domingo, diciembre 23, 2012

ESTAR EN BELÉN (o en Babia, o en las Batuecas)

Me comentaba Zalabardo que, en la situación por la que atravesamos, no sabe uno a qué carta quedarse. Si meterse de lleno en la corriente dominante y, por tanto, dejarse llevar por el enfado y la tristura ante tanta mala noticia y ante tanto talante acalorado, mohíno e irritado, o, por el contrario, poner buena cara al mal tiempo y olvidarse de tantas noticias desagradables como recibimos por todas partes. Lo malo, añade, es que puedan tomarnos por tontos y pensar que estamos en Babia.
            Le respondo que no creo que sea para tanto. No que la situación no sea en realidad lo mala que parece, sino que no hay que preocuparse porque nos digan que estamos en Babia. Que, frente a lo que generalmente se entiende, a veces hasta es bueno estar en Babia.
            Mi amigo no acaba de entender mis palabras y me mira extrañado. Decido entonces exponerle lo que el DRAE dice de tres expresiones que son sinónimas. Estar en Babia es ‘estar distraído y como ajeno a aquello de que se trata’. Estar en Belén significa ‘estar embobado, estar en Babia’. Y estar en las Batuecas es ‘estar en Babia’. Lo que pasa es que estas expresiones, como muchas otras, son interpretadas de diferente manera y, en ocasiones, con explicaciones apenas traídas por los pelos. Así, Manuel Rabanal, en su libro El lenguaje y su duende, mantiene que los tres lugares son topónimos que empiezan por b, consonante que se repite en bobo y embobado y dominante en balbucir. A todo esto, añade que Babia viene de baba y, por tanto, la expresión significa ‘estar con la boca abierta, embobado’. Por ahí es por donde la toma Zalabardo.
            Naturalmente, esta interpretación puede ser rebatida por otras y, para ello, intentaré explicar cada una de las expresiones, que en efecto significan lo mismo, acudiendo a diferentes argumentos. Vayamos primero con estar en Babia, que es la más común y repetida. Babia, que viene del latín Vadabia o Uadabia y no de baba, es, según bien se sabe, una comarca leonesa abundosa de agua y verdes prados. En la antigüedad, los reyes leoneses tenían allí residencia de verano y a ella se retiraban cada vez que buscaban tranquilidad, sosiego y distracción con la caza. Por eso, cuando en la corte era necesaria su presencia y no los encontraban, se decía que el rey estaba en Babia, dicho que pasó a significar ‘estar ausente, distraído’.
            ¿Qué pasa con estar en las Batuecas? Algo semejante. Las Batuecas es un bello valle de la provincia de Salamanca que por bastante tiempo permaneció desconocido y en su torno se crearon muchas leyendas, como la de que sus habitantes eran salvajes y carecían no solo de cultura sino incluso de la facultad de hablar. Pero Las Batuecas ha sido siempre un lugar, como Babia, donde se podía vivir ajeno a otras preocupaciones que no fuera el ocio. Basta leer lo que en Las batuecas del duque de Alba, comedia de Lope de Vega, dice Marfino, uno de los personajes, a Darinto: Si vivimos en paz sin ser regidos, ¿por qué das ocasión que nos deshaga alguna envidia, donde nunca reina? Por eso estar en las Batuecas es, como estar en Babia, ‘estar distraído, ajeno a cuanto acontece fuera’.
            Y acabemos con estar en Belén. ¿Quién no ha visto la cara que suelen tener las figuritas de barro que representan a los pastores, ya sea recibiendo la noticia del nacimiento por parte del ángel, ya sea adorando a Jesús en el mismo portal? No importa que ahora el papa diga que tampoco hubo pastores en Belén. La cara de esos pastores, digo a Zalabardo, es de arrobo, casi de éxtasis, de asombro, de estar en Babia. En cualquier caso, oído el anuncio del ángel, dejaron sus ovejas, se olvidaron de ellas, y se fueron a ver al recién nacido. Al menos, así se contaba antes.
          Vemos aquí, le digo a Zalabardo, que las tres expresiones coinciden en manifestar asombro, admiración, estado placentero que lleva a uno a olvidarse de cuanto existe alrededor. ¿Qué, si no, quiere decir el DRAE cuando afirma que es ‘estar distraído y como ajeno a aquello de que se trata’?
            Y como ahora llegan las vacaciones de navidad y lo normal es estar con la familia, Zalabardo y yo también estaremos en Belén, ajenos a todo lo demás, hasta que pasen las fiestas. Mucha felicidad para todos.

domingo, diciembre 16, 2012

ZARRAPASTROSO

Le comento a Zalabardo que ese es el adjetivo utilizado por Víctor García de la Concha, actual director del Instituto Cervantes y exdirector de la RAE para calificar el español que se habla, que hablamos, en esta época. Zarrapastroso, es decir, ‘desaseado, andrajoso, desaliñado’. Yo creo, continúo, que no solo el español hablado merece tal consideración; lo mismo se puede decir del escrito. Se habla y se escribe, hablamos y escribimos (aquí no se puede mirar para otro lado o echar siempre las culpas a los demás) mal.
            Como otras veces (Zalabardo, ya sabéis, es más condescendiente y comprensivo que yo), mi buen amigo supone que exagero y me exige que aporte pruebas fehacientes de lo que afirmo. Y como no quiero que me tome por persona que habla por boca de ganso o que se inventa críticas como reflejo de un temperamento avinagrado, le sugiero que nos fijemos en productos periodísticos que gozan de prestigio. Y le pongo dos ejemplos, para muestra basta un botón, recientemente sacados del diario El País.
            Le hago ver primero que, gracias a los medios tecnológicos actuales, cada vez resulta más difícil achacar los gazapos y las erratas a los duendes de la imprenta, incluso es posible que dichos duendes, que sin duda existieron, hayan pasado a mejor vida. Quiero decir que el autor de un texto, redactor, colaborador o lo que sea, compone su trabajo en un ordenador personal y, una vez terminado, lo envía para su inclusión (aquí entran las tareas de composición, maquetación y similares). O sea, que posiblemente haya desaparecido cualquier persona interpuesta a la que acusar de los fallos. Por tanto, concluyo, los errores serían imputables a los autores. Me queda una duda: ¿han desaparecido también los correctores que subsanen cualesquier posibles lapsus involuntarios, los quiero considerar así, de sus autores? Si la respuesta fuese negativa, el problema es más grave.
            Pero vamos al grano. Primer ejemplo. Hace días, un cronista deportivo escribía la expresión su hambre futbolístico. ¿No sabe esta persona que hambre es de género femenino y el adjetivo debería ser futbolística? Seguro que lo sabe, quiero creer. ¿Qué ha pasado entonces? Pues que se ha dejado llevar de que hambre, como cualquier otro sustantivo que comience por a (o ha) tónicas, se construye con el artículo el en lugar de la. Para una persona normal y corriente basta la explicación de que eso es así para evitar la cacofonía producida por el encuentro de dos aes (el águila, el hada en lugar de *la águila, *la hada). Por eso, en plural es obligatorio el uso de las y, en cualquier caso, los adjetivos referidos a esos sustantivos deben ir en femenino (las águilas, el hacha afilada). Pero un profesional que tiene la lengua como instrumento de trabajo, debería conocer, además, que ese artículo el no es el masculino, sino una forma fosilizada del primitivo artículo femenino (illam > ela > la) que, en lugar de la evolución normal, adopta la forma el por lo que antes se ha dicho de evitar la cacofonía. El primitivo artículo ela lo encontramos, por ejemplo, en la glosa emilianense número 89, primer texto escrito de nuestra lengua, donde puede leerse ela mandatione y ela sua face.
            El segundo ejemplo es más reciente y merece menos explicación. Un colaborador habitual de la columna de la última página escribe: los cuatro agentes que infringieron tormento a un detenido. ¿Desconoce el autor de tal tropelía (poeta, ensayista, periodista gallego) la diferencia entre infringir, ‘quebrantar una ley u orden’, e infligir, ‘causar un daño o imponer un castigo’, que es lo que en realidad quiso decir? Estoy seguro de que lo sabe. Seguro de que sabe que esos agentes lo que hicieron fue infligir tormento, igual que el cronista deportivo sabe que se debe decir hambre futbolística.
            ¿Por qué entonces estos gazapos? Sinceramente creo que es por desidia, por dejadez, por falta de rigor lingüístico. ¿Se pueden excusar? En eso ya no estoy tan seguro. ¿Explica esto que García de la Concha tache nuestra habla de zarrapastrosa? Sinceramente, creo que sí, porque si en personas que suponemos que deben tener un conocimiento extenso y claro de la lengua que utilizan hallamos errores de tal naturaleza, ¿cómo vamos a afear a quienes carecen de dicho conocimiento los suyos que, muchas veces, son inducidos? Porque los que cito son dos simples ejemplos, ya que la lengua (hablada y escrita) de los medios está repleta de continuadas confusiones entre oír y escuchar (*debido al ruido no se te escucha), usos de gerundios de posterioridad (*el agresor huyó, siendo detenido poco después), leísmos, loísmos y laísmos (*la pegó [a la pelota] con el pie derecho), empleo de posesivos como adyacentes de adverbios (*detrás mía), aparte de otros variados errores léxicos o gramaticales.
            Zalabardo me dice que no llega a estar del todo convencido, aunque, de todas formas, observa que voy mejorando en mi actitud crítica, pues cito el pecado obviando al pecador. En otro tiempo anterior, añade,  hubiese dado pelos y señales de los autores de las infracciones citadas y los habría condenado por lo menos a galeras. Le doy las gracias por su opinión y le digo que siempre es tiempo de aprender, pues, como asegura el refrán, nunca es tarde si la dicha es buena.

domingo, diciembre 09, 2012

@pontifex

Me cuenta Zalabardo, algo escandalizado, que el papa Benedicto XVI, de quien hablaba el otro día a cuenta de haber desterrado a la mula y al buey del escenario del nacimiento de Jesús, acaba de inaugurar su cuenta en Twitter. Me pide mi amigo opinión sobre tal circunstancia y le contesto que no le veo nada de particular ni nada de malo. Al fin y al cabo, le digo, ¿quién no tiene cuenta en Twitter? Muy serio, me contesta: nosotros no la tenemos.
            Trato de hacerle ver que el hecho de que nosotros no entremos en eso de las redes sociales (¿o sí estamos dentro con esta Agenda?) solo significa lo mayores que somos ya, lo superados que estamos y lo que nos cuesta adherirnos a este tecnologizado mundo en que vivimos.
            En cuanto que puedo, me desvío de la cuestión y le pregunto si sabe qué significa eso de pontifex, pontífice, que da nombre a su cuenta. Me recuerda que lo dije el otro día, ‘constructor de puentes’. Si, muy bien, lo interrumpo, ¿pero por qué se llama así al papa?
            Como veo que no lo sabe, trato de explicárselo y, de paso, aprovecho para que se informe de ello quien no lo sepa. Vayan por delante dos cosas: que la Iglesia no es demasiado original en eso de la nominación de sus jerarquías y que pontífice no es solo el papa, sino todos los obispos. Para aclarar una cosa y otra hay que remontarse a la organización religiosa de la Roma antigua.
            En Roma, los sacerdotes no constituían, como en otras religiones, una casta, una clase cerrada. Por contra, sus funciones suponían una magistratura religiosa que los romanos podían ejercer antes o después de haber ejercido otra magistratura civil. Ser sacerdote no exigía una dedicación exclusiva puesto que las funciones religiosas se podían compaginar con otras. Así, un romano podía ser, sucesivamente, legado, cónsul y, por qué no, pontífice.
            Pero, antes de seguir, vayamos con la etimología. Pontífice significa, ya se ha dicho, ‘constructor de puentes’. ¿Y quiénes eran los pontífices? Hay varias teorías al respecto. Cito solo dos. Una, la más terrena, dice que eran quienes tenían a su cargo el cuidado de los puentes sobre el Tíber. Otra, más simbólica, dice que, puesto que atravesar un río sin mojarse por haber cruzado por un puente rompe cualquier orden natural, pontífice será quien establezca los puentes entre los hombres y la divinidad. Y, según me parece a mí, por ahí deben ir los tiros.
            ¿Cuáles eran las jerarquías en el ámbito religioso de Roma? Por encima de todos, estaba el Colegio pontifical, constituido por el rex sacrorum, ‘rey de las cosas sagradas’, los pontífices, los flamines y las vestales. El rex sacrorum era, en teoría, el cabeza de la religión, aunque en la práctica no pasaba de ser sino un cargo honorífico, por lo que su poder quedaba por debajo del que tenía el pontifex maximus, ‘el sumo pontífice’. Los pontífices eran quienes vigilaban las prácticas de la religión. Originariamente fueron tres, pero llegaron a ser dieciséis. A su cabeza estaba el pontifex maximus, elegido por todos ellos (igual que el cónclave en la Iglesia Católica elige ahora al Sumo Pontífice), y a quien correspondía elaborar el calendario, determinar los días fastos o nefastos para negocios, redactar los anales o acontecimientos del año, aparte de ocuparse de cuestiones jurídicas y administrativas.
            Los flamines eran sacerdotes dedicados a cuidar el culto de los dioses y las vestales, que tenían mucho prestigio y estaban relacionadas con el pontifex maximus, eran sacerdotisas dedicadas a mantener encendido el fuego sagrado de Vesta.
            Aparte de los citados, había otras jerarquías menores y otro tipo de sacerdotes. Por ejemplo, los augures tenían por misión interpretar las señales celestiales y el vuelo de las aves. Por su parte, los arúspices, de rango inferior, analizaban las vísceras de los animales sacrificados.
            No acaba aquí la cosa, pero creo que no vale la pena seguir, pues, como pasa en todas partes, según se van bajando escalones, la importancia de los funcionarios va decayendo.
            Como se verá, los cristianos se fijaron en la organización de los romanos para dar forma a sus propias jerarquías.
            Zalabardo está casi a punto de aplaudir y me pregunta de dónde saco yo tantos datos. Es fácil, y tiene poco mérito, le respondo. Solo basta informarse en algún buen libro sobre el tema. Por ejemplo, La vida religiosa en la antigua Roma, de Xavier Espluga y Mónica Miró i Vinaixa, publicado en 2003. Lo que ya me parece más complicado es resolver, en solo 140 caracteres, los problemas de fe, según parece ser la intención de esos tuits papales.

domingo, diciembre 02, 2012

ESTADOUNIDISMOS

Hace quince días me ocupaba de comentar algunos aspectos de la lista de términos de nueva introducción en el DRAE que la Academia publicó a principios de verano. Avisaba allí que en este me ocuparía de los términos que la Academia Norteamericana de la Lengua Española envía a la RAE para su inclusión en la próxima edición del diccionario académico.
            A veces me entran dudas, y esto lo digo con todo el respeto del mundo y con cuantas cautelas sean precisas, sobre si la RAE maneja una noción clara de la diferencia entre panhispanismo y negocio o, lo que es más que posible, si quien no acaba de tenerlo claro soy yo. Para que sí le quede claro el asunto a quien me lea, vayan por delante dos consideraciones.
            ¿Que la lengua es de todos los hispanohablantes?, sí, sin discusión; ¿que hay que respetar las peculiaridades de cada zona en la que se hable español de manera diferenciada?, de acuerdo también; ¿que no somos los españoles, en esto de la lengua, el ombligo del mundo?, ya creo haberlo dicho hace poco. Pero todo tiene unos límites y aquí viene bien eso de que no todo el monte es orégano. Esta es la primera consideración.
            Y la segunda es la que sigue: ¿Deben figurar en el DRAE todos los americanismos o, por el contrario, su lugar pertinente es el Diccionario de americanismos? Planteo esta pregunta porque yo me la hago con frecuencia y no acabo de hallar respuesta. Si fuese lo primero, ¿para qué el DA? Si fuese lo segundo, no acabo de entender el propósito de la Academia Norteamericana. Un ejemplo que espero sea ilustrativo: zíper, ‘cremallera’, y lustrada, ‘lustre y limpieza que se da al calzado’ son de uso en amplias zonas americanas y no aparecen en el DRAE, aunque sí en el DA.
            Vamos a ver si soy capaz de analizar la lista de estadounidismos sin meter demasiado la pata. Las palabras propuestas son: agencia, bagel, billón, departamento, email, hispanounidense, latino, parada, paralegal, phishing, podiatría, pretzel, rentar, suplementar, trillón, van y estanflación.
            Empiezo, le aclaro a Zalabardo, por el argumento esgrimido: “son palabras de origen inglés que utilizan los hispanohablantes de los Estados Unidos”, se dice en la nota. Pero hay palabras y palabras. Si, por ejemplo, eso vale para rentar, no podemos decir lo mismo para bagel, email, phishing o pretzel. Estas cuatro, son palabras inglesas que usan no ya los hispanohablantes de Estados Unidos, sino todos los habitantes de aquel país. Bagel es una modalidad especial de panecillo con forma de rosquilla y pretzel es una especie de galleta; ¿recordáis esos lacitos que, en un episodio de Los Simpson, vendía Marge? Pues eso. Phishing es una palabra que, por el momento, no tiene equivalente en español y designa una técnica delictiva para obtener datos confidenciales de usuarios del correo electrónico. Y de email, el Diccionario Panhispánico de Dudas, dice: “Término inglés […] su uso es innecesario, por existir alternativas en español”. Ninguna, creo, debe tener cabida en el DRAE.
            Billón y trillón. Son términos exclusivos del inglés americano que causan errores de interpretación en otras lenguas. El DPD dice al respecto: “Es inaceptable su empleo en español con el sentido de ‘mil millones’, que es el que tiene la palabra billion en el inglés americano. Para este último sentido, debe emplearse millardo.” ¿Imagina alguien que cada vez que utilizásemos billón tuviésemos que aclarar si queremos decir ‘un millón de millones’, que es lo que significa en español, o si nos referimos a ‘mil millones’, su significado en el inglés americano? Lo mismo vale para trillón. Estanflación, en cambio, es un calco del inglés stagflation específico del lenguaje económico. Desconozco realmente si tenemos algún término equivalente y, de no ser así, podría valer.
            Por fin, respecto a agencia (‘dependencia’), departamento (‘ministerio’), parada (‘desfile’), podiatría (‘podología’), rentar (‘alquilar’) y van (‘microbús’) no tengo nada que objetar, salvo una mínima matización: ¿tendrían que recogerse en el DRAE, o en el Diccionario de americanismos, si es que está para eso? Remito a la duda que exponía al principio. De hecho, las tres últimas ya aparecen en él.
            Me aconseja Zalabardo que sea prudente con las entradas de este tenor, pues podría alguien pensar que me guía solo un criterio purista. Trato de convencerlo de que no es así, que no es ningún tipo de purismo el que me lleva a defender mi postura. Quisiera que mis lectores pensaran lo mismo que yo, que mi propósito no es otro sino el de ser respetuoso con el uso del idioma. ¿Qué después la realidad lo lleva por otro lado? Pues habrá que aceptarlo y santas pascuas.