar en el lenguaje de la Junta de Andalucía el concepto violencia intrafamiliar. Es cierto que el partido ultraconservador, con esto, no pretende más que ocultar, disimular, una realidad que ellos niegan. A mayor abundamiento, leo hoy que un alto representante de esta formación tiene la desfachatez de afirmar que la sentencia del Tribunal Supremo sobre el caso de la Manada está cargada de condicionamientos mediáticos y políticos.
            Comenté yo en aquel debate que también a mí me molestaba la expresión, por inexacta, incompleta y estar ya contemplada en el Código Penal. Y que, aun defendiendo los supuestos del movimiento feminista, tampoco me gusta demasiado violencia de género, por inadecuada. Mi conclusión era que, más que la expresión que se utilice, me importa que se adopten con todo rigor y urgencia medidas tendentes a evitar la violencia que padecen muchas mujeres y que nos acerquen a una plena igualdad de derechos. Creo que no se me entendió lo que quería decir: defiendo la solución de los problemas más allá de quedarnos en las palabras.
            Comentamos Zalabardo y yo que, lamentablemente, vivimos una época en la que preocupa más parecer que ser. Que las modas atraen a muchos conversos. Y ya se sabe que estos suelen ser los más fanáticos, los que presumen de ser aquello que nunca fueron. Por eso, le digo, aunque siempre me he considerado defensor de la equiparación hombre/mujer en todos los órdenes, nunca me ha preocupado ir por ahí presumiendo de mi condición de feminista. Me basta con serlo y ser consecuente con mis ideas. Y, a pesar de todo, no me gusta la expresión violencia de género.
            La historia de género es curiosa. Deriva del latín genus, ‘linaje a que se pertenece’. En nuestra lengua, la palabra ha tenido una evolución curiosa. En 1611, Covarrubias dice que se toma tanto por el sexo, masculino o femenino, o por lo que en rigor se llama especie. El diccionario de la Academia de 1734 se dice que, en Gramática, es la división de los nombres según los diferentes sexos o naturalezas que significan y corresponden a los artículos que se aplican, el, la, lo. Y en la edición de 1843 ya se suprime la alusión al sexo: Gram. división de los nombres según las diferentes clases de masculinos, femeninos y neutros. En cambio, en inglés ha vivido un proceso inverso: de expresar un sentido gramatical, que se ha perdido, ha pasado a significar sexo. Y del anglicismo gender violence, la que se ejerce por el sexo de la víctima, nació nuestra violencia de género.

           La lengua, lo he dicho siempre, es del pueblo y, si el uso de una palabra o expresión se generaliza, habrá que aceptarla. Así, la RAE ha dado entrada en el DEL a la siguiente definición para género: grupo al que pertenecen los seres humanos de cada sexo, entendido este desde un punto de vista sociocultural en lugar de exclusivamente biológico. Pero la expresión sigue sin gustarme porque, si la analizamos con detenimiento, se refiere a la violencia que padece cualquier persona por el hecho de pertenecer a un grupo concreto, mujeres, hombres, niños, niñas…, ya que todos pertenecemos a un grupo de que no responde a características exclusivamente biológicas.
            Por esa razón, la Academia proponía el uso de violencia machista, porque hablamos de violencia contra las mujeres por el simple hecho de serlo. Defender esa violencia, o no condenarla, es machismo. Condenar esa violencia, y no solo eso, sino luchar por una igualdad plena hombre/mujer en la sociedad que vivimos, es feminismo. ¿Son entonces machismo y feminismo los dos extremos de una escala, es decir, son palabras antónimas? Se confunde quien eso crea.
            Intento explicárselo a Zalabardo diciéndole que las palabras tienen un significado recto, literal, denotativo, y, a veces, otro no directo, sino asociado; al que llamamos connotación. Diablo es ‘cada uno de los ángeles que se levantaron contra Dios’; tiene, pues, un sentido negativo; pero si llamamos diablo a un niño travieso y juguetón, privamos al término de su denotación negativa y le añadimos una connotación positiva.
            Vamos con machismo y feminismo. Machismo señala a la actitud de quien considera a la mujer como un ser inferior, la priva de sus derechos y lleva su sentido de prevalencia hasta la violencia de todo tipo. Su sentido recto es negativo y no vemos nada que lo convierta en positivo. En cambio, feminismo es defender que la mujer tiene iguales derechos que el hombre, rechazo de cualquier discriminación y lucha por que esa igualdad sea efectiva. Quien no pretenda esto, sea hombre o mujer, no es feminista.


            Llamo, pues, la atención de Zalabardo acerca de que machismo no es lo contrario de feminismo; no son palabras antónimas. La antonimia es un concepto más complejo de lo que parece. Dos términos son antónimos propios si se encuentran en los extremos de una gradación: caliente/frío cierran una escala en la que cabe, por ejemplo, tibio. Son recíprocos si cada uno de ellos implica la existencia del otro: comprar/vender. Y son complementarios si la negación de uno implica la afirmación del otro: soltero/casado.
            Ninguno de estos tres casos se da en la relación machismo/feminismo. No son extremos de ninguna escala; no tiene que existir uno para que exista el otro; y la negación de uno de ellos no implica la afirmación del otro. Solo si añadiésemos a feminismo una connotación negativa de revanchismo y usurpación sería antónimo de machismo. Pero, en ese caso, ya estaríamos hablando de hembrismo, que es algo diferente.
            Y, como ya ha llegado el verano, Zalabardo y yo nos tomamos un descanso. Felices vacaciones a todos.

sábado, junio 15, 2019

LA CENSURA QUE NO CESA

Caricatura de A. Moreira Antunes en The New York Times

            No sé si vivimos un tiempo mejor o peor que el que hemos dejado atrás o el que esté por venir, pero por todos los flancos observamos actitudes y conductas que, cuanto menos, preocupan. De corrupción, de intolerancia, de injusticias, de fanatismo, de depravaciones, de censura… Dan ganas de cerrar los periódicos, de apagar radios y televisores; aun así, las redes sociales ya se bastan para que escapemos de esa turbulencia.
            Hace unos días, a Zalabardo y a mí nos ha preocupado, e incluso nos ha dado miedo, leer una noticia que parece haber pasado desapercibida para muchos. The New York Times ha decidido, motu proprio, suprimir de sus páginas las viñetas de carácter satírico. Aparente causa: la reciente publicación de una caricatura en la que aparecen Trump y el primer ministro israelí Netanyahu que ha molestado a las altas esferas. Y no hace falta decir las susceptibilidades que se sienten heridas hoy cuando algo no nos gusta. ¿Será esto anticipo, nos decimos, de que un día dejaremos de ver, por ejemplo, las tiras políticas de Peridis o las viñetas-crónicas-análisis de El Roto? Le recuerdo a Zalabardo las palabras de Mario Vargas Llosa: se puede medir la salud democrática de un país evaluando la diversidad de opiniones, la libertad de expresión y el espíritu crítico de sus diversos medios de comunicación.

Peridis. El País, 11, junio, 2019
            La censura no es algo nuevo ni tiene un único color. Ya Platón, en el libro II de La República, sugería la necesidad de nombrar guardianes que vigilaran la idoneidad de lo que podía difundirse y quiénes no deberían leer/oír determinadas cosas. Y en cuanto al color, todas las dictaduras, de izquierdas o derechas, han querido poner freno a la difusión y acceso libre de ideas. La excusa estúpida de todos los censores es la preocupación por la formación (intelectual, moral, social…) del ciudadano. ¿No se le ocurre a ningún censor que los ciudadanos sean mayores y estén suficientemente formados para equivocarse solos, si ese es su deseo?

El Roto. El País.15, junio, 2019
            Le digo a Zalabardo que peor que la censura es la autocensura, de lo que se sabe bastante en esta edad de lo políticamente correcto. La decisión de The New York Times lo demuestra: hay miedo a molestar a alguien, aunque también miedo a las represalias de los poderes aludidos. En España, pienso, hoy no tendrían futuro revistas satíricas de épocas pasadas, como La Ametralladora, La Codorniz, Hermano LoboEl Jueves parecía haber cogido el relevo, pero bien caro le ha costado.
            Tendemos a confundir la libertad de pensamiento y creencia (que nadie nos puede quitar) con el derecho a impedir la libertad de expresión de quien no comulga con nuestras ideas (derecho inexistente). Esa confusión, le aclaro a Zalabardo, nace porque se desconoce que comulgar, en su más amplio sentido, señala a lo que se tiene en común con otros. Y nada es más negativo que la pretensión de anular las ideas discordantes.
            Cuando se habla de censura, algunos dirán que el Índice de Libros Prohibidos, dejó de tener vigencia en 1966, o que la Ley de Prensa de Fraga, de 1966, se derogó en 1997. Lo que ya no muchos, le aclaro a Zalabardo, es que ese catálogo de prohibiciones, no importa el nombre que se le dé, se mantiene en determinadas esferas, por ejemplo, en el Opus Dei, que hace una clasificación de lecturas de 1 a 6. A partir del grado 3, un libro ya puede considerarse pernicioso y requiere que alguien dictamine que estamos formados para acceder a él. Y para un libro catalogado 6, totalmente prohibido, se necesita un permiso especial de la Prelatura.
            Como Zalabardo me pide ejemplos de libros incluidos en esta lista, cito algunos. Comienzo por una sorpresa: en el grupo 4 (libros que no se pueden leer sin poseer una sólida formación además de contar con permiso del director espiritual) se encuentra Escatología: la muerte y la vida eterna, del anterior papa Benedicto XVI. En la larga lista lo acompañan la obra de Walt Whitman, algún libro de Antonio Machado, y de fray Luis de Granada, los Ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola y Pedro Páramo, de Juan Rulfo, una de las mejores novelas en lengua española. En el grupo 6, libros que suponen la condenación, están la Sonatas o Divinas palabras, de Valle-Inclán, Conversación en la catedral, de Vargas Llosa, Cien años de soledad, de García Márquez y varias novelas de Camilo José Cela. Esto es un mínimo ejemplo.

Página censurada de La colmena, de C. J. Cela
            Pero ya digo que en todas partes cuecen habas. En Barcelona, la Escola pública Tàber ha considerado tóxicos algo así como la tercera parte de los volúmenes de su biblioteca. Los niños de ese colegio no pueden leer unos 200 libros de literatura infantil y juvenil, entre los que están Caperucita roja, Blancanieves, El gato con botas o la mismísima Leyenda de Sant Jordi. Son “lecturas inadecuadas que transmiten valores políticamente incorrectos”. De nada han valido las quejas de la socióloga Marina Subirats, que sostiene que los cuentos tradicionales estaban pensados para enseñar cómo es la vida y, aunque hoy sea necesario revisar algunos planteamientos, la solución no es la prohibición, ni las de Paula Jarrín, que trabaja en la pequeña librería Al-lots, especializada en literatura juvenil y Premio de libreros en 2018: No se puede censurar ningún libro, porque eso es dejar paso al pensamiento único.
            Esta actitud censora implacable o la incitación a la autocensura, le digo a Zalabardo me hacen recordar un artículo de Mariano José de Larra escrito en 1834 titulado Lo que no se puede decir no se debe decir. Y también unas palabras de la cantante argentina Mercedes Sosa: Toda censura es peligrosa porque detiene el desarrollo cultural de un pueblo. The New York Times suprime las viñetas satíricas, Trump veta a los medios informativos que le resultan incómodos, una escuela prohíbe leer cuentos infantiles, reverdecen, tano por la derecha como por la izquierda, ideologías y castradoras de la libertad. Los de mi edad conocimos una censura feroz en radio, prensa y televisión (se censuraba a Serrat por cantar en catalán, la canción Calma ese fuego, muchacho, de Manolo Escobar, Bésame mucho, de Sara Montiel, sin olvidar el revuelo por un escote de Rocío Jurado en TVE); ¿acaso caminamos hacia algo parecido?

domingo, junio 09, 2019

LENGUAJE INCLUSIVO Y NATURALIDAD



            Esta tarde, Zalabardo y yo lo hemos pasado bien ante la tele viendo el partido del Mundial de Fútbol Femenino que ha enfrentado a España y la República Surafricana. Ha ganado España por un claro 3-1. Todo transcurría plácidamente, aunque marcasen primero las africanas, hasta el momento en que, tras el empate de nuestra selección, el narrador del partido hizo un comentario que percibimos como un desagradable chirrido: Las aficionadas y los aficionados, españolas y españoles, muestran su alegría por este empate. Seguro que en un partido de fútbol masculino no se produciría jamás tal desaguisado.
            Le digo a mi amigo que este bienintencionado periodista, pues no le negaré su buena voluntad, desconoce por completo lo que sea el lenguaje inclusivo, que tanto se defiende en nuestros días, en el mismo grado que desconoce el funcionamiento de nuestra lengua. Porque lenguaje inclusivo no es otra cosa que aquel en que cualquier persona se siente integrada.
            El narrador de quien hablo, como muchas otras personas, desconoce que la lengua no se impone (aunque, por desgracia, algunos pretendan hacerlo), sino que es el pueblo quien, poco a poco, a fuego lento, como se preparan los buenos guisos, le va dando forma, con naturalidad y sin estridencias. Y que, en todo caso, la lengua será siempre reflejo del pensamiento y de los factores geográficos y sociales que configuran a una comunidad.
            Se equivocan quienes, arrastrados por unos prejuicios de los que no saben desprenderse, culpan a la Academia de que se hable de esta forma o de la otra, de que la mujer tenga más o menos visibilidad en el lenguaje. Ignoran que la Academia no impone nada, ni en el Diccionario ni en la Gramática. Se limita a recordar cómo funcionan las lenguas y a recoger los modos que se van observando en la nuestra. Como mucho, desaconseja, que no prohíbe, un determinado uso o explica qué razones justifican que se opte por otro.
            Me circunscribiré al asunto del género, casi único que preocupa a algunos. En la Nueva Gramática de la Lengua Española, que ya no es tan nueva, pues se publicó hace diez años, leemos: …se ha comprobado que la presencia de marcas de género en los nombres que designan profesiones o actividades desempeñadas por mujeres está sujeta a cierta variación… Es decir, reconoce que ha habido un cambio. Pero, a continuación, con tono comedido, pero crítico, avisa: Frente a estos nuevos usos (la tendencia a suprimir femeninos que designan a la esposa de quien ejercía un cargo para usarlos solo cuando es la mujer quien lo ejerce, como coronela, gobernanta…) reflejo evidente del cambio de costumbres […] se percibe todavía, en algunos sustantivos femeninos, cierta carga despreciativa que arrastran como reflejo de la cultura y de la sociedad en que se han creado. No son usos que avale la Academia, los mantiene la sociedad.


           ¿Cuál es entonces la actitud de la Academia ante estos casos que quieren imponerse como modelo de lenguaje inclusivo? Es bien simple: Desaconseja el empleo de @, -e o -x para englobar lo que no es solo género masculino o femenino; la @, por no ser signo alfabético y no poder leerse; y los otros dos, porque se pretende aplicar un criterio biológico de sexualidad cuando la realidad nos indica que el género gramatical es algo diferente.
            En el caso de los sustantivos que designan actividades que en un tiempo solo practicaban hombres y hoy desempeñan también mujeres, se acepta el proceso que explica la siguiente transformación: género masculino (el juez) > género común (el juez / la juez) > aparición de forma femenina (la jueza). Y, en este apartado, la Gramática de la Academia recoge una enorme cantidad de sustantivos susceptibles de este empleo (abogada, árbitra, obispa, comisaria, filósofa, química, magistrada, mandataria, médica, torera…). Lo que pasa, esto no lo dice la Academia, es que hay colectivos, y personas, que se resisten a tales cambios; en unos casos, que los hay, porque consideran que es más prestigioso ser una médico que una médica; en otros, porque se dice que música, química, electrónica, jardinera… son palabras que ya existían y se aplicaban no a personas, sino a disciplinas o realidades diferentes. El rechazo de estas palabras es un prejuicio de las personas, nunca de la Academia, que las considera válidas.
            Estas ansias de diferenciación genérica (por criterios sexuales y no gramaticales) nos conduce al terreno de los desdoblamientos, eso que tanto nos ha molestado hoy a Zalabardo y a mí y que jamás se oye en una competición masculina (¿o acaso no van mujeres a un partido de fútbol masculino?). Lo que hace la Academia es desaconsejarlo por “artificioso, cansino e innecesario”; pero señala que siempre han existido casos muy concretos: en saludos (señoras y señores), en vocativos (estas palabras, diputados y diputadas que me oís…), en formularios (señor / señora...) y siempre que se quiera enfatizar la importancia de las personas incluidas en el discurso (no hay andaluz, ni andaluza, que desconozca…).
            ¿Qué nos queda, pues que hacer?, me pregunta Zalabardo. Y yo lo remito a los consejos que, sobre estas cuestiones imparte Fundéu, la Fundación para el español urgente. Que la lengua hay que usarla con naturalidad, sin forzarla nunca. Porque, si lo hacemos así, cualquier cambio que se produzca será asumido sin escándalo por parte de nadie. Y que si algunos de esos cambios que se solicitan no llegan a imponerse, no es porque alguien los prohíba, sino porque el pueblo, dueño soberano de la lengua, siente, aun de manera inconsciente, que no son procedentes. Y por eso, volviendo al partido de esta tarde, diremos que Paños es nuestra portera o que la árbitra señaló un penalty por indicación del VAR; pero diremos que la africana Kgatlana ha sido una extremo que nos ha generado bastante peligro.