lunes, agosto 29, 2016

JA SÓC AQUÍ



            Ja sóc aquí, ya se acabaron las vacaciones y regresamos Zalabardo y yo a la tarea de recuperar el contacto con quienes tengan la amabilidad de seguir esta Agenda. Había pensado comenzar con una entrada sobre la palabra pastilla. O, mejor, sobre un significado concreto que no encuentro en ningún diccionario: ‘en un cementerio, conjunto de panteones limitados por cuatro calles’; sería el equivalente a manzana en una estructura urbana.
            Pero resulta que casi ha pasado el verano y seguimos sin gobierno, después de dos procesos electorales. Y lo peor es que los partidos están empecinados en no pactar, en rehuir cualquier modo de diálogo, en no mirarse más que su propio ombligo y creerse, cada uno, centro del mundo. La amenaza de unas terceras elecciones nos acecha.
            Porque si lo anterior fuera poco, hay algo peor: nadie renuncia a sus líneas rojas (¿qué líneas serán esas?), ni mira hacia el bien de los ciudadanos y del país. Todo lo que hacen obedece a criterios egoístas y electoralistas. Les interesa más el partido, su propia imagen personal, que el beneficio de la nación. Todo es crispación, ver archidiablos por todas partes, negar el pan y la sal a los otros. Los ciudadanos les importamos un pimiento.

            Y, entonces, pienso en unos tiempos que estos jovenzuelos de ahora (Iglesias, Errejón, Sánchez, Rivera, Rufián…) ni siquiera conocieron y que otros (Rajoy, Artur Mas…) parecen olvidar. Cito dos casos: el 9 de abril de 1977, alguien llamado Adolfo Suárez (¿os suena?), nacido a la política en el seno de la Falange, decidió que, una vez muerto Franco, la dictadura no acabaría ni la democracia sería posible si no se legalizaba el PC de Santiago Carrillo. Y el 23 de octubre de ese mismo año, Josep Tarradellas pudo asomarse al balcón de la Generalitat y gritar aquello de “¡Ciutadans de Catalunya, ja sóc aquí”. Mucho se habló de la frase. Se decía que usó ciutadans de Catalunya en lugar de catalans para así englobar a cuantos vivían en Cataluña sin dejar fuera a nadie. 

             Sea lo que sea, el país se alegró de que el PC pudiese participar en las decisiones que marcasen el rumbo de nuestro país. Lo mismo que todo el país se alegró de que Tarradellas volviese, se expresase públicamente en catalán sin que se hundiera el mundo y reconociese que España y Cataluña sentían una mutua necesidad; ninguna existiría en plenitud sin la otra. O que otros pudieran comunicarse en vasco o gallego.
            Mirad las fotos que incluyo en este comentario. ¿Ve alguien crispación en las personas que aparecen? ¿Alguien diría que hay frialdad o abierto rechazo entre Suárez, Carrillo, González o Tarradellas? ¿Por qué Iglesias, Sánchez, Rajoy y los demás no miran estas fotos y reflexionan? Aquellos años fueron aún más difíciles que estos. Ningún político actual siente a sus espaldas ruido de sables ni tememos ningún cuartelazo. La economía estaba igual o peor de mal. Sin embargo, los vemos, al menos Zalabardo y yo, desnortados, temerosos de dar el menor paso que suponga la superación del bloqueo en que nos hallamos. Y, por supuesto, sin la altura personal y política que los hombres de aquellos años demostraron en momentos que no eran fáciles.
            No es solo la corrupción lo que los pierde. Es, me temo, la falta de formación y de capacidad intelectual para hacer frente a la situación. No me extraña, Zalabardo y yo lo hemos hablado bastantes veces, que los ciudadanos estemos hartos y aun asqueados de estos políticos que, por no saber, no saben siquiera el laberinto en que están metiendo al país. 

            Y en este ambiente, ahí tenemos (y no es el único) el ‘problema catalán’, que nadie decide encarar, y, si nos descuidamos, tendremos otros problemas semejantes. Empiezan a campar a sus anchas los nacionalismos de todo tipo: catalanista, vasquista, españolista… Tengo que recordar entonces las palabras de un escritor serbio, Danilo Kiš (las he leído en La hija del Este, novela de Clara Usón): El nacionalismo es en esencia una paranoia individual y colectiva […] El nacionalismo es el camino más fácil, de menor resistencia. El nacionalista no tiene problemas; conoce (o cree conocer) sus valores básicos, los suyos y, por tanto, los de su pueblo, los valores éticos y políticos de la nación a la que pertenece. No le interesan ningunos otros […] El nacionalismo es la ideología de la banalidad. Es una ideología totalitaria […] Pero sobre todo el nacionalismo es negación, una categoría espiritual del espíritu que se alimenta de la repudiación. No somos como ellos. Nosotros somos el polo positivo; ellos, el negativo. Nuestros valores nacionales y nuestro nacionalismo sólo tienen sentido en relación al nacionalismo de otros. Sí, somos nacionalistas, pero ellos lo son más.
            Así nos va.