Le cuento a mi
amigo lo que me sucedió hace unos días. Alguien mostraba en su muro de Facebook,
su indignación por que Vox haya conseguido incorporar en el lenguaje de
la Junta de Andalucía el concepto violencia intrafamiliar.
Es cierto que el partido ultraconservador, con esto, no pretende más que ocultar,
disimular, una realidad que ellos niegan. A mayor abundamiento, leo hoy que un
alto representante de esta formación tiene la desfachatez de afirmar que la
sentencia del Tribunal Supremo sobre el caso de la Manada está cargada
de condicionamientos mediáticos y políticos.
Comenté yo en
aquel debate que también a mí me molestaba la expresión, por inexacta,
incompleta y estar ya contemplada en el Código Penal. Y que, aun
defendiendo los supuestos del movimiento feminista, tampoco me gusta demasiado violencia
de género, por inadecuada. Mi conclusión era que, más que la expresión
que se utilice, me importa que se adopten con todo rigor y urgencia medidas
tendentes a evitar la violencia que padecen muchas mujeres y que nos acerquen a
una plena igualdad de derechos. Creo que no se me entendió lo que quería decir:
defiendo la solución de los problemas más allá de quedarnos en las palabras.
Comentamos
Zalabardo y yo que, lamentablemente, vivimos una época en la que preocupa más
parecer que ser. Que las modas atraen a muchos conversos. Y ya se sabe que
estos suelen ser los más fanáticos, los que presumen de ser aquello que nunca
fueron. Por eso, le digo, aunque siempre me he considerado defensor de la
equiparación hombre/mujer en todos los órdenes, nunca me ha preocupado ir por
ahí presumiendo de mi condición de feminista. Me basta con serlo y ser
consecuente con mis ideas. Y, a pesar de todo, no me gusta la expresión violencia
de género.
La historia de género
es curiosa. Deriva del latín genus, ‘linaje a que se pertenece’. En
nuestra lengua, la palabra ha tenido una evolución curiosa. En 1611, Covarrubias
dice que se toma tanto por el sexo, masculino o femenino, o por lo que en
rigor se llama especie. El diccionario de la Academia de 1734 se
dice que, en Gramática, es la división de los nombres según
los diferentes sexos o naturalezas que significan y corresponden a los
artículos que se aplican, el, la, lo. Y en la edición de 1843 ya se suprime
la alusión al sexo: Gram. división de los nombres según las
diferentes clases de masculinos, femeninos y neutros. En cambio, en inglés
ha vivido un proceso inverso: de expresar un sentido gramatical, que se ha
perdido, ha pasado a significar sexo. Y del anglicismo gender violence,
la que se ejerce por el sexo de la víctima, nació nuestra violencia de
género.
Por esa razón,
la Academia proponía el uso de violencia machista, porque
hablamos de violencia contra las mujeres por el simple hecho de serlo. Defender
esa violencia, o no condenarla, es machismo. Condenar esa
violencia, y no solo eso, sino luchar por una igualdad plena hombre/mujer en la
sociedad que vivimos, es feminismo. ¿Son entonces machismo
y feminismo los dos extremos de una escala, es decir, son
palabras antónimas? Se confunde quien eso crea.
Intento
explicárselo a Zalabardo diciéndole que las palabras tienen un significado
recto, literal, denotativo, y, a veces, otro no directo, sino asociado; al que
llamamos connotación. Diablo es ‘cada uno de los ángeles que se
levantaron contra Dios’; tiene, pues, un sentido negativo; pero si llamamos diablo
a un niño travieso y juguetón, privamos al término de su denotación negativa y
le añadimos una connotación positiva.
Vamos con machismo
y feminismo. Machismo señala a la actitud de quien
considera a la mujer como un ser inferior, la priva de sus derechos y lleva su
sentido de prevalencia hasta la violencia de todo tipo. Su sentido recto es
negativo y no vemos nada que lo convierta en positivo. En cambio, feminismo
es defender que la mujer tiene iguales derechos que el hombre, rechazo de
cualquier discriminación y lucha por que esa igualdad sea efectiva. Quien no
pretenda esto, sea hombre o mujer, no es feminista.
Llamo, pues, la
atención de Zalabardo acerca de que machismo no es lo contrario
de feminismo; no son palabras antónimas. La antonimia es un concepto
más complejo de lo que parece. Dos términos son antónimos propios si se
encuentran en los extremos de una gradación: caliente/frío
cierran una escala en la que cabe, por ejemplo, tibio. Son
recíprocos si cada uno de ellos implica la existencia del otro: comprar/vender.
Y son complementarios si la negación de uno implica la afirmación del otro: soltero/casado.
Ninguno de
estos tres casos se da en la relación machismo/feminismo.
No son extremos de ninguna escala; no tiene que existir uno para que exista el
otro; y la negación de uno de ellos no implica la afirmación del otro. Solo si
añadiésemos a feminismo una connotación negativa de revanchismo y
usurpación sería antónimo de machismo. Pero, en ese caso, ya estaríamos
hablando de hembrismo, que es algo diferente.
Y, como ya ha
llegado el verano, Zalabardo y yo nos tomamos un descanso. Felices vacaciones a
todos.