lunes, septiembre 03, 2012

LECTURAS BUENAS Y MALAS


             Tengo que reconocer, le digo a Zalabardo, que me cuesta mucho emitir juicios categóricos sobre las lecturas realizadas o apoyar con argumentos rotundos el consejo de alguna de ellas. Parto de la convicción de que un libro no habla por igual a todas las personas y de que no todos leemos una novela, pongo por caso, desde la misma perspectiva. El estado de ánimo, el momento del día, la temperatura…, son factores, entre otros, que intervienen a la hora de juzgar la impresión que una lectura nos ha provocado.
            Todo ello hace que me resista, lo digo arriba, a expresar opiniones a favor o en contra que pudieran parecer dogmáticas. Evito que me pase lo que se lee en aquel diálogo de Juan de Mairena:
            —A usted le parecerá Balzac un buen novelista —decía a Juan de Mairena un joven ateneísta de Chipiona.
            —A mí, sí.
            —A mí, en cambio, me parece un autor tan insignificante que ni siquiera lo he leído.
            Y es que, por otra parte, opino, también, que no hay libro malo que no tenga alguna cosa buena. Esto no lo digo yo, que ya lo dijo alguien que ahora mismo no sé quién fue. Por tal motivo, son muy pocos los libros que, una vez iniciada su lectura, no concluya, aunque desde el principio sienta que no acaba de convencerme. Y eso que siempre he dicho públicamente que lo mejor que se hace con un libro que no gusta es dejar de leerlo. Bueno, pues no soy capaz de aplicarme mi propio consejo.
            Ahora que el verano comienza a declinar, reparo en que estas vacaciones he dedicado poco tiempo a otras actividades que no fuesen leer. De junio acá me he echado al coleto cinco lecturas de esas que algunos llaman imprescindibles (¿cuántas lecturas hay, en verdad, que merezcan dicha consideración?) y cuatro relecturas de textos que deseaba repetir. Las lecturas nuevas han sido, aunque no por este orden, La carretera, de Cormac McCarthy, Las partículas elementales, de M. Houellebecq (pese a que me aconsejaron que no la leyera), En busca de Klingsor, de Jorge Volpi, El fútbol a sol y a sombra, de Eduardo Galeano (por eso del Europeo de fútbol) y Trilogía de Nueva York, de Paul Auster. Tras su lectura me reafirmo en dos cosas: la primera, ya la he dicho, que todo juicio sobre una lectura no pasa de ser relativo; y la segunda, que cada día me cuesta más encontrar lecturas que me satisfagan de forma plena. Las relecturas han sido El difunto Matías Pascal, de Luigi Pirandello, Ficciones, de Jorge Luis Borges (aunque en realidad inicialmente solo quería ver La biblioteca de Babel) y Camino de perfección, de Pío Baroja. Y ahora estoy enfrascado en Crimen y castigo, de Dostoievski.


            Leyendo el libro del novelista vascongado, le cuento a Zalabardo, me vino a la cabeza la primera vez que intenté leerlo. Y digo que lo intenté porque no me dejaron. Cuando me encontraba cursando sexto de bachillerato, hace de esto la friolera de 52 años, creo que empezaba a ser lector ávido. El instituto de mi pueblo, no se olvide que, en tiempos, había sido universidad, tenía una buena biblioteca. Pero, no olvidemos tampoco los años de que hablo, el préstamo de libros se guiaba por lo que se dijese de ellos en Lecturas buenas y malas a la luz de la moral y de la religión, del sacerdote jesuita Antonio Garmendia de Otaola, el ejemplo más flagrante que yo haya podido conocer de lo que es la censura. Por aquellas fechas, también uno es raro, a mí se me ocurrió leer, entre otras cosas, Camino de perfección y La regenta. Mi interés por ellos nacía tan solo de que el profesor de literatura los había citado en clase de forma elogiosa.  Los dos libros me fueron denegados por inmorales. No tardé mucho en transgredir la prohibición, pues los leí nada más llegar a la facultad, gracias al préstamo que de ellos me hizo un compañero.
            Hace unos días, cuando terminaba la relectura de la novela de Baroja, sentí curiosidad por ver qué se decía en el libro del padre Garmendia, Lecturas buenas y malas. Localicé un ejemplar en la Biblioteca Provincial, de la avenida de Europa, y allí nos dirigimos Zalabardo y yo. Buscamos el artículo Baroja y lo primero que pude leer fue lo siguiente: autor antiespañol, anticatólico, antihumano. No está mal, ¿verdad? Después de reseñar una serie de citas ‘condenables’ de Camino de perfección, se sigue diciendo: A estas blasfemias se sumarán otras muchas, concebidas en el fondo oscuro de un corazón viejo, insatisfecho y cargado, que ya hizo harto daño a pasadas generaciones, y no tiene derecho a manchar el alma de una generación heroica que se esfuerza por seguir en el camino de la virtud. En servir a Dios y a la Patria, que tan malparados quedan en la despreciable prosa del barbudo impío. ¿Debo seguir copiando lo que sigue? Solo el final: Muy mala. Prohibida por el canon 1399. De la novela de Leopoldo Alas, dice: En el fondo rebosa porquerías, vulgaridades y cinismo […] Con razón se indignó la ciudad [Oviedo] con su publicación. Y critica a continuación que Azorín reprobara esta indignación en un artículo publicado en ABC.
            Por capricho, seguí consultando juicios acerca de determinados autores y obras. De Juan Ramón Jiménez, por ejemplo, se dice: Una diferencia casi abismal separa sus primeros versos de los últimos, considerados algunos de aquellos como vergonzosos y malditos por el propio autor, que quisiera negarles la vida, como si uno tuviera derecho, en ninguna ocasión, a matar a un hijo. Tanto más que estos hijos del espíritu […] no son del padre que los engendró y a tal de ellos pudiera ocurrirle que […] encontrase más fácil cobijo en almas ajenas, que otros considerados por el padre como más legítimos. […] Solamente para personas formadas, siempre que les interese esta poesía moderna. La poesía de este autor está casi vacía en absoluto de Dios y de todo lo trascendente.
            Para terminar, unas líneas curiosas. De Sonata de otoño, de Valle-Inclán, se afirma: En ella sale por primera vez la figura del Marqués de Bradomín, “feo, católico y sentimental” —aunque en realidad fuese tan solo lo primero—. Resulta rechazable.
           Leyendo tales sandeces, me preguntaba Zalabardo qué diría el bendito padre Garmendia de la novela de Houellebecq. Yo me limito a contestarle que, si no fuera por el mucho daño que hizo, la censura de aquellos años daría risa.

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