domingo, diciembre 16, 2012

ZARRAPASTROSO

Le comento a Zalabardo que ese es el adjetivo utilizado por Víctor García de la Concha, actual director del Instituto Cervantes y exdirector de la RAE para calificar el español que se habla, que hablamos, en esta época. Zarrapastroso, es decir, ‘desaseado, andrajoso, desaliñado’. Yo creo, continúo, que no solo el español hablado merece tal consideración; lo mismo se puede decir del escrito. Se habla y se escribe, hablamos y escribimos (aquí no se puede mirar para otro lado o echar siempre las culpas a los demás) mal.
            Como otras veces (Zalabardo, ya sabéis, es más condescendiente y comprensivo que yo), mi buen amigo supone que exagero y me exige que aporte pruebas fehacientes de lo que afirmo. Y como no quiero que me tome por persona que habla por boca de ganso o que se inventa críticas como reflejo de un temperamento avinagrado, le sugiero que nos fijemos en productos periodísticos que gozan de prestigio. Y le pongo dos ejemplos, para muestra basta un botón, recientemente sacados del diario El País.
            Le hago ver primero que, gracias a los medios tecnológicos actuales, cada vez resulta más difícil achacar los gazapos y las erratas a los duendes de la imprenta, incluso es posible que dichos duendes, que sin duda existieron, hayan pasado a mejor vida. Quiero decir que el autor de un texto, redactor, colaborador o lo que sea, compone su trabajo en un ordenador personal y, una vez terminado, lo envía para su inclusión (aquí entran las tareas de composición, maquetación y similares). O sea, que posiblemente haya desaparecido cualquier persona interpuesta a la que acusar de los fallos. Por tanto, concluyo, los errores serían imputables a los autores. Me queda una duda: ¿han desaparecido también los correctores que subsanen cualesquier posibles lapsus involuntarios, los quiero considerar así, de sus autores? Si la respuesta fuese negativa, el problema es más grave.
            Pero vamos al grano. Primer ejemplo. Hace días, un cronista deportivo escribía la expresión su hambre futbolístico. ¿No sabe esta persona que hambre es de género femenino y el adjetivo debería ser futbolística? Seguro que lo sabe, quiero creer. ¿Qué ha pasado entonces? Pues que se ha dejado llevar de que hambre, como cualquier otro sustantivo que comience por a (o ha) tónicas, se construye con el artículo el en lugar de la. Para una persona normal y corriente basta la explicación de que eso es así para evitar la cacofonía producida por el encuentro de dos aes (el águila, el hada en lugar de *la águila, *la hada). Por eso, en plural es obligatorio el uso de las y, en cualquier caso, los adjetivos referidos a esos sustantivos deben ir en femenino (las águilas, el hacha afilada). Pero un profesional que tiene la lengua como instrumento de trabajo, debería conocer, además, que ese artículo el no es el masculino, sino una forma fosilizada del primitivo artículo femenino (illam > ela > la) que, en lugar de la evolución normal, adopta la forma el por lo que antes se ha dicho de evitar la cacofonía. El primitivo artículo ela lo encontramos, por ejemplo, en la glosa emilianense número 89, primer texto escrito de nuestra lengua, donde puede leerse ela mandatione y ela sua face.
            El segundo ejemplo es más reciente y merece menos explicación. Un colaborador habitual de la columna de la última página escribe: los cuatro agentes que infringieron tormento a un detenido. ¿Desconoce el autor de tal tropelía (poeta, ensayista, periodista gallego) la diferencia entre infringir, ‘quebrantar una ley u orden’, e infligir, ‘causar un daño o imponer un castigo’, que es lo que en realidad quiso decir? Estoy seguro de que lo sabe. Seguro de que sabe que esos agentes lo que hicieron fue infligir tormento, igual que el cronista deportivo sabe que se debe decir hambre futbolística.
            ¿Por qué entonces estos gazapos? Sinceramente creo que es por desidia, por dejadez, por falta de rigor lingüístico. ¿Se pueden excusar? En eso ya no estoy tan seguro. ¿Explica esto que García de la Concha tache nuestra habla de zarrapastrosa? Sinceramente, creo que sí, porque si en personas que suponemos que deben tener un conocimiento extenso y claro de la lengua que utilizan hallamos errores de tal naturaleza, ¿cómo vamos a afear a quienes carecen de dicho conocimiento los suyos que, muchas veces, son inducidos? Porque los que cito son dos simples ejemplos, ya que la lengua (hablada y escrita) de los medios está repleta de continuadas confusiones entre oír y escuchar (*debido al ruido no se te escucha), usos de gerundios de posterioridad (*el agresor huyó, siendo detenido poco después), leísmos, loísmos y laísmos (*la pegó [a la pelota] con el pie derecho), empleo de posesivos como adyacentes de adverbios (*detrás mía), aparte de otros variados errores léxicos o gramaticales.
            Zalabardo me dice que no llega a estar del todo convencido, aunque, de todas formas, observa que voy mejorando en mi actitud crítica, pues cito el pecado obviando al pecador. En otro tiempo anterior, añade,  hubiese dado pelos y señales de los autores de las infracciones citadas y los habría condenado por lo menos a galeras. Le doy las gracias por su opinión y le digo que siempre es tiempo de aprender, pues, como asegura el refrán, nunca es tarde si la dicha es buena.

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