sábado, marzo 23, 2019

ESPAÑA, ESPANYA, ESPAINIAKO, AL-ANDALUS, SEFARAD, SESÉ


            Recordando el poema de Machado y pensando en el momento presente, se me ocurre preguntarle a Zalabardo cuántas Españas cree que hay. Y, sin dudar, me contesta: “Tantas como españoles.” Desorientado al principio, pienso que un ligero repaso a nuestra historia le da la razón. Somos una nación compuesta por una heterogénea fusión de pueblos, etnias, culturas, lenguas, costumbres… desde Tartessos, si no de antes… Se lo hago saber y me contesta: “¿No debería llenarnos de orgullo esa unidad construida sobre la diversidad?” Y, sin darme tiempo para reaccionar, continúa: “Pues no; para muchos es motivo de desazón, les cuesta aceptar la existencia del otro y se empeñan en ser los detentadores (aquí, bien empleado el término, ‘que retienen lo que manifiestamente no les pertenece’) de las esencias patrias. Pero de esa exclusividad no puede presumir nadie.”

Requerimiento para sustituir la lengua de una lápida
            Las palabras de Zalabardo me hacen pensar que nuestra historia está jalonada de incontables procesos de expatriación (¿se les puede llamar de otra forma?), sea la excusa religiosa, política, económica o ideológica. Los Reyes Católicos expulsan a los judíos; Felipe III, entre 1609 y 1613, a los moriscos, los últimos restos de quienes, tras acabar con la dominación goda, fueron dueños de estas tierras durante 800 años. Pero quizá la más sangrante de las expulsiones sea la que ha pesado sobre los gitanos. 1499, 1539, 1570 o 1749 fueron hitos importantes de esta persecución. George Borrow, en el siglo XIX, llegó a afirmar que en ningún país los gitanos han sido tan perseguidos como en España. Aún en 1978, los reglamentos de la guardia civil recogían normas de actuación contra ellos. Hasta Cervantes, que habla bien de catalanes, gallegos o vizcaínos, hace un negro y triste retrato de los gitanos.
            Comento con Zalabardo lo que podríamos llamar “nuestro conflicto lingüístico”. Cualquier país debería sentirse orgulloso de una riqueza idiomática como la de España. Pero nosotros no. Ni siquiera tenemos conciencia de dicha riqueza y con hartas dosis de desconocimiento, seguimos llamando dialectos a lenguas tan prestigiosas como el gallego, el euskera y el catalán, y negamos a quienes las tienen como lengua materna incluso el derecho a hablarlas.

Orden de mayo de 1938
            Me enseña Zalabardo recortes de periódicos en los que algunos nostálgicos intentan convencer a sus lectores de que nunca el franquismo persiguió a las lenguas vernáculas. Verdad es que no hubo ninguna ley en tal sentido, como verdad son las innumerables órdenes, requisitorias, multas, etc. contra el uso de lenguas que no fuesen la castellana en libros y revistas, inscripción en el registro civil, rotulación de locales comerciales, emisiones radiofónicas…, ¡hasta lápidas funerarias! Estas trabas al uso de las diferentes lenguas de España no fueron una prerrogativa de Franco. Con Felipe V, con Carlos III, con Isabel II también se cometieron abundantes tropelías; todos ellos quisieron la uniformidad lingüística y prohibieron las representaciones teatrales, la edición de libros, los telegramas, la enseñanza del catecismo, los actos oficiales e incluso las homilías que no usasen el castellano.
            Zalabardo me interrumpe y me pide que le aclare el título de esta entrada, pues aunque le suenan todas, incluso Sefarad o Al-Andalus, no entiende eso de Sesé. Le digo que Sesé es la palabra con que los gitanos llaman en su lengua (caló) a España. Porque, en el fondo, de lo que quería hablar hoy era de esa lengua. Y todo porque el otro día me preguntaron si podía explicar la palabra bajío, que es una palabra de esa lengua.
 
Justificante del pago de una multa 
          
Este bajío no tiene nada que ver con el castellano bajío, de bajo, que significa ‘terreno bajo que tiende a empantanarse’ o ‘elevación de mares ríos o lagos en que una nave puede embarrancar’. Por eso, dar en un bajío es ‘encontrarse en grave dificultad’. Pero da la coincidencia de que tener el bajío o echar a alguien un bajío es algo diferente, como puede apreciarse en el Diccionario romanó-kaló, de Rober Heredia Jiménez y en el fundamentado estudio Un vocabulario selecto del caló con datos sobre su conocimiento actual por una muestra de hablantes gitanos (2015), de Juan F. Gamella, Ignasi-Xavier Adiego y Cayetano Fernández Ortega. En ambos encontramos documentada la forma bají, ‘suerte’ y bajío, ‘mala suerte’, ‘destino’. Sin embargo, a causa de ese desconocimiento del que antes hablaba, le digo a Zalabardo, algunos aventuran explicaciones que no tienen sentido. Por ejemplo, Ángel Leyva, autor de una obra más que discutible, El habla malagueña, la recoge como bahío, ‘mala suerte’ y dice que procede del español bajido. Bajío es el que él tiene, pues ni siquiera se ha tomado la molestia de ver que en español no existe tal palabra.
            Tendríamos que ser más respetuosos y tolerantes con todas las lenguas. Catalán, euskera y gallego, no solo son lenguas españolas por los cuatro costados, sino que incluso históricamente son más antiguas que el español. No estaría mal tomar como modelos a autores de épocas pasadas, a quienes importaba usar una lengua, aunque no fuese la suya materna, si a la otra le reconocían un prestigio. Alfonso X, castellano, escribía poesía en gallego; Boscán, catalán, o Gil Polo y Guillén de Castro, valencianos, no dudaron en escribir en castellano.
 
Reglamento de la Guardia Civil, 1974
          
El caló, la lengua de los gitanos, también debería ser muy tenida en cuenta. Es una lengua muy antigua, de procedencia indo-irania. Gamella dice en su estudio que es la lengua de los gitanos españoles y portugueses. Su peculiaridad, y en esto coincide con lo que dice José Antonio Plantón en Chipí Cayí. Aproximación al caló (1993), es la misma del tradicional carácter nómada de los gitanos: es más bien un léxico que se articula como lengua dentro de la gramática de los pueblos en que viven. Si consultamos la edición 22ª de DLE comprobamos que aparecen recogidas 59 palabras de esta lengua (barbián, andoba, burel, canguelo, chingar, churumbel, diñar, gachó, jiñar, menda, naja, paripé, parné, pinrel…). Pero, aparte de estas, hay muchas otras que, sin aparecer en el diccionario académico, son de uso bastante frecuente: mui, ‘boca’; acáis, ‘ojos’; moyate, ‘vino malo’; piños, ‘dientes’; camelar, ‘querer’; ronear, ‘presumir’; chanelar, ‘saber’; pápiro, ‘billete’; Undibé, ‘Dios’; majarón, ‘loco’; pureta, ‘viejo’; calatí, ‘dinero’ (de donde cala, ‘peseta’); randa, ‘ladrón’; mulé, ‘muerte’… La interrelación de lo gitano, lengua y cultura, con el español no es nada despreciable.

No hay comentarios: