sábado, abril 20, 2019

CONFUNDIR LOS SÍMBOLOS CON LA REALIDAD


            Estos últimos días hemos sido testigos atónitos del voraz incendio que ha puesto en peligro Notre Dame y ha provocado la destrucción de la flèche, como la conocen los franceses, y parte de su techumbre. Desde el mismo momento que se difundió la noticia, no ha dejado de hablarse del valor simbólico de la catedral parisina, patrimonio de la humanidad y el monumento más visitado del mundo. En efecto, Notre Dame es símbolo de Francia, es símbolo del arte gótico y símbolo, como recuerda la catedrática de Ética de la Universidad de Valencia Adela Cortinas, de la cultura europea, pues, a través de siglos y hechos diferentes, ha contemplado la configuración de la identidad europea.
            Hablando de esta cuestión, le digo a Zalabardo que con los símbolos hay que tener cuidado. Un símbolo no es más que un tipo de señal y debemos recordar que toda nuestra estructura social se organiza en torno de un complicado sistema de señales que, de modo incesante, interpretamos o emitimos para que otros interpreten: el azul del cielo o las nubes que nos lo tapan, una flor en un jardín, el color con que decoramos las paredes que nos acogen, la manera de vestir de alguien con quien  nos cruzamos, las luces de un semáforo, las líneas dibujadas sobre el asfalto, una palabra que pronunciamos...

Anj o cruz egipcia
            Toda señal es, básicamente, una relación entre dos elementos: A, que es lo que de inmediato percibimos, y B, que es aquello a lo que A sustituye, y que no siempre es perceptible de modo inmediato. Por eso, cuando digo árbol (A) puedo estar refiriéndome a lo que por tal cosa entiendo (B) aunque me encuentre encerrado entre cuatro paredes. Algunas señales son absolutamente naturales y significan aunque no haya intención de significar; el aumento de la temperatura corporal me permite inferir que se incuba una enfermedad. A eso llamamos indicios. En otras señales, A es tan parecido a B que su interpretación resulta fácilmente interpretable, como pasa con una fotografía o con un dibujo; las llamamos iconos.  Pero en la mayoría de las señales, la relación entre A y B es del todo arbitraria y fruto de un acuerdo entre los miembros de la comunidad que las usa; por eso, en varios idiomas, casa, maison y house son el elemento A que designa al mismo elemento B. O por eso, un triángulo blanco con bordes rojos (A) lo interpretamos como existencia de un peligro en la carretera (B). Estos son los propiamente llamados signos.
            Sin embargo, el símbolo es una señal muy peculiar, distinta a las demás. Siendo la relación entre A y B convencional, como en los signos, nos encontramos con que A es un hecho físico que sustituye a B, que es algo que no podemos percibir por los sentidos. Diríamos también que el símbolo es la menos racional de las señales, porque están muy ligadas a los sentimientos, las emociones y las creencias. Además, el símbolo adquiere su validez dentro de una cultura y un ámbito determinados. La cruz es símbolo del cristianismo; la luna creciente, del islamismo; el nudo infinito tibetano, de la fluencia eterna del tiempo; el caduceo o vara de Esculapio, de la medicina; la esvástica preirania, de la buena suerte; el color blanco y negro del panda, de los principios del yin y el yang; y también son símbolos los himnos, banderas y escudos de las diferentes naciones o asociaciones.
 símbolos, como los sentimientos, son todos respetables; al menos, le aclaro a Zalabardo, considerados de manera general. No obstante, a veces nos encontramos con que se valora el sentimiento, la creencia o la emoción más que la realidad, la razón; y ese símbolo que es bueno, o por lo menos no es malo, degenera y hace que nos pongamos en guardia contra él; porque, si la razón se ve sustituida por el sentimiento, hay riesgo alto de caer en el fanatismo. Es lo que pasa cuando la antiquísima esvástica (en sánscrito suastika, ‘buena suerte’) empleada por múltiples culturas a lo largo de los siglos se la apropia Hitler y la transforma en símbolo de la ‘lucha por la victoria de la raza aria’; o cuando el Ku Klux Klan emplea como símbolo supremacista la cruz ardiente. En tales casos, esos símbolos se han prostituido hasta representar ideologías fanáticas y condenables.

Caduceo o vara de Esculapio
            El lamentable suceso de Notre Dame, le digo a Zalabardo, me ha servido para reflexionar sobre esta tendencia a valorar más el elemento material del símbolo (A) que lo que queremos representar con él (B), es decir, la de anteponer la cara sentimental del símbolo sobre su valor racional. Me ha sorprendido, por ejemplo, que haya medios que, hablando del incendio, en lugar de destacar el incalculable daño que hubiese supuesto la pérdida de un edificio en torno al cual se han construido infinidad de valores universalistas, tanto cristianos como laicos, que es ejemplo que muestra lo que debe ser una sociedad plural abierta a todas las formas de pensar (el subrayado pertenece a Adela Cortinas), hablan de la suerte de que hayan sido salvadas de las llamas reliquias como la corona de espinas y algunas otras.
            Las reliquias son símbolos también, y por tanto respetables en su ámbito. Pero no debe olvidarse que no existe ningún dato histórico que avale la autenticidad de esas reliquias (la corona de espinas, los clavos de la crucifixión, el sudario, etc.). Su valor, por tanto, es más sentimental que racional. Quiero decir que la preservación de Notre Dame en su conjunto (edificio y significado), su sostenimiento y su recuperación, es más importante que la salvación de otros símbolos en ella guardados.

Ichtys, pez del cristianismo primitivo
            Le digo a Zalabardo que el interesante artículo de Alicia Cortinas llama la atención sobre un dato que también muchas veces se olvida. Que Europa posee otro símbolo sobre el que se ha ido levantando y construyendo su personalidad y esencia, el Mediterráneo, puerta de entrada de tantos rasgos que nos definen. Si Notre Dame, como apreciamos en las novelas de Víctor Hugo, simboliza la integración de excluidos y rechazados (Quasimodo, Esmeralda, Valjean, Fantine…), evitemos que el Mediterráneo, Mare Nostrum, se convierta en símbolo de exclusión, en enorme cementerio de tantos seres vulnerables que solo luchan por su supervivencia. También es motivo para que la valoración del símbolo, el sentimiento, no nos haga olvidar la realidad.

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