Le comento a Zalabardo que ese es el
adjetivo utilizado por Víctor García de
la Concha, actual director del Instituto Cervantes y exdirector de
la RAE
para calificar el español que se habla, que hablamos, en esta época. Zarrapastroso,
es decir, ‘desaseado, andrajoso, desaliñado’. Yo creo, continúo, que no solo el
español hablado merece tal consideración; lo mismo se puede decir del escrito.
Se habla y se escribe, hablamos y escribimos (aquí no se puede mirar para otro
lado o echar siempre las culpas a los demás) mal.
Como
otras veces (Zalabardo, ya sabéis, es más condescendiente y comprensivo que
yo), mi buen amigo supone que exagero y me exige que aporte pruebas fehacientes
de lo que afirmo. Y como no quiero que me tome por persona que habla por boca
de ganso o que se inventa críticas como reflejo de un temperamento avinagrado,
le sugiero que nos fijemos en productos periodísticos que gozan de prestigio. Y
le pongo dos ejemplos, para muestra basta un botón, recientemente sacados del
diario El País.
Le
hago ver primero que, gracias a los medios tecnológicos actuales, cada vez
resulta más difícil achacar los gazapos y las erratas a los duendes de la
imprenta, incluso es posible que dichos duendes, que sin duda existieron, hayan
pasado a mejor vida. Quiero decir que el autor de un texto, redactor,
colaborador o lo que sea, compone su trabajo en un ordenador personal y, una
vez terminado, lo envía para su inclusión (aquí entran las tareas de
composición, maquetación y similares). O sea, que posiblemente haya desaparecido
cualquier persona interpuesta a la que acusar de los fallos. Por tanto,
concluyo, los errores serían imputables a los autores. Me queda una duda: ¿han
desaparecido también los correctores que subsanen cualesquier posibles lapsus
involuntarios, los quiero considerar así, de sus autores? Si la respuesta fuese
negativa, el problema es más grave.
Pero
vamos al grano. Primer ejemplo. Hace días, un cronista deportivo escribía la
expresión su hambre futbolístico. ¿No sabe esta persona que hambre
es de género femenino y el adjetivo debería ser futbolística? Seguro que
lo sabe, quiero creer. ¿Qué ha pasado entonces? Pues que se ha dejado llevar de
que hambre,
como cualquier otro sustantivo que comience por a (o ha) tónicas, se construye
con el artículo el en lugar de la. Para una persona normal y
corriente basta la explicación de que eso es así para evitar la cacofonía
producida por el encuentro de dos aes (el águila, el
hada en lugar de *la águila, *la hada). Por eso, en
plural es obligatorio el uso de las y, en cualquier caso, los
adjetivos referidos a esos sustantivos deben ir en femenino (las
águilas, el hacha afilada). Pero un profesional que tiene la lengua como
instrumento de trabajo, debería conocer, además, que ese artículo el
no es el masculino, sino una forma fosilizada del primitivo artículo femenino (illam
> ela
> la)
que, en lugar de la evolución normal, adopta la forma el por lo que antes se ha
dicho de evitar la cacofonía. El primitivo artículo ela lo encontramos, por
ejemplo, en la glosa emilianense número 89, primer texto escrito de nuestra
lengua, donde puede leerse ela mandatione y ela
sua face.
El
segundo ejemplo es más reciente y merece menos explicación. Un colaborador
habitual de la columna de la última página escribe: los cuatro agentes que infringieron
tormento a un detenido. ¿Desconoce el autor de tal tropelía (poeta,
ensayista, periodista gallego) la diferencia entre infringir, ‘quebrantar
una ley u orden’, e infligir, ‘causar un daño o imponer un castigo’, que es lo que
en realidad quiso decir? Estoy seguro de que lo sabe. Seguro de que sabe que
esos agentes lo que hicieron fue infligir tormento, igual que el
cronista deportivo sabe que se debe decir hambre futbolística.
¿Por
qué entonces estos gazapos? Sinceramente creo que es por desidia, por dejadez,
por falta de rigor lingüístico. ¿Se pueden excusar? En eso ya no estoy tan
seguro. ¿Explica esto que García de la
Concha tache nuestra habla de zarrapastrosa? Sinceramente, creo
que sí, porque si en personas que suponemos que deben tener un conocimiento
extenso y claro de la lengua que utilizan hallamos errores de tal naturaleza,
¿cómo vamos a afear a quienes carecen de dicho conocimiento los suyos que,
muchas veces, son inducidos? Porque los que cito son dos simples ejemplos, ya
que la lengua (hablada y escrita) de los medios está repleta de continuadas
confusiones entre oír y escuchar (*debido al ruido no se te escucha),
usos de gerundios de posterioridad (*el agresor huyó, siendo detenido poco
después), leísmos, loísmos y laísmos (*la pegó [a la pelota] con el pie
derecho), empleo de posesivos como adyacentes de adverbios (*detrás
mía), aparte de otros variados errores léxicos o gramaticales.
Zalabardo
me dice que no llega a estar del todo convencido, aunque, de todas formas,
observa que voy mejorando en mi actitud crítica, pues cito el pecado obviando
al pecador. En otro tiempo anterior, añade,
hubiese dado pelos y señales de los autores de las infracciones citadas
y los habría condenado por lo menos a galeras. Le doy las gracias por su
opinión y le digo que siempre es tiempo de aprender, pues, como asegura el
refrán, nunca es tarde si la dicha es buena.
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