Me cuenta Zalabardo, algo
escandalizado, que el papa Benedicto XVI, de quien hablaba el
otro día a cuenta de haber desterrado a la mula y al buey del escenario del
nacimiento de Jesús, acaba de inaugurar su cuenta en Twitter. Me pide mi amigo
opinión sobre tal circunstancia y le contesto que no le veo nada de particular
ni nada de malo. Al fin y al cabo, le digo, ¿quién no tiene cuenta en Twitter?
Muy serio, me contesta: nosotros no la tenemos.
Trato
de hacerle ver que el hecho de que nosotros no entremos en eso de las redes
sociales (¿o sí estamos dentro con esta Agenda?) solo significa lo mayores
que somos ya, lo superados que estamos y lo que nos cuesta adherirnos a este
tecnologizado mundo en que vivimos.
En
cuanto que puedo, me desvío de la cuestión y le pregunto si sabe qué significa
eso de pontifex, pontífice, que da nombre a su
cuenta. Me recuerda que lo dije el otro día, ‘constructor de puentes’. Si, muy
bien, lo interrumpo, ¿pero por qué se llama así al papa?
Como
veo que no lo sabe, trato de explicárselo y, de paso, aprovecho para que se
informe de ello quien no lo sepa. Vayan por delante dos cosas: que la Iglesia no
es demasiado original en eso de la nominación de sus jerarquías y que pontífice
no es solo el papa, sino todos los obispos. Para aclarar una cosa y otra hay
que remontarse a la organización religiosa de la Roma antigua.
En
Roma, los sacerdotes no constituían, como en otras religiones, una casta, una
clase cerrada. Por contra, sus funciones suponían una magistratura religiosa
que los romanos podían ejercer antes o después de haber ejercido otra
magistratura civil. Ser sacerdote no exigía una dedicación exclusiva puesto que
las funciones religiosas se podían compaginar con otras. Así, un romano podía
ser, sucesivamente, legado, cónsul y, por qué no, pontífice.
Pero,
antes de seguir, vayamos con la etimología. Pontífice significa, ya
se ha dicho, ‘constructor de puentes’. ¿Y quiénes eran los pontífices? Hay
varias teorías al respecto. Cito solo dos. Una, la más terrena, dice que eran
quienes tenían a su cargo el cuidado de los puentes sobre el Tíber. Otra, más
simbólica, dice que, puesto que atravesar un río sin mojarse por haber cruzado
por un puente rompe cualquier orden natural, pontífice será quien
establezca los puentes entre los hombres y la divinidad. Y, según me parece a
mí, por ahí deben ir los tiros.
¿Cuáles
eran las jerarquías en el ámbito religioso de Roma? Por encima de todos, estaba
el Colegio
pontifical, constituido por el rex sacrorum, ‘rey de las cosas sagradas’,
los pontífices,
los flamines
y las vestales. El rex sacrorum era, en teoría, el cabeza
de la religión, aunque en la práctica no pasaba de ser sino un cargo honorífico,
por lo que su poder quedaba por debajo del que tenía el pontifex maximus, ‘el
sumo pontífice’. Los pontífices eran quienes vigilaban
las prácticas de la religión. Originariamente fueron tres, pero llegaron a ser
dieciséis. A su cabeza estaba el pontifex maximus, elegido por todos
ellos (igual que el cónclave en la Iglesia Católica elige ahora al Sumo
Pontífice), y a quien correspondía elaborar el calendario, determinar
los días fastos o nefastos para negocios, redactar los anales o acontecimientos
del año, aparte de ocuparse de cuestiones jurídicas y administrativas.
Los
flamines
eran sacerdotes dedicados a cuidar el culto de los dioses y las vestales,
que tenían mucho prestigio y estaban relacionadas con el pontifex maximus, eran
sacerdotisas dedicadas a mantener encendido el fuego sagrado de Vesta.
Aparte
de los citados, había otras jerarquías menores y otro tipo de sacerdotes. Por
ejemplo, los augures tenían por misión interpretar las señales celestiales y
el vuelo de las aves. Por su parte, los arúspices, de rango inferior,
analizaban las vísceras de los animales sacrificados.
No
acaba aquí la cosa, pero creo que no vale la pena seguir, pues, como pasa en
todas partes, según se van bajando escalones, la importancia de los
funcionarios va decayendo.
Como
se verá, los cristianos se fijaron en la organización de los romanos para dar
forma a sus propias jerarquías.
Zalabardo
está casi a punto de aplaudir y me pregunta de dónde saco yo tantos datos. Es
fácil, y tiene poco mérito, le respondo. Solo basta informarse en algún buen libro sobre
el tema. Por ejemplo, La vida religiosa en la antigua Roma,
de Xavier Espluga y Mónica Miró i Vinaixa, publicado en
2003. Lo que ya me parece más complicado es resolver, en solo 140 caracteres,
los problemas de fe, según parece ser la intención de esos tuits papales.
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