sábado, febrero 09, 2019

DE PIJAMAS, ELEFANTES Y OTRAS ANFIBOLOGÍAS



            En una película de los hermanos Marx, El conflicto de los Marx (1930), Groucho suelta uno de sus delirantes discursos, este sobre la caza, en el que llega a decir la siguiente frase, que sí es suya y no como tantas otras apócrifas que circulan por ahí: Una mañana fresquita maté a un elefante en pijama. Cómo consiguió meterse en el pijama es lo que no sé. El carácter humorístico de la frase nace, nadie lo duda, del hecho de haber alterado el orden de las palabras de la frase: un complemento, en pijama, referido al sujeto de la oración, se ha colocado inmediatamente detrás del complemento directo, elefante, con lo que se da pie a una ambigüedad interpretativa.
            Le digo a Zalabardo que no recuerdo ahora (pienso en un trabajo que realicé en mis años de universitario y no tengo en mi poder el libro de referencia) si fue Helmuth Plessner o Henri Bergson, los dos escribieron ensayos acerca del tema, quien afirmaba que lo que hace que estas frases generen risa y se conviertan en chiste es una voluntaria incongruencia en el mensaje, la ambigüedad surgida cuando en la fluencia de un mensaje lógico aparece de pronto un elemento inesperado que, primero, desconcierta al oyente y, luego, lo hace reír. Es lo que sucede en el chiste que cuenta cómo, al decir un individuo a otro: Te vendo un perro, el segundo responde: ¿Y para qué quiero un perro vendado? O en el contenido del cartel situado a la entrada de unos locales de un ayuntamiento (cartel que, dicho sea, no creo que existiera nunca): Se prohíbe la entrada de animales, excepto el borrico del alcalde.

            Me pregunta Zalabardo si hoy va el apunte de chistes y le digo que, aunque el contenido mueva a risa, no es esa mi intención. Lo que quiero hoy tratar es la existencia de frecuentes errores de redacción en la prensa, sobre todo a la hora de titular las informaciones. Hace unos días leía lo siguiente: Un tribunal reconoce la invalidez permanente a una mujer violada hace 22 años por secuelas psicológicas. Lógicamente, las secuelas psicológicas son consecuencia de la violación y no su causa, como parece desprenderse de la incorrecta redacción.
            En El libro del español correcto, del Instituto Cervantes (2012), se dice bien claro que a pesar de que el español es una lengua que permite una relativa libertad en la colocación de los elementos en función de los intereses del hablante, el orden en que pueden aparecer las palabras dentro de un enunciado está supeditado a ciertas restricciones. Por ejemplo, lo apropiado es que, en las oraciones interrogativas, el sujeto se coloque detrás del verbo o al principio de la frase, fuera del signo de interrogación y separado por una coma (¿Qué desea usted? o Usted, ¿qué desea?), o que no se intercalen adverbios ni otros complementos entre las formas compuestas de los verbos (así, diremos Había dicho varias veces que se iba, pero no Había varias veces dicho que se iba). Una de las restricciones que nuestra lengua impone es que el mensaje no presente ambigüedad. En lengua, la ambigüedad, llamada también anfibología, se produce cuando un enunciado o una oración pueden interpretarse en dos sentidos diferentes. La anfibología puede ser un recurso válido en literatura (el hipérbaton es un ejemplo de ello) y en el humor, como en los casos citados de Groucho y el elefante o en el chiste de la venta del perro. Pero en el habla usual conviene desterrarla porque da lugar a equívocos.

           La anfibología puede tener un origen léxico si utilizamos una palabra que tiene varios significados; si decimos ¿Has visto el banco nuevo?, convendría que el contexto o la situación ayudasen a saber si se habla de un mueble o una entidad bancaria. O puede tener un origen gramatical, que suele ser lo más frecuente, si nos encontramos con un modo de colocar los elementos que constituyen la frase, como en Piscinas de plástico para niños con tapón de seguridad (¿quién tiene un tapón de seguridad?).
            Se pueden enumerar posibles causas de la ambigüedad o anfibología al redactar: la mala ordenación de los complementos (en el anuncio Pantalones para caballeros de tergal, ¿quiénes son de tergal?); falta de cohesión de los elementos de la oración (si digo María fue al cine con Lucía y su marido, ¿de quién es el marido que se cita?); empleo inadecuado de nombres que se derivan de verbos (en Me encantó la elección de Juan, ¿me encantó que eligieran a Juan o lo que Juan eligió?); puntuación deficiente o indebida (Si necesita más información, pídanosla, por favor es un aviso que manifiesta actitud cortés; pero Si necesita más información, pídanosla por favor manifiesta todo lo contrario).

           Todas estas frases pueden ser motivo de risa, pero lo cierto es que son un índice de descuido y se consideran defectos de uso del lenguaje que, si bien se aceptan en el humor, se deben evitar en la comunicación normal. En 2013, Tomás Delclós, a la sazón Defensor del lector en el diario El País, publicó un artículo en que recogía las quejas de los lectores sobre los numerosos fallos de redacción en el periódico; y uno de los más comunes era el de la titulación. Así, lamenta que su periódico hubiese titulado en bastantes ocasiones con perlas como las siguientes: Ikea retira un anuncio sobre una pareja de lesbianas en Rusia (¿se retira un anuncio en Rusia o se retira un anuncio de lesbianas rusas?), Las mujeres españolas cobran bastante menos que los hombres por el sexo (¿leeremos un artículo que habla de prostitución o de desigualdad salarial?) o Un hospital de Málaga entrega un recién nacido equivocado a una madre (¿afectaba el equívoco al nacimiento o a la entrega?).
            No niego que todos los ejemplos que he puesto provocan risa, pero ya el ensayo de Plessner, (o de Bergson, pues digo más arriba que no recuerdo bien quién de ellos fue), dejaba dicho que no toda anfibología es necesariamente humorística.


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