lunes, septiembre 26, 2011


ALGO MÁS SOBRE ANTROPÓNIMOS Y TOPÓNIMOS  


    Numerosas son las veces que he discutido con Zalabardo acerca de la necesidad o no de volver sobre asuntos ya tratados anteriormente en esta Agenda. Él me dice que son ya tantos los apuntes recogidos que siempre habrá alguien que se haya perdido alguno de ellos, razón que justifica la repetición. Y yo le digo a él que, primero, habría que saber cuántas personas leen estos apuntes si es que queda alguno de los antiguos lectores; y, segundo, que es muy discutible la fuerza o autoridad que yo pueda tener para que los lectores residuales que queden se sientan empujados a seguir lo que aquí se sugiere o, simplemente, interesados en ello.
    Cuando le digo esto, Zalabardo me responde que no me ha cedido su Agenda para que me ande con remilgos sobre quién me lee y quién no, sino para que difunda cuestiones relativas a usos lingüísticos que pudieran tener algún interés. Después, pasará como en la parábola evangélica: que parte de esta semilla lanzada caerá en tierra baldía o en duros caminos y se perderá; pero que la que caiga en tierra labrada producirá por toda. Porque, sentencia para acabar, lo hecho estará hecho por siempre.
    Todo esto ha venido a cuento porque él me sugería que valdría la pena hablar sobre la traducción de los nombres extranjeros y sobre los topónimos españoles en lengua vernácula. Yo le contesté que eso ya había sido tratado y alguien me podría acusar de pesado y reiterativo. Pero Zalabardo, que, según sabéis, es un martillo pilón cuando le interesa, sigue erre que erre con el tema.
    En fin, vamos allá. Y todo es porque un día solicitó mi opinión sobre quiénes tenían razón, los que sostenían que la nuera del príncipe Carlos de Inglaterra debería ser llamada Catalina, o los que se oponían y la seguían llamando Kate o Catherine. En esta polémica, había quien argumentaba, defendiendo la segunda opción, que no existía mayor ridiculez que la imaginar a los ingleses llamando John Charles a nuestro rey. Ante tan irrebatible argumento, cedo y le contesto.
    Pero la cuestión no es tanto cómo actúan los ingleses o qué pueda ser más correcto. La cuestión es esta otra: ¿cuál ha sido la postura tradicional de nuestra lengua? Pues muy clara: desde siempre, que es como decir desde el siglo XIV aproximadamente, nuestra lengua tendía a hispanizar todos los nombres de personajes extranjeros de alguna relevancia. Ejemplo de ello tenemos en Tomás Moro, Martín Lutero o Juana de Arco. No digamos ya respecto a aquellos nombres propios de lenguas que tenían alfabeto no latino, como Avicena por Ibn Sinna o Confucio, en lugar de Kung Fu-Tzu. Incluso se españolizaban nombres que hoy han caído en desuso, como Juan Gutembergo.
    El tiempo, que lo cambia todo, también ha tenido efecto en esto y parece que ya no es tan firme ese comportamiento. Por ello, si leemos la nueva Ortografía de la lengua española, hallamos que, en la actualidad, solo deben hispanizarse los siguientes antropónimos: 1. El nombre que adopta un papa para su pontificado, aunque no su nombre seglar: Juan XXIII (sin embargo, nos encontramos con que al papa actual lo llamamos Benedicto y no Benito, como correspondería). 2. Los nombres de los miembros de las casas reales: Gustavo de Suecia (pese a que es común decir Harald de Noruega) 3. Los nombres de santos, personajes bíblicos y personajes históricos célebres: san Juan Bautista, Nicolás Copérnico. 4. Los nombres de indios norteamericanos: Toro Sentado, Caballo Loco. 5. Los nombres propios motivados, como apodos o apelativos y sobrenombres de personajes históricos: Iván el Terrible, Catalina la Grande.
    ¿Y qué pasa con los topónimos, es decir, los nombres de lugar? En principio diríamos que el comportamiento ha sido idéntico. En España siempre se dijo Mastrique para lo que hoy no aparece sino como Maastricht, como se dijo Maguncia en lugar de Mainz o Trebisonda, o Trapisonda, en lugar de Trabzon. O aun hoy decimos Bombay y no Mumbaí, o Costa de Marfil en lugar de Côte d’Ivoire. Incluso hay casos sangrantes. En la actual edición de la Liga de Campeones, ha entrado un equipo checo que la prensa menciona como Viktoria de Plzen. ¿Es que quienes esto escriben no saben que esa ciudad ha sido siempre conocida en nuestro país como Pilsen, famoso centro cervecero que incluso ha dado su nombre a un determinado proceso de elaboración de tal bebida?
    Pero, y ahí parece que es es donde Zalabardo quiere pillarme o, al menos, ponerme en trance de que me pille el toro, ¿qué pasa con los nombres españoles procedentes de una lengua vernácula? Si decimos Londres y no London, ¿por qué habremos de decir Lleida en lugar de Lérida o Gasteiz en lugar de Vitoria? Ya sé que aquí juega tanto, o más por desgracia, la política como la lengua. Por eso, y porque quiero ser claro en esta cuestión, opto por leerle el párrafo que a tal dilema dedica la Ortografía (pág. 642): … en España, muchos topónimos de las zonas bilingües cuentan con dos formas, una perteneciente a la lengua española y otra perteneciente a la lengua autonómica cooficial. Lo natural es que los hablantes seleccionen una u otra en función de la lengua en la que estén elaborando el discurso. En consecuencia, los hispanohablantes pueden emplear, siempre que exista, la forma española de estos nombres geográficos, y transferir aquellos topónimos que posean una expresión única, catalana, gallega o vasca.
    ¿Cómo hay que interpretar eso? Para mí, le digo a Zalabardo, la cuestión es muy fácil: si, como afirma el texto académico, elaboramos un discurso en castellano, habremos de decir, sin ninguna clase de prejuicio ni complejo, Gerona, Lérida, Tarrasa, Orense, Vitoria o Fuenterrabía (en lugar de Girona, Lleida, Terrassa, Ourense, Gasteiz u Hondarribia) porque son las formas tradicionales en nuestra lengua, mientras que, en cualquier caso, utilizaremos las formas Puigcerdà o Basauri, que son las únicas utilizadas desde siempre.
    Lo anterior es, le digo a Zalabardo, la norma. Pero, como estoy harto de repetir, el uso va a su aire y, como se dice de los del Señor, sus caminos son inescrutables.

lunes, septiembre 19, 2011

                                                                                             Artificio de Juanelo

PALABRAS COMODÍN

    En un tiempo en que parece valorarse más que otra cosa la polivalencia (que algunos, erróneamente, llamarán versatilidad), deberíamos reconocer que tal polivalencia no se aviene demasiado con el lenguaje. Discutíamos hace unos días Zalabardo y yo acerca de si la pobreza léxica es algo de nuestros días o viene arrastrando desde tiempo atrás. La verdad es que, aunque nuestros criterios diferían alguna vez, en el fondo estábamos bastante de acuerdo. En un momento de la charla salió a relucir la expresión palabras comodín y él me preguntó qué quería indicar con ella. Y como yo suelo guardar muchos textos que pueden interesarme en algún momento, rebusqué entre mis recortes y saqué uno que le di a leer.
    Era un fragmento de una carta al director que enviaba a un periódico el excanciller mexicano y profesor de la Universidades de Nueva York y de la Autónoma Nacional de México Jorge Castañeda en donde podía leerse: Jamás le pedí dinero, ni me lo dio; jamás le pedí favores, ni me los hizo; jamás le pedí servicios o negocios, ni me los brindó. No hay duda de que la oración está construida con un absoluto cuidado del estilo. Se construye una correlación pedir-dar en la frase; pero así como en el primer elemento se repite siempre pedir, lo que aporta fuerza, en el segundo se ha escogido cada vez un verbo diferente, lo que aporta calidad, aparte de ser más apropiado: el dinero se da, pero el favor se hace o se concede, así como los servicios se brindan o se ofrecen.
    Si hubiésemos optado por valernos cada vez el verbo dar, no solo estaríamos escribiendo una frase estilísticamente defectuosa sino que estaríamos utilizando una palabra comodín, que es aquella que, de tanto emplearla en lugar de otras más precisas, acaba por vaciarse de significado.
    Y trato de ponerle un ejemplo tan fácil como el siguiente: si a un grupo de personas solicitamos que nos aclare qué es un berbiquí, un bisturí, un microscopio o la maquinaria que ideó Juanelo para subir las aguas del Tajo hasta la ciudad, observaremos que un elevado número de ellas contestará que cada palabra designa ‘algo o una cosa que sirve para…’. De esta manera, tenemos que algo y cosa se han convertido en palabras comodín, ya que cosa, por coger uno de los términos, tiene un significado excesivamente genérico y no define con precisión ninguno de los objetos que solicitamos.
    ¿Y es incorrecto emplear palabras comodín?, me ataja Zalabardo. Ni mucho menos, aunque sí debemos afirmar que se trata de un vicio y de que es síntoma de pobreza léxica y de estilo poco elegante; vicio, por otra parte, muy extendido en nuestros días.
    La pobreza léxica debe ser combatida y desterrada y nadie debería alcanzar los niveles universitarios en sus estudios adoleciendo de ella. Sin embargo, la realidad es que cada vez resulta más acentuada esta carencia de un léxico suficiente, no ya en universitarios, sino en profesionales de toda clase. Quiero recordar que hace años, aún ejercía yo mi función de profesor, era costumbre plantear a los alumnos que terminaban ya sus estudios medios y aspiraban a ser universitarios ejercicios de léxico como el que comento. Se les pedía que emparejasen las palabras utilizadas más arriba, por seguir con el mismo ejemplo, con estas otras: aparato, artificio, herramienta e instrumento. Con ello se les hacía pensar y tener en cuenta que no siempre los aparentes sinónimos son del todo equivalentes. Ignoro si se siguen practicando ejercicios de esta naturaleza.
    Y es que la maquinaria que inventó Juanelo es un artificio porque (cojo todas las definiciones del Diccionario de María Moliner) es ‘un dispositivo o procedimiento ingenioso o hábil para conseguir cierto efecto’; el berbiquí es una herramienta porque es ‘un objeto, generalmente de hierro, que sirve para realizar un trabajo manual’; el bisturí es un instrumento porque es ‘un objeto simple o formado por varias piezas, que se utiliza con las manos para ejecutar trabajos más delicados que los que se ejecutan con los útiles llamados herramientas’ y, por fin, el microscopio es un aparato porque es ‘un utensilio, de menor tamaño que los llamados máquinas, formado por diversas piezas ajustadas unas con otras, con o sin mecanismo’.
    El campo de las palabras comodín es muy vasto, le aclaro a Zalabardo, y se nos muestra cada vez que repetimos verbos excesivamente polisémicos (haber, hacer, tener, ser…) o sustantivos del tipo cosa, cuestión, tema y semejantes.
    La pobreza léxica se corrige, le digo, leyendo y, por supuesto, manejando los diferentes diccionarios de que podemos valernos. También hay otros libros que nos ayudan en la tarea. Uno de ellos es el Manual de español correcto de Leonardo Gómez Torrego. En el volumen segundo, en el capítulo sobre cuestiones de estilo, hallamos algunas páginas con consejos útiles. En ellas podemos ver ejemplos como los que siguen: que mejor que hacer una película es rodarla, que las preguntas se formulan mejor que se hacen, que si bien se puede hacer un daño, es más propio decir que se inflige, o que las faltas se cometen y las estatuas se esculpen en lugar de que hacerse. O que en lugar de decir tener un cargo o tener una actividad queda mejor decir que el cargo se desempeña y la actividad  se desarrolla. O que quien tiene una enfermedad la padece. Y así, quedaría mejor decir que una firma se estampa en lugar de se pone, igual que es mejor decir que corren rumores en lugar de hay rumores. Y, de esta misma forma, cuando asociamos decir a secreto, verdad, juicio, ideas, etc., queda mejor afirmar que los secretos se revelan, las verdades se manifiestan, en los juicios se declara o las ideas se exponen.
    Podría seguir dando ejemplos, pero Zalabardo dice que ya ha entendido bien qué sea una palabra comodín y que si bien lo poco se agradece, lo mucho empacha. Y como entiendo su indirecta, opto por callar, que en boca cerrada no entran moscas.

lunes, septiembre 12, 2011




BOCA A BOCA

    El verano, lo vemos por las temperaturas que padecemos, no ha concluido aún, pero me dice Zalabardo que ya está bien de descanso y que va siendo hora de que esta Agenda retome su ritmo habitual. Iniciamos por tanto, pues ya os he dicho que mis biorritmos funcionan así, el nuevo curso.
    Y puestos a ello, aprovecho que Zalabardo me planteaba hace unos días el hecho de que los hablantes abandonen unos giros o palabras y los sustituyan por otros que, a lo que parece, son menos correctos que los sustituidos sin que nadie haga nada. ¿No es posible —me decía—que la Academia, o quien sea, actúe de oficio y ponga las cosas en su sitio, restituyendo el giro repudiado por el uso? Zalabardo, que por lo común tiene las ideas muy claras, se hace en ocasiones un lío con cuestiones del lenguaje y me exige respuestas y soluciones que, a decir verdad, yo no soy capaz de ofrecerle. Al menos, tan meridianamente como él pretende.
    Trato de explicarle, recurriendo a la frase atribuida al torero Rafael Guerra, Guerrita, que lo que no pué sé no pué sé, y además es imposible. O sea, que el uso de la lengua es como un torrente impetuoso que baja por la ladera del monte y nadie puede alterar su curso por mucho que lo pretenda. ¿Y qué pasa, entonces? Cuando el uso impone una palabra o giro que consideramos “incorrecto” o “inadecuado” en lugar de otros que serían los “correctos”, pueden suceder dos cosas: que el nuevo uso fracase y las aguas vuelvan, solas, a su cauce; o que triunfe y, entonces, el agua abra otro ramal que baje paralelo al primitivo o, incluso, triunfe sobre él; si es así, no nos quede otra cosa que hacer sino aceptar los hechos.
    Procuro aclarárselo con un ejemplo que me parece adecuado: si nos preguntaran, diríamos que “siempre” (y fijaos que entrecomillo el siempre como hice antes con correcto e incorrecto) se ha dicho que divulgar algo de manera oral es una transmisión boca a boca. Sin embargo, nos encontramos con que hoy se está haciendo usual decir boca a oreja. ¿Qué es lo correcto?, se preguntarán muchos. Estuve tentado de preguntárselo a Zalabardo, pero no lo quise poner en el compromiso. Ante la duda, decido investigar un poco. Y lo que encuentro es lo que sigue:
    María Moliner recoge en su diccionario boca a boca con dos valores: ‘forma de respiración artificial’ y ‘transmisión oral de una información’. Manuel Seco, por su parte, la recoge igualmente con esos dos mismos sentidos. ¿Y el DRAE? Pues el DRAE, sencillamante, no la recoge; o, por mejor decir, la recoge con solo el primero de los dos significados aludidos, ‘dicho de la respiración artificial’. ¿Por qué? Pienso yo que, imagino, por la simple razón de que lo que el diccionario académico recoge para la segunda opción es otra expresión, de boca en boca, ‘dicho de propagarse una noticia, un rumor, una alabanza, etc., de unas personas a otras’, giro que Seco no recoge, pero sí Moliner, que aclara que se utiliza con andar, correr, pasar, transmitirse, etc. ¿Son dos expresiones diferentes y, por alguna razón, la primera se ha apropiado del significado de la segunda? ¿Es, por tanto, anterior de boca en boca y posterior boca a boca? No lo sé, ni creo que haga falta saberlo para lo que aquí interesa. Pero debo decir que me viene a la cabeza un fandango de El Cabrero que dice así: No critiques a mi copla / y apréndela tú también. / Que corra de boca en boca / pa que el pueblo sepa bien /quien lo engaña y quien lo explota. Y es preciso decir que, por lo común, el habla popular es más remisa a introducir cambios y, por ello, más respetuosa con los modos tradicionales y primitivos.
    ¿Y qué pasa con boca a oreja? No estoy seguro de lo que digo, pero creo haber leído en algún lugar que es un giro del catalán, que dispone de una forma bocaorella para expresar lo mismo. Estaríamos, pues, en el terreno de los préstamos y ya sabemos que este es un campo muy extenso sobre el que se podrían decir muchas cosas. Se suele decir, y yo lo he dicho varias veces en esta Agenda (le aclaro a Zalabardo), que nunca un préstamo debiera prevalecer si viene a sustituir a una forma clara de la que ya se dispone y se hace uso. Pero esa es la teoría y otra cosa diferente es el comportamiento lingüístico de los hablantes. Ya se sabe, eso del torrente que decía al principio.
    Zalabardo, que es tozudo, insiste: ¿pero qué es lo que debemos decir? Yo, que me veo precisado a tomar partido, le respondo que, por lo que a mí respecta, seguiré utilizando, indistintamente, de boca en boca, que quizá sea el giro primitivo, y boca a boca, pues los dos me parecen más naturales y espontáneos, mientras que boca a oreja me resulta más artificioso y producto de una moda pasajera (que, no obstante, podría triunfar).
    Ah, y respecto a lo que Zalabardo me dice de que nadie hace nada, debo decirle que eso no es verdad. Que la Academia (rae.es) procura llamar la atención sobre los usos inadecuados, al igual que la Fundación de español urgente (fundéu.es). Y, en caso de dudas, siempre nos podemos dirigir a cualquiera de las dos instituciones, que nos responderán con prontitud.

domingo, septiembre 04, 2011


EL CAMINO DE SANTIAGO. HISTORIAS Y ESTAMPAS DEL CAMINO. Y 4

    La Compostela. La Compostela es el certificado o diploma que acredita que se ha hecho el Camino, al menos en sus últimos 100 kilómetros. Es algo así, supongo, como la medalla que recibe el corredor que llega primero a la meta. Solo que en este caso todos los caminantes somos ganadores. El Camino no es una competición en la que debas derrotar a otros; si acaso, es un reto contra uno mismo. En Labacolla, a diez kilómetros del final, entramos en un restaurante llamado San Paio para resguardarnos de la lluvia y para tomar fuerzas con que afrontar el último tramo. Allí fue otro peregrino, ya avezado en cuestiones del Camino, quien nos dio el consejo: “Cuando lleguéis a Santiago, no vayáis de inmediato por la Compostela. Las colas son interminables. Esperad a mañana, a primera hora, cuando abran la Oficina del Peregrino”. Seguimos su consejo y hay que decir que nos fue bien, ya que a esas horas tan tempranas apenas si había nadie, pues los peregrinos van llegando de media mañana en adelante.
    Para hacerse acreedor de la Compostela hay que rellenar un cuestionario: nombre, edad, lugar de procedencia, lugar donde se ha iniciado la ruta, razón por la que se ha hecho el Camino y cosas así. Ahora se hace por escrito, en una hoja que te ponen por delante. Pero hubo un tiempo en que el cuestionario era oral. Yo siempre recuerdo la anécdota de un pariente, poco acostumbrado a caminar, que, cuando llegó a recoger su certificado y le preguntaron: “¿Por qué ha hecho usted el Camino, por piedad, por turismo…?”, respondió muy serio: “Yo, por gilipollas, porque si llego a saber lo que cansa esto me hubiese quedado en mi casa”.

    La Taberna do Bispo. Durante el Camino, la verdad es que no va uno con mucho pensamiento de meterse en experiencias gastronómicas y se come más pensando en reponer fuerzas que en otra cosa. Al menos es lo que nos ha ocurrido a nosotros. Eso no quiere decir que se tenga que dejar pasar alguna que otra oportunidad. Como la de seguir el consejo que nos dio Javier López sobre la necesidad de comer el pulpo que preparan en Casa Ezequiel, de Melide. Para mi gusto, debo decirlo, un poquitín pasado de pique.
    Pero, ya en Santiago, la cosa era diferente. La rúa do Franco es una pura sucesión de pulperías, marisquerías, restaurantes típicos, restaurantes modernos, confiterías y locales de todo tipo. En el tiempo que estuvimos en la ciudad, probamos cuanto pudimos. Aunque parezca exigente, lo cierto es que tampoco fue para tirar cohetes. Aunque un local sí nos convenció: La Taberna do Bispo. Especializado en tapas y raciones, hay que llegar más bien temprano porque siempre está a reventar. Sirven la cerveza en un grado justo de frescor, me acordé de José Francisco, y un ribeiro más que pasable. Además, poseen una carta amplia y, no obstante, sumamente variada. Todo de calidad y a precios muy razonables. José Manuel Mesa, que tiene bastante de sibarita, creo que no saldría disgustado de allí, aunque vaya usted a saber.

    A Cidade da Cultura. Santiago no es solamente el Camino y un casco histórico perfectamente conservado. Cada vez que he ido, aparte de por los alrededores de la Praza do Obradoiro, me ha gustado pasear por el bello Parque de la Alameda, por la Praza de Mazarelos y la de la Universidad, ver a las vendedoras que ofrecen sus productos en el exterior del mercado de la rúa das Ameas…
    Pero Santiago quiere abrirse también al siglo XXI y esta vez iba con ganas de conocer algo que solo había podido contemplar en documentales de televisión: A Cidade da Cultura. Se levanta en la cima del monte Galás, dominando el resto de la ciudad, y su proyecto está firmado por el arquitecto Peter Eisenman. Es un conjunto en cuyo exterior se conjugan perfectamente piedra y cristal y que pretende convertirse en un polo cultural que, según la campaña institucional, acogerá servicios y actividades destinados a la preservación del patrimonio y la memoria, así como el estudio, investigación y experimentación en los ámbitos de las letras, el pensamiento, la música, el teatro, la danza, el cine, las artes visuales, la creación audiovisual y la comunicación.
    Cuando se contempla por fuera, cuesta imaginar qué hallará uno en el interior. Por fuera, la fortaleza y firmeza de la piedra se combina con la suavidad de sus líneas, que semejan fundirse con el monte sobre el que se apoya. En el interior, un estallido de luz sorprende por todas partes, iluminando el blanco de los muros y pilares. Hasta ahora, solo se han terminado el edificio del Archivo de Galicia y el de la Biblioteca. Y no se puede negar que son bellos por dentro y por fuera. En el primero pudimos visitar una interesante exposición de máquinas de escribir de todas las épocas. Pero el segundo, aparte de una muy extensa muestra de obras de Camilo José Cela en todos los idiomas imaginables, parece recoger unos fondos, por lo que puede apreciarse, que no van muy allá. Pese a lo acogedor de las mesas y ámbitos de lectura en que el local se distribuye.
    De todas formas, tal vez esta Cidade da Cultura sea uno más de esos proyectos faraónicos que en nuestro país se llevan a cabo sin tener muy clara la cuestión de qué se hará con ellos una vez estén concluidos. Desde luego, no parece que se avenga muy bien con esta época de crisis que estamos padeciendo.
    Y se acabó el viaje. Espero que Zalabardo se dé por satisfecho con esta serie de estampas que le he proporcionado.