PALABRAS COMODÍN
En un tiempo en que parece valorarse más que otra cosa la polivalencia (que algunos, erróneamente, llamarán versatilidad), deberíamos reconocer que tal polivalencia no se aviene demasiado con el lenguaje. Discutíamos hace unos días Zalabardo y yo acerca de si la pobreza léxica es algo de nuestros días o viene arrastrando desde tiempo atrás. La verdad es que, aunque nuestros criterios diferían alguna vez, en el fondo estábamos bastante de acuerdo. En un momento de la charla salió a relucir la expresión palabras comodín y él me preguntó qué quería indicar con ella. Y como yo suelo guardar muchos textos que pueden interesarme en algún momento, rebusqué entre mis recortes y saqué uno que le di a leer.
Era un fragmento de una carta al director que enviaba a un periódico el excanciller mexicano y profesor de la Universidades de Nueva York y de la Autónoma Nacional de México Jorge Castañeda en donde podía leerse: Jamás le pedí dinero, ni me lo dio; jamás le pedí favores, ni me los hizo; jamás le pedí servicios o negocios, ni me los brindó. No hay duda de que la oración está construida con un absoluto cuidado del estilo. Se construye una correlación pedir-dar en la frase; pero así como en el primer elemento se repite siempre pedir, lo que aporta fuerza, en el segundo se ha escogido cada vez un verbo diferente, lo que aporta calidad, aparte de ser más apropiado: el dinero se da, pero el favor se hace o se concede, así como los servicios se brindan o se ofrecen.
Si hubiésemos optado por valernos cada vez el verbo dar, no solo estaríamos escribiendo una frase estilísticamente defectuosa sino que estaríamos utilizando una palabra comodín, que es aquella que, de tanto emplearla en lugar de otras más precisas, acaba por vaciarse de significado.
Y trato de ponerle un ejemplo tan fácil como el siguiente: si a un grupo de personas solicitamos que nos aclare qué es un berbiquí, un bisturí, un microscopio o la maquinaria que ideó Juanelo para subir las aguas del Tajo hasta la ciudad, observaremos que un elevado número de ellas contestará que cada palabra designa ‘algo o una cosa que sirve para…’. De esta manera, tenemos que algo y cosa se han convertido en palabras comodín, ya que cosa, por coger uno de los términos, tiene un significado excesivamente genérico y no define con precisión ninguno de los objetos que solicitamos.
¿Y es incorrecto emplear palabras comodín?, me ataja Zalabardo. Ni mucho menos, aunque sí debemos afirmar que se trata de un vicio y de que es síntoma de pobreza léxica y de estilo poco elegante; vicio, por otra parte, muy extendido en nuestros días.
La pobreza léxica debe ser combatida y desterrada y nadie debería alcanzar los niveles universitarios en sus estudios adoleciendo de ella. Sin embargo, la realidad es que cada vez resulta más acentuada esta carencia de un léxico suficiente, no ya en universitarios, sino en profesionales de toda clase. Quiero recordar que hace años, aún ejercía yo mi función de profesor, era costumbre plantear a los alumnos que terminaban ya sus estudios medios y aspiraban a ser universitarios ejercicios de léxico como el que comento. Se les pedía que emparejasen las palabras utilizadas más arriba, por seguir con el mismo ejemplo, con estas otras: aparato, artificio, herramienta e instrumento. Con ello se les hacía pensar y tener en cuenta que no siempre los aparentes sinónimos son del todo equivalentes. Ignoro si se siguen practicando ejercicios de esta naturaleza.
Y es que la maquinaria que inventó Juanelo es un artificio porque (cojo todas las definiciones del Diccionario de María Moliner) es ‘un dispositivo o procedimiento ingenioso o hábil para conseguir cierto efecto’; el berbiquí es una herramienta porque es ‘un objeto, generalmente de hierro, que sirve para realizar un trabajo manual’; el bisturí es un instrumento porque es ‘un objeto simple o formado por varias piezas, que se utiliza con las manos para ejecutar trabajos más delicados que los que se ejecutan con los útiles llamados herramientas’ y, por fin, el microscopio es un aparato porque es ‘un utensilio, de menor tamaño que los llamados máquinas, formado por diversas piezas ajustadas unas con otras, con o sin mecanismo’.
El campo de las palabras comodín es muy vasto, le aclaro a Zalabardo, y se nos muestra cada vez que repetimos verbos excesivamente polisémicos (haber, hacer, tener, ser…) o sustantivos del tipo cosa, cuestión, tema y semejantes.
La pobreza léxica se corrige, le digo, leyendo y, por supuesto, manejando los diferentes diccionarios de que podemos valernos. También hay otros libros que nos ayudan en la tarea. Uno de ellos es el Manual de español correcto de Leonardo Gómez Torrego. En el volumen segundo, en el capítulo sobre cuestiones de estilo, hallamos algunas páginas con consejos útiles. En ellas podemos ver ejemplos como los que siguen: que mejor que hacer una película es rodarla, que las preguntas se formulan mejor que se hacen, que si bien se puede hacer un daño, es más propio decir que se inflige, o que las faltas se cometen y las estatuas se esculpen en lugar de que hacerse. O que en lugar de decir tener un cargo o tener una actividad queda mejor decir que el cargo se desempeña y la actividad se desarrolla. O que quien tiene una enfermedad la padece. Y así, quedaría mejor decir que una firma se estampa en lugar de se pone, igual que es mejor decir que corren rumores en lugar de hay rumores. Y, de esta misma forma, cuando asociamos decir a secreto, verdad, juicio, ideas, etc., queda mejor afirmar que los secretos se revelan, las verdades se manifiestan, en los juicios se declara o las ideas se exponen.
Podría seguir dando ejemplos, pero Zalabardo dice que ya ha entendido bien qué sea una palabra comodín y que si bien lo poco se agradece, lo mucho empacha. Y como entiendo su indirecta, opto por callar, que en boca cerrada no entran moscas.
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