domingo, septiembre 04, 2011


EL CAMINO DE SANTIAGO. HISTORIAS Y ESTAMPAS DEL CAMINO. Y 4

    La Compostela. La Compostela es el certificado o diploma que acredita que se ha hecho el Camino, al menos en sus últimos 100 kilómetros. Es algo así, supongo, como la medalla que recibe el corredor que llega primero a la meta. Solo que en este caso todos los caminantes somos ganadores. El Camino no es una competición en la que debas derrotar a otros; si acaso, es un reto contra uno mismo. En Labacolla, a diez kilómetros del final, entramos en un restaurante llamado San Paio para resguardarnos de la lluvia y para tomar fuerzas con que afrontar el último tramo. Allí fue otro peregrino, ya avezado en cuestiones del Camino, quien nos dio el consejo: “Cuando lleguéis a Santiago, no vayáis de inmediato por la Compostela. Las colas son interminables. Esperad a mañana, a primera hora, cuando abran la Oficina del Peregrino”. Seguimos su consejo y hay que decir que nos fue bien, ya que a esas horas tan tempranas apenas si había nadie, pues los peregrinos van llegando de media mañana en adelante.
    Para hacerse acreedor de la Compostela hay que rellenar un cuestionario: nombre, edad, lugar de procedencia, lugar donde se ha iniciado la ruta, razón por la que se ha hecho el Camino y cosas así. Ahora se hace por escrito, en una hoja que te ponen por delante. Pero hubo un tiempo en que el cuestionario era oral. Yo siempre recuerdo la anécdota de un pariente, poco acostumbrado a caminar, que, cuando llegó a recoger su certificado y le preguntaron: “¿Por qué ha hecho usted el Camino, por piedad, por turismo…?”, respondió muy serio: “Yo, por gilipollas, porque si llego a saber lo que cansa esto me hubiese quedado en mi casa”.

    La Taberna do Bispo. Durante el Camino, la verdad es que no va uno con mucho pensamiento de meterse en experiencias gastronómicas y se come más pensando en reponer fuerzas que en otra cosa. Al menos es lo que nos ha ocurrido a nosotros. Eso no quiere decir que se tenga que dejar pasar alguna que otra oportunidad. Como la de seguir el consejo que nos dio Javier López sobre la necesidad de comer el pulpo que preparan en Casa Ezequiel, de Melide. Para mi gusto, debo decirlo, un poquitín pasado de pique.
    Pero, ya en Santiago, la cosa era diferente. La rúa do Franco es una pura sucesión de pulperías, marisquerías, restaurantes típicos, restaurantes modernos, confiterías y locales de todo tipo. En el tiempo que estuvimos en la ciudad, probamos cuanto pudimos. Aunque parezca exigente, lo cierto es que tampoco fue para tirar cohetes. Aunque un local sí nos convenció: La Taberna do Bispo. Especializado en tapas y raciones, hay que llegar más bien temprano porque siempre está a reventar. Sirven la cerveza en un grado justo de frescor, me acordé de José Francisco, y un ribeiro más que pasable. Además, poseen una carta amplia y, no obstante, sumamente variada. Todo de calidad y a precios muy razonables. José Manuel Mesa, que tiene bastante de sibarita, creo que no saldría disgustado de allí, aunque vaya usted a saber.

    A Cidade da Cultura. Santiago no es solamente el Camino y un casco histórico perfectamente conservado. Cada vez que he ido, aparte de por los alrededores de la Praza do Obradoiro, me ha gustado pasear por el bello Parque de la Alameda, por la Praza de Mazarelos y la de la Universidad, ver a las vendedoras que ofrecen sus productos en el exterior del mercado de la rúa das Ameas…
    Pero Santiago quiere abrirse también al siglo XXI y esta vez iba con ganas de conocer algo que solo había podido contemplar en documentales de televisión: A Cidade da Cultura. Se levanta en la cima del monte Galás, dominando el resto de la ciudad, y su proyecto está firmado por el arquitecto Peter Eisenman. Es un conjunto en cuyo exterior se conjugan perfectamente piedra y cristal y que pretende convertirse en un polo cultural que, según la campaña institucional, acogerá servicios y actividades destinados a la preservación del patrimonio y la memoria, así como el estudio, investigación y experimentación en los ámbitos de las letras, el pensamiento, la música, el teatro, la danza, el cine, las artes visuales, la creación audiovisual y la comunicación.
    Cuando se contempla por fuera, cuesta imaginar qué hallará uno en el interior. Por fuera, la fortaleza y firmeza de la piedra se combina con la suavidad de sus líneas, que semejan fundirse con el monte sobre el que se apoya. En el interior, un estallido de luz sorprende por todas partes, iluminando el blanco de los muros y pilares. Hasta ahora, solo se han terminado el edificio del Archivo de Galicia y el de la Biblioteca. Y no se puede negar que son bellos por dentro y por fuera. En el primero pudimos visitar una interesante exposición de máquinas de escribir de todas las épocas. Pero el segundo, aparte de una muy extensa muestra de obras de Camilo José Cela en todos los idiomas imaginables, parece recoger unos fondos, por lo que puede apreciarse, que no van muy allá. Pese a lo acogedor de las mesas y ámbitos de lectura en que el local se distribuye.
    De todas formas, tal vez esta Cidade da Cultura sea uno más de esos proyectos faraónicos que en nuestro país se llevan a cabo sin tener muy clara la cuestión de qué se hará con ellos una vez estén concluidos. Desde luego, no parece que se avenga muy bien con esta época de crisis que estamos padeciendo.
    Y se acabó el viaje. Espero que Zalabardo se dé por satisfecho con esta serie de estampas que le he proporcionado.

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