Ignoro si hay algo más ridículo que el miedo de los políticos al
ridículo, valga la redundancia, en que caerían de ser cogidos en cualquiera de
esos lapsus linguae en los que, con frecuencia, incurren. Y quien dice político
puede decir también todas aquellas personas que al expresarse mezclan churras con
merinas y confunden la gimnasia con la magnesia. Como Zalabardo pide que me
aclare y no ande con rodeos le digo que me refiero a todos aquellos que culpan
al lenguaje de sus propias prevenciones, prejuicios y consideraciones lesivas
hacia los demás. Vamos, le digo, hablando en plata, me refiero otra vez al
asunto de lo políticamente correcto o incorrecto.
Hace unos días, Pérez Rubalcaba, secretario general del
PSOE, salía en televisión criticando
la actitud del Gobierno en el tratamiento de la impresionante manifestación
soberanista de los catalanes el pasado 11 de setiembre. En un momento de su
intervención dijo: ante este problema lo que hay que hacer es coger el toro
por los cuernos… Nada que objetar, pues la locución coger al toro por los cuernos significa ‘enfrentarse
resueltamente a una realidad’, sin andarse
con medias tintas ni marear
la perdiz, por utilizar algunas otras locuciones.
Pero parece ser que al
señor Pérez Rubalcaba se le encendió
una lucecita roja indicadora de que había dicho algo políticamente incorrecto,
pues tras decirlo, titubeó un poco y, con palabras entrecortadas, añadió: bueno,
lógicamente, aquí no hay ningún toro ni hay que coger nada por los cuernos…
Por supuesto, para cualquier hablante medianamente culto esa explicación
sobraba. ¿Qué le pasó, entonces, por la cabeza al jefe de la oposición? Tal vez
pensara que el movimiento antitaurino catalán podía sentirse ofendido; o que el
conjunto de los catalanes pudieran pensar en otra clase de cuernos; o,
simplemente, que los movimientos de defensa de los animales lo acusaran de
maltrato animal. ¡Cualquiera sabe lo que se le pudo venir a la cabeza!
Yo creo simplemente,
le aclaro a Zalabardo, que el exceso de prejuicios, el afán por lo
políticamente correcto lo llevó a añadir en su intervención unas explicaciones
que sobraban.
No hace falta ser
filólogo experto para saber, eso lo sabemos de forma natural, aunque seamos
incapaces de explicar el modo de funcionamiento, que en la lengua funcionan
desde siempre las metáforas (¿qué es si no, columna vertebral?), los cambios semánticos (coche pasa a significar ‘automóvil’)
o los eufemismos (decimos córcholis
por evitar otra palabra que nos parece malsonante). Y de la misma forma natural
o espontánea, por el simple uso, llegamos a saber que también hay innumerables
lexicalizaciones (sin tener ni puñetera idea de qué es eso), es decir, giros
que independientemente del significado de sus componentes adquieren un
significado distinto y que no se pueden analizar elemento a elemento, sino de
manera conjunta. Son, entre otras, las llamadas locuciones. Por utilizar
ejemplos relacionados con el mundo taurino diré que son lexicalizaciones estar para el arrastre,
‘hallarse en extremo decaimiento físico o moral’ o dar la puntilla, ‘causar el fracaso definitivo de algo o
alguien, rematar’.
Zalabardo me echa en
cara que doy siempre excesivos rodeos para llegar a una conclusión, sea esta
cual sea. Acepto la reprimenda y voy a meollo: muchas de estas lexicalizaciones
y metáforas tienen su origen en el mundo animal, en la consideración de
determinadas carencias físicas o en algunas funciones y oficios concretos.
¿Tendremos que eliminarlas en pro de la corrección política? Decir que alguien
es un lince o un galgo supone un elogio; pero ya
no lo es afirmar que alguien es un buitre,
un asno, un zángano o un perro. ¿Habrán de ser
desterradas estas expresiones? ¿Es incorrecto decir que alguien fuma (o blasfema) como un
carretero o que grita como
una verdulera? ¿Qué alternativa buscamos para indicar que ‘es necesario
tener precaución y cautela’ si evitamos el empleo de haber moros en la costa?
A uno, le sigo
indicando a Zalabardo, le entran dudas sobre si es inadecuado elogiar la
inteligencia y experimentación de alguien diciéndole que no es cojo ni manco. Como se duda igualmente de defender que
la mentira no renta manifestando que se
coge antes a un mentiroso que a un cojo. ¿Se sienten ofendidas las
prostitutas si espetamos a alguien que anda
como puta por rastrojo, o que
trabaja menos que una puta en cuaresma?
Zalabardo me
interrumpe y me pide que deje ya el asunto, pues le está invadiendo la
impresión de que yo no soy más que uno de esos que se dedican a atar moscas por el rabo, es
decir, que todo cuanto estoy diciendo es totalmente disparatado. Le digo que a
lo mejor uno, con eso de los años, que no perdonan, desbarra un poco, pero lo
que me pasa es que no puedo entender que haya tanta gente que, sin encomendarse ni a Dios ni al diablo,
o sea, sin reflexionar, sea tan tiquismiquis al usar una lengua cuyos intríngulis,
a lo mejor (o a lo peor) desconoce.
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