domingo, febrero 24, 2019

¿SON COMPATIBLES LA HISTORIA Y SU MEMORIA?

Poema y dibujo de Rafael Alberti

            Javier Marías o Imre Kertész, no recuerdo ahora quién, aunque me inclino por el primero, escribió: Las palabras pierden su sustancia; solo los hechos presentan solidez. Quiero entender en esta frase que los acontecimientos son los que son y siempre estarán ahí; en cambio, las palabras con que los contamos pueden no ser tan precisas, hasta el punto de que, con ellas, demos una visión poco nítida de esos hechos. Así la interpreto en un capítulo de mi última novela, La noche a la ventana, en la que vuelvo a insistir en el valor del recuerdo y la memoria. El protagonista, ante la imposibilidad de contar un acontecimiento pasado del que solo posee algunos datos difusos, dice: No es que no quiera contártelo, sino que no puedo, porque no sabría cómo hacerlo. Aunque los hechos mantengan su robustez y cohesión, las palabras solas, van perdiendo su consistencia […] Cómo pudo afectarme aquello, la ignorancia de la solidez del hecho que vacía de sustancia las palabras que use. Eso es lo que me no me deja olvidar. Porque ahí está el peligro, no tanto en olvidar, sino en no recordar rectamente porque nos quedemos más con las palabras que con su referente.
            Le digo a Zalabardo que tanto la cita como el episodio de mi novela remiten a una cuestión que me parece de suma importancia: la historia, para un observador neutral, muestra hechos constatables, objetivos y sujetos a un continuo análisis y revisión; la memoria, en cambio, trabaja sobre la interpretación subjetiva, por lo común selectiva, de unos hechos del pasado que pudieron no ser tal como los recordamos, o que no todos recordamos de la misma manera, aunque no acusemos a nadie de falsearlos de modo intencionado.

Viñeta de El Roto
            Estoy pensando, le aclaro a mi amigo, en la tan traída y llevada Memoria Histórica. No porque me oponga al contenido de la Ley que se ampara bajo tal denominación y que, en mi opinión, es necesaria. Pero no me gusta su nombre; ese sintagma, memoria histórica, me parece inadecuado. No creo que casen bien ese nombre, memoria, con ese adjetivo, histórica, matrimonio que ha dado origen a bastantes desencuentros.
            El adjetivo, sabido es, expresa una cualidad del nombre. Puede ser especificativo (restrictivo lo llama la NGLE) si delimita o concreta esa cualidad, como en lámpara portátil, y explicativo o epíteto (no restrictivo según la NGLE) si solo destaca una cualidad inherente, como en duras rocas. Wolfgang Kayser, además, diferenciaba tres tipos: caracterizadores, mesa redonda; afectivos, pobre muchacho; y fórmulas, ancho mar.  Confieso que en memoria histórica no sabría señalar su función. Siglos antes, Voltaire actuaba de adivino y afirmó: El nombre y el adjetivo son enemigos mortales. Y la tendencia a abusar de ellos en algún momento hizo decir a alguien que la inflación del adjetivo ha reducido su potencia. Por eso no es de extrañar que en su poema Arte poética, Vicente Huidobro escribiera:
Inventa mundos y cuida tu palabra.
El adjetivo, cuando no da vida, mata.
            Pero vamos a lo de memoria histórica, que es el asunto que nos ocupa hoy. Ya digo que no me gusta ese nombre que, queramos o no, afecta de alguna manera a su contenido e intención, según vemos si consultamos a algunos analistas. Memoria histórica es un concepto relativamente reciente que incluye matices ideológicos e historiográficos no siempre equiparables. Creo que uno de los primeros en utilizarlo fue el francés Pierre Nora, y, en los comienzos, se confundía o identificaba con memoria colectiva o con memoria social. Desde el inicio de su empleo ya surgieron discrepancias en su interpretación, porque hablar de memoria histórica implicaba la conjunción de hechos y procesos históricos con relatos alternativos, productos de la memoria, cuyo resultado podía llegar a convertirse en “verdad oficial”, “verdad políticamente correcta” o “pensamiento único”, cosa no siempre deseable.

¿Y si la mejor memoria histórica fuese la desmemoria?, de Faro
            Y por aquí comenzaron las críticas. Tony Judt, historiador británico, dice que historia y memoria son conceptos tan diferentes que confundirlos en uno (unirlos supone tener que tomar partido por uno de los dos) comporta un grave peligro. La historia, señala, es un registro de hechos que se reescribe y reevalúa de manera continua a partir de nuevas o viejas evidencias que van saliendo a la luz. La memoria, en cambio, se asocia a un propósito público, más emotivo que intelectual, y se aviene más a museos, parques temáticos o programas televisión; se nutre de manifestaciones parciales, insuficientes y selectivas. Stanley Paine, conocedor de nuestra historia, dice que la memoria histórica ni es memoria ni es historia, sino un conjunto de versiones interesadas que, incluso, pudieran convertirse en mitos o leyendas. Porque la memoria es siempre individual, no histórica ni colectiva, en tanto que la historia no se puede basarse en memorias individuales, sino en la investigación intelectual de datos empíricos.
            Si acudimos a estudiosos de nuestro país, Paloma Aguilar comienza señalando que el concepto de memoria histórica atañe al recuerdo de un acontecimiento cuya relevancia excede la que pueda tener para un individuo particular; y matiza que, cuando en España se utiliza la expresión, se liga siempre a la Guerra Civil y al franquismo, con claros tintes reivindicativos. Y enfatiza en el hecho de que, aunque sectores de la izquierda pongan el acento en la necesidad de reconocimiento del padecimiento de una parte de las víctimas, el aprendizaje más ampliamente compartido por la sociedad española sobre el pasado a lo largo del proceso de cambio político se resume en que todos, de alguna manera, cometieron barbaridades durante la guerra y nunca más debería repetirse tragedia semejante.

 
Viñeta de Forges
           Vemos, pues, trato de resumirle a Zalabardo, que el concepto memoria histórica pudiera encerrar una trampa si lo enfocamos mal: conducirnos más hacia el debate sobre la idoneidad del sintagma, a la discusión de si es válido unir el nombre memoria con el adjetivo histórica, que hacia el verdadero objetivo de la ley: lograr una auténtica reconciliación nacional sin hacer distinción entre las víctimas, aunque, eso es de justicia, reconociendo que una gran parte de estas han padecido un mayor olvido y están necesitadas de una más rápida y plena reivindicación de sus derechos. La trampa, repito, estaría en que no haya debate sobre la inalterable sustancia de los hechos, sino sobre las palabras que empleamos, una lucha entre un nombre y un adjetivo. Por eso pienso que sería interesante conocer bien la historia, toda la historia, para que no nos veamos abocados, como señala la sentencia, a repetirla; tal conocimiento posibilitaría que las memorias individuales y colectivas, fluyesen por sus cauces pertinentes, con el respeto de todos.


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