sábado, abril 27, 2019

OLVIDAR LO EVIDENTE (SOBRE LAS LENGUAS DE ESPAÑA)



            Escribía Javier Cercas en un reciente artículo: No hay nada peor que olvidar lo evidente, así que de vez en cuando conviene recordarlo. Creo que evidente debiera ser el respeto hacia las tradiciones, la cultura y la lengua materna de una comunidad. Pero el ambiente de crispación, fanatismo e intolerancia que se ha instalado entre nosotros hace que se nos olvide. Por eso no está mal que se nos recuerde.
            Me decía Zalabardo, mientras tomamos tranquilamente una cerveza, que, si soy coherente con lo que otras veces he mantenido, juzgaré correcta la decisión del Tribunal Constitucional sobre el recurso del PP contra la Ley de Educación de Cataluña. Le respondo que, aunque haya tardado casi diez años en responder, veo acertada la respuesta del TC, porque no hace sino recordar una evidencia, que España posee una riqueza lingüística envidiable de la que deberíamos sentirnos orgullosos. Sin embargo, para algunos esto sigue siendo motivo de inquinas y enfrentamientos.

           El fallo del alto tribunal viene a dar la razón a la LEC, pese a que algunos medios, reflejando no poca cerrazón, prefieran titular El Tribunal Constitucional anula diez artículos de la LEC. El fallo rechaza la parte esencial del recurso y si considera improcedentes diez artículos es por no ajustarse o invadir normativas de carácter estatal o ser repetitivas respecto a dichas normativas. Pero lo esencial, ya digo, se respeta: el derecho a que en los centros escolares catalanes sea vehicular la lengua catalana.
            En España, le digo a Zalabardo, tendemos a olvidar muchas veces algo sumamente evidente: nuestra diversidad, que, entre otras cosas, supone la existencia de diferentes lenguas. Quienes tanto se amparan en la Constitución tienen obligación de recordar que, si bien en ella se dispone cuál es la lengua oficial del Estado, con la misma firmeza se reconoce la oficialidad de las otras lenguas españolas en sus respectivos territorios. ¿Es preciso decir cuáles son esas lenguas? Para nostálgicos, asustadizos o inconformes, miremos los datos del Instituto Nacional de Estadística correspondientes al año 2016 sobre el mapa lingüístico de España: habla castellano el 98,9% de la población; catalán, el 17,5%; gallego, el 6,2%; valenciano, el 5,8%; y euskera, el 3%. Si atendemos a las Comunidades autónomas, habla catalán el 85% de la población de Cataluña y el 63,1% de la de Baleares; gallego, el 89% de la de Galicia; valenciano, el 51,8% de la de la Comunidad Valenciana; y euskera, el 55,1% de la del País Vasco y el 21,7% de la de Navarra. Por fin, si se analiza para quiénes es lengua materna, el gallego lo es para el 82,8%; el catalán, para el 55,5% de catalanes y el 42,9% de baleares; el valenciano, para el 35,2%; y el euskera, para el 37,7% de los vascos y el 14,6% de los navarros.
            Ningún problema debería crearnos esta situación; En nada debería dificultar la convivencia. Por el contrario, tendríamos que felicitarnos de una riqueza cultural que para sí quisieran otros países. Aparte de toda la literatura en castellano, no debemos olvidar la escrita en las demás lenguas españolas: son nombres representativos los de Ausiàs March, Joanot Martorell, Ramon Llull, Airas Nunes, Martin Codax, o más modernos como Salvador Espriu, Mercè Rodoreda, Josep Pla, Rosalía Castro, Manuel Curros Enriquez, Celso Emilio Ferreiro, Gabriel Aresti

            Muchas veces he dicho que deberíamos mirarnos en el espejo de Suiza. En Suiza se hablan cuatro lenguas: alemán, francés, italiano y romanche. Las cuatro tienen idéntica consideración de lenguas oficiales en todo el Estado, aunque la última de ellas, el romanche, no creo que llegue a 25000 hablantes. Cada cantón puede decidir cuál es su lengua oficial. Los documentos oficiales han de ser redactados y estar disponibles en las tres lenguas principales y se ha de traducir al romanche siempre que un miembro de esta comunidad lo solicite. A cualquier ciudadano suizo se le reconoce el derecho a dirigirse a la Administración en su lengua materna y a que se le conteste en ella.
            Cada cantón tiene la facultad de decidir cuál será la lengua vehicular en que se imparte la enseñanza, pero los alumnos, aparte de estudiar la lengua propia de su cantón, tienen obligación de conocer otra de las oficiales (en algunos cantones esta obligación se extiende a dos), más una lengua extranjera, de la que la más extendida es el inglés. Esto significa que un alumno acaba sus estudios de primaria y secundaria conociendo, por ejemplo, alemán, francés e inglés o cualquiera otra de las combinaciones posibles.
            ¿Se podría trasplantar un sistema semejante a España? Aplicando criterios puramente lógicos, un joven de Zarauz (Guipúzcoa) terminaría sus estudios hablando euskera (lengua de la Comunidad), castellano (por la extensión y prestigio de esta lengua en el mundo) e inglés (o alemán, o francés, según los casos) como lengua extranjera. Y, no lo olvidemos, un joven de Cártama (Málaga) terminaría hablando castellano y, por ejemplo, catalán e inglés.
            Zalabardo se lo piensa un poco y me pregunta si no creo algo utópico mi planteamiento. Admito que posiblemente lo sea; pero también sería más enriquecedor y menos fanático.

sábado, abril 20, 2019

CONFUNDIR LOS SÍMBOLOS CON LA REALIDAD


            Estos últimos días hemos sido testigos atónitos del voraz incendio que ha puesto en peligro Notre Dame y ha provocado la destrucción de la flèche, como la conocen los franceses, y parte de su techumbre. Desde el mismo momento que se difundió la noticia, no ha dejado de hablarse del valor simbólico de la catedral parisina, patrimonio de la humanidad y el monumento más visitado del mundo. En efecto, Notre Dame es símbolo de Francia, es símbolo del arte gótico y símbolo, como recuerda la catedrática de Ética de la Universidad de Valencia Adela Cortinas, de la cultura europea, pues, a través de siglos y hechos diferentes, ha contemplado la configuración de la identidad europea.
            Hablando de esta cuestión, le digo a Zalabardo que con los símbolos hay que tener cuidado. Un símbolo no es más que un tipo de señal y debemos recordar que toda nuestra estructura social se organiza en torno de un complicado sistema de señales que, de modo incesante, interpretamos o emitimos para que otros interpreten: el azul del cielo o las nubes que nos lo tapan, una flor en un jardín, el color con que decoramos las paredes que nos acogen, la manera de vestir de alguien con quien  nos cruzamos, las luces de un semáforo, las líneas dibujadas sobre el asfalto, una palabra que pronunciamos...

Anj o cruz egipcia
            Toda señal es, básicamente, una relación entre dos elementos: A, que es lo que de inmediato percibimos, y B, que es aquello a lo que A sustituye, y que no siempre es perceptible de modo inmediato. Por eso, cuando digo árbol (A) puedo estar refiriéndome a lo que por tal cosa entiendo (B) aunque me encuentre encerrado entre cuatro paredes. Algunas señales son absolutamente naturales y significan aunque no haya intención de significar; el aumento de la temperatura corporal me permite inferir que se incuba una enfermedad. A eso llamamos indicios. En otras señales, A es tan parecido a B que su interpretación resulta fácilmente interpretable, como pasa con una fotografía o con un dibujo; las llamamos iconos.  Pero en la mayoría de las señales, la relación entre A y B es del todo arbitraria y fruto de un acuerdo entre los miembros de la comunidad que las usa; por eso, en varios idiomas, casa, maison y house son el elemento A que designa al mismo elemento B. O por eso, un triángulo blanco con bordes rojos (A) lo interpretamos como existencia de un peligro en la carretera (B). Estos son los propiamente llamados signos.
            Sin embargo, el símbolo es una señal muy peculiar, distinta a las demás. Siendo la relación entre A y B convencional, como en los signos, nos encontramos con que A es un hecho físico que sustituye a B, que es algo que no podemos percibir por los sentidos. Diríamos también que el símbolo es la menos racional de las señales, porque están muy ligadas a los sentimientos, las emociones y las creencias. Además, el símbolo adquiere su validez dentro de una cultura y un ámbito determinados. La cruz es símbolo del cristianismo; la luna creciente, del islamismo; el nudo infinito tibetano, de la fluencia eterna del tiempo; el caduceo o vara de Esculapio, de la medicina; la esvástica preirania, de la buena suerte; el color blanco y negro del panda, de los principios del yin y el yang; y también son símbolos los himnos, banderas y escudos de las diferentes naciones o asociaciones.
 símbolos, como los sentimientos, son todos respetables; al menos, le aclaro a Zalabardo, considerados de manera general. No obstante, a veces nos encontramos con que se valora el sentimiento, la creencia o la emoción más que la realidad, la razón; y ese símbolo que es bueno, o por lo menos no es malo, degenera y hace que nos pongamos en guardia contra él; porque, si la razón se ve sustituida por el sentimiento, hay riesgo alto de caer en el fanatismo. Es lo que pasa cuando la antiquísima esvástica (en sánscrito suastika, ‘buena suerte’) empleada por múltiples culturas a lo largo de los siglos se la apropia Hitler y la transforma en símbolo de la ‘lucha por la victoria de la raza aria’; o cuando el Ku Klux Klan emplea como símbolo supremacista la cruz ardiente. En tales casos, esos símbolos se han prostituido hasta representar ideologías fanáticas y condenables.

Caduceo o vara de Esculapio
            El lamentable suceso de Notre Dame, le digo a Zalabardo, me ha servido para reflexionar sobre esta tendencia a valorar más el elemento material del símbolo (A) que lo que queremos representar con él (B), es decir, la de anteponer la cara sentimental del símbolo sobre su valor racional. Me ha sorprendido, por ejemplo, que haya medios que, hablando del incendio, en lugar de destacar el incalculable daño que hubiese supuesto la pérdida de un edificio en torno al cual se han construido infinidad de valores universalistas, tanto cristianos como laicos, que es ejemplo que muestra lo que debe ser una sociedad plural abierta a todas las formas de pensar (el subrayado pertenece a Adela Cortinas), hablan de la suerte de que hayan sido salvadas de las llamas reliquias como la corona de espinas y algunas otras.
            Las reliquias son símbolos también, y por tanto respetables en su ámbito. Pero no debe olvidarse que no existe ningún dato histórico que avale la autenticidad de esas reliquias (la corona de espinas, los clavos de la crucifixión, el sudario, etc.). Su valor, por tanto, es más sentimental que racional. Quiero decir que la preservación de Notre Dame en su conjunto (edificio y significado), su sostenimiento y su recuperación, es más importante que la salvación de otros símbolos en ella guardados.

Ichtys, pez del cristianismo primitivo
            Le digo a Zalabardo que el interesante artículo de Alicia Cortinas llama la atención sobre un dato que también muchas veces se olvida. Que Europa posee otro símbolo sobre el que se ha ido levantando y construyendo su personalidad y esencia, el Mediterráneo, puerta de entrada de tantos rasgos que nos definen. Si Notre Dame, como apreciamos en las novelas de Víctor Hugo, simboliza la integración de excluidos y rechazados (Quasimodo, Esmeralda, Valjean, Fantine…), evitemos que el Mediterráneo, Mare Nostrum, se convierta en símbolo de exclusión, en enorme cementerio de tantos seres vulnerables que solo luchan por su supervivencia. También es motivo para que la valoración del símbolo, el sentimiento, no nos haga olvidar la realidad.

domingo, abril 14, 2019

DIRIGENCIA TRANSVERSAL




           Me envía un amigo, desde Collioure, una foto de la tumba de don Antonio Machado. Hablando de la foto y de Machado, Zalabardo me comenta la cuidada, sencilla y clara prosa machadiana. Y yo le hablo de que Juan de Mairena, apócrifo profesor de gimnasia y retórica que proyectaba crear una Escuela Popular de Sabiduría Popular, ponía en serios apuros a sus alumnos al plantearles curiosos e inocentes problemas lingüísticos. Al señor Gonzálvez lo hizo dudar al preguntarle la validez de unas frases con las mismas palabras en diferente orden: ¿Se puede comer judías con tomate?, ¿y tomate con judías?, ¿y judíos con tomate?, ¿y tomate con judíos?... El señor Martínez, algo más avispado, salió airoso cuando le preguntaron a qué tiempos se refería el poeta que escribió: Las viejas espadas de tiempos gloriosos, pues respondió: A aquellos tiempos en que las espadas no eran viejas.

            En mis ya lejanos años escolares, Zalabardo me pide que tenga respeto y no hable de la edad de nadie, entre las actividades a que nos obligaban en el colegio ocupaban lugar relevante las de copiado y redacción, a las que estaré eternamente agradecido. Los modelos para copiar eran textos de autores de prestigio con los que enriquecíamos nuestro vocabulario y aprendíamos cómo se construye un escrito. Con las redacciones, podíamos lanzarnos a probar el encaje de las palabras aprendidas y adquiríamos soltura imitando la construcción observada en los modelos.
            Cuando comencé a dar clases, creo que los ejercicios de copiado habían caído en desuso en los cursos de primaria. Por mi parte, intentaba que mis alumnos ampliasen su léxico mediante la lectura e insistía en el valor de los trabajos de redacción (que contaran lo que habían hecho el fin de semana, que escribieran una crítica del último libro leído o película vista, que inventasen una historia, que me comentasen un hecho de actualidad…). Combinaba estas prácticas de escritura con otras de expresión oral.
            Creo, no estoy muy seguro, que también los ejercicios de redacción han dejado de interesar en la actualidad y que tampoco se practica en clase la expresión oral. Todo esto, en un ambiente en el que se han impuesto las redes sociales y los mensajes breves hasta límites inconcebibles. Tanto, que una frase de máximo cariño puede quedar reducida a un insustancial tqm o bstos (te quiero mucho y besitos). Esa economía expresiva no me preocuparía —no hay que ser tiquismiquis y oponerse por principio a las modas— si quien hace uso de ella fuera capaz de cambiar de registro y supiera escribir de modo extenso, con claridad y corrección, cuando la ocasión lo exigiese.
            Pero, le digo a Zalabardo, lo malo está en que parece que nuestros alumnos actuales, no solo los de primaria y secundaria, sino incluso los universitarios, no saben componer un texto en la forma debida y con el vocabulario requerido. Y, así, nos encontramos con profesionales de cualquier rama —la mayor censura corresponde a los del mundo de la comunicación— que ni aciertan con las palabras ni consiguen expresar una breve idea de modo inteligible.
 
          Sin que nos demos cuenta, se nos van imponiendo unas palabras que acabamos por considerar imprescindibles. Leía hace poco: los mejores rooftops de Madrid. Un rooftop, zona para tomar copas en el tejado plano de una construcción no es más que lo que siempre hemos llamado azotea o terraza. Pero la gravedad del caso no está solo en el empleo de extranjerismos innecesarios. Más grave puede ser el mal empleo de palabras normales. En una entrevista, un cantante afirmaba que tenía un público transversal; ¿acaso era gente atravesada o que se sentaba de lado?; ¿por qué no decía que su público era variado, variopinto o heterogéneo? Un cronista deportivo escribía que un afamado jugador había expresado su intención de aumentar sus honorarios; si es alguien sujeto a un contrato, ¿no sería mejor decir que ha expresado su deseo, o exigencia, de que le aumenten la cantidad que ahora cobra? En la misma crónica se cita la opinión de la dirigencia del club; dirigencia es término correcto, más común en el español de América. Solo que los sustantivos terminados en -ncia indican cualidad (decencia, supervivencia) mientras que los acabados en -nte indican qué o quién ejecuta una acción (decente, superviviente). Y nos encontramos con que se va extendiendo la tendencia a sustituir los segundos por los primeros. Por eso se habla de dirigencia y no de dirigentes, que sería más correcto, o de audiencia y no de oyentes o de asistencia y no de asistentes. Es igual que cuando convertimos a los ciudadanos en la ciudadanía o a los profesores en el profesorado. En otra crónica política leo que el primer debate de las elecciones valencianas refuerza la fractura entre bloques de izquierda y derecha. Una fractura, que es un rompimiento, algo dañino, se repara o, en caso contrario, se amplía, se agrava o, como corrigen en la edición en papel, se ahonda, pero difícilmente se refuerza, verbo que solemos entender como de sentido positivo.

           ¿Y qué pasa con la redacción? Abrimos un periódico y leemos los titulares. Imposible no llevarse las manos a la cabeza ante el cúmulo de barbaridades que leemos: En India, una mujer es violada cada 128 minutos; solo la tragedia contenida en la noticia nos impide reír. Lo que ese medio quiere decir es: En India, cada 128 minutos, se viola a una mujer y aún mejor sería decir se comete una violación. Otro titular mal redactado: Hallado el cadáver de una joven desaparecida hace dos meses tras la confesión de su novio; ¿cuándo desapareció esa joven? Una correcta redacción nos llevaría a escribir: La confesión de su novio permite hallar el cadáver de una joven desaparecida hace dos meses. Y en el último ejemplo que doy la confusión es total: La policía detiene en Madrid a un general chavista disidente por narcotráfico a petición de Estados Unidos; ¿fue el narcotráfico la causa de su disidencia?, ¿le pidió Estados Unidos que se dedicara a esa actividad? Lo entenderíamos mejor así: Por petición de Estados Unidos, la policía detiene en Madrid a un general chavista disidente acusado de narcotráfico.
            Zalabardo, que es buena persona como pocas hay, me dice que no debo ser tan duro en mis críticas y que, ya que he hablado de Machado y de Juan de Mairena, no debo olvidar lo que este último dijo: que hay defectos que son olvidos, negligencias, pequeños errores fáciles de enmendar y se enmiendan; y que hay otros que son limitaciones, imposibilidades de ir más allá, pero que la vanidad nos lleva a ocultarlos. Le pregunto a mi amigo si advierte la ironía que encierran esas palabras.


lunes, abril 08, 2019

GALIMATÍAS, ESCRÚPULOS Y MUERTE DIGNA

Genealogía de Cristo. Beato de Liébana

            Tenía intención de contar a Zalabardo curiosas historias de palabras de extraño origen; por ejemplo, galimatías, tomada del francés galimatias, ‘discurso ininteligible’, ‘lenguaje oscuro’ ‘confusión, lío, desorden’, que no es sino una peculiar evolución de dos términos griegos, κατά Mατθαιον, ‘según Mateo’, por el enrevesado inicio de su evangelio, en que expone la genealogía de Cristo.
            Pero a mi amigo no le apetece hoy oír historias de palabras raras. Hay otra que voltea sin cesar en su cabeza: eutanasia, bella palabra, como casi todas las que comienzan por eu-, pero de significado complejo. Eutanasia, también de origen griego, significa ‘buena muerte’. Encuentro a Zalabardo afectado, como tantas otras personas, por la noticia de la muerte, auxiliada por su marido, Ángel Hernández, de María José Carrasco, enferma de esclerosis múltiple en fase terminal que mantenía una lucha infructuosa con la Administración para encontrar salida a su situación.
            Zalabardo me pregunta si he visto el vídeo en que ella expresa su voluntad de morir y él la ayuda a conseguir su deseo. Sí, lo he visto, como creo que ha podido ser visto en todo el mundo. Y cuando requiere mi opinión sobre la eutanasia, la buena muerte, la muerte digna, le comunico mi postura favorable y mi queja sobre quienes no ocultan sus escrúpulos ante el tema. Escrúpulo, en principio ‘pequeño guijarro que se introduce en el calzado y molesta al andar’ y, más tarde ‘duda o recelo inquietantes para la conciencia sobre si algo es bueno o se debe hacer desde un punto de vista moral’ es otra de las palabras que hoy le quería comentar.
            Muchos son los que esgrimen hipócritas escrúpulos ante el tema de la muerte digna. Se excusan para oponerse en la ética o las creencias religiosas. Los políticos españoles deberían sentir vergüenza por utilizar el caso de María José Carrasco para obtener votos en los próximos comicios; porque llevamos muchos años con el tema y no han hecho nada. Sienten escrúpulos para regular el derecho a una muerte digna, pero no para vender armas que ocasionan más víctimas. Como tampoco los sienten ante el hecho de que en el mundo aún existan más de sesenta países que aplican la pena de muerte o de que, en el nuestro no se aboliera hasta el año 1995.
Muerte de Sócrates, cuadro de David
            Y las jerarquías religiosas tampoco sienten ningún escrúpulo para oponerse con el argumento de que el dolor y el sufrimiento son un modo de redención o de que solo Dios puede decidir nuestra muerte. ¿Qué redención se propone a una persona que sufre y hace sufrir a su entorno? Se pide resignación y aceptación del dolor y el sufrimiento en nombre de una doctrina cuyos libros sagrados son un catálogo sin fin de muertes atroces (sin dignidad) ordenadas por un Dios terrible. Antiguo y Nuevo Testamentos rivalizan en ofrecer estas escenas cruentas: el ángel exterminador que da muerte a los primogénitos de los egipcios, el diluvio, Judit degollando a Holofernes, Jefté teniendo que aceptar la muerte de su hija en pago por la ayuda recibida, la muerte del hijo de David, la matanza de los inocentes, la no menos trágica muerte de Ananías y Safira
            Por eso, le digo a Zalabardo, no entiendo este galimatías, el discurso incomprensible, de quienes esgrimen sus escrúpulos éticos y morales. Sé que habrá que me acuse de defender el suicidio; es parte del galimatías argumental que emplean. No defiendo el suicidio bajo ningún concepto, valoro mucho la vida. Un personaje de mi última novela dice: No pienso [en la muerte] porque le tenga miedo, que no se lo tengo; es algo natural que nos ronda a todos y nos acompaña desde el mismo nacimiento. Pero que no me asuste no significa que la desee; nadie debiera mostrar hartazgo de vivir ni entristecerse por la proximidad del fin.

            Lo que defiendo es una muerte digna entendida como derecho que asiste a una persona para manifestar su firme voluntad de que no se la mantenga viva de forma artificial cuando ha perdido toda posibilidad de recuperación. La muerte digna, llamada también ortotanasia, es la actuación correcta ante la muerte por parte de quienes atienden al que sufre una enfermedad incurable o en fase terminal. Podría hablarse de la diferencia entre muerte digna, eutanasia y suicidio asistido; al fin y al cabo, es cuestión de matices. Me parece que ya es hora de regular, aprobar y respetar el derecho a morir dignamente que tiene quien ya ha perdido toda opción de vivir con dignidad.
            No comparto la tesis de la Conferencia Episcopal Española que dice que defender la muerte digna es anteponer un deseo de vida de placer y felicidad sobre otros valores más altos. Y si así fuera, tampoco tendría nada de malo; el mundo no tiene por qué ser un valle de lágrimas. Vivir, y morir, dignamente no se contradice con ningún sentimiento o creencia religiosa. El teólogo Hans Küng, suizo, católico, publicó en 2016 un libro titulado Una muerte feliz, donde se lee: Me gustaría morir consciente, despedirme digna y humanamente de mis seres queridos. Morir feliz significa una muerte sin nostalgia ni dolor por la despedida, sino una muerte con una completa conformidad, una profundísima paz interior. Y elogia las tesis del filósofo granadino Antonio Monclús, que en 2010 publicó La eutanasia, una opción cristiana. Y en el siglo XVI, santo Tomás Moro, en su obra Utopía, ya defendía la eutanasia.
            Zalabardo me recuerda otro momento de esa última novela mía; cuando el protagonista afirma: Me gustaría que la muerte me sorprendiera despierto. Verle la cara de frente, no sentirme asaltado de manera alevosa, contemplar con todos los sentidos despejados qué hay al otro lado… Cuando escribía eso, no pensaba en el suicidio, ni siquiera en la eutanasia; pero hoy pienso en ese inalienable derecho a morir con toda dignidad. Y no creo que nadie tenga derecho a arrebatárselo a quien así lo desee.