sábado, marzo 09, 2019

HISTORIAS DE PALABRAS: POLLA


 
Edificio de la Polla Chilena de Beneficencia
           El eufemismo tiene como base, por lo general, un tabú, que no es sino un modo de represión. Si queremos decir algo, ¿por qué rechazamos el término directo y recurrimos a otros que, en no pocas ocasiones, resultan cursis y melindrosos? Quizá, no estoy seguro, el campo léxico que más eufemismos presenta sea el de la sexualidad y, muy concretamente, el de los genitales. Me cuesta entender que se evite ante un niño la palabra pene y se le enseñe a decir, pilula, colita, lula, pito y cosas así. Si no gusta pene, puede recurrirse a falo, de ilustre raigambre sánscrita, pues viene de la raíz bhel-, ‘hinchar’, la misma que ampara a balón, bol, baluarte, bala, jolgorio y muchas más, según veo en el Diccionario etimológico indoeuropeo de la lengua española; pero tampoco. Y lo que digo respecto a niños, vale igual para niñas.
            En estas reflexiones andaba cuando un amigo, José María Pérez Moreno, por no sé que extraño motivo, me pide que recabe la opinión de Zalabardo sobre la familia léxica de polla. Zalabardo, que cree adivinar por dónde va la pregunta, se rasca la oreja y me contesta que son tantos los sinónimos en todo el dominio hispánico que podría pasar medio día recitando palabras, incluso por orden alfabético, y no acabaría: badajo, banana, bicho, bimbín, bruta, canario, carajo, chaparro, chava, churra, cipote, colita, cosita, falo, instrumento, kika, lula, maleta, mandado, manubrio, mástil, miembro, minga, nabo, niño, pajarito, paquete, partes, pene, pepino, picha, pichula, pijo, pilila, pinchila, pistola, pito, polla, príapo, rabo, verga
            Pero, de inmediato, se pone serio y me dice que mayor interés tendría buscar una explicación válida para un curioso hecho: ¿por qué la palabra polla, del latín pullus, -i, ‘retoño’, y esta de pullus-a-um, ‘pequeño, menudo’, apenas se utiliza con su significado primario, ‘cría de cualquier animal’ y, en especial, ‘gallina nueva, que empieza a poner huevos’ de donde, por metáfora, ‘muchacha de poca edad’, y se emplea con dos significados tan diferentes en uno y otro lado del Atlántico: ‘juego, apuesta, lotería, quiniela’ en la América de habla española y ‘órgano sexual masculino’, en España.
            Me insiste Zalabardo en que, dado que el origen es el mismo, lo que habría que buscar es la razón del diferente uso. Consulto el Diccionario secreto, de Cela, y debo confesar que, de inicio, me he sentido algo desanimado, pues confirmo la extrañeza de mi amigo. Repite don Camilo lo que desde nuestro primer diccionario, el de Covarrubias, de 1611, hasta la ultimísima versión del DLE, se afirma: que la palabra tiene su origen en el latín pullus, -i.
Falo votivo de los siglos  III-IV a.C.
            Zalabardo me anima a no rendirme y a que siga mirando. Regreso a Cela y me entero de que la aparición de la connotación sexual es bastante tardía: el primer caso documentado por él es un texto de un fraile palentino, fray Damián Cornejo (1629-1707), franciscano, obispo de Orense, biógrafo de san Francisco, cronista de su orden y autor de… poemas burlescos de asunto picante y casi pornográfico. Es un poema en el que el fraile cuenta la disputa entre un joven y un hombre mayor por conseguir los favores de una tal Lisis, manejando una serie de equívocos sacados de la comparación de la escena con un juego de naipes, llamado Juego del hombre. En el Diccionario de Autoridades leo que es un género de juego de naipes [en el que para] ganar la polla se necesita hacer cinco bazas.
            Ya tenemos la relación polla/juego. Algo es algo. El mismo Cela reenvía a Cervantes que, en su novela El licenciado Vidriera, habla de unos gariteros que ni por imaginación consentían que en su casa se jugase otros juegos que polla y cientos, lo que ratifica que juego del hombre y polla son nombres para el mismo juego. En nota al texto, Francisco Rodríguez Marín, ilustre polígrafo y paisano nuestro, de José María y mío, y que da nombre al instituto en el que estudiamos el bachillerato, sostiene que juego del hombre es el moderno tresillo, y que se llama polla a lo que apuestan quienes a él juegan. Establecida la equiparación polla=apuesta, solo falta saber la razón del nombre y cómo pasa a ser también pene.
            Zalabardo, que me ha ido guiando en todo momento como Virgilio guio a Dante hasta las puertas del paraíso, me sugiere que, si hasta ahora he bebido en fuentes de esta orilla, podría aplacar mi sed consultando a alguien del otro lado del Atlántico. Y la respuesta me la proporciona Fernando Iwasaki, peruano, filólogo, profesor, novelista e investigador que, para mayor abundancia, vive desde hace muchos años en Sevilla, lo que lo convierte en conocedor de las modalidades lingüísticas de las dos orillas. Iwasaki ganó el IX Premio Málaga de Ensayo, en 2017, con Palabras primas, libro en el que uno de sus capítulos se titula, de manera en principio desconcertante, La polla de Cervantes. Pero pronto todo queda claro. Nos habla de que polla, en Hispanoamérica, solo designa la lotería, quinielas, rifas, apuestas en diferentes juegos, y carece de connotaciones sexuales; o sea, nada que ver con el español de España. A la vez, en ese libro me entero de que Jean-Pierre Etienvre decía en Figures du jeu: études lexico-sémantiques sur le jeu de cartes en Espagne: XVIe-XVIIe siècles (1987), que algunos juegos de naipes antiguos que sirven de fundamento a un lenguaje figurado ya no forman parte de nuestra experiencia, aunque sigan aflorando de diferentes maneras.
Manual del juego del tresillo
            Sabemos, dice Iwasaki, que en los siglos XVI y XVII se llamaba polla indistintamente al Juego del hombre o al conjunto de apuestas. Quien ganaba la partida se sacaba la polla. Pero sucedía que en dicho juego se utilizaban expresiones como meter, meterla doblada, correr, sacar (la polla) según se apostara, se doblara la apuesta, se pasara la mano al jugador siguiente o se tuvieran cartas tan buenas como para ganar la partida. En ese momento me recomienda Zalabardo que mire el diccionario latino de Agustín Blánquez, que cita un verbo pullo-as-are, ‘brotar, crecer’, derivado de pullus. Eso me hace pensar que, porque ‘crece o aumenta’, se llamó polla a las apuestas.
            La tesis de Iwasaki es que, en Hispanoamérica (basta ver el Diccionario de americanismos), polla permaneció como ‘juego’, sin ninguna otra acepción, mientras que en España no pudo evitarse que, al ser un juego en el que “se metía”, “se sacaba”, “se corría”, etc., la gente dejara de asociar polla a ‘gallina nueva’, a ‘mocita’, o incluso a ‘juego’, para establecer otro tipo de asociaciones. Por pudor o cualquier otra razón que desconozco (ya estamos con los tabúes y eufemismos), hacia finales del siglo XVIII el Juego del hombre vio sustituido su nombre por tresillo y, en lugar de polla, se prefirió decir pocillo, que, en el juego original, era el número de pollas de que constaba una partida. Zalabardo me aconseja consultar un último libro que avala lo dicho: Juego del Tresillo. Arte de jugarlo, escrito por un tal D. R. C. y publicado en Madrid en 1852.


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