sábado, septiembre 23, 2017

COGÉRSELA CON PAPEL DE FUMAR



epiléptico, -ca. 1. De la epilepsia [enfermedad nerviosa caracterizada por bruscos ataques y pérdida del conocimiento y gralm. convulsiones]. 2. Que padece epilepsia. 3. Desordenado o violento. (Manuel Seco: Diccionario del Español Actual)

            Hace pocos días, apareció en la prensa un artículo titulado La Cataluña epiléptica. Ni que decir tiene, comento a Zalabardo, que desató una catarata de protestas no tanto por su contenido sino por el uso del adjetivo epiléptico, que quienes protestaban consideraban una falta de respeto, cuando no ofensa grave, a quienes padecen la enfermedad.
            De poco ha servido que el autor se defendiera alegando que él usaba el término en la tercera de las acepciones y no había pasado por su mente la menor idea de ofender a nadie; como tampoco ha servido que se recurra a la etimología del término y se diga que viene de la raíz sanscrita (s)lag, que ofrece un amplio abanico de significados (‘coger’, ‘asir’, ‘posesión’, ‘brusquedad’…).
            Para muchos, es uno de esos términos que hay que poner en cuarentena, que hay que usar con exquisito cuidado y, casi, casi, que debieran estar prohibidos. Como si esconder una palabra supusiera esconder una realidad. O peor aún, como si escondiendo la palabra quisiésemos tapar los muchos prejuicios de los que no somos capaces de liberarnos.
            A eso nos ha llevado ese mal llamado lenguaje políticamente correcto, que es el más incorrecto de los lenguajes. Porque es un lenguaje hipócrita, de talibanes, de fundamentalistas, de quienes no aceptan que el lenguaje es un simple vehículo, un medio, un instrumento neutro, y que el mal que las palabras transmitan no es otro que el que queramos encerrar en ellas.

            Por ese camino de prohibiciones, de destierro de las palabras que no nos gustan, llegaríamos a la situación de poder escribir un diccionario, tan amplio o más que el oficial, que recogiera todos los tabúes lingüísticos que en los últimos tiempos se nos pretenden imponer. Y, por supuesto, habría que condenar muchos libros, muchos poemas: borraríamos todos los episodios concernientes a Mario en La familia de Pascual Duarte, de Cela; los relacionados con la Niña Chica, de Los santos inocentes, de Delibes; de un libro como Platero y yo, suprimiríamos la dedicatoria a la loca Aguedilla, o los capítulos El loco, El niño tonto, La tísica, Los gitanos y algunos más; también de Juan Ramón, quemaríamos el poema La cojita; relegaríamos al olvido versos como hace falta estar ciego, de Alberti, o nací para puta o payaso, de Gloria Fuertes. En la novela que acabo de publicar, Como médanos, cuyo tema principal es el sentido del recuerdo y la memoria, el protagonista es alguien a quien acaban de diagnosticar que padece alzhéimer y, no olvidemos, hubo una época en que a estos enfermos se los llamaba locos. También aparece en la novela un personaje del que digo que era el tonto del pueblo. ¿Se me condenará por ello? Zalabardo se echa a reír cuando me oye esto.

            A favor de esa actitud puritana están quienes, al fin y al cabo, no hacen otra cosa que cogérsela con papel de fumar. Por cierto que, siendo de uso tan extendido y tan clara de entender, la expresión no está recogida en el DRAE, ni en María Moliner, ni en el Diccionario de Seco (ni siquiera en su suplemento Diccionario fraseológico documentado del español actual). Tampoco aparece en Estar al loro (frases y expresiones del lenguaje cotidiano), de José Luis García Remiro, ni en Diccionario de argot español, de Víctor León. Si la recoge Cela, tan solo como ejemplo, en el segundo volumen de su Diccionario secreto y dice que significa ‘ridiculez, melindre’.
            Por un artículo de Amando de Miguel, El lenguaje del pueblo, me entero que sí aparece en Diccionario del insulto (2000), de Juan de Dios Luque. Lamentablemente no conozco esa obra, aunque me extraña que aparezca como insulto. Según Luque, cogérsela con papel de fumar equivale a ‘ser excesivamente formalista, puntilloso y exquisito; legalista o seudopuritano que hila muy fino porque tiene excesivos remilgos para comprometerse o arriesgarse’. Añade, resumiendo, que es expresión hiperbólica que señala al que es excesivamente mirado o escrupuloso. Que, literalmente, solo se podría aplicar a un varón, por lo que podría considerarse machista. Aunque, tratándose de una caricatura, vale para ser aplicada a ambos sexos.
            Lo que en ninguna parte aparece, ni siquiera en la obra de Juan de Dios Luque, es el origen de la expresión. En el CREA solo encuentro 15 casos de uso, de los que el más antiguo (1979) corresponde al malagueño, aunque nacido en Montoro (Córdoba), Miguel Romero Esteo.

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