lunes, marzo 26, 2012


EL CASTAÑO SANTO DE ISTÁN

           ¿Qué tendrán los árboles que han atraído a través de los tiempos el interés de la humanidad con una fuerza que nadie ha podido resistir? Si repasamos el fluir de la historia del hombre, veremos que siempre hay un árbol en el eje de nuestra vida. Ya el Génesis nos dice que en el centro del Edén se levantaba el árbol del bien y del mal. Y, a partir de ahí, el árbol ha estado rodeado de un halo de misterio y de un carácter mágico que, aún hoy, no ha perdido. Incluso en el lenguaje cotidiano, cuando imploramos una protección que nos libre de cualquier mal, tocamos madera, dando por hecho que al buscar tal contacto la energía contenida en las venas de los árboles revertirá de algún modo sobre nosotros y nos comunicará parte de su fuerza.
            Alguien podría pensar que son unos árboles determinados los que disfrutan de esta mágica naturaleza, pero un repaso por costumbres, usos, tradiciones y leyendas nos permite ver que especies diferentes reciben idéntico reconocimiento y veneración: abedules, robles, fresnos, tejos, avellanos, castaños, hayas y todos los que queramos añadir.
            Pocos son los lugares que no cuentan con un árbol que, a su dilatada antigüedad, unan una larga estela de creencias, mitos y tradiciones. Con bastante frecuencia, muchos de estos árboles son reconocidos con el respetuoso y venerado nombre de el Abuelo. Otros muchos, unen a su familiar nombre la carga mágica que se les concede y se les denomina incluso Santos. Los que amamos el senderismo, se lo he dicho muchas veces a Zalabardo, sabemos de estas tradiciones y creencias y conocemos algunos de estos ejemplares. Yo mismo conozco unos cuantos, todos añosos y venerables, todos cargados conocedores y guardadores de creencias antiguas, todos visitados con reverencia y confiando en hallar bajo sus copas el remedio para nuestros males, externos e internos: el Chaparro de la Vega, junto a la Vía Verde de la Sierra, cerca del sevillano pueblo de Coripe; el Pinsapo Candelabro, que guarda el puerto Saucillo, en Yunquera; las Secoyas (¿son las únicas de España?) que se elevan en la Sierra de la Sagra, a 23 kilómetros del granadino pueblo de Huéscar; el Abuelo, castaño que vigila a los senderistas que transitan el sendero de la Estrella, en el barranco de San Juan, también en Granada; el Sabinar de Calatañazor, en las frías tierras sorianas.
            Ayer, último domingo de marzo, fuimos a hacerle una visita al Castaño Santo, de Istán. El día estaba precioso para andar. Da cierta grima decir tal cosa estando, como estamos, sumidos en esta inclemente sequía que nos azota. Pero un cielo levemente velado por nubes apenas espesas y que se iban deshaciendo poco a poco y una temperatura suave, unos 16 grados, hacían más llevadera la caminata, sobre todo para quien la emprendiese en su total completitud. Aunque nosotros, debo confesarlo, la parte más dura del trayecto la hemos realizado con el coche. Porque pronunciada y larga es la pendiente y los años ya no permiten según qué heroicidades.
            Al Castaño Santo, para quien sienta curiosidad por conocerlo, puede accederse desde Istán o desde San Pedro de Alcántara. Desde el primer lugar, el trayecto es mucho más largo. Nosotros escogimos la segunda opción. Desde San Pedro, se sube por la carretera de Ronda hasta llegar al campo de golf del club La Quinta. Allí habrá que buscar el puente del Herrojo y subir, siguiendo las pistas de entrenamiento del campo de golf, hasta un puente de hormigón que cruza el río Guadaíza. Lo cruzaremos y cogeremos la pista que parte a mano derecha. Ahí se inicia un camino terrizo, descarnado en muchos tramos, con grandes baches y respetables piedras; sobre todo, en su comienzo. Luego mejora algo. 

            Quien sea valiente y realice la aventura a pie tiene por delante 13 kilómetros de pendiente en algunos casos bastante acusada. Si optamos por el coche, lo aconsejable es que sea 4x4. Quienes hacen esto último, dejan el coche bien en Fuensequilla, hacia la mitad del camino, donde hay un mirador, o bien en Venta Quemá, otro mirador, a unos cuatro kilómetros de la meta. Aquí lo dejamos nosotros. El panorama que se divisa desde estos lugares es espectacular.
            Desde Venta Quemá, el camino es ya fácil y se hace casi sin notar (apenas una hora de camino y otra para regresar al coche). Al llegar a una acusada curva, una flecha nos indica por dónde se baja, unos trescientos metros, hasta el árbol. Es la zona que llaman Hoyo del Bote. Allí nos encontraremos cara a cara con este singular árbol, el más antiguo de toda aquella sierra y cuya edad, se dice, se acerca a los 1000 años. Podremos admirar sus colosales dimensiones y hablar del número de personas que, acogidas bajo su copa, asistieron a la misa que allí mandaron celebrar los Reyes Católicos poco antes de la reconquista de Marbella. Podemos también hablar de los bandoleros que habitaron sus tierras aledañas, pues estamos en una ruta, la que hoy se llama Puerta Verde de Marbella, que llega hasta Ronda. Pero, sobre todo, podremos tocar su tronco con la esperanza de que se nos comunique algo de su energía.

lunes, marzo 19, 2012


OTRO REFRÁN: EL DEL BOTICARIO, SU OJO Y LA PEDRADA

    No hace mucho que dediqué un apunte a un refrán del Quijote con el que no pretendía sino mostrar mis dudas sobre la “clara sabiduría” de los refranes españoles. Decía allí que hay algunos que resultan en verdad oscuros, bien por su dificultad intrínseca, bien por la dificultad para señalar su origen y razón de lo que enuncian. En aquel apunte, además de analizar uno de los muchos que aparecen en la novela cervantina, dejaba para posterior ocasión el análisis de aquel afirma que algo viene como pedrada en ojo de boticario.
    Bastantes años atrás, aún era corta mi experiencia docente, planteé con mis alumnos realizar una especie de experiencia a partes iguales lingüística, etnográfica y folclórica: recopilar en el entorno de sus familias refranes y romances tradicionales. Vaya por delante que el trabajo fue todo un éxito por el abundante y valioso material recogido. Conocedor Zalabardo de su existencia, me pide que se lo muestre y pasamos un buen rato leyéndolos. Y, claro, me encuentro con algunos que avalan esta dificultad que denuncio en muchos de los romances. El paso del tiempo y el desconocimiento de su origen es, probablemente, la causa de los problemas que hoy nos plantean. Tengo algunos que ya utilizó el mismo Marqués de Santillana y que mal que bien, pueden entenderse (Del mal pagador, siquiera en pajas o Yo que me callo, piedras apaño). Hay uno, Agua marzal, hambre y mortandad, que no es más que una variante de otro muy clásico perteneciente al grupo de los que podríamos llamar refranes meteorológicos y que afirma, en su versión más original, que Pascua marzal, hambre, guerra o mortandad, porque da a entender que cuando el Domingo de Ramos cae en el mes de marzo es presagio de mal año. Algo parecido se dice de los febreros bisiestos. Por cierto que encuentro uno que afirma que Seco marzo, lluvioso mayo; falta nos haría que esto fuera verdad y que también fuese lluvioso abril después del seco invierno que venimos soportando. Pero hay uno sobre el que no he encontrado nada pese a haber buscado y que no acierto a interpretar: Que la parta mi hijo y que la queme mi nuera.
    Y vamos con el que da pie a este apunte: Como pedrada en ojo de boticario. El Diccionario de Autoridades de 1726 dice que es una frase vulgar que se usa para expresar que una cosa viene muy a propósito de lo que se está tratando, interpretación que se viene repitiendo desde entonces sin entrar en su porqué. Lo más que encuentro es que en el origen debería ser como pedrada en ojo de vicario, pero que por resultar tal cosa irreverente debió cambiarse vicario por boticario.
    Tal explicación, digo a Zalabardo, no convence, al menos a mí, por el sencillo hecho de que hay una realidad que es el ojo de boticario, como veremos a continuación. Hay, además, otra tesis que mantiene que el refrán actúa por antífrasis pues si una pedrada en el ojo de boticario es algo negativo, ¿por qué lo aplicaríamos a lo que sale de acuerdo con nuestro interés y propósito? La antífrasis, por si alguien no lo sabe, es una figura retórica con la que se sugiere lo contrario de lo que aparentemente se dice.
    Pero vayamos con el ojo de boticario. ¿Qué es tal ojo? El ojo de boticario es, en las farmacias tradicionales, un espacio preferente de las estanterías y bien protegido donde se guardan los remedios más preciados del establecimiento (los cordiales, por lo que a este lugar se le llama también cordialera). En algunos lugares no se trata de un espacio sino de un elemento exento de la estantería, un mueble, como bien se puede ver en el bello ejemplo conservado en la farmacia del Museo del Palacio de la Casa Ducal de Medinaceli. Por supuesto, una pedrada en el ojo de boticario causa un gran perjuicio; pero, ¿por qué eso va a derivar en beneficio para alguien?
    Le digo a Zalabardo que yo tengo una teoría propia. Me surgió cuando pensaba que, frente a lo que comúnmente se repite, el ojo de boticario no es tan solo esa cordialera que se cita en todos los diccionarios, esa estantería o mueble contenedores de los estupefacientes y medicamentos de alto precio. Quien lea el comentario que alguien, siento que no haya dejado su nombre, hizo al apunte sobre el trómpogelas podrá saberlo. Y es que el ojo de boticario es, también, ¿o lo era ya antes?, una especie de damajuana (¿cuánto tiempo llevaba sin oír esta palabra?), una redoma de vidrio llena de agua coloreada de azul, verde o rojo (según se utilizase un colorante u otro). Este recipiente, que funcionaba como una verdadera lente gran angular, se colocaba estratégicamente sobre el mostrador de forma que permitía al boticario vigilar desde la rebotica quién entraba y salía del establecimiento. En este caso, una pedrada que rompiese el ojo entorpecía de verdad la vigilancia, y beneficiaba a quien quisiese entrar o salir sin ser visto. Si fuese así, no necesitaríamos hablar de antífrasis ni nada de eso. La cuestión, si acaso, sería elucidar qué ojo de boticario fue anterior, la cordialera o el recipiente de agua coloreada.
    Observo que Zalabardo permanece pensativo y sin decir nada frente a lo que es su costumbre cuando le expongo una interpretación de este tipo. Está serio, abstraído, ensimismado. Hasta que parece despertar de su letargo y dice con voz misteriosa: Yo tengo otra teoría. Ahora, quien parece no reaccionar soy yo, aunque me repongo y le pido que me la exponga. Has buscado, comienza a hablar, investigando sobre dos de los elementos claves del refrán: ojo y boticario. ¿Y qué me pretendes decir con eso?, pregunto. Y él responde: que has olvidado la tercera de las tres palabras que en la sentencia hay: pedrada. En verdad, no doy crédito a lo que oigo. Zalabardo, que me ve escéptico, se limita a levantarse y coger el segundo volumen del Diccionario de uso de doña María Moliner.
    Me lo da abierto por el artículo pedrada y me pide que lea las acepciones 5 y 6, a lo que obedezco de inmediato: 5. Lazo que se ponían las mujeres en un lado de la cabeza. 6. Adorno de cinta con que se sujetaba levantada el ala del sombrero de los soldados. Además, observo que doña María Moliner sitúa aquí precisamente el refrán: venir una cosa inesperada como pedrada en ojo de boticario. ‘Venir con mucha oportunidad o cuando era muy necesitada’. Cierro el volumen y miro a Zalabardo. Mi buen amigo se limita a decir: Tampoco en este caso tendríamos que recurrir a la antífrasis y no habría que romper nada, lo que ya es ventaja en los tiempos que corren. Sea lo que sea ese ojo de boticario, no cabe duda de que quedaría bien con el añadido de cualquier aderezo. Según eso, lo que a mí me ha acontecido me viene de perlas, como la pedrada en el ojo de boticario.
    No sé cómo responder a Zalabardo. He tratado de encontrar alguna imagen de esta pedrada, pero no la encuentro. De todas formas, ¿por qué su interpretación va a valer menos que la mía? Si alguien tuviera algo que añadir, aquí lo esperamos.

lunes, marzo 12, 2012


VINTAGE

    Toda la vida de Dios los filósofos han venido discutiendo si nuestro acontecer, la conciencia que tenemos de que el tiempo pasa, se desarrolla de acuerdo con un proceso lineal, rectilíneo, según el cual todo ha tenido un comienzo, ¿desde la nada?, y tendrá un final, ¿disolución en la nada?, o, en cambio, dicho proceso es circular, por lo que no hay sino ciclos que, cada cierto tiempo, concluyen retornando al punto de partida y vuelta a empezar. Vamos, como una pescadilla que se muerde la cola.
    En ese panorama se han movido todas las tesis que giran en torno a la idea del eterno retorno, con las variantes que queramos, o las que van a la zaga de aquella otra tesis que se resumía en el enunciado griego del panta rei (todo fluye). Y así, quienes no tenemos más entendederas que para cosas bien cercanas (si el sueldo me alcanzará para llegar a fin de mes y otras menudencias por estilo) nos devanamos los sesos tratando de saber por qué este río en que me baño hoy no es el mismo en que me bañé ayer o si el mal rato que me supuso ver cómo mi equipo preferido perdió su último partido me lo volveré a llevar en un próximo ciclo. A todo este batiburrillo se suma ahora el calendario maya que, según los entendidos, predice para el próximo 22 de diciembre el final del tiempo, la detención de todo movimiento para, de inmediato, recomenzar con más fuerza.
    Zalabardo me interrumpe para decirme, primero, que eso de utilizar la expresión toda la vida de Dios es hablar de mucho tiempo y puede dar pie a una tercera vía, la que supone que, si partimos de la aceptación de la eternidad de Dios, el tiempo no ha podido tener comienzo. Y la otra observación que me hace es que, si los mayas predicen el fin de los tiempos para el 22 de diciembre, mejor será que recemos para que nos toque la lotería el día 21 y podamos empezar el nuevo ciclo en mejores condiciones, por lo que pudiera suceder.
    Le respondo que a esto último me apunto sin más, pero que lo primero, aparte de ser una expresión que mi madre utilizaba con frecuencia, lo hago porque me parece feo aludir a una época muy remota diciendo de cuando Franco hacía la mili por resultar demasiado reciente para mi propósito, o porque hablar de la época de Maricastaña me suena a sumamente localista. Llegamos a una solución de consenso y quedamos en que esa antigüedad a la que deseo aludir podríamos datarla en cuando hablaban los animales, que, al parecer, también fue un periodo bastante remoto.
    En suma, lo que le quiero decir, aclaro a Zalabardo, es que tengo la impresión de que a los hombres nos mueve una cierta tendencia a volver atrás, a mirar hacia el pasado como si en él se nos fuera a conceder la oportunidad de conseguir lo que en el presente no logramos. Esta manía por recuperar tiempos pretéritos es muy acusada en el mundo de la moda, aunque no solo en él.
    Fundéu (Fundación del Español Urgente), muchas veces me he referido a ella, envía diariamente a cualquier persona que se registre a ese servicio una recomendación del día sobre usos de nuestra lengua, preferentemente léxicos. En febrero distribuyó una relación de doce términos del mundo de la moda que deben ser evitados. En esa misma notificación, recogía otros extranjerismos que, por haberse generalizado en su uso, podían ser aceptados. Uno de ellos era vintage, objeto del comentario de hoy. Lo definía, repito textualmente, como ‘ropa de [o inspirada en] hace más de veinte años’. Comento a Zalabardo que no pretendo corregir la plana a nadie, pero que creo que tal definición no es del todo adecuada porque podría inducir a algunos, si no se explica, a relacionar el término con el francés vingt ‘veinte’ y âge, ‘edad’, sin que ello sea así.
    Lo cierto es que el término vintage pertenece al léxico propio de la enología, que, como sabemos, es la ciencia de la elaboración de los vinos. Vintage, según podemos descubrir en Wikipedia, al menos ahí es donde lo descubro yo, es un vocablo anglonormando procedente del francés antiguo vendage, que a su vez se deriva del latín vindemia (español, vendimia) y que se utilizaba en enología para referirse a vinos de las mejores cosechas. De hecho, localizo una página de Montserrat Piñeiro Guerrero sobre léxico enológico que dice que vintage es un término inglés que se utiliza en Portugal para dar nombre a un determinado vino de Oporto que, tras pasar uno o dos años en barricas de madera, tiene un largo periodo de envejecimiento en botella, que puede ser superior incluso a treinta años.
    Pero el término ha ampliado su radio de significación y de designar vinos de una calidad conseguida gracias a su vejez ha pasado a designar cualquier objeto, producto o accesorio de calidad que presenta una determinada edad por la que, precisamente, se le concede un valor especial. En otras ocasiones, ya decía que el fenómeno no es solo de hoy, a lo que en la actualidad llamamos vintage se le llamaba retro, clásico, neo, de época… Ahora, lo vintage apunta, especialmente, hacia aquella moda de diseño posterior a 1900. Por eso, y no por otra cosa, me refería a lo “inadecuado” de la definición de Fundéu.
    ¿Es preciso armar tanto lío para hablar de lo que, al parecer, no es sino viejo?, me suelta Zalabardo. Y yo, procurando un tono conciliador, digo a mi buen amigo: ahí estás muy equivocado; para que nos entendamos, tú y yo no somos vintage, porque esto requiere un maridaje entre calidad y antigüedad. En cambio, nosotros, que poseemos la antigüedad, pero carecemos de la calidad; sí somos, simplemente, viejos, cosa que, a decir verdad, tiene poco de fashion, por emplear uno de los términos desaconsejados por la página de recomendación de Fundéu.

martes, marzo 06, 2012


NUNCA ES TARDE 

    ¡Cuán cierta es la sentencia que nos avisa de que nada hay seguro sino la muerte!, me dice Zalabardo, tras contarle yo el estropicio sufrido por mi ordenador a causa de un virus que me ha dejado en la cuneta desde el viernes y me ha impedido subir a la Agenda en el tiempo previsto el apunte correspondiente a esta semana.
    Que nadie crea que Zalabardo o yo somos descuidados en cuanto concierne a la seguridad. Evitamos entrar en cualquier página “peligrosa” así como la navegación insegura, aparte de disponer del antivirus correspondiente que procuro actualizar con relativa frecuencia. Pero, me contesta mi servidor, cuando me dirijo a su servicio técnico, que el riesgo de contagio no entra entre las garantías de ningún programa antiviral y que es inevitable que, de vez en cuando, la traicionera infección se produzca. ¡Qué le vamos a hacer!
    Bueno, vamos al turrón. La verdad es que para este apunte tenía pensado un tema diferente, pero la actualidad se me impone y prefiero acercarme a ella. Creo haber dejado bien claro en diferentes ocasiones, y resultaría cansino insistir, cuál es mi posición respecto a dos cuestiones muy de nuestros días: la defensa a ultranza por parte de algunos de la corrección política y el pretendido sexismo de que se acusa a nuestra lengua por esos mismos y algunos más.
    Primer asunto: Una asociación inglesa, Operation Black Vote, acusa de xenofobia y racismo a un anuncio de una compañía de seguros que interpreta el portero del Liverpool y de la selección española Pepe Reina. Ante tal queja, la compañía aseguradora, aun negando que dicho anuncio pueda resultar xenófobo y racista, decide retirarlo. Pregunto a Zalabardo su opinión y me responde que no encuentra en él sino un manido juego de palabras, que no acaba de verle la gracia y que no se aleja demasiado de muchos chistes sosos que oímos a cada instante. Yo estoy con él y creo que si ese anuncio es racista y xenófobo, la deliciosa película de Billy Wilder que vi anoche en La Sexta3, Primera plana, corrosiva crítica sobre la falta de escrúpulos de cierto tipo de prensa, habría que quemarla por la incorrección política que destila en todos y cada uno de sus fotogramas y por la homofobia que algunos pretenderían ver en ella. Del mismo modo que habría que prohibir y quemar tantas otras bellas películas de la historia del cine, montones de libros de la literatura universal, innumerables chistes, amén de modificar un alto porcentaje de dichos, refranes y frases hechas de nuestra lengua que, si no les damos más valor y sentido del que en verdad tienen, son del todo inocentes. Siempre habrá quien se sienta ofendido por ellas. Al menos, eso creo yo.
    Y ya que hablo de la lengua, segundo asunto: al fin, la Real Academia ha abierto su boca para dejar sentada su opinión acerca del pretendido carácter sexista de nuestra lengua. Ignacio Bosque redacta un informe titulado Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer, que firman todos los académicos de número presentes en la sesión del día 1 de marzo y bastantes académicos correspondientes. El informe me parece un modelo de prudencia y de rigor. Muchas veces he pretendido defender lo que el documento expone, solo que en él todo se dice y argumenta mejor de lo que yo haya podido hacerlo nunca. Se publicó en el suplemento Domingo de El País del pasado día 4. Recomiendo su lectura a quien no lo conozca (http://cultura.elpais.com/cultura/2012/03/02/actualidad/1330717685_771121.html).
    El documento ha provocado un fuerte debate. Hay quien está a favor y quien está en contra. Lógico. En el mismo diario, ayer y hoy han aparecido dos reportajes firmados por Winston Manrique: El género del idioma español (http://cultura.elpais.com/cultura/2012/03/04/actualidad/1330896843_065369.html) y Revuelo sobre sexo y lengua (http://cultura.elpais.com/cultura/2012/03/05/actualidad/1330980459_412495.html), así como un artículo de Milagros del Corral a favor del documento: ¿Qué ganamos las mujeres? (http://cultura.elpais.com/cultura/2012/03/05/actualidad/1330978173_276626.html) y otro de Inés Alberdi, en contra: Pero, ¿dónde estaba la RAE? (http://cultura.elpais.com/cultura/2012/03/05/actualidad/1330979981_863178.html). La polémica, sin duda, continuará.
    Yo solo quiero añadir que si la mujer no está mejor considerada en nuestra sociedad, si se le paga menos que a los hombres por idéntico trabajo, si a ella se le ponen mayores trabas para acceder a puestos directivos, no debemos culpar de ello a la lengua. Pese a lo que algunos pretendan, la lengua se adapta siempre de forma natural al medio en el que sirve de instrumento. Por eso, la injusticia que supone esa denunciada invisibilidad social de la mujer, que la hay sin duda, habrá de combatirse luchando contra las estructuras sociales que la hacen posible. Forzando ese natural fluir de la lengua, podríamos crear un engendro que entorpecería los cauces comunicativos que el idioma posibilita, pero no eliminaríamos la injusticia que tratamos de combatir (véase si no el ejemplo de la Constitución de Venezuela que el informe de Ignacio Bosque ofrece). Ah, y tampoco creo que la solución esté en las leyes de paridad que se propugnan; me parece que podrían ser el germen de nuevas y mayores injusticias tanto para las mujeres como para los hombres. Pero ese tal vez sea otro asunto.
                                                                                        (Imagen tomada de El País)