domingo, febrero 24, 2019

¿SON COMPATIBLES LA HISTORIA Y SU MEMORIA?

Poema y dibujo de Rafael Alberti

            Javier Marías o Imre Kertész, no recuerdo ahora quién, aunque me inclino por el primero, escribió: Las palabras pierden su sustancia; solo los hechos presentan solidez. Quiero entender en esta frase que los acontecimientos son los que son y siempre estarán ahí; en cambio, las palabras con que los contamos pueden no ser tan precisas, hasta el punto de que, con ellas, demos una visión poco nítida de esos hechos. Así la interpreto en un capítulo de mi última novela, La noche a la ventana, en la que vuelvo a insistir en el valor del recuerdo y la memoria. El protagonista, ante la imposibilidad de contar un acontecimiento pasado del que solo posee algunos datos difusos, dice: No es que no quiera contártelo, sino que no puedo, porque no sabría cómo hacerlo. Aunque los hechos mantengan su robustez y cohesión, las palabras solas, van perdiendo su consistencia […] Cómo pudo afectarme aquello, la ignorancia de la solidez del hecho que vacía de sustancia las palabras que use. Eso es lo que me no me deja olvidar. Porque ahí está el peligro, no tanto en olvidar, sino en no recordar rectamente porque nos quedemos más con las palabras que con su referente.
            Le digo a Zalabardo que tanto la cita como el episodio de mi novela remiten a una cuestión que me parece de suma importancia: la historia, para un observador neutral, muestra hechos constatables, objetivos y sujetos a un continuo análisis y revisión; la memoria, en cambio, trabaja sobre la interpretación subjetiva, por lo común selectiva, de unos hechos del pasado que pudieron no ser tal como los recordamos, o que no todos recordamos de la misma manera, aunque no acusemos a nadie de falsearlos de modo intencionado.

Viñeta de El Roto
            Estoy pensando, le aclaro a mi amigo, en la tan traída y llevada Memoria Histórica. No porque me oponga al contenido de la Ley que se ampara bajo tal denominación y que, en mi opinión, es necesaria. Pero no me gusta su nombre; ese sintagma, memoria histórica, me parece inadecuado. No creo que casen bien ese nombre, memoria, con ese adjetivo, histórica, matrimonio que ha dado origen a bastantes desencuentros.
            El adjetivo, sabido es, expresa una cualidad del nombre. Puede ser especificativo (restrictivo lo llama la NGLE) si delimita o concreta esa cualidad, como en lámpara portátil, y explicativo o epíteto (no restrictivo según la NGLE) si solo destaca una cualidad inherente, como en duras rocas. Wolfgang Kayser, además, diferenciaba tres tipos: caracterizadores, mesa redonda; afectivos, pobre muchacho; y fórmulas, ancho mar.  Confieso que en memoria histórica no sabría señalar su función. Siglos antes, Voltaire actuaba de adivino y afirmó: El nombre y el adjetivo son enemigos mortales. Y la tendencia a abusar de ellos en algún momento hizo decir a alguien que la inflación del adjetivo ha reducido su potencia. Por eso no es de extrañar que en su poema Arte poética, Vicente Huidobro escribiera:
Inventa mundos y cuida tu palabra.
El adjetivo, cuando no da vida, mata.
            Pero vamos a lo de memoria histórica, que es el asunto que nos ocupa hoy. Ya digo que no me gusta ese nombre que, queramos o no, afecta de alguna manera a su contenido e intención, según vemos si consultamos a algunos analistas. Memoria histórica es un concepto relativamente reciente que incluye matices ideológicos e historiográficos no siempre equiparables. Creo que uno de los primeros en utilizarlo fue el francés Pierre Nora, y, en los comienzos, se confundía o identificaba con memoria colectiva o con memoria social. Desde el inicio de su empleo ya surgieron discrepancias en su interpretación, porque hablar de memoria histórica implicaba la conjunción de hechos y procesos históricos con relatos alternativos, productos de la memoria, cuyo resultado podía llegar a convertirse en “verdad oficial”, “verdad políticamente correcta” o “pensamiento único”, cosa no siempre deseable.

¿Y si la mejor memoria histórica fuese la desmemoria?, de Faro
            Y por aquí comenzaron las críticas. Tony Judt, historiador británico, dice que historia y memoria son conceptos tan diferentes que confundirlos en uno (unirlos supone tener que tomar partido por uno de los dos) comporta un grave peligro. La historia, señala, es un registro de hechos que se reescribe y reevalúa de manera continua a partir de nuevas o viejas evidencias que van saliendo a la luz. La memoria, en cambio, se asocia a un propósito público, más emotivo que intelectual, y se aviene más a museos, parques temáticos o programas televisión; se nutre de manifestaciones parciales, insuficientes y selectivas. Stanley Paine, conocedor de nuestra historia, dice que la memoria histórica ni es memoria ni es historia, sino un conjunto de versiones interesadas que, incluso, pudieran convertirse en mitos o leyendas. Porque la memoria es siempre individual, no histórica ni colectiva, en tanto que la historia no se puede basarse en memorias individuales, sino en la investigación intelectual de datos empíricos.
            Si acudimos a estudiosos de nuestro país, Paloma Aguilar comienza señalando que el concepto de memoria histórica atañe al recuerdo de un acontecimiento cuya relevancia excede la que pueda tener para un individuo particular; y matiza que, cuando en España se utiliza la expresión, se liga siempre a la Guerra Civil y al franquismo, con claros tintes reivindicativos. Y enfatiza en el hecho de que, aunque sectores de la izquierda pongan el acento en la necesidad de reconocimiento del padecimiento de una parte de las víctimas, el aprendizaje más ampliamente compartido por la sociedad española sobre el pasado a lo largo del proceso de cambio político se resume en que todos, de alguna manera, cometieron barbaridades durante la guerra y nunca más debería repetirse tragedia semejante.

 
Viñeta de Forges
           Vemos, pues, trato de resumirle a Zalabardo, que el concepto memoria histórica pudiera encerrar una trampa si lo enfocamos mal: conducirnos más hacia el debate sobre la idoneidad del sintagma, a la discusión de si es válido unir el nombre memoria con el adjetivo histórica, que hacia el verdadero objetivo de la ley: lograr una auténtica reconciliación nacional sin hacer distinción entre las víctimas, aunque, eso es de justicia, reconociendo que una gran parte de estas han padecido un mayor olvido y están necesitadas de una más rápida y plena reivindicación de sus derechos. La trampa, repito, estaría en que no haya debate sobre la inalterable sustancia de los hechos, sino sobre las palabras que empleamos, una lucha entre un nombre y un adjetivo. Por eso pienso que sería interesante conocer bien la historia, toda la historia, para que no nos veamos abocados, como señala la sentencia, a repetirla; tal conocimiento posibilitaría que las memorias individuales y colectivas, fluyesen por sus cauces pertinentes, con el respeto de todos.


sábado, febrero 16, 2019

¿USTED SABE CON QUIÉN ESTÁ HABLANDO?


            Zalabardo, nunca con mala intención, me plantea de vez en cuando celadas lingüísticas y hoy me pregunta si me parece correcta la generalización del tuteo o creo que es una pérdida de los buenos modales. No creo que sea Zalabardo la única persona que se hace la misma reflexión. Tal vez piense en aquellos tiempos de nuestra infancia en que era frecuente en muchas familias que los hijos tratasen de usted a sus padres. Más tarde, ya en la Universidad, recuerdo que ese trato respetuoso era recíproco entre profesores y alumnos; en cambio, cuando accedí a mi función de profesor, allá por 1970, el tuteo empezaba a extenderse entre profesores y alumnos, aunque de modo restringido. Por mi parte, jamás me opuse, siempre que en nuestra relación no se olvidara cuál era mi papel y cuál el de ellos. Confianza y respeto, es mi opinión, no tienen por qué confundirse.
            La pregunta de Zalabardo me exige necesariamente analizar la evolución de los pronombres como formas de tratamiento, análisis que ayudará a comprender cómo la lengua evoluciona con el paso de los siglos y cómo, si dicha evolución se produce de manera natural, no tiene por qué afectar a su más genuina función: la de facilitar el entendimiento entre los individuos que la hablan.
            Juan Alcina y José Manuel Blecua, en su Gramática española, que tiene ya casi cincuenta años de vida, hacen una exposición muy clara de la evolución histórica de dichas formas de tratamiento. Intentaré resumirla. En latín, tu, segunda persona del singular, señalaba a un individuo, y vos, segunda del plural, señalaba a varios. Es decir, no existía nada parecido a nuestro usted. No obstante, en los años del Imperio se documentan casos de vos para una sola persona como signo de respeto. Este uso fue heredado por el español medieval. La cosa no quedó ahí, pues, a partir del siglo XI, vos se extiende en el habla popular como forma de tratamiento entre iguales a los que une mucha confianza, lo que genera que vos empiece a confundirse con , aunque el primero expresa siempre un mayor grado de confianza, en tanto que el segundo se utiliza más para dirigirse a inferiores. Tal confusión hace necesario encontrar una nueva forma de expresar el respeto. Así nace, en el periodo clásico, vuestra merced, que, en un proceso más o menos dilatado (vuesa merced, vuesarced, vuerced, vuested…) acaba en la actual forma usted. Nacido ustedvos, sin esa compañía de merced, se considera ofensivo por parte de quien cree merecer respeto.

Ese fue el camino que condujo al sistema formado por y vosotros/usted. Pero los hablantes, que son los dueños de la lengua, reaccionan de diferente manera en distintos lugares y nos encontramos con soluciones diversas. Por ejemplo, que usted, segunda persona de respeto, se use con verbo en tercera persona (tú sabes/usted sabe, vosotros sabéis/ustedes saben); que en amplias zonas de América, especialmente Argentina, Uruguay, Paraguay y parte de América Central, se opte por mantener vos, en lugar de , como forma familiar de tratamiento (el llamado voseo), pero unida a verbo en segunda persona plural, que sufre a su vez una modificación (no se dice tú sabes, sino vos sabés, donde sabés es contracción de sabéis); o que en Andalucía se produzca una gran alteración del sistema, puesto que el lugar de vosotros es ocupado por ustedes, que pasa a ser la forma de confianza, con verbo en segunda persona (ustedes sabéis).
            Pero Zalabardo no gusta de quedarse solo en la teoría y lo que desea es mi opinión sobre la generalización del tuteo. Por eso me veo obligado a aportarle otros datos, de naturaleza menos erudita y, quizá, más práctica. La Nueva Gramática de la Lengua Española, de 2009, sin desatender a esta evolución histórica de las formas de tratamiento, pone más atención a los cambios producidos, no en las formas, sí en el uso, a partir del siglo XX. Lo primero que dice es que, aunque la distinción tradicional entre trato de familiaridad y trato de respeto sigue siendo válida en lo fundamental, no se aplica de manera estricta y apunta que tal vez sea más procedente, de acuerdo con la evolución social de los últimos tiempos, hablar de trato de confianza en lugar de respeto; esto supondría que, según circunstancias, la confianza entre interlocutores pueda inclinar al empleo de sin menoscabo del respeto que nos merezca la otra persona.

     Partiendo de esta base, la gramática académica señala además que, junto a la relación familiaridad/respeto, hay que considerar otras formas de tratamiento. Por ejemplo, un trato simétrico o recíproco, por el que se da y recibe el mismo tratamiento entre los interlocutores. En el trato recíproco es posible alternar la familiaridad con el respeto según el momento y situación; dos parlamentarios emplearán su señoría (equivalente a usted) dentro del hemiciclo, aunque, fuera, la confianza les permita tutearse.
            El trato asimétrico supone, por contra, usar la forma de respeto usted frente a alguien de quien se recibe la forma de confianza . Esto no tiene que suponer ni actitud ofensiva por parte de quien emplea usted, ni de sumisión por parte de quien usa . Todo depende de las convenciones culturales y sociales. La edad y la jerarquía son factores que influyen en ello. A un anciano se lo tratará de usted, aunque él responda con un al joven. Lo dicho no impide que el trato asimétrico pueda ser considerado a veces censurable.
      Y está el trato variable o circunstancial, que depende de muy variadas situaciones comunicativas. Un cura, desde el púlpito, el espectador de un partido de fútbol, un conductor, tutearán a sus feligreses, al árbitro o a otro conductor de quien piensa que ha realizado una maniobra incorrecta; pese a ello, en un ambiente diferente, utilizarían la forma de respeto usted frente a las mismas personas. Pensemos, incluso, que la frase-amenaza ¡Usted no sabe con quién está hablando! no tiene matiz de respeto, sino todo lo contrario. El trato variable no depende en modo alguno del conocimiento o confianza entre hablantes, sino de convenciones que impone en ese momento la situación.
            ¿Entonces, me dice Zalabardo, no hay norma a la que atenerse? Claro que la hay. Y la NGLE también trata eso. Se parte del hecho constatado de que en el español contemporáneo, especialmente desde la segunda mitad del siglo XX, se ha ido imponiendo el trato de confianza entre profesionales o trabajadores de una misma empresa, entre colegas, entre amigos, entre jóvenes..., con independencia de que se conozcan o no. Un caso notable es el de la publicidad, que emplea el tuteo precisamente porque se considera que crea un ambiente de mayor proximidad entre anunciante y receptor.
            No obstante, la gramática académica deja bien claro lo siguiente: se puede considerar inadecuado e incluso ofensivo el dirigido a un anciano, el que prodigan los sanitarios a los pacientes de edad (al amparo de un injustificado paternalismo), el que usa un alumno frente a su profesor, o un vendedor frente a un cliente a quien no conoce, el que algunos dispensan a un camarero adulto o al dependiente que los atiende… si el interpelado no ha dado su beneplácito a ese trato de confianza. A esta norma, le indico a Zalabardo, es a la que siempre he procurado atenerme.

sábado, febrero 09, 2019

DE PIJAMAS, ELEFANTES Y OTRAS ANFIBOLOGÍAS



            En una película de los hermanos Marx, El conflicto de los Marx (1930), Groucho suelta uno de sus delirantes discursos, este sobre la caza, en el que llega a decir la siguiente frase, que sí es suya y no como tantas otras apócrifas que circulan por ahí: Una mañana fresquita maté a un elefante en pijama. Cómo consiguió meterse en el pijama es lo que no sé. El carácter humorístico de la frase nace, nadie lo duda, del hecho de haber alterado el orden de las palabras de la frase: un complemento, en pijama, referido al sujeto de la oración, se ha colocado inmediatamente detrás del complemento directo, elefante, con lo que se da pie a una ambigüedad interpretativa.
            Le digo a Zalabardo que no recuerdo ahora (pienso en un trabajo que realicé en mis años de universitario y no tengo en mi poder el libro de referencia) si fue Helmuth Plessner o Henri Bergson, los dos escribieron ensayos acerca del tema, quien afirmaba que lo que hace que estas frases generen risa y se conviertan en chiste es una voluntaria incongruencia en el mensaje, la ambigüedad surgida cuando en la fluencia de un mensaje lógico aparece de pronto un elemento inesperado que, primero, desconcierta al oyente y, luego, lo hace reír. Es lo que sucede en el chiste que cuenta cómo, al decir un individuo a otro: Te vendo un perro, el segundo responde: ¿Y para qué quiero un perro vendado? O en el contenido del cartel situado a la entrada de unos locales de un ayuntamiento (cartel que, dicho sea, no creo que existiera nunca): Se prohíbe la entrada de animales, excepto el borrico del alcalde.

            Me pregunta Zalabardo si hoy va el apunte de chistes y le digo que, aunque el contenido mueva a risa, no es esa mi intención. Lo que quiero hoy tratar es la existencia de frecuentes errores de redacción en la prensa, sobre todo a la hora de titular las informaciones. Hace unos días leía lo siguiente: Un tribunal reconoce la invalidez permanente a una mujer violada hace 22 años por secuelas psicológicas. Lógicamente, las secuelas psicológicas son consecuencia de la violación y no su causa, como parece desprenderse de la incorrecta redacción.
            En El libro del español correcto, del Instituto Cervantes (2012), se dice bien claro que a pesar de que el español es una lengua que permite una relativa libertad en la colocación de los elementos en función de los intereses del hablante, el orden en que pueden aparecer las palabras dentro de un enunciado está supeditado a ciertas restricciones. Por ejemplo, lo apropiado es que, en las oraciones interrogativas, el sujeto se coloque detrás del verbo o al principio de la frase, fuera del signo de interrogación y separado por una coma (¿Qué desea usted? o Usted, ¿qué desea?), o que no se intercalen adverbios ni otros complementos entre las formas compuestas de los verbos (así, diremos Había dicho varias veces que se iba, pero no Había varias veces dicho que se iba). Una de las restricciones que nuestra lengua impone es que el mensaje no presente ambigüedad. En lengua, la ambigüedad, llamada también anfibología, se produce cuando un enunciado o una oración pueden interpretarse en dos sentidos diferentes. La anfibología puede ser un recurso válido en literatura (el hipérbaton es un ejemplo de ello) y en el humor, como en los casos citados de Groucho y el elefante o en el chiste de la venta del perro. Pero en el habla usual conviene desterrarla porque da lugar a equívocos.

           La anfibología puede tener un origen léxico si utilizamos una palabra que tiene varios significados; si decimos ¿Has visto el banco nuevo?, convendría que el contexto o la situación ayudasen a saber si se habla de un mueble o una entidad bancaria. O puede tener un origen gramatical, que suele ser lo más frecuente, si nos encontramos con un modo de colocar los elementos que constituyen la frase, como en Piscinas de plástico para niños con tapón de seguridad (¿quién tiene un tapón de seguridad?).
            Se pueden enumerar posibles causas de la ambigüedad o anfibología al redactar: la mala ordenación de los complementos (en el anuncio Pantalones para caballeros de tergal, ¿quiénes son de tergal?); falta de cohesión de los elementos de la oración (si digo María fue al cine con Lucía y su marido, ¿de quién es el marido que se cita?); empleo inadecuado de nombres que se derivan de verbos (en Me encantó la elección de Juan, ¿me encantó que eligieran a Juan o lo que Juan eligió?); puntuación deficiente o indebida (Si necesita más información, pídanosla, por favor es un aviso que manifiesta actitud cortés; pero Si necesita más información, pídanosla por favor manifiesta todo lo contrario).

           Todas estas frases pueden ser motivo de risa, pero lo cierto es que son un índice de descuido y se consideran defectos de uso del lenguaje que, si bien se aceptan en el humor, se deben evitar en la comunicación normal. En 2013, Tomás Delclós, a la sazón Defensor del lector en el diario El País, publicó un artículo en que recogía las quejas de los lectores sobre los numerosos fallos de redacción en el periódico; y uno de los más comunes era el de la titulación. Así, lamenta que su periódico hubiese titulado en bastantes ocasiones con perlas como las siguientes: Ikea retira un anuncio sobre una pareja de lesbianas en Rusia (¿se retira un anuncio en Rusia o se retira un anuncio de lesbianas rusas?), Las mujeres españolas cobran bastante menos que los hombres por el sexo (¿leeremos un artículo que habla de prostitución o de desigualdad salarial?) o Un hospital de Málaga entrega un recién nacido equivocado a una madre (¿afectaba el equívoco al nacimiento o a la entrega?).
            No niego que todos los ejemplos que he puesto provocan risa, pero ya el ensayo de Plessner, (o de Bergson, pues digo más arriba que no recuerdo bien quién de ellos fue), dejaba dicho que no toda anfibología es necesariamente humorística.


sábado, febrero 02, 2019

QUE VUELVAN LAS HUMANIDADES, POR FAVOR



           Con ocasión de las recientes elecciones andaluzas, me coincidieron, le digo a Zalabardo, dos hechos que no puedo dejar de relacionar. Que una de las primeras imágenes difundidas fuese la sustitución del rótulo Presidenta de la Junta por el de Presidente de la Junta. Lógico si pensamos que Susana Díaz debe dejar el cargo y la sustituye Juanma Moreno. Y que el mismo día, ¿cuestión de azar?, me llegara por whatsapp un “reenviado” que pensaba ya olvidado: el de la polémica sobre si presidenta es o no una forma correcta en español. Polémica que se sustenta, en mi opinión, sobre el lamentable estado de las humanidades en nuestro sistema educativo, causante de muchas de las barbaridades que oímos, leemos y decimos.
            He recordado que ya en tercero y cuarto de bachillerato (hablo de los años 1958 a 1960) mis manuales de lengua latina dejaban bien claro que el verbo sum, antecedente de nuestro verbo ser, carece de supino, gerundio y participio de presente o activo. También decían esos mismos libros que el participio latino tenía más usos, y a la vez diferentes, que los españoles.
            Me pregunta Zalabardo qué tiene que ver el participio con las elecciones a la Junta de Andalucía. Aquí entra, le digo, lo del whatsapp. Hace ya tiempo que, por diferentes conductos, había conocido ese texto. Me extraña que una de las fuentes no anónimas sea el blog personal de una novelista que, si no estoy errado, es mejicana: Ángeles Mastretta. Se supone, de aquí mi extrañeza, que una escritora debe poseer un dominio fluido de la lengua que utiliza. Al parecer, no es así.
            Ese escrito al que aludo, en el que se defiende que presidenta es una forma incorrecta y lo que vale es decir presidente, palabra invariable en cuanto a su género, se basa en tres argumentos iniciales que suponen un completo desconocimiento de nuestra gramática: 1. En español existen los participios activos. Falso; la Nueva Gramática de la Lengua Española dice bien claro (27.8d, pág. 2086) que no existen en español actual participios de presente, que eran abundantes en el español antiguo. 2. ¿Cuál es el participio activo de ser?: ente. También falso. Ya he dicho que sum carecía de ese participio y, aunque el latín tardío emplease una forma ens, entis, el actual participio de ser sería, basta consultar el DLE, un más que anticuado eseyente. Y 3. De ente, ‘el que es’, se derivan todas las formas españolas acabadas en -ente, que son invariables en cuanto al género. Vaya por Dios, también falso, porque tanto ente como cualquier otra palabra española terminada en -ente no proceden de ens, entis, sino de la terminación del genitivo -ntis, propia de una de las clases de adjetivos que seguían la tercera declinación.

            Vuelvo a mis viejos libros de latín. En ellos aprendí que de los adjetivos de una sola terminación había dos tipos: uno, los terminados en -ns, con genitivo en -ntis (prudens, prudentis / ingens, ingentis); y otro, los acabados en -x, con genitivo en -cis (felix, felicis). Si pensamos solo en los primeros, hay que decir que -is es el sufijo propio del genitivo y que -nt- es un interfijo, una clase especial de sufijos, que aparece en ciertos casos (por ejemplo, en español, la -l-, la -t- o la -c- que aparecen en el diminutivo de café son interfijos: cafe-l-ito, cafe-t-ito, cafe-c-ito). Y concluían esos libros diciendo que ese es el modelo que seguían los participios de presente: amans, amantis; monens, monentis, etc. Por tanto, la terminación -ente española no es sino el sufijo -nte, que puede tomar diferentes formas: -ante, -ente, -iente
            Ya hemos dicho, aunque no esté de más repetirlo, que en español no hay participios activos o de presente. La realidad es que los participios latinos, de presente o de pretérito, aun siendo formas de origen verbal, en español han pasado a construir sustantivos o adjetivos más que formas propiamente verbales. ¿Quién piensa hoy que cantante, ayudante, intrigante, etc., sean verbos?
            ¿Y qué pasa con presidente/presidenta?, insiste Zalabardo; ¿las palabras terminadas en -ente no son de un solo género? Dos observaciones: la primera, que no todas las palabras que significan ‘el que…’ acaban en -ente. Por ejemplo, de lucha es luchador; de trabajo, trabajador; de invento, inventor, etc.; y la segunda, que aunque sea verdad que la mayoría de estas palabras tengan idéntica terminación para femenino y masculino (cantante, escribiente, oyente…), ya la NGLE nos dice (6.10a, pág. 478) que se exceptúan cliente/clienta, comediante/comedianta, dependiente/dependienta, presidente/presidenta, figurante/figurantainfante/infanta, intendente/intendenta, sirviente/sirvienta y otros. Y esto no es ninguna novedad de nuestros días; presidenta, por ejemplo, aparece en numerosos textos antiguos. El más viejo de que tengo noticia es el anónimo Libro de las donas, de 1448, donde leemos: E commo después de la vesitaçión él fallase & fuese informado que la dicha rreligiosa era muy vana & seglar, & enamoradiza de seglares & toda rrepugnante a su presidenta

           Termino con un argumento que debiera ser definitivo. Lo tomo de la web de Fundéu en una explicación de este tema: Nada en la morfología histórica de nuestra lengua, ni en la de las lenguas de las que la nuestra procede, impide que las palabras que se forman con este componente (-nte) tengan una forma para el género femenino. Las lenguas evolucionan y en esa evolución se transforman. Estos cambios se deben a muchas causas: algunas son causas internas (evoluciones fonéticas, por ejemplo); otras son externas (el contacto con otras lenguas o el cambio en las sociedades que las hablan). Para que una lengua tenga voces como presidenta, solo hacen falta dos cosas: que haya mujeres que presidan y que haya hablantes que quieran explícitamente expresar que las mujeres presiden.
            Por todo lo anterior, pido a nuestros gobernantes que, cuando hablen de cuestiones relacionadas con la educación, no discutan solo si religión sí o no, si centros concertados sí o no, si coeducación o grupos segregados por sexos… Que piensen, por favor, en el valor de las humanidades para la formación de las personas. Y las repongan cuanto antes. Por lo menos, podríamos evitar discusiones tan poco edificantes como esta.