sábado, marzo 30, 2019

POR QUÉ LAS NOVELAS SE ESCRIBEN EN PASADO


Algunos días, Zalabardo se levanta con inquietudes filosóficas de las que me quiere hacer partícipe. Hoy, por ejemplo, tenía ganas de hablar sobre el tiempo. Me preguntaba si yo creía posible lo de aquel personaje de Javier Marías que pasaba cada día creyéndose en un año distinto de su vida y, por tanto, para él todo el tiempo era presente o retorno y nada era tiempo pasado o perdido. Trato de decirle que eso no es más que un puro juego retórico con el que viene a decir que nadie puede vivir más que en presente. “Sin embargo”, me repone, “Jorge Manrique, modelo de caballero medieval, lo que supone que al buen manejo de las armas unía buenas dosis del mejor conocimiento de su época, ya dejó bien claro que no hay otro tiempo más firme que el pasado.”
            Me sorprende este salto de mi amigo desde Marías a Manrique y que se haya fijado en esa diferencia. Le pido que me aclare en qué se basa para atribuir esa teoría al poeta medieval y, sin dudar, me remite a la segunda estrofa de las inmortales Coplas: si vemos lo presente cómo en un punto se es ido y acabado, si juzgamos sabiamente, daremos lo no venido por pasado. Mi amigo deduce de estas palabras que, contra lo que Marías escribe, Manrique sostiene que el presente carece de entidad, es un mínimo punto en la línea del tiempo, pues en el mismo instante en que sucede se convierte en pasado. Y me lanza otra pregunta: “¿Por qué, si no, las novelas, incluso las pocas que parecen ser diferentes, se escriben en tiempo pasado?”
            Como digo, Zalabardo me desconcierta y siempre me obliga a pensar. Ahora me habla de que el presente es efímero; de que el futuro, por ser lo aún no existente, no cuenta hasta que se actualice; de que, entonces, será un presente que, dada su inconsistencia, de inmediato se incorporará a ese pasado que, al cabo, es lo único que tenemos. Ignoro si mi amigo piensa está hablando de filosofía o de gramática. Y como parece haberse levantado hoy en plena forma, me espeta: “¿Acaso hay diferencia entre una cosa y otra?”

            Y así empezamos a hablar del verbo y su naturaleza. Como mi amigo no gusta de meterse en laberintos teóricos, recurro a las explicaciones de Álex Grijelmo, magnífico y ameno divulgador de este tipo de cuestiones. En su Gramática descomplicada llama al tiempo verbal “reloj del idioma” que nos permite sincronizar el momento en que hablamos con el momento en que sucede el enunciado que emitimos: ahora, antes o después; es decir, lo que conocemos como presente, pasado y futuro, según leemos en la más simple de las gramáticas. Entonces caigo en la cuenta de que nuestra lengua dispone de abundantes formas para referirse al pasado; de algunas menos para el presente y de bastantes menos para el futuro. O sea, pienso, que Zalabardo va a tener razón.

           Decido, para coger el camino fácil, fijarme en la situación en que me encuentro, escribiendo este apunte para la Agenda de Zalabardo. En este preciso momento escribo esta línea, lo que significa que estoy en el presente; pero de forma inmediata, una vez concluida esa línea, su presente se ha diluido y se ha integrado en el pasado. Y no digamos nada de las tres o cuatro primeras líneas de este apunte. Puedo volver a ellas, pues están ahí, a mi disposición; pero será como viajar al pasado. Conclusión: el presente es efímero, un visto y no visto. ¿Cómo continuará este apunte? No puedo asegurar lo que escribiré a continuación; es futuro, pura virtualidad que aún no se ha actualizado; cuando esté escribiendo las líneas que sigan, esas que aún no existen, me hallaré en el presente y, en cuanto las acabe, ya habré convertido mi escrito en pasado. Aunque el pasado, como los recuerdos, siempre vuelvan.
            La gramática, digo a Zalabardo, nos explica muy bien esta especie de galimatías. Cuando un locutor deportivo dice, por ejemplo: Salen al campo los jugadores del Betis, habla de un instante que se agota en el mismo acto de decirlo, la parcela de tiempo expresada es mínima. Ese es el único y verdadero presente, al que se le llama puntual o momentáneo. Todas las demás formas de presente ofrecen unas referencias temporales distintas, la mayor parte de ellas conectadas con el pasado. Si digo Me levanto muy temprano, todos entienden que no estoy haciendo nada, que me limito a señalar que esa acción de levantarse temprano se produce de forma reiterada, afirmación que se sustenta en mi conocimiento del pasado; ese es el presente habitual. En Suelta al niño que le haces daño, el verbo alude a una extensión temporal indeterminada, que, aunque iniciada en un momento anterior, provocan consecuencias que aún perduran; es, pues, un presente progresivo. ¿Y si lo que decimos carece de una referencia directa con el momento en que se habla, es atemporal, y puede utilizarse como enunciado de validez universal? Es lo que ocurre en El hombre es mortal, donde, de nuevo, son los datos conocidos del pasado los que dan validez a nuestras palabras; a eso lo llamamos presente gnómico. Comprobamos la dificultad del presente para desligarse del pasado. Podríamos seguir aportando ejemplos, pues, aunque hay otras formas posibles, creo que es suficiente.

           Le pido a Zalabardo que me diga si lo dicho aclara las dudas que me planteaba. Y añado que también yo participo de su idea de que el único tiempo con el que podemos trabajar de manera segura es el pasado. Lo conocemos, de él procede toda nuestra experiencia y propicia que avancemos en todos los aspectos; el mundo no progresaría si no nos apoyásemos en las experiencias pasadas. El presente es tan efímero que se nos diluye antes de que lo comprendamos y el futuro, lo que pueda suceder, no dejará de ser un enigma.
            Y acabo reconociéndole a Zalabardo que, efectivamente, las novelas, o la mayoría de ellas, se escriben en pasado por esa razón. Aunque se usen formas verbales de presente, la historia fluye siempre desde el pasado. Incluso en algunos casos especiales (Viaje a la semilla, de Carpentier; Ulises, de Joyce; Rayuela, de Cortázar…) la narración, como tal, va de lo anterior a lo posterior. No depende ya de que usemos unas formas llamadas presente, pasado o futuro; es que el autor, no puede ser de otra manera, parte de unos datos conocidos, y por tanto pasados, y de ellos se vale para contarnos la historia. ¿O no fue Berceo quien, en los albores del siglo XIII, dijo aquello de qué sucedió después no lo sabría contar, pues se perdió un cuadernillo del libro en que lo leía? ¿O no escribió Borges un soneto, aunque hablemos ahora de novela, titulado La lluvia sucede en el pasado, que cantó por bulerías el Cabrero?



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