lunes, septiembre 24, 2012

COGER EL TORO POR LOS CUERNOS



              Ignoro si hay algo más ridículo que el miedo de los políticos al ridículo, valga la redundancia, en que caerían de ser cogidos en cualquiera de esos lapsus linguae en los que, con frecuencia, incurren. Y quien dice político puede decir también todas aquellas personas que al expresarse mezclan churras con merinas y confunden la gimnasia con la magnesia. Como Zalabardo pide que me aclare y no ande con rodeos le digo que me refiero a todos aquellos que culpan al lenguaje de sus propias prevenciones, prejuicios y consideraciones lesivas hacia los demás. Vamos, le digo, hablando en plata, me refiero otra vez al asunto de lo políticamente correcto o incorrecto.
            Hace unos días, Pérez Rubalcaba, secretario general del PSOE, salía en televisión criticando la actitud del Gobierno en el tratamiento de la impresionante manifestación soberanista de los catalanes el pasado 11 de setiembre. En un momento de su intervención dijo: ante este problema lo que hay que hacer es coger el toro por los cuernos… Nada que objetar, pues la locución coger al toro por los cuernos significa ‘enfrentarse resueltamente a una realidad’, sin andarse con medias tintas ni marear la perdiz, por utilizar algunas otras locuciones.
            Pero parece ser que al señor Pérez Rubalcaba se le encendió una lucecita roja indicadora de que había dicho algo políticamente incorrecto, pues tras decirlo, titubeó un poco y, con palabras entrecortadas, añadió: bueno, lógicamente, aquí no hay ningún toro ni hay que coger nada por los cuernos… Por supuesto, para cualquier hablante medianamente culto esa explicación sobraba. ¿Qué le pasó, entonces, por la cabeza al jefe de la oposición? Tal vez pensara que el movimiento antitaurino catalán podía sentirse ofendido; o que el conjunto de los catalanes pudieran pensar en otra clase de cuernos; o, simplemente, que los movimientos de defensa de los animales lo acusaran de maltrato animal. ¡Cualquiera sabe lo que se le pudo venir a la cabeza!
            Yo creo simplemente, le aclaro a Zalabardo, que el exceso de prejuicios, el afán por lo políticamente correcto lo llevó a añadir en su intervención unas explicaciones que sobraban.
            No hace falta ser filólogo experto para saber, eso lo sabemos de forma natural, aunque seamos incapaces de explicar el modo de funcionamiento, que en la lengua funcionan desde siempre las metáforas (¿qué es si no, columna vertebral?), los cambios semánticos (coche pasa a significar ‘automóvil’) o los eufemismos (decimos córcholis por evitar otra palabra que nos parece malsonante). Y de la misma forma natural o espontánea, por el simple uso, llegamos a saber que también hay innumerables lexicalizaciones (sin tener ni puñetera idea de qué es eso), es decir, giros que independientemente del significado de sus componentes adquieren un significado distinto y que no se pueden analizar elemento a elemento, sino de manera conjunta. Son, entre otras, las llamadas locuciones. Por utilizar ejemplos relacionados con el mundo taurino diré que son lexicalizaciones estar para el arrastre, ‘hallarse en extremo decaimiento físico o moral’ o dar la puntilla, ‘causar el fracaso definitivo de algo o alguien, rematar’.
            Zalabardo me echa en cara que doy siempre excesivos rodeos para llegar a una conclusión, sea esta cual sea. Acepto la reprimenda y voy a meollo: muchas de estas lexicalizaciones y metáforas tienen su origen en el mundo animal, en la consideración de determinadas carencias físicas o en algunas funciones y oficios concretos. ¿Tendremos que eliminarlas en pro de la corrección política? Decir que alguien es un lince o un galgo supone un elogio; pero ya no lo es afirmar que alguien es un buitre, un asno, un zángano o un perro. ¿Habrán de ser desterradas estas expresiones? ¿Es incorrecto decir que alguien fuma (o blasfema) como un carretero o que grita como una verdulera? ¿Qué alternativa buscamos para indicar que ‘es necesario tener precaución y cautela’ si evitamos el empleo de haber moros en la costa?
            A uno, le sigo indicando a Zalabardo, le entran dudas sobre si es inadecuado elogiar la inteligencia y experimentación de alguien diciéndole que no es cojo ni manco. Como se duda igualmente de defender que la mentira no renta manifestando que se coge antes a un mentiroso que a un cojo. ¿Se sienten ofendidas las prostitutas si espetamos a alguien que anda como puta por rastrojo, o que trabaja menos que una puta en cuaresma?
            Zalabardo me interrumpe y me pide que deje ya el asunto, pues le está invadiendo la impresión de que yo no soy más que uno de esos que se dedican a atar moscas por el rabo, es decir, que todo cuanto estoy diciendo es totalmente disparatado. Le digo que a lo mejor uno, con eso de los años, que no perdonan, desbarra un poco, pero lo que me pasa es que no puedo entender que haya tanta gente que, sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, o sea, sin reflexionar, sea tan tiquismiquis al usar una lengua cuyos intríngulis, a lo mejor (o a lo peor) desconoce.

lunes, septiembre 17, 2012

OSSIAN

            
               Hablábamos un día Zalabardo y yo sobre un reportaje que daba cuenta de que Jonah Lehrer, reportero del diario The New Yorker, ha dimitido en el momento en que se descubrió que había inventado citas de Bob Dylan en un libro. O la noticia posterior de que otro periodista, esta vez de Time y de la CNN, Fareed Zakaria, también había sido apartado de su puesto (aunque poco después se le repusiera en él) por semejante razón. Como él se extrañaba de que tales casos se pudiesen considerar de tanta gravedad como para tener las consecuencias que han tenido, le pregunto si conoce la historia de McPherson y los Cantos de Ossian.
            Ossian es un personaje legendario de la mitología irlandesa, hijo de Fingal y Sadbh, y de él se afirma que fue valiente guerrero y uno de los más grandes poetas de Irlanda. Pero, ya digo, personaje de leyenda hasta que en 1760, el escritor prerromántico escocés James McPherson comenzó a publicar lo que decía ser traducciones de unos textos gaélicos que afirmaba haber encontrado en unos antiguos manuscritos que recogían escritos del bardo Ossian. La cosa duró hasta que en 1765 publicó la totalidad de los manuscritos hallados con el título de Las obras de Ossian. La influencia de estos textos fue notabilísima durante el Romanticismo europeo hasta el punto de que surgió una corriente de poesía que se llamó ossiánica. Nuestro Espronceda escribió Óscar y Malvina, que subtituló Imitación del estilo de Osián. Todo ello siguió hasta que comenzaron a surgir dudas. McPherson nunca quiso enseñar los manuscritos que decía haber hallado y que, incluso tras su muerte, no aparecieron por ningún lado. Se habló de falseamiento, de que no existían tales muestras, de que Ossian seguía siendo tan legendario como antes, y que los textos eran pura invención del escocés. Todavía hoy perdura la polémica.
            Le quiero decir a Zalabardo que toda la vida han existido intentos de este tipo, el afán de notoriedad por haber descubierto algo es muy grande, y no solo en el campo de la literatura. Aún colea el caso del veterinario español Jesús Ángel Lemus, que trabajaba para el CSIC en Doñana, y que durante años ha estado inventándose (y publicando en revistas especializadas) estudios no realizados en los que manejaba datos falsos.
            No es el mismo caso, aunque en cierto modo se le acerca, el de la investigación por parte de las autoridades de la universidad de Harvard a que están sometidos un centenar largo de alumnos que han copiado en un examen que debían realizar en su propia casa.
            Le digo a Zalabardo que yo si veo gravedad en estos comportamientos y siento el gran daño que Internet (o, para ser exactos, el mal uso que de la red se hace) está provocando en este sentido. No es ningún secreto que una acusada mayoría de estudiantes de bachillerato y, lo que es peor, de universitarios, se valen de Internet para, mediante el burdo sistema de copiar y pegar, realizar trabajos que luego quieren hacer pasar por originales. Cualquier profesor de bachillerato sabe la dificultad que supone encargar una lectura de un texto, pues los alumnos tienden a leer los resúmenes que de la novela ofrece la Red y a creer que con eso han cumplido. Y, si es grave en secundaria, en los niveles universitarios es aún más grave este tipo de actuación.
            Afortunadamente, aunque Internet proporciona mucha información que puede ser utilizada de manera no adecuada, también nos permite descubrir con más facilidad los usos incorrectos de esta información.    
            ¿No podemos valernos, entonces, de la información que nos ofrece Internet? Claro que sí, le digo; ojalá hubiese yo dispuesto de esta herramienta en mis años de estudiante. Lo que no es admisible es el lamentable uso que algunos hacen de ella. Antes la documentación se buscaba en enciclopedias, diccionarios y una amplia variedad de libros. El saber de quienes nos han precedido está para que nos sirvamos de él. Ahora no usamos enciclopedias, porque todo está en Internet. Más fácil. Pero la información está ahí para que la procesemos, la asimilemos, hagamos nuestro lo que proceda y modifiquemos lo que sea necesario, respetando siempre la autoría de los demás, que debe ser reconocida en la pertinente bibliografía. Sin olvidar que, junto a informaciones muy valiosas, por la Red circula también mucha basura. Y dando por sentado que el método de cortar y pegar, usado indiscriminadamente, debería estar proscrito.
            Por eso, le digo a Zalabardo, veo bien que sea censurado y penalizado, según proceda, todo aquel que miente al ofrecer una información, que da como comprobados datos que no lo están o que se apropia del trabajo intelectual de los demás. Y, sobre los ejemplos aportados, le digo que McPherson, para mí, es el único respetable, pues con su actuación no hizo daño a nadie y, en cambio, creó una bella corriente poética.


lunes, septiembre 10, 2012

COGER LA OCASIÓN POR LOS PELOS



          Me hace notar Zalabardo que en nuestra lengua existen muchas expresiones y sentencias que tienen como protagonista el pelo: traer algo por los pelos, salvarse por los pelos, venir (o ir) al pelo, pelillos a la mar, faltar un pelo, tomar el pelo a alguien, no tener pelos en la lengua, ahogarse con un pelo, contarle los pelos al diablo, lucirle a uno el pelo, dejarse los pelos en la gatera, perder el pelo de la dehesa y, cómo no, la que da pie a este apunte: coger la ocasión por los pelos.
            De todas ellas me gustaría referirme a la última, por dos razones. Una es porque presenta dos formas casi semejantes en su significado aunque parezcan ser contradictorias en sus enunciados: coger la ocasión por los pelos y la ocasión la pintan calva. La segunda es que, detrás de la expresión, hay una historia curiosa a la que vamos a atender. Empecemos por decir que el significado de ambas es el mismo, aunque con leves matices. Coger la ocasión por los pelos es ‘aprovechar una coyuntura en el último momento, antes de que pase la oportunidad’. Y la ocasión la pintan calva es el ‘aviso de que se deben aprovechar las oportunidades cuando se presentan porque luego será tarde’.
Ambas expresiones son sumamente antiguas y, en el origen, las dos se unen en una misma historia, la de la diosa Ocasión, es decir la que disponía el momento más favorable para tener éxito. J. Humbert, en su Mitología griega y romana, nos dice lo siguiente: La representan en figura de doncella y con un solo mechón de pelo en la parte anterior de la cabeza. Uno de sus pies descansa sobre una rueda que gira rápidamente y el otro queda en el aire; en su mano derecha lleva una navaja, como indicando con ello que siendo la ocasión fugitiva es necesario apresarla en el momento en que se nos ofrece y cortar todos los obstáculos. Cuando haya pasado, vanos serán los esfuerzos que se hagan para alcanzarla.
Esta descripción nace de la escultura que de la diosa hizo Fidias, que vivió en el siglo V a. C., aunque otro escultor de un siglo posterior, Lisipo esculpió una figura semejante e incluso escribió este diálogo entre un viajero y la estatua de la diosa:
—¿Y esa cabellera que desciende hasta tu frente?
—Es para ser cogida fácilmente por el primero que me encuentre.
—Observo que no tienes un solo cabello en la parte posterior de la cabeza.
—A fin de que ninguno de aquellos que me hayan dejado pasar sin cogerme pueda luego realizarlo.
Por fin, Fedro, autor del siglo I a. C. compuso esta fábula titulada El tiempo:

De paso acelerado, suspendida en el filo de una navaja,
calva pero con abundante pelo en la frente y desnuda de cuerpo,
de quien serás dueño si puedes asirla, pero una vez escapada
ni el mismo Júpiter la podría recobrar,
significa que la ocasión de las cosas es fugaz.
Para que la tardanza perezosa no impida los proyectos
inventaron los antiguos esta imagen del tiempo.

En cualquier caso, todas las representaciones de la diosa, ya sea en piedra o por escrito, nos incitan a la acción, a la rapidez de reflejos en aprovechar el instante en que algo se nos ofrece, a no sumirnos en la duda cuando estamos ante una oportunidad sobre la que no sabemos si se repetirá. Es algo así como decir que quien duda, pierde.
Me pregunta Zalabardo si otras expresiones y refranes de nuestra lengua (andando, que mañana es tarde, no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy o a quien madruga, Dios le ayuda) tienen algo que ver con ella. No le puedo asegurar que haya una relación firme entre ellas aunque, en el fondo, presentan la coincidencia de insistir en el valor de la inmediatez de actuación, en el reconocimiento de que, si algo tiene un momento oportuno para hacerse, todo cuanto sea retraso es inconveniente.
En cualquier caso, lo que yo quería señalar aquí, le aclaro, es que en ocasiones suele haber una bella historia  tras algunas expresiones que utilizamos casi sin reparar en ellas y que explican un sentido que, de otra manera, ignoraríamos. A veces, no es ya una historia bella, sino una anécdota curiosa la que nos aclara la expresión, como sucede con salvarse por los pelos, que, según parece, obedece al siguiente hecho, por lo que cuentan, entre otros, Fernando Díaz Plaja y Julio Guillén Tato: Habiéndose dado en 1809 orden por las autoridades de Marina de que todos los marinos de la armada española habían de cortarse el pelo, dos oficiales enviaron una carta al rey en la que manifestaban el malestar de la marinería ante dicha orden porque, no sabiendo muchos marinos nadar, cuando había un naufragio bastantes se salvaban debido a que el pelo les servía de enganche o agarradero por los que ser así librados de morir en el mar. Tal carta sirvió para que una Real Orden de 26 de noviembre dejó sin efecto la orden anterior, con lo que muchos marinos podrían seguir salvándose por los pelos.

lunes, septiembre 03, 2012

LECTURAS BUENAS Y MALAS


             Tengo que reconocer, le digo a Zalabardo, que me cuesta mucho emitir juicios categóricos sobre las lecturas realizadas o apoyar con argumentos rotundos el consejo de alguna de ellas. Parto de la convicción de que un libro no habla por igual a todas las personas y de que no todos leemos una novela, pongo por caso, desde la misma perspectiva. El estado de ánimo, el momento del día, la temperatura…, son factores, entre otros, que intervienen a la hora de juzgar la impresión que una lectura nos ha provocado.
            Todo ello hace que me resista, lo digo arriba, a expresar opiniones a favor o en contra que pudieran parecer dogmáticas. Evito que me pase lo que se lee en aquel diálogo de Juan de Mairena:
            —A usted le parecerá Balzac un buen novelista —decía a Juan de Mairena un joven ateneísta de Chipiona.
            —A mí, sí.
            —A mí, en cambio, me parece un autor tan insignificante que ni siquiera lo he leído.
            Y es que, por otra parte, opino, también, que no hay libro malo que no tenga alguna cosa buena. Esto no lo digo yo, que ya lo dijo alguien que ahora mismo no sé quién fue. Por tal motivo, son muy pocos los libros que, una vez iniciada su lectura, no concluya, aunque desde el principio sienta que no acaba de convencerme. Y eso que siempre he dicho públicamente que lo mejor que se hace con un libro que no gusta es dejar de leerlo. Bueno, pues no soy capaz de aplicarme mi propio consejo.
            Ahora que el verano comienza a declinar, reparo en que estas vacaciones he dedicado poco tiempo a otras actividades que no fuesen leer. De junio acá me he echado al coleto cinco lecturas de esas que algunos llaman imprescindibles (¿cuántas lecturas hay, en verdad, que merezcan dicha consideración?) y cuatro relecturas de textos que deseaba repetir. Las lecturas nuevas han sido, aunque no por este orden, La carretera, de Cormac McCarthy, Las partículas elementales, de M. Houellebecq (pese a que me aconsejaron que no la leyera), En busca de Klingsor, de Jorge Volpi, El fútbol a sol y a sombra, de Eduardo Galeano (por eso del Europeo de fútbol) y Trilogía de Nueva York, de Paul Auster. Tras su lectura me reafirmo en dos cosas: la primera, ya la he dicho, que todo juicio sobre una lectura no pasa de ser relativo; y la segunda, que cada día me cuesta más encontrar lecturas que me satisfagan de forma plena. Las relecturas han sido El difunto Matías Pascal, de Luigi Pirandello, Ficciones, de Jorge Luis Borges (aunque en realidad inicialmente solo quería ver La biblioteca de Babel) y Camino de perfección, de Pío Baroja. Y ahora estoy enfrascado en Crimen y castigo, de Dostoievski.


            Leyendo el libro del novelista vascongado, le cuento a Zalabardo, me vino a la cabeza la primera vez que intenté leerlo. Y digo que lo intenté porque no me dejaron. Cuando me encontraba cursando sexto de bachillerato, hace de esto la friolera de 52 años, creo que empezaba a ser lector ávido. El instituto de mi pueblo, no se olvide que, en tiempos, había sido universidad, tenía una buena biblioteca. Pero, no olvidemos tampoco los años de que hablo, el préstamo de libros se guiaba por lo que se dijese de ellos en Lecturas buenas y malas a la luz de la moral y de la religión, del sacerdote jesuita Antonio Garmendia de Otaola, el ejemplo más flagrante que yo haya podido conocer de lo que es la censura. Por aquellas fechas, también uno es raro, a mí se me ocurrió leer, entre otras cosas, Camino de perfección y La regenta. Mi interés por ellos nacía tan solo de que el profesor de literatura los había citado en clase de forma elogiosa.  Los dos libros me fueron denegados por inmorales. No tardé mucho en transgredir la prohibición, pues los leí nada más llegar a la facultad, gracias al préstamo que de ellos me hizo un compañero.
            Hace unos días, cuando terminaba la relectura de la novela de Baroja, sentí curiosidad por ver qué se decía en el libro del padre Garmendia, Lecturas buenas y malas. Localicé un ejemplar en la Biblioteca Provincial, de la avenida de Europa, y allí nos dirigimos Zalabardo y yo. Buscamos el artículo Baroja y lo primero que pude leer fue lo siguiente: autor antiespañol, anticatólico, antihumano. No está mal, ¿verdad? Después de reseñar una serie de citas ‘condenables’ de Camino de perfección, se sigue diciendo: A estas blasfemias se sumarán otras muchas, concebidas en el fondo oscuro de un corazón viejo, insatisfecho y cargado, que ya hizo harto daño a pasadas generaciones, y no tiene derecho a manchar el alma de una generación heroica que se esfuerza por seguir en el camino de la virtud. En servir a Dios y a la Patria, que tan malparados quedan en la despreciable prosa del barbudo impío. ¿Debo seguir copiando lo que sigue? Solo el final: Muy mala. Prohibida por el canon 1399. De la novela de Leopoldo Alas, dice: En el fondo rebosa porquerías, vulgaridades y cinismo […] Con razón se indignó la ciudad [Oviedo] con su publicación. Y critica a continuación que Azorín reprobara esta indignación en un artículo publicado en ABC.
            Por capricho, seguí consultando juicios acerca de determinados autores y obras. De Juan Ramón Jiménez, por ejemplo, se dice: Una diferencia casi abismal separa sus primeros versos de los últimos, considerados algunos de aquellos como vergonzosos y malditos por el propio autor, que quisiera negarles la vida, como si uno tuviera derecho, en ninguna ocasión, a matar a un hijo. Tanto más que estos hijos del espíritu […] no son del padre que los engendró y a tal de ellos pudiera ocurrirle que […] encontrase más fácil cobijo en almas ajenas, que otros considerados por el padre como más legítimos. […] Solamente para personas formadas, siempre que les interese esta poesía moderna. La poesía de este autor está casi vacía en absoluto de Dios y de todo lo trascendente.
            Para terminar, unas líneas curiosas. De Sonata de otoño, de Valle-Inclán, se afirma: En ella sale por primera vez la figura del Marqués de Bradomín, “feo, católico y sentimental” —aunque en realidad fuese tan solo lo primero—. Resulta rechazable.
           Leyendo tales sandeces, me preguntaba Zalabardo qué diría el bendito padre Garmendia de la novela de Houellebecq. Yo me limito a contestarle que, si no fuera por el mucho daño que hizo, la censura de aquellos años daría risa.