domingo, junio 09, 2019

LENGUAJE INCLUSIVO Y NATURALIDAD



            Esta tarde, Zalabardo y yo lo hemos pasado bien ante la tele viendo el partido del Mundial de Fútbol Femenino que ha enfrentado a España y la República Surafricana. Ha ganado España por un claro 3-1. Todo transcurría plácidamente, aunque marcasen primero las africanas, hasta el momento en que, tras el empate de nuestra selección, el narrador del partido hizo un comentario que percibimos como un desagradable chirrido: Las aficionadas y los aficionados, españolas y españoles, muestran su alegría por este empate. Seguro que en un partido de fútbol masculino no se produciría jamás tal desaguisado.
            Le digo a mi amigo que este bienintencionado periodista, pues no le negaré su buena voluntad, desconoce por completo lo que sea el lenguaje inclusivo, que tanto se defiende en nuestros días, en el mismo grado que desconoce el funcionamiento de nuestra lengua. Porque lenguaje inclusivo no es otra cosa que aquel en que cualquier persona se siente integrada.
            El narrador de quien hablo, como muchas otras personas, desconoce que la lengua no se impone (aunque, por desgracia, algunos pretendan hacerlo), sino que es el pueblo quien, poco a poco, a fuego lento, como se preparan los buenos guisos, le va dando forma, con naturalidad y sin estridencias. Y que, en todo caso, la lengua será siempre reflejo del pensamiento y de los factores geográficos y sociales que configuran a una comunidad.
            Se equivocan quienes, arrastrados por unos prejuicios de los que no saben desprenderse, culpan a la Academia de que se hable de esta forma o de la otra, de que la mujer tenga más o menos visibilidad en el lenguaje. Ignoran que la Academia no impone nada, ni en el Diccionario ni en la Gramática. Se limita a recordar cómo funcionan las lenguas y a recoger los modos que se van observando en la nuestra. Como mucho, desaconseja, que no prohíbe, un determinado uso o explica qué razones justifican que se opte por otro.
            Me circunscribiré al asunto del género, casi único que preocupa a algunos. En la Nueva Gramática de la Lengua Española, que ya no es tan nueva, pues se publicó hace diez años, leemos: …se ha comprobado que la presencia de marcas de género en los nombres que designan profesiones o actividades desempeñadas por mujeres está sujeta a cierta variación… Es decir, reconoce que ha habido un cambio. Pero, a continuación, con tono comedido, pero crítico, avisa: Frente a estos nuevos usos (la tendencia a suprimir femeninos que designan a la esposa de quien ejercía un cargo para usarlos solo cuando es la mujer quien lo ejerce, como coronela, gobernanta…) reflejo evidente del cambio de costumbres […] se percibe todavía, en algunos sustantivos femeninos, cierta carga despreciativa que arrastran como reflejo de la cultura y de la sociedad en que se han creado. No son usos que avale la Academia, los mantiene la sociedad.


           ¿Cuál es entonces la actitud de la Academia ante estos casos que quieren imponerse como modelo de lenguaje inclusivo? Es bien simple: Desaconseja el empleo de @, -e o -x para englobar lo que no es solo género masculino o femenino; la @, por no ser signo alfabético y no poder leerse; y los otros dos, porque se pretende aplicar un criterio biológico de sexualidad cuando la realidad nos indica que el género gramatical es algo diferente.
            En el caso de los sustantivos que designan actividades que en un tiempo solo practicaban hombres y hoy desempeñan también mujeres, se acepta el proceso que explica la siguiente transformación: género masculino (el juez) > género común (el juez / la juez) > aparición de forma femenina (la jueza). Y, en este apartado, la Gramática de la Academia recoge una enorme cantidad de sustantivos susceptibles de este empleo (abogada, árbitra, obispa, comisaria, filósofa, química, magistrada, mandataria, médica, torera…). Lo que pasa, esto no lo dice la Academia, es que hay colectivos, y personas, que se resisten a tales cambios; en unos casos, que los hay, porque consideran que es más prestigioso ser una médico que una médica; en otros, porque se dice que música, química, electrónica, jardinera… son palabras que ya existían y se aplicaban no a personas, sino a disciplinas o realidades diferentes. El rechazo de estas palabras es un prejuicio de las personas, nunca de la Academia, que las considera válidas.
            Estas ansias de diferenciación genérica (por criterios sexuales y no gramaticales) nos conduce al terreno de los desdoblamientos, eso que tanto nos ha molestado hoy a Zalabardo y a mí y que jamás se oye en una competición masculina (¿o acaso no van mujeres a un partido de fútbol masculino?). Lo que hace la Academia es desaconsejarlo por “artificioso, cansino e innecesario”; pero señala que siempre han existido casos muy concretos: en saludos (señoras y señores), en vocativos (estas palabras, diputados y diputadas que me oís…), en formularios (señor / señora...) y siempre que se quiera enfatizar la importancia de las personas incluidas en el discurso (no hay andaluz, ni andaluza, que desconozca…).
            ¿Qué nos queda, pues que hacer?, me pregunta Zalabardo. Y yo lo remito a los consejos que, sobre estas cuestiones imparte Fundéu, la Fundación para el español urgente. Que la lengua hay que usarla con naturalidad, sin forzarla nunca. Porque, si lo hacemos así, cualquier cambio que se produzca será asumido sin escándalo por parte de nadie. Y que si algunos de esos cambios que se solicitan no llegan a imponerse, no es porque alguien los prohíba, sino porque el pueblo, dueño soberano de la lengua, siente, aun de manera inconsciente, que no son procedentes. Y por eso, volviendo al partido de esta tarde, diremos que Paños es nuestra portera o que la árbitra señaló un penalty por indicación del VAR; pero diremos que la africana Kgatlana ha sido una extremo que nos ha generado bastante peligro.

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