sábado, junio 15, 2019

LA CENSURA QUE NO CESA

Caricatura de A. Moreira Antunes en The New York Times

            No sé si vivimos un tiempo mejor o peor que el que hemos dejado atrás o el que esté por venir, pero por todos los flancos observamos actitudes y conductas que, cuanto menos, preocupan. De corrupción, de intolerancia, de injusticias, de fanatismo, de depravaciones, de censura… Dan ganas de cerrar los periódicos, de apagar radios y televisores; aun así, las redes sociales ya se bastan para que escapemos de esa turbulencia.
            Hace unos días, a Zalabardo y a mí nos ha preocupado, e incluso nos ha dado miedo, leer una noticia que parece haber pasado desapercibida para muchos. The New York Times ha decidido, motu proprio, suprimir de sus páginas las viñetas de carácter satírico. Aparente causa: la reciente publicación de una caricatura en la que aparecen Trump y el primer ministro israelí Netanyahu que ha molestado a las altas esferas. Y no hace falta decir las susceptibilidades que se sienten heridas hoy cuando algo no nos gusta. ¿Será esto anticipo, nos decimos, de que un día dejaremos de ver, por ejemplo, las tiras políticas de Peridis o las viñetas-crónicas-análisis de El Roto? Le recuerdo a Zalabardo las palabras de Mario Vargas Llosa: se puede medir la salud democrática de un país evaluando la diversidad de opiniones, la libertad de expresión y el espíritu crítico de sus diversos medios de comunicación.

Peridis. El País, 11, junio, 2019
            La censura no es algo nuevo ni tiene un único color. Ya Platón, en el libro II de La República, sugería la necesidad de nombrar guardianes que vigilaran la idoneidad de lo que podía difundirse y quiénes no deberían leer/oír determinadas cosas. Y en cuanto al color, todas las dictaduras, de izquierdas o derechas, han querido poner freno a la difusión y acceso libre de ideas. La excusa estúpida de todos los censores es la preocupación por la formación (intelectual, moral, social…) del ciudadano. ¿No se le ocurre a ningún censor que los ciudadanos sean mayores y estén suficientemente formados para equivocarse solos, si ese es su deseo?

El Roto. El País.15, junio, 2019
            Le digo a Zalabardo que peor que la censura es la autocensura, de lo que se sabe bastante en esta edad de lo políticamente correcto. La decisión de The New York Times lo demuestra: hay miedo a molestar a alguien, aunque también miedo a las represalias de los poderes aludidos. En España, pienso, hoy no tendrían futuro revistas satíricas de épocas pasadas, como La Ametralladora, La Codorniz, Hermano LoboEl Jueves parecía haber cogido el relevo, pero bien caro le ha costado.
            Tendemos a confundir la libertad de pensamiento y creencia (que nadie nos puede quitar) con el derecho a impedir la libertad de expresión de quien no comulga con nuestras ideas (derecho inexistente). Esa confusión, le aclaro a Zalabardo, nace porque se desconoce que comulgar, en su más amplio sentido, señala a lo que se tiene en común con otros. Y nada es más negativo que la pretensión de anular las ideas discordantes.
            Cuando se habla de censura, algunos dirán que el Índice de Libros Prohibidos, dejó de tener vigencia en 1966, o que la Ley de Prensa de Fraga, de 1966, se derogó en 1997. Lo que ya no muchos, le aclaro a Zalabardo, es que ese catálogo de prohibiciones, no importa el nombre que se le dé, se mantiene en determinadas esferas, por ejemplo, en el Opus Dei, que hace una clasificación de lecturas de 1 a 6. A partir del grado 3, un libro ya puede considerarse pernicioso y requiere que alguien dictamine que estamos formados para acceder a él. Y para un libro catalogado 6, totalmente prohibido, se necesita un permiso especial de la Prelatura.
            Como Zalabardo me pide ejemplos de libros incluidos en esta lista, cito algunos. Comienzo por una sorpresa: en el grupo 4 (libros que no se pueden leer sin poseer una sólida formación además de contar con permiso del director espiritual) se encuentra Escatología: la muerte y la vida eterna, del anterior papa Benedicto XVI. En la larga lista lo acompañan la obra de Walt Whitman, algún libro de Antonio Machado, y de fray Luis de Granada, los Ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola y Pedro Páramo, de Juan Rulfo, una de las mejores novelas en lengua española. En el grupo 6, libros que suponen la condenación, están la Sonatas o Divinas palabras, de Valle-Inclán, Conversación en la catedral, de Vargas Llosa, Cien años de soledad, de García Márquez y varias novelas de Camilo José Cela. Esto es un mínimo ejemplo.

Página censurada de La colmena, de C. J. Cela
            Pero ya digo que en todas partes cuecen habas. En Barcelona, la Escola pública Tàber ha considerado tóxicos algo así como la tercera parte de los volúmenes de su biblioteca. Los niños de ese colegio no pueden leer unos 200 libros de literatura infantil y juvenil, entre los que están Caperucita roja, Blancanieves, El gato con botas o la mismísima Leyenda de Sant Jordi. Son “lecturas inadecuadas que transmiten valores políticamente incorrectos”. De nada han valido las quejas de la socióloga Marina Subirats, que sostiene que los cuentos tradicionales estaban pensados para enseñar cómo es la vida y, aunque hoy sea necesario revisar algunos planteamientos, la solución no es la prohibición, ni las de Paula Jarrín, que trabaja en la pequeña librería Al-lots, especializada en literatura juvenil y Premio de libreros en 2018: No se puede censurar ningún libro, porque eso es dejar paso al pensamiento único.
            Esta actitud censora implacable o la incitación a la autocensura, le digo a Zalabardo me hacen recordar un artículo de Mariano José de Larra escrito en 1834 titulado Lo que no se puede decir no se debe decir. Y también unas palabras de la cantante argentina Mercedes Sosa: Toda censura es peligrosa porque detiene el desarrollo cultural de un pueblo. The New York Times suprime las viñetas satíricas, Trump veta a los medios informativos que le resultan incómodos, una escuela prohíbe leer cuentos infantiles, reverdecen, tano por la derecha como por la izquierda, ideologías y castradoras de la libertad. Los de mi edad conocimos una censura feroz en radio, prensa y televisión (se censuraba a Serrat por cantar en catalán, la canción Calma ese fuego, muchacho, de Manolo Escobar, Bésame mucho, de Sara Montiel, sin olvidar el revuelo por un escote de Rocío Jurado en TVE); ¿acaso caminamos hacia algo parecido?

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