lunes, abril 08, 2019

GALIMATÍAS, ESCRÚPULOS Y MUERTE DIGNA

Genealogía de Cristo. Beato de Liébana

            Tenía intención de contar a Zalabardo curiosas historias de palabras de extraño origen; por ejemplo, galimatías, tomada del francés galimatias, ‘discurso ininteligible’, ‘lenguaje oscuro’ ‘confusión, lío, desorden’, que no es sino una peculiar evolución de dos términos griegos, κατά Mατθαιον, ‘según Mateo’, por el enrevesado inicio de su evangelio, en que expone la genealogía de Cristo.
            Pero a mi amigo no le apetece hoy oír historias de palabras raras. Hay otra que voltea sin cesar en su cabeza: eutanasia, bella palabra, como casi todas las que comienzan por eu-, pero de significado complejo. Eutanasia, también de origen griego, significa ‘buena muerte’. Encuentro a Zalabardo afectado, como tantas otras personas, por la noticia de la muerte, auxiliada por su marido, Ángel Hernández, de María José Carrasco, enferma de esclerosis múltiple en fase terminal que mantenía una lucha infructuosa con la Administración para encontrar salida a su situación.
            Zalabardo me pregunta si he visto el vídeo en que ella expresa su voluntad de morir y él la ayuda a conseguir su deseo. Sí, lo he visto, como creo que ha podido ser visto en todo el mundo. Y cuando requiere mi opinión sobre la eutanasia, la buena muerte, la muerte digna, le comunico mi postura favorable y mi queja sobre quienes no ocultan sus escrúpulos ante el tema. Escrúpulo, en principio ‘pequeño guijarro que se introduce en el calzado y molesta al andar’ y, más tarde ‘duda o recelo inquietantes para la conciencia sobre si algo es bueno o se debe hacer desde un punto de vista moral’ es otra de las palabras que hoy le quería comentar.
            Muchos son los que esgrimen hipócritas escrúpulos ante el tema de la muerte digna. Se excusan para oponerse en la ética o las creencias religiosas. Los políticos españoles deberían sentir vergüenza por utilizar el caso de María José Carrasco para obtener votos en los próximos comicios; porque llevamos muchos años con el tema y no han hecho nada. Sienten escrúpulos para regular el derecho a una muerte digna, pero no para vender armas que ocasionan más víctimas. Como tampoco los sienten ante el hecho de que en el mundo aún existan más de sesenta países que aplican la pena de muerte o de que, en el nuestro no se aboliera hasta el año 1995.
Muerte de Sócrates, cuadro de David
            Y las jerarquías religiosas tampoco sienten ningún escrúpulo para oponerse con el argumento de que el dolor y el sufrimiento son un modo de redención o de que solo Dios puede decidir nuestra muerte. ¿Qué redención se propone a una persona que sufre y hace sufrir a su entorno? Se pide resignación y aceptación del dolor y el sufrimiento en nombre de una doctrina cuyos libros sagrados son un catálogo sin fin de muertes atroces (sin dignidad) ordenadas por un Dios terrible. Antiguo y Nuevo Testamentos rivalizan en ofrecer estas escenas cruentas: el ángel exterminador que da muerte a los primogénitos de los egipcios, el diluvio, Judit degollando a Holofernes, Jefté teniendo que aceptar la muerte de su hija en pago por la ayuda recibida, la muerte del hijo de David, la matanza de los inocentes, la no menos trágica muerte de Ananías y Safira
            Por eso, le digo a Zalabardo, no entiendo este galimatías, el discurso incomprensible, de quienes esgrimen sus escrúpulos éticos y morales. Sé que habrá que me acuse de defender el suicidio; es parte del galimatías argumental que emplean. No defiendo el suicidio bajo ningún concepto, valoro mucho la vida. Un personaje de mi última novela dice: No pienso [en la muerte] porque le tenga miedo, que no se lo tengo; es algo natural que nos ronda a todos y nos acompaña desde el mismo nacimiento. Pero que no me asuste no significa que la desee; nadie debiera mostrar hartazgo de vivir ni entristecerse por la proximidad del fin.

            Lo que defiendo es una muerte digna entendida como derecho que asiste a una persona para manifestar su firme voluntad de que no se la mantenga viva de forma artificial cuando ha perdido toda posibilidad de recuperación. La muerte digna, llamada también ortotanasia, es la actuación correcta ante la muerte por parte de quienes atienden al que sufre una enfermedad incurable o en fase terminal. Podría hablarse de la diferencia entre muerte digna, eutanasia y suicidio asistido; al fin y al cabo, es cuestión de matices. Me parece que ya es hora de regular, aprobar y respetar el derecho a morir dignamente que tiene quien ya ha perdido toda opción de vivir con dignidad.
            No comparto la tesis de la Conferencia Episcopal Española que dice que defender la muerte digna es anteponer un deseo de vida de placer y felicidad sobre otros valores más altos. Y si así fuera, tampoco tendría nada de malo; el mundo no tiene por qué ser un valle de lágrimas. Vivir, y morir, dignamente no se contradice con ningún sentimiento o creencia religiosa. El teólogo Hans Küng, suizo, católico, publicó en 2016 un libro titulado Una muerte feliz, donde se lee: Me gustaría morir consciente, despedirme digna y humanamente de mis seres queridos. Morir feliz significa una muerte sin nostalgia ni dolor por la despedida, sino una muerte con una completa conformidad, una profundísima paz interior. Y elogia las tesis del filósofo granadino Antonio Monclús, que en 2010 publicó La eutanasia, una opción cristiana. Y en el siglo XVI, santo Tomás Moro, en su obra Utopía, ya defendía la eutanasia.
            Zalabardo me recuerda otro momento de esa última novela mía; cuando el protagonista afirma: Me gustaría que la muerte me sorprendiera despierto. Verle la cara de frente, no sentirme asaltado de manera alevosa, contemplar con todos los sentidos despejados qué hay al otro lado… Cuando escribía eso, no pensaba en el suicidio, ni siquiera en la eutanasia; pero hoy pienso en ese inalienable derecho a morir con toda dignidad. Y no creo que nadie tenga derecho a arrebatárselo a quien así lo desee.


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