viernes, septiembre 29, 2017

DE POLVOS Y LODOS



Fes que seguin segurs els ponts del diàleg
i mira de comprendre i estimar
les raons i les parles dels teus fills.

[Haz que sean seguros los puentes del diálogo
e intenta comprender y amar
las diversas razones y las hablas de tus hijos.]
Salvador Espriu: La pell de brau (La piel de toro)

Capricho, de Goya
            Zalabardo, que me conoce bien, sabe que no soy independentista ni nacionalista. Y al rechazar el nacionalismo, señalo a todos los posibles, no solo al catalanista. Me duele la boca de decirlo.
            No niego que estoy preocupado. Hoy es viernes y normalmente me pongo a escribir los apuntes para esta Agenda el sábado o el domingo. Pero es que el domingo es 1 de octubre. ¿Hay en España quién no lo sepa? ¿Hay alguien que tenga tan templados nervios que espere impasible la llegada de ese día? Yo creo más bien, así se lo digo a Zalabardo, que hay muchos que, ávidos de morbo, esperan ese día deseando que pase algo, en el sentido que sea. Hasta ese punto llega su estupidez.
            En esta espera inquieta, me viene a la cabeza ese refrán español: aquellos polvos trajeron estos lodos. ¿De dónde proviene el refrán? Gregorio Doval, escritor y periodista, quiere convencernos de que el dicho nació en 1784, a raíz de celebrarse un auto de fe de la Inquisición contra varias personas acusadas de haber fabricado unos polvos de efectos afrodisiacos. Incluso pone como autoridad de su tesis que Goya dedicara uno de sus Caprichos a este episodio. Pero se equivoca, pues ya en 1611 Covarrubias comentaba el refrán con su sentido moderno. Y en el Diccionario de la Academia de 1734 también aparece. En la edición de 1832 se explica con un sentido que coincide con el que hoy se sigue admitiendo: ‘refrán con que se denosta que muchos males que se padecen provienen de errores o desórdenes cometidos anteriormente’.
            ¿Se han cometidos errores en esto del problema catalán? Creo que sí, aunque dejemos claros que los errores se han cometido dentro y fuera de Cataluña. ¿Se podrían haber evitado? Por supuesto que sí. ¿Qué errores se han cometido? A mi humilde juicio, uno muy gordo: no dialogar y echar demasiada leña al fuego. Pero no ahora ni hace unos meses. Hace años que este problema se tendría que haber puesto sobre la mesa. Sin embargo, nos hemos limitado a ver quién mea más largo  y a soltar bravuconadas.
Mafalda, viñeta de Quino
            Alejo Vidal-Quadras, político del que pocas dudas hay acerca de su filiación, dice en un artículo que la culpa de todo la tiene la Constitución de 1978, texto lleno de lagunas, inconsistencias y trampas que da pie a izquierdistas e independentistas para romper la baraja a la primera ocasión propicia. Es decir, que este señor de extrema derecha piensa exactamente lo mismo que los del otro extremo: Podemos, ERC y la CUP. La culpa, de la Constitución. ¡Qué suerte tener a quién o a qué echar las culpas para eludir las propias! Otro periodista, José Ignacio Rufino, del Diario de Cádiz, tras remontarse hasta una frase de Stendhal sobre Cataluña (los catalanes quieren seguir disfrutando de los privilegios comerciales que con influencia y extorsión lograron de la monarquía española) afirma que la culpa es de Franco, que protegió en exceso la industria catalana conduciendo al resto del país a un erial industrial. Pues muy bien, eso sí que es echar la culpa al muerto.
            Lo que nadie repara es en que, en este asunto, entre todos la mataron y ella sola se murió. No voy a dar nombres de posibles culpables, que serían muchos, pero sí voy a recordar algunos hechos que no debiéramos olvidar. Hay muchos ahora que elogian a Serrat o a Boadella por su oposición al independentismo. ¿Nos acordamos de cuando Serrat fue vetado en la televisión y las radios españolas por el grave pecado de querer cantar el La, la, la en catalán? ¿Quién no se acuerda del desprecio hacia Boadella por su catalanismo? ¿Quién ha olvidado los problemas de Raimon (valenciano, aunque muchos, tanto en Cataluña como en el resto de España, no tengan ni puñetera idea de qué diferencia hay entre catalán y valenciano) por sus conciertos en Madrid?

Bienaventurados, de Serrat.
            Si antes los denigramos, ahora los elogiamos. Ahora no nos importa que digan que son catalanes con tal de que digan que no son independentistas. Que en Cataluña miren con malos ojos hacia el resto de España es algo que entiendo porque veo que en el resto de España se mira también con malos ojos hacia Cataluña. Y nos dejamos llevar como rebaños porque no hay nadie con los redaños suficientes (quiero ser suave en mis palabras) para sentarse ante una mesa y hablar, con claridad y sin tapujos, de todos los problemas. Y solucionarlos. Ya está bien de escudarse tras argumentos como ‘Constitución’, ‘ley’ ‘sistema judicial’ ‘procés’, ‘mandat del poble’ ‘Espanya ens roba’ y tantas otras estupideces. Que hablen de una puñetera vez de política. Que hablen hasta arreglar este descosido que han hecho. Que no se levanten hasta comprender les raons i les parles, las razones y las hablas de los otros. Porque, al final somos nosotros quienes quedaremos con las vergüenzas al aire. En “nosotros” están incluidos también, por supuesto, los catalanes.

sábado, septiembre 23, 2017

COGÉRSELA CON PAPEL DE FUMAR



epiléptico, -ca. 1. De la epilepsia [enfermedad nerviosa caracterizada por bruscos ataques y pérdida del conocimiento y gralm. convulsiones]. 2. Que padece epilepsia. 3. Desordenado o violento. (Manuel Seco: Diccionario del Español Actual)

            Hace pocos días, apareció en la prensa un artículo titulado La Cataluña epiléptica. Ni que decir tiene, comento a Zalabardo, que desató una catarata de protestas no tanto por su contenido sino por el uso del adjetivo epiléptico, que quienes protestaban consideraban una falta de respeto, cuando no ofensa grave, a quienes padecen la enfermedad.
            De poco ha servido que el autor se defendiera alegando que él usaba el término en la tercera de las acepciones y no había pasado por su mente la menor idea de ofender a nadie; como tampoco ha servido que se recurra a la etimología del término y se diga que viene de la raíz sanscrita (s)lag, que ofrece un amplio abanico de significados (‘coger’, ‘asir’, ‘posesión’, ‘brusquedad’…).
            Para muchos, es uno de esos términos que hay que poner en cuarentena, que hay que usar con exquisito cuidado y, casi, casi, que debieran estar prohibidos. Como si esconder una palabra supusiera esconder una realidad. O peor aún, como si escondiendo la palabra quisiésemos tapar los muchos prejuicios de los que no somos capaces de liberarnos.
            A eso nos ha llevado ese mal llamado lenguaje políticamente correcto, que es el más incorrecto de los lenguajes. Porque es un lenguaje hipócrita, de talibanes, de fundamentalistas, de quienes no aceptan que el lenguaje es un simple vehículo, un medio, un instrumento neutro, y que el mal que las palabras transmitan no es otro que el que queramos encerrar en ellas.

            Por ese camino de prohibiciones, de destierro de las palabras que no nos gustan, llegaríamos a la situación de poder escribir un diccionario, tan amplio o más que el oficial, que recogiera todos los tabúes lingüísticos que en los últimos tiempos se nos pretenden imponer. Y, por supuesto, habría que condenar muchos libros, muchos poemas: borraríamos todos los episodios concernientes a Mario en La familia de Pascual Duarte, de Cela; los relacionados con la Niña Chica, de Los santos inocentes, de Delibes; de un libro como Platero y yo, suprimiríamos la dedicatoria a la loca Aguedilla, o los capítulos El loco, El niño tonto, La tísica, Los gitanos y algunos más; también de Juan Ramón, quemaríamos el poema La cojita; relegaríamos al olvido versos como hace falta estar ciego, de Alberti, o nací para puta o payaso, de Gloria Fuertes. En la novela que acabo de publicar, Como médanos, cuyo tema principal es el sentido del recuerdo y la memoria, el protagonista es alguien a quien acaban de diagnosticar que padece alzhéimer y, no olvidemos, hubo una época en que a estos enfermos se los llamaba locos. También aparece en la novela un personaje del que digo que era el tonto del pueblo. ¿Se me condenará por ello? Zalabardo se echa a reír cuando me oye esto.

            A favor de esa actitud puritana están quienes, al fin y al cabo, no hacen otra cosa que cogérsela con papel de fumar. Por cierto que, siendo de uso tan extendido y tan clara de entender, la expresión no está recogida en el DRAE, ni en María Moliner, ni en el Diccionario de Seco (ni siquiera en su suplemento Diccionario fraseológico documentado del español actual). Tampoco aparece en Estar al loro (frases y expresiones del lenguaje cotidiano), de José Luis García Remiro, ni en Diccionario de argot español, de Víctor León. Si la recoge Cela, tan solo como ejemplo, en el segundo volumen de su Diccionario secreto y dice que significa ‘ridiculez, melindre’.
            Por un artículo de Amando de Miguel, El lenguaje del pueblo, me entero que sí aparece en Diccionario del insulto (2000), de Juan de Dios Luque. Lamentablemente no conozco esa obra, aunque me extraña que aparezca como insulto. Según Luque, cogérsela con papel de fumar equivale a ‘ser excesivamente formalista, puntilloso y exquisito; legalista o seudopuritano que hila muy fino porque tiene excesivos remilgos para comprometerse o arriesgarse’. Añade, resumiendo, que es expresión hiperbólica que señala al que es excesivamente mirado o escrupuloso. Que, literalmente, solo se podría aplicar a un varón, por lo que podría considerarse machista. Aunque, tratándose de una caricatura, vale para ser aplicada a ambos sexos.
            Lo que en ninguna parte aparece, ni siquiera en la obra de Juan de Dios Luque, es el origen de la expresión. En el CREA solo encuentro 15 casos de uso, de los que el más antiguo (1979) corresponde al malagueño, aunque nacido en Montoro (Córdoba), Miguel Romero Esteo.

sábado, septiembre 16, 2017

SABER MÁS QUE LEPE



               Pero, en fin, ¿qué contestamos a la carta de don Paco? Yo haré lo que tú desees porque el asunto más importa a ti que a mí y porque tú sabes más que Lepe.
                                                            (Juan Valera: Juanita la Larga)

            “Tú, que debes saberlo por haberte dedicado a la enseñanza, ¿crees que es verdad eso de que la gente ahora sabe menos?” La pregunta me la hace Zalabardo, que disfruta planteándome cuestiones embarazosas. Como cualquiera pudiera ser rebatida sin tener que emplear demasiados argumentos, opto por darle una respuesta precavida e intento salir del paso diciéndole que no es que se sepa más o menos, sino que se sabe de otras cosas y se sabe de otra manera. Le digo que uno de mis nietos, que inicia ahora su andadura en la Secundaria, sabe muchas cosas de las que yo, a mis años, no tengo la menor idea; aunque, cuando tenía su edad, yo sabía una serie de cosas que él ignora por completo. ¿Quién sale favorecido en la comparación? No lo sé, aunque debo admitir que a mí me hubiera gustado contar con los medios que tienen a su alcance los alumnos de la edad de mi nieto.
            Sí creo, le digo con convicción, que concurren varias circunstancias para que hoy nos planteemos esa duda: tal vez se utilice menos la imaginación a causa de la gran cantidad de cosas que se nos dan hechas sin que necesitemos esforzarnos para lograrlas; se valora en nuestros días más la especialización, conocimientos más profundos de un campo más reducido, mientras que antes se tendía hacia un conocimiento diversificado, lo que se llamaba cultura general; el interés de los jóvenes lo concitan hoy saberes de aplicación inmediata que nos proporcionen rápidas ganancias. Podría seguir, pero creo que eso basta.
            El resultado es que se valoran menos las humanidades. La literatura, la filosofía y materias afines son consideradas inútiles por poco productivas. Y, consecuentemente, se aprecia menos al humanista tradicional, al sabio que atesora conocimientos de disciplinas distintas e incluso distantes. Ese dato se nota incluso en el habla coloquial. Recurrimos menos a las expresiones de carácter encomiástico que manifiestan la admiración por quien atesora ciencia, por quien es capaz de desenvolverse en una conversación cualquiera con independencia del tema tratado. Se oye poco eso de sabe más que Salomón, y sus variantes: que un perro viejo, que las brujas, que un letrado, que Séneca

            El desinterés por conocer lo que carece de aplicación inmediata puede ser el motivo de que ni siquiera se conozca el sentido y origen de expresiones como saber más que Lepe o saber más que Calepino, pongo por caso. Ese Lepe del que se afirma que sabe tanto no tiene nada que ver con el pueblo de Lepe, aunque naciera no muy lejos de allí.  Remite a don Pedro de Lepe y Dorantes, nacido en Sanlúcar de Barrameda en 1641 y muerto en Arnedillo en 1700, obispo de Calahorra y La Calzada y prolífico escritor de temas religiosos. Lo rodeaba fama de hombre culto y, entre sus obras destaca un Cathecismo Cathólico (1697) que llegó a competir en popularidad con el mismísimo Catecismo de la Doctrina Cristiana (1599), del jesuita Gaspar Astete, que se usó en la evangelización de los aborígenes de las tierras americanas que se iban conquistando.
            ¿Y por qué se puede saber más que Calepino? Ambrogio Calepino fue un fraile agustino (1435-1511) que dedicó casi toda su vida en la confección de un monumental Diccionario latino e italiano, que se publicó en Mantua. Fue tal su prestigio que su nombre, Calepino, pasó a ser sinónimo de diccionario.

            Hoy, más que ser sabio, se valora ser listo, tener inteligencia despierta y ser rápido a la hora de solventar cualquier dificultad. O sea, que antes que saber más que Lepe se prefiere ser más listo que el perro Paco o más listo que los ratones coloraos. Aunque muchos tampoco sepan bien de dónde proceden tales expresiones. El perro Paco adquirió carácter de leyenda viva en Madrid. Aunque no hay acuerdo sobre el color de su pelaje, Paco era un chucho callejero del que se afirmaba que pasaba su tiempo paseando por el café Fornos, asistiendo al Teatro Real o a los toros; en este último caso, se cuenta, se lanzaba al ruedo y saltaba y ladraba en torno al toro y al matador cuando la faena era mala. Parece que lo mató de una estocada un tabernero y poco diestro becerrista, molesto por su comportamiento. Al perro Paco se le dedicaron poemas, canciones y se le escribieron sentidas necrológicas.

Charles Darwin
            También la de los ratones colorados es una historia curiosa. De ella conozco dos versiones. Una defiende que es una leyenda murciana en la que unos duendecillos tomaban forma de ratones vestidos de rojo y enseñaban a un niño pequeño, que admiraba a todos por sus conocimientos, hasta que la madre descubrió quién se los proporcionaba; la otra versión habla de un sevillano llamado Rodrigo Sánchez que acompañó a Darwin en su famoso viaje en el Beagle. Se cuenta que un día que oyó contar al sabio que había observado cómo en las islas Galápagos había una especie de ratones, de pelaje rojizo, que eran  los únicos capaces de evitar ser devorados por las serpientes le dijo: “Usted es más listo que todos esos ratones coloraos”. Y, tal vez contento de su frase, a su vuelta a Sevilla la empleaba cada vez que la consideraba oportuna.
           

domingo, septiembre 10, 2017

¿CÓMO HABLA MI PUEBLO?




           Con bastante frecuencia aparecen publicaciones que ostentan el título de El habla… Vocabulario de… Diccionario de…y se incluye a continuación el nombre de una población, sea Cabra, Málaga, Jaén o Ciudad Rodrigo. Pueden ser libros, folletos editados por algún Ayuntamiento que quizá no tenga mejor cosa en que gastar el dinero público, artículos de prensa o, y esto cada vez más, breves listas que circulan por las inextricables sendas de las redes sociales. Lo peor del caso es que el recopilador de vocabularios juraría, incluso sobre la tumba de su madre, que las palabras por él aportadas son de uso exclusivo de su localidad.
            Por desgracia, quienes se dedican a esta tarea, loable si se hiciera aplicando criterios serios, suelen tener conocimientos escasos o nulos de lo que es la dialectología. Porque si bien se puede afirmar que cada pueblo, cada barrio y cada calle habla de una manera diferente, esa diferencia la constituye un entramado de rasgos no solo léxicos, sino también fonéticos o sintácticos e, incluso a veces, de naturaleza que sobrepasa el ámbito de la gramática para adentrarse en el de la etnografía.
            Quien se arriesga a elaborar un léxico de este tipo debería, es mi humilde consejo, estudiarse bien el Atlas lingüístico y etnográfico del andaluz, insuperable obra de Manuel Alvar, Antonio Llorente y Gregorio Salvador, o limitarse a seguir a autores que, con criterio más atinado, titulan sus obras Vocabulario andaluz (Antonio Alcalá Venceslada), Vocabulario popular andaluz (Francisco Álvarez Curiel), El polémico dialecto andaluz (José María de Mena) o Palabrario andaluz (David Hidalgo). Títulos estos que evitan la imprudencia de conceder la exclusividad de un uso a una localidad concreta.

            Por ejemplo, Alcalá Venceslada cuida mucho atribuir una palabra a una zona demasiado restringida, aunque a veces lo haga. Así, dice que aguanoso es el adjetivo que aplican en Marmolejo a quienes van a su balneario; de perol, ‘día de campo’, que es expresión cordobesa; o que rucha es ‘pídola’, el juego, en la provincia de Jaén. Pero poco más. Es igual que si decimos que en Málaga se utiliza madrevieja para designar a las alcantarillas. Pero sucede que, buscando en el CORDE, encuentro un único ejemplo, en un texto de Rómulo Gallegos, venezolano, con el significado de ‘cauce seco de un río’. Y en el Diccionario de Americanismos se recoge que la palabra se usa en Panamá con el mismo significado que usa Gallegos. ¿En qué sentido viajó primero esta palabra? La verdad es que no lo sé.
            Según lo anterior, podríamos plantearnos la siguiente pregunta: ¿hay palabras que puedan considerarse, las palabras en sí o un significado específico, naturales de un lugar preciso? Debo responder que sí, que las hay, pero que son menos de lo que parece. Lo normal es que una palabra y se utilice en un dominio geográfico más vasto.
            Zalabardo y yo nos hartamos de reír leyendo una lista de palabras que se recogen bajo el titular No eres de Málaga si no usas estas palabras, o algo semejante, y que también se ha extendido bastante por las redes sociales. Nos reímos, primero, por el criterio seguido, que no puede ser menos científico. Simplemente se han limitado a incluir palabras que diferentes personas han ido remitiendo a través de twitter o facebook; aunque sin someterlas a ninguna clase de filtro ni análisis.

 
Las palabras subrayadas no son malagueñas
          
Y así nos encontramos que se dan como malagueñismos bulla, ‘prisa’, que es general en toda Andalucía; como son de toda Andalucía moraga, ‘acto de asar con leña, al aire libre, pescado u otros productos’ o canina, ‘esqueleto’. En cambio, castrojo, ‘cateto, persona vulgar’, es más de Granada; ardoria, ‘salmorejo’, se da en Osuna y zonas limítrofes, pues en Málaga lo que se dice es porra, término originario de Antequera. Pinrel, ‘pie’, y chavea, ‘niño’, son gitanismos. O churrete, cosqui, escoñar, desmayado, mixto, ‘fósforo’, mandanga, jiñarse, ‘acobardarse’, roña, tenis, ‘zapato deportivo’, etc., no son solo términos malagueños o andaluces, sino que los encontramos en toda España. Por no ser malagueña, aunque esto extrañe a muchos, no lo es espeto, ‘hierro o caña en que se atraviesa carne o pescado para asarlo’, si bien los espetos de sardinas son una especialidad gastronómica malagueña.
            ¿Hay o no, entonces, palabras malagueñas?, me pregunta Zalabardo. Y debo contestarle que sí, aunque siempre con las debidas reservas y sometiéndolas al pertinente análisis. Son malagueñas, por citar algunas, aliquindoi (‘estar al aliquindoi’, estar atento), cuyo origen cuenta muy bien Juan Cepas. Tal vez sea malagueña campero, el bocadillo de pan redondo y con una variedad grande de relleno; chorrarera, ‘tobogán’ o lugar por el que uno se desliza; guarrito, ‘taladro’, aunque este pudiera proceder de Algeciras; perita, ‘perfecto, que está muy bien’; casamata, ‘chalet pequeño de una y, a veces, dos plantas con pequeño jardín delantero’; y, por supuesto, la gran variedad de nombres para designar el café con leche, según la proporción de uno y otra: nube, sombra, mitad, semilargo
            En fin, ya vemos que, muchas veces, no es la palabra, sino el peculiar sentido que se le da en un lugar. Pero frente a todas las explicaciones que se den acerca de este tema hay que mostrar reservas. Incluso frente a esta que yo intento dar hoy.