viernes, enero 30, 2009


VALLE-INCLÁN Y LOS EMOTICONES

Durante el desayuno de uno de estos pasados jueves le comentaba, no sé si era a Javier López o a Pablo Cantos, que uno de los secretos para sobrellevar la vida de jubilado sin hundirse en el hastío, sin caer en esa especie de muerte civil que algunos quieren que sea, sino por el contrario haciendo siempre crecer el montón de piedras blancas que tanto han preocupado a José María Bocanegra, es no estar ocioso nunca, plantearse actividades que realizar, ocupar el tiempo de manera que, en ocasiones, incluso podamos sentir que nos falta para llevar adelante otros proyectos. Zalabardo y yo, creo, lo vamos consiguiendo sin apenas, por el momento, dificultades.
En mi caso concreto, una de las abundantes y variadas cosas que me ha permitido la nueva situación es recuperar un ritmo de lecturas que, con el ajetreo de la vida profesional, y más en la nuestra, que no se limita a la mera jornada laboral, había ido perdiendo. Se dice, y creo que es verdad (ayer mismo lo hablaba con José Francisco), que llega un momento en la vida en la que apetece más releer que leer cosas nuevas. Al menos a mí me ocurre. Tenía ganas de enfrentarme sosegadamente a lecturas que tenía olvidadas desde hace una treintena de años en según qué casos. Es como plantearse el reto de averiguar qué efecto provoca ahora aquello que años atrás, con otra edad y en diferente circunstancia, conmovió mi espíritu. Así, de agosto hasta el momento presente, me he leído parte de la primera serie de los Episodios Nacionales, de Galdós, y, sobre todo, la producción en prosa de Valle-Inclán. De este último, he concluido las novelas de La Guerra Carlista, las cuatro Sonatas y Tirano Banderas; ahora estoy ocupado con La corte de los milagros, primera de la serie El Ruedo Ibérico, con lo que habré revisado lo más importante de su obra novelesca. Y no creáis que únicamente me dedico a leer, porque, cuando no hay nada que te agobie, lo cierto es que el día tiene horas para muchas cosas.
Respecto a Valle, estoy redescubriendo el placer de perderme entre la amplitud y belleza de su rico vocabulario y el de navegar entre las suaves olas del ritmo de sus frases. Comentaba con Zalabardo un episodio de la Sonata de invierno, interesante por variadas razones, que, en medio de esa vida galante del Marqués de Bradomín, muchas veces se pasa por alto: cuando tras una escaramuza resulta herido y es preciso amputarle el brazo izquierdo, se muestra impávido y solo piensa en qué actitud habrá de tomar en adelante con las mujeres para que su manquedad resulte poética. Lo cuida durante su convalecencia una monjita joven , la hermana Maximina, de la que se enamora y por la que es correspondido. En un determinado momento, le dice: "Hermana Maximina, tú eres dueña de tres bálsamos: Uno lo dan tus palabras, otro tu sonrisa, otro tus ojos de terciopelo..." La pobre monjita, de apenas quince años, solo acierta a responder: "No le creo a usted, pero me gusta mucho oírle... ¡Sabe usted decir las cosas como nadie sabe!..." Yo, por mi parte, le hago ver esta frase de Tirano Banderas con la que describe cómo un perro espanta a una bandada de buitres: "El negro vuelo de zopilotes que abate las alas sobre la pecina se remonta, asaltado del perro".
En esas estábamos cuando, ignoro cuál fue la asociación de ideas que en ese instante se produjo en su mente, Zalabardo me preguntó si yo era capaz de imaginar cómo hubiesen quedado ese diálogo y esa frase escritos con el código que hoy emplean los jóvenes para enviarse mensajes a través de los teléfonos móviles (ya sé que lo justo y correcto sería decir portátiles, pero la batalla está perdida). Si quería sorprenderme, de verdad que lo consiguió. Y es que Zalabardo es enemigo acérrimo, yo no tanto, de estos teléfonos y, más que nada, del lenguaje utilizado en los mensajes que por ellos se envían. Lo acusa de ser origen de la galopante pobreza léxica que nos invade y de la incapacidad para ensartar dos frases seguidas con cierta ilación. Tengo que decir que yo también tengo dificultades en ocasiones para entender determinados textos (cnd yeges dm 1 tk, 'cuando llegues, dame un toque'; mpug asta k no pud +, 'empujé hasta que no pude más', etc.) Comprendo que es una forma de economizar tiempo y caracteres (creo que en estos mensajes el precio se calcula por el número de caracteres empleados) y que, por otro lado, siempre los jóvenes han tenido códigos expresivos diferentes de los del, digamos, mundo adulto. Son muchas las convenciones que ahora se utilizan (xo, 'pero'; xa, 'para'; xp, 'porque, etc.) Y así vamos.
Pero justificar un uso no es igual que quedarse impasible ante un abuso, porque un emoticón o una abreviatura de ese tipo estarán plenamente justificados en el chateo, pero deben proscribirse de, por ejemplo, un examen. Los profesores todos, y en especial los de lengua, debemos (bueno, yo ya estoy fuera de esto) cuidar mucho de hacer entender a nuestros alumnos lo que es un código y lo que es otro. Lo malo es que si ya cuesta enseñarles de modo adecuado la lengua, y muy especialmente la expresión escrita, que logren componer un texto de manera coherente y con la suficiente cohesión, surgen dudas sobre si en ellos habrá algún interés, más que una capacidad, por asimilar dos códigos: el de los mensajes cortos, por un lado, y el necesario para componer textos formales, por el otro, puesto que los dos son válidos para la comunicación.
En esto, estoy plenamente de acuerdo con Antonio Muñoz Molina, que defiende que el problema no es la tecnología, sino la ignorancia, y que lo que hace falta es una educación que favorezca el uso de la palabra. Si esto se consigue, todo lo demás no debe suponer ningún problema. El peligro nacerá (¿o ha nacido ya?) cuando la gente sea incapaz de escribir sin faltas de ortografía o no sepa construir lógicamente las frases; o cuando se pretenda transferir ese código particular a cualquier otro tipo de comunicación que requiera un código diferente. Esa es la batalla que no hay que perder.

lunes, enero 26, 2009

CALLE LARIOS

En un apunte reciente ya dejaba claro mi parecer sobre el hecho de que la calle Larios sirva de marco para exposiciones. Pero hoy me veo precisado a volver sobre ello porque me muestra Zalabardo un reportaje publicado en El País en el que varios representantes del urbanismo y el arte opinan contra ese uso y no puedo menos que disentir, no ya de lo que dicen, que también, aunque al cabo se trate de valoraciones personales, sino especialmente de tono como lo dicen.
El arquitecto y urbanista Salvador Moreno Peralta se erige en voz de la propia calle y la hace pedir que la dejen ser simplemente una calle. esto, por lo pronto, me parece una temeridad y una desmesura; ¿quién es nadie para arrogarse a sí mismo el pensamiento, el alma y el sentimiento de toda una calle? ¿Acaso la calle es suya? Nunca había visto semejante actitud desde aquella otra barbaridad de "la calle es mía" que ladrara Fraga Iribarne en su etapa de ministro de Interior. Una frase de tal calibre solo la he comprendido e incluso considerado entrañable cuando aquel pobre loco de la película Cinema Paradiso gritaba "¡la plaza es mía, la plaza es mía!" e intentaba desalojarla de quienes transitaban por ella. Moreno Peralta termina por dejar patente su desacuerdo con esta función artística de la calle cuando afirma que "se ha convertido en un escenario sobreactuado de la Málaga decimonónica, puro teatro". Como opinión que es la respeto, pero he de lamentar, aparte de su contenido, esa tendencia, muy generalizada, de llamar teatro a todo aquello que, por ficticio, no alcanza a gustarnos y rechazamos.
Otros dirigen su desacuerdo por derroteros diferentes. El también urbanista José Seguí, después de decir que en ella hay "demasiado de museo y poco de calle" suelta la perla de que "quienes amamos el arte pensamos que este tiene que tener su espacio propio" y critica que se pueda ver El pensador, de Rodin, junto a un McDonalds. Esto es ya elitismo sin freno. Se ve que por algún lado tenía que salir y salió: el arte, en los museos, que es donde debe estar, según una opinión también muy generalizada. ¿Pero por qué el arte no puede estar en la calle? ¿Existe una mayor democracia artística que la de llevar las creaciones adonde las pueda ver todo el mundo, sin encerrarlas entre cuatro frías paredes? ¿Ha pensado este señor, y quienes opinan como él, que muchas personas (a lo mejor como las de la foto que tomo de El País) que no entrarían en toda su vida en un museo se paran, disfrutan, contemplan y comentan las obras que se exponen en la calle Larios, del mismo modo que muchos que nunca pisan una librería compran libros en los tenderetes levantados al aire libre durante las ferias del libro?
Por último, el pintor Eugenio Chicano larga que hemos convertido la calle Larios en una "calle-saloncito donde se ponen unas estatuas y quedamos muy bien", para añadir a continuación y sin rubor que "aquí seguimos con costumbres muy ancestrales, por no decir catetas". ¿Qué era la calle Larios cuando se usaba de soporte para una portada de la feria diseñada por el mismísimo señor Chicano? Para él, aquello no era, quiero suponer, una costumbre cateta ni la vía, entonces, una calle-saloncito.
No sé cuántos años lleva la calle Larios siendo escaparate que exhibe la Semana Santa, la Feria o el Carnaval de nuestra ciudad. Antes de la peatonalización y después. Claro que, pensarán algunos, al fin y al cabo estas manifestaciones no son otra cosa que folklore; ¿o alguien guarda dudas de que el desfile de tronos por las calles tiene mucho más de 'puro folklore' que de sentimiento religioso? Con el agravante de que, para estos eventos, la calle Larios pierde su carácter democrático y exige pasar por taquilla para ver el espectáculo cómodamente sentados. Y quien no pague, que lo vea en calle Carretería, que es la 'tribuna de los pobres'. Quede bien claro, le explico a Zalabardo, que no tengo absolutamente nada contra ninguno de estos eventos, ni contra otros si los hubiera. Pero, ¿por qué entonces nadie dice que eso sea 'puro teatro'? ¿O es que la calle está bien para el folklore, que mira hacia las masas, pero no para el arte, que es propiedad intangible de unos pocos elegidos?
Zalabardo sabe que yo siempre he mantenido que si de algo no deben quejarse los malagueños, yo lo soy solo de adopción, es del clima que disfrutamos, lo que nos hace sumamente agradable vivir en el exterior, en las calles, en cualquier época y estación. Y, amparado en esto, he defendido también que Málaga debería organizar, en lugar de la calurosa Feria de agosto, unas Fiestas de invierno que podrían ser la envidia de toda Europa. Entre tanto, dejemos que la calle Larios siga siendo escaparate democrático de arte, accesible a todo el mundo, pues como dice el refrán, nunca es mal año por mucho trigo.

jueves, enero 22, 2009


UNA DE TOPÓNIMOS
Acerca de este tema ya hubo hace tiempo un apunte, pero Zalabardo me insiste en que le aclare si existe algo reglamentado sobre el asunto, porque tiene mandanga, me dice, que tenga uno necesidad de buscar un dato en una enciclopedia o libro similar y se encuentre con que aquello que busca ha desaparecido. Le pregunto cómo es eso de que ha desaparecido y, de inmediato, me lo explica: resulta que por un sencillo motivo de curiosidad, me expone, quiso localizar en un atlas el estrecho de los Dardanelos que, como es sabido, comunica el mar Egeo con el de Mármara y separa Asia de Europa. Pues bien, concluía, ya no estaba, pues en su lugar habían colocado otro con un nombre muy raro: Çanakkale Bogazi. Le pedí que me mostrara el libro, que resultó ser una edición española del Atlas de la Natural Geographic. Me vi en la necesidad de explicarle que ambos nombres designaban lo mismo, solo que el primero es el topónimo tradicional en español y el segundo el original en lengua turca. Pero su duda inicial me ha hecho reflexionar sobre la petición que me hacía al principio.
¿Qué actitud se debe adoptar ante los topónimos (nombres de lugares)? El Diccionario de usos y dudas del español actual, de José Martínez de Souza, dice de forma sucinta lo siguiente: Los topónimos mayores (nombres de continentes, países, capitales de nación, ríos, montes importantes, etc.) que tradicionalmente se han adaptado a la grafía del español deben utilizarse según esta y no en su grafía original. Los topónimos medios (ciudades de mediana importancia, accidentes geográficos poco conocidos, etc.) deben escribirse en español si tienen nombre en él; en caso contrario, en su lengua original. Y los topónimos menores (pequeñas poblaciones, accidentes de escasa resonancia) se escribirán en su lengua original, salvo que por alguna sean conocidos por un nombre español. La norma, pues, es simple.
Lo anterior, si lo aplicamos, exige que siempre utilicemos el nombre Aquisgrán y no su nombre alemán (Aachen) o francés (Aix-la-Chapelle); que no aceptemos Mainz por Maguncia, ni Den Haag por La Haya, ni Gdansk, nombre polaco moderno de lo que para los españoles ha sido siempre Dánzig. Ni, por supuesto, que nos aguantemos con oír hablar de las Islas Kelling si siempre las hemos conocido como Islas Cocos. Estos ejemplos que doy no son arbitrarios; aparecen con más frecuencia de lo que parece en los medios de comunicación y la razón del error está en que traductores poco cuidadosos no reparan en comprobar si los nombres que aparecen en despachos de agencias escritos en lenguas extranjeras disponen de un correspondiente español. Hace unos años (creo que fue en 2003) los periódicos se ocuparon de un trágico accidente aéreo en el que perdieron la vida algo más de sesenta militares españoles que regresaban de Afganistán y que tuvo lugar en la remota provincia turca de, leíamos, Trebzon. ¿Nadie cayó en la cuenta de que esta región, cuya capital ostenta el mismo nombre, situada a orillas del Mar Negro, ya aparece mencionada en el capítulo inicial del Quijote, donde se la llama Trapisonda, que es su nombre tradicional en nuestra lengua, junto a Trebisonda?
El deporte, mire usted por dónde, es otra vía de ingreso espurio de topónimos indebidos. Más de una vez hemos leído u oído que equipos de nuestro país se han debido enfrentar a escuadras tales como Brugge, Basel, Göteborg o Genoa, cuando lo que deberían haber dicho era Brujas, Basilea, Gotemburgo o Génova, pongo por caso; volviendo al ejemplo de antes, algún equipo español ha medido sus fuerzas con las de un equipo turco llamado Trabzonspor, que no es otro que el de la ciudad antes mencionada. ¿Por qué nadie utilizó la lógica para llamarlo Deportivo Trapisonda, o algo aproximado, que hubiera sido lo correcto? Nuevamente aquí la razón no es otra que el descuido.
Los topónimos que pertenecen a lenguas que no utilizan el alfabeto latino presentan problemas a veces difíciles de resolver; en español, tradicionalmente, se venía haciendo uso de las transcripciones inglesa o francesa (en ocasiones mezclándolas) según los casos. Eso originaba que, por ejemplo, unas veces nos topásemos con la forma Kruschev y otras con la forma Jrushchov para designar a la misma persona, el antiguo dirigente de la extinta Unión Soviética. Y no digamos nada de los topónimos chinos. Aunque modernamente han establecido un sistema de transcripción al alfabeto latino, el pinyin, el hecho de que se haya tomado como referencia la lengua inglesa lo hace bastante inútil para otras lenguas, entre ellas la nuestra. En cualquier caso, si ya existe un topónimo de amplia aceptación general, no deberíamos cambiarlo por el más moderno; me explico: siempre, para nosotros, será preferible Pekín a Beijing o Sezuán (conocido por la obra teatral de Brecht La persona buena de Sezuán) a Sichuán, que es el nombre que encontramos ahora. Y no digamos si, en lugar del río Amarillo, la prensa nos habla del río Huang, que es el mismo, pero más difícil.
Y ya comida aparte es lo que hay que echar a los topónimos españoles de zonas con lengua autonómica propia. Bien es verdad que el Estado Español aceptó la modificación de muchos de estos topónimos a la lengua vernácula y hoy se consideran nombres oficiales los recogidos en el volumen Entidades Locales de España, cuya primera edición no sé ahora si es de 1989, aunque consulto en Internet (para los ejemplos) la edición cuarta, que es de 2007. Mi opinión es que aquella medida obedeció más a criterios políticos y de catetez provinciana que a otros respetuosos con cualquier norma lingüística más lógica. El planteamiento que yo hago, y esto se lo dejo bien claro a Zalabardo, es que si decimos Londres, Milán o Turín en lugar de London, Milano o Torino, ¿por qué vamos a tener que decir Eivissa en lugar de Ibiza, Elx en lugar de Elche, Hondarribia en lugar de Fuenterrabía o, por acabar, Ourense en vez de Orense? No sé si la comparación está fuera de lugar, pero a veces pienso que es algo así, y lo digo un poco a modo de chiste, como si nosotros pretendiéramos ahora obligar al resto de España a que dijeran, por ejemplo, Cái o Graná. Pues eso.

lunes, enero 19, 2009

ESTRENOS DEL 27

Málaga pretende ser declarada Ciudad Cultural Europea de 2016. Pero tal pretensión no se alcanza con solo animar a los ciudadanos para que estampen sus firmas en los pliegos al efecto o con únicamente desearlo ardientemente. Es preciso, primero que nada, que sea una capital que ofrezca de manera continuada un ambiente cultural merecedor de tal nombre. Muchas veces, Zalabardo y yo hemos discutido sobre el programa que Málaga brindó, durante muchos tiempo, tanto a sus visitantes como al elevado número de forasteros que nos visitan. Y coincidíamos en que no se podía presumir de tener una Semana Santa que pretende superar a la de Sevilla, o una Feria ídem de ídem, o unos Carnavales que luchan por rivalizar con los de Cádiz o Tenerife, o un Festival de cine que quisiera hacer sombra al de San Sebastián.
Lo que queremos decir con esto es que no debería escudarse nadie tras el argumento del esfuerzo por hacer mejor lo que otros ya hacen bien. Lo meritorio es hacer aquello que otros no hacen, ser originales y, en esta originalidad, poder presumir de calidad y seriedad, de dedicación al trabajo y de ser capaces de elaborar un producto propio.
Afortunadamente, parece que la tendencia a mirar hacia los demás para imitar, con el ansia de mejorarlo, lo que los demás ya hacen, está cambiando de un tiempo a esta parte. El Museo Picasso es buena prueba de lo que decimos. El Festival de Teatro, que este año celebra, en estos días, su vigésimo sexta edición, también. De este último, haber incluido en el programa una sección titulada Invitados en casa, de actividades teatrales en plena calle, creo que es un acierto, aunque no sea del todo original; nuestro clima ayuda. Y también el hecho de haber convertido la remodelada calle Larios en espacio para exposiciones al aire libre es algo que pocas ciudades pueden conseguir.
El sábado pasado se estrenó el auditorio del nuevo edificio de la Diputación Provincial de Málaga. Para el evento se ha elaborado un espectáculo no solamente digno, sino de una calidad, a mi juicio, elogiable. Esa debe ser la línea de actuación de una ciudad que aspira a la capitalidad cultural europea. Título del espectáculo: Concierto para el Nuevo Dos Mil Nueve. Estrenos del 27. Se trata de un montaje en el que han colaborado el Área de Cultura de la Diputación, la Orquesta Sinfónica Provincial de Málaga y el Centro Cultural Generación del 27. Con el añadido de breves piezas de Wagner, Mozart, Falla, Rossini y Duke Ellington, el núcleo del programa ha sido una selección de poemas de poetas de la Generación del 27 (Cernuda, Altolaguirre, Lorca y Moreno Villa), que una serie de jóvenes compositores malagueños han convertido en arias para tenor, soprano y barítono. Alguien, viendo el programa, podría preguntarse qué pintaba mezclado con todos ellos un poema de Juan Ramón Jiménez. Pues simplemente dar muestra de que el poeta de Moguer fue maestro indiscutible de todos ellos, por mucho que en más de una ocasión, y encerrado en su ebúrneo torre, fingiese sentir desprecio hacia aquel grupo de insignes poetas.
Una parte importante del mérito y del éxito del Concierto se le debe al Centro Cultural Generación del 27 y a su nueva directora, Aurora Luque, a quien se debe la gestación del acto así como la selección de poemas que han sido la base para las diferentes partituras musicales.
Me pregunta Zalabardo si no hay nada que no me hubiese gustado; sí lo hay. Me pareció floja la lectura de los poemas. Leer poesía en voz alta es algo muy difícil y que, por desgracia, se está perdiendo en nuestros días. En esta ocasión, la lectora, que eso sí, poseía una bella voz, hizo una lectura sin el tono y el ritmo precisos que cada uno de los poemas requería. Todos los poemas, así, sonaban igual. Pero esto fue un fallo menor que no evita el juicio positivo para el conjunto del bello espectáculo que nos ofrecieron.

viernes, enero 16, 2009

SIEMPRE NOS QUEDARÁ PARÍS

Frente al aburrido panorama televisivo que las cadenas ofrecían para la noche de fin de año siempre nos quedaba la posibilidad de refugiarnos en Casablanca, película que cada vez que se ve parece nueva y diferente. Hay películas que recordamos por alguna que otra escena o frase que trascienden de su contexto concreto. Casablanca nos deja un cesto de unas y otras. Como la que aparece hacia el final, cuando el cínico Rick (Bogart), que con su actuación demuestra que el capitán Renault tenía razón al afirmar de él que era un sentimental, le dice a Ilsa (Bergman) aquello de que "siempre nos quedará París". La frase se ha convertido en uno de esos numerosos tópicos que pululan por ahí y de los que nos adueñamos para, cada vez, indicar que nada se pierde para siempre o, como dice el refrán, que donde hubo fuego aún queda un rescoldo.
Esta vez, remedando la frase de la clásica, y a la vez actual, película, podríamos decir que "siempre nos quedará el BOE", que, tras su dilatada vida en soporte de papel, desaparece en su formato tradicional para convertirse en el primer periódico importante español que se ofrece a sus lectores en formato exclusivamente digital. Y gratuito.
Zalabardo y yo hemos contemplado en la reata de años que arrastramos cómo aparecían y desaparecían publicaciones de prensa, ya fuesen de periodicidad diaria, semanal o quincenal. El primer zamarreo de la prensa libre tras el franquismo se llevó por delante aquellas publicaciones que enseñorearon los años de la dictadura (El Alcázar y sus tesis integristas, Pueblo y sus imponentes titulares de primera página...) Traumática fue la desaparición del diario Madrid, uno de los primeros en intentar caminar por una senda de aperturismo y aire fresco. Luego nacerían, y morirían, otros, como Diario 16 o Informaciones, antes de la aparición de la nueva ola del periodismo español (El País, El Mundo...). Con ellos, las revistas como Cambio 16, Cuadernos para el diálogo o, entre las festivas y satíricas, La Codorniz y Hermano Lobo, también pasaron a mejor vida. En medio de ese trajín, ha habido publicaciones que parecen "de toda la vida": La Vanguardia o ABC, por ejemplo.
Pero si de alguna publicación se puede decir que es de toda la vida, al menos de toda la vida del periodismo, porque habiendo sido la primera ha superado cualquier contingencia, esa es el BOE, denominación actual de lo que en sus orígenes fue la Gaceta de Madrid y, aún antes, Relación o gazeta de algunos casos particulares, assí Políticos, como Militares, sucedidos en la mayor parte del Mundo, hasta fin de Diziembre de 1660, que es lo que rezaba en la cabecera de su número 1, de 1661. Bien sabido es que la prensa europea tuvo sus inicios en las gacetas del siglo XVII, publicaciones en que desembocaron las hojas volanderas y de avisos que proliferaban un siglo antes. Pero también es sabido que ese tipo de publicaciones no alcanzó importancia, cuantitativa y cualitativa, hasta un siglo después, ya en plena Ilustración, que posibilitó las bases sociales que una publicación periódica exigía: aparición de un público ávido de novedades noticiosas, por un lado, y medios económicos para costear esa ansia, por el otro.
La Gazeta mencionada antes fue el primer periódico español de información general y la creó, a imitación de la Gaceta de Francia, aparecida en 1631, el periodista español, aunque de raíces flamencas, Francisco Fabro Bremundán. Tenía cuatro páginas en cuarto y se imprimió en una imprenta de la madrileña Plaza del Ángel. A partir de ahí, su historia se puede contar en pocas líneas: en 1697 pasó a llamarse Gaceta de Madrid y, en 1762, siendo rey Carlos III, la Corona asume el privilegio de imprimirla y hace que la publicación pase a convertirse en medio de información oficial que reflejase los criterios y decisiones del Gobierno. Poco después, en 1787, se crea la Imprenta Real y la Gaceta pasa a confeccionarse en sus propios talleres. En 1834 se hace publicación de periodicidad diaria y desde 1886 solo publica documentos oficiales. A la finalización de la Guerra Civil, su nombre cambia y se convierte en Boletín Oficial del Estado, aunque en 1961 recupera, si bien como subtítulo, su nombre original de Gaceta de Madrid. Por fin, el primer día de 2009 ha abandonado su publicación en papel y solo podemos acceder a él a través de la Red, en su edición electrónica.
De esta forma, el más antiguo de nuestros periódicos ha pasado a ser, al mismo tiempo, el más moderno de todos. Zalabardo y yo no podemos negar que tenemos un especial aprecio por el tacto del papel prensa y por el olor de la tinta con que se imprimen los diarios. Pero no podemos negar, por otra parte, que eso es adaptarse a los nuevos tiempos.

lunes, enero 12, 2009


NO ES LO MISMO
Paseábamos días atrás Zalabardo y yo (ya sabéis de mi reciente costumbre de callejear) y nos hallábamos en los límites de la barriada de Carranque. Se nos acercó un hombre portador de un paquete que, a lo que se veía, debía entregar y nos dijo, tal cual: "¿Saben ustedes dónde está Franz Kafka? No sé cómo, pero lo primero que se me vino a la mente fue contestar: "Por desgracia, se encuentra enterrado en el cementerio judío de Praga desde 1924". Menos mal que me contuve a tiempo, pues, como es lógico, lo que el buen señor pretendía era que le indicásemos dónde estaba la calle que lleva el nombre del escritor checo. Luego, cuando se lo conté a Zalabardo, se alegró de que no hubiese dado tal respuesta y me recriminó lo que, según él, hubiese sido una mala muestra de humor negro. Y comenzamos a hablar de cómo nos movemos por lugares que conocemos y somos ignorantes de la denominación de las calles por las que andamos. Por ejemplo, los dos desconocíamos el nombre de la vía en la que nos encontrábamos en aquel preciso momento. Lo averiguamos; era la calle Virgen de la Cabeza, que va desde el final de la avenida de Andalucía hasta el Polideportivo de Carranque. Total, que el pobre señor que nos preguntó se hallaba algo lejos de su destino, pues la dirección que buscaba está, lo averiguamos también, junto al polígono universitario de Teatinos. Desde entonces, he hecho propósito de mirar los rótulos de las calle por las que voy.
La conversación callejera sobre calles dio pie a otra que ya nos tuvo entretenidos durante todo lo que duró el paseo: la de confusiones que se producen al utilizar una serie de palabras que indican algo diferente de lo que intentamos indicar con ellos. Por ejemplo, citó Zalabardo las confusiones que originan indio, hindú e hindi, sobre todo los dos primeros, que muchas veces usamos como sinónimos, aunque en este caso la cosa es explicable. En principio, indio es la voz que designa a los habitantes de la India, mientras que hindú se aplica a los fieles del hinduismo. Lo que sucede es que al aplicarse, a causa de la confusión de Colón, el adjetivo indio al individuo de cualquiera de los pueblos pobladores de América en el momento del descubrimiento, con objeto de deshacer cualquier equívoco hindú ha asumido también el sentido de habitante de la India. Por fin, hindi sirve para significar la lengua derivada del sánscrito que se habla en la India.
Más confusión existe entre América, americano y norteamericano. En estos caso, ya sé que solemos entendernos bastante bien pero lo cierto es que con frecuencia cometemos impropiedades en su uso. Empecemos por decir que América es el nombre de todo un continente subdividido a su vez en América del Norte, América Central y América del Sur. Por tal motivo, no debiera emplearse para designar solo a una parte de ella, que más propiamente se llama Estados Unidos de América o, en su forma simplificada, Estados Unidos. A esta confusión colaboran no poco los propios ciudadanos de ese país, muy dados a considerarse a sí mismos como América; no tenemos más que ver que, junto a lo que es su himno oficial, The Star Spangled Banner (La bandera cuajada de estrellas), poseen una canción patriótica que es considerada como el segundo himno nacional y que se llama God Bless America! (¡Dios bendiga a América!). A todo esto, no olvidemos que en el mismo subcontinente norte hay otro país cuyo nombre es Estados Unidos Mexicanos, aunque este país sea más conocido como México.
Esta confusión arrastra a otra no menos desaconsejable, la de llamar, con un carácter de casi exclusividad, americanos o norteamericanos a los estadounidenses. Tengamos presente que tan americanos como ellos son, sin necesidad de citar a nadie más, los argentinos. Y que tan norteamericanos como ellos son los mexicanos y los canadienses.
Y como todo había empezado por Kafka, qué decir del grupo israelí, israelita y judío. El autor de El proceso, por ejemplo, era judío, pero no israelí, sino checo. Porque israelí es el gentilicio que corresponde a cualquier ciudadano del moderno estado de Israel o el adjetivo que designa cualquier cosa relacionada con dicho estado. Su plural es israelíes. Israelita, que es voz sinónima, en algunos casos, de hebreo y de judío, tiene, por su parte, dos acepciones; como gentilicio, se aplica a todo lo concerniente al antiguo reino de Israel, aunque también tiene una acepción religiosa, puesto que se aplica a la persona que practica la religión judía. Por fin, judío ofrece igualmente dos acepciones, pues tiene un sentido histórico-étnico que se aplica a lo que pertenece a la antigua región de Judea o al pueblo que habitó la antigua Palestina; y también tiene un sentido religioso, ya que judíos son los adeptos a la religión de Moisés.
Y puesto que hablamos de Israel y Palestina, alguien debería impedir lo que los israelíes están haciendo en Gaza. Nada, ni siquiera el argumento de la defensa propia, puede justificar la masacre que allí se está produciendo con la connivencia de otros muchos, en primer lugar los estadounidenses, que miran para otro lado. No es lo mismo una guerra, siendo malas todas las guerras, que la despiadada matanza que allí se está llevando a cabo.

miércoles, enero 07, 2009


AÑO NUEVO, ¿PALABRAS NUEVAS?
Pese a que muchas veces se afirma que la Academia es una institución retrógrada, que apenas se esfuerza por ponerse al día, que convierte a su diccionario en un cementerio de elefantes, lo cierto es que los señores académicos realizan un trabajo serio y silencioso, elogiable, y que hacen lo posible por poner su obra base al día. Vaya, que eso de que limpia, fija y da esplendor no es un simple lema que mostrar en el escaparate, sino una palpable realidad. ¿Que no se va a la rapidez que algunos desearían? Tampoco es cuestión de correr y de precipitarse, sino de pisar terreno firme y no meter la pata demasiado, porque tampoco los cambios en la lengua se dan así, de un día para otro.
Y es que, a decir verdad, palabras nuevas hay pocas, pues no es tan fácil inventar términos novedosos (si exceptuamos la capacidad que para ello se atribuye a Chiquito de la Calzada, que tampoco ha inventado tantas). Lo que sí puede resultar frecuente es el hecho de que muchos vocablos, con el discurrir del tiempo, vayan modificando, alterando, restringiendo o ampliando los significados que tienen. Y en esto hay que andar con pies de plomo, porque no todos los cambios terminan por afianzarse y no es cuestión de cambiar el diccionario cada dos por tres.
En los últimos días del año que ha fenecido, deseemos que el recién estrenado sea más benigno en todos los aspectos, Alianza ha editado un Diccionario político y social del siglo XX español, dirigido por Javier Fernández Sebastián y Juan Francisco Fuentes. Pronto nos dejan claro que su fin no es acumular un repertorio de acepciones (por tanto no es una obra propiamente lexicográfica) ni información sobre personas o acontecimientos (por lo que tampoco es un diccionario enciclopédico). El objetivo de la obra es ofrecernos un análisis de los conceptos que laten debajo de una serie de términos con el que apreciar las experiencias político-sociales vividas por nuestro país en el pasado siglo y observar la evolución de dichos conceptos.
Una primera conclusión obtenida por los autores y declarada en la nota previa que encabeza el libro es que de las 125 entradas de que consta la obra nuestra lengua apenas si ha aportado una ínfima cantidad que puedan ser consideradas particularmente españolas. Si muchas veces se ha dicho que guerrilla es un término, y noción, dados por nuestra lengua al mundo, este diccionario del que hablo declara que son autóctonas catalanismo, caudillo, franquismo, Hispanidad, reconciliación, transición y pocas más. Esta última explica bien lo que se quiere decir: por supuesto que transición es una palabra 'vieja', pero lo que con ella se quiere indicar cuando se habla de la transición política española tras la muerte de Franco es algo absolutamente novedoso e intrínsecamente español.
Zalabardo y yo estuvimos leyendo los artículos dedicados a dos palabras precisas: hispanidad y cultura. Esta última resulta un buen ejemplo de lo que decimos. Si consultamos el diccionario académico, hallamos que la cultura es '1. Conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico. 2. Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.' El diccionario de María Moliner es un poco más amplio y claro: '1. En sentido amplio, cultivo. 2. Conjunto de conocimientos no especializados, adquiridos por una persona mediante el estudio, las lecturas, los viajes, etc. / Conjunto de los conocimientos, grado de desarrollo científico e industrial, estado social, ideas, arte, etc., de un país o una época.'
Si nos vamos al uso cotidiano de la palabra, la obra de referencia hace una amplia exposición que aquí me limito a resumir de manera muy simple e incompleta. Tras la crisis del 98, el concepto de lo que sea cultura se entremezcla con las nociones de educación, instrucción y civilización, relacionando a la vez estos conceptos con los de progreso y prosperidad. Después de la guerra civil, para las izquierdas, la cultura era 'la labor artística e intelectual desarrollada en el exilio', mientras que para el franquismo era 'la manifestación folclórica de las diversidades regionales'. Cuando llegan los años del desarrollismo, siendo ministro de Información y Turismo Fraga, la cultura era 'la actualización del enorme tesoro artístico, musical y dramático del pasado que fomenta las nuevas tendencias'. Y cuando llegamos al año 2000, nos encontramos con que todo es susceptible de ser cultura; incluso el hecho de ir a discotecas permite hablar de la cultura de clubs. Y no hablemos ya de la cultura del pelotazo.
Pero volvamos con el trabajo, poco o mucho, de los académicos. Ahora andan ocupados, lo leía hace días, en encontrar nuevas definiciones para el término cultura que completen y complementen las que ahora trae el diccionario. Y es que si leemos en un periódico reciente que En todas las culturas, el juego reproduce los modelos adultos, vemos que el sentido del término coincide con el de cualquier diccionario. Pero si, en ese mismo periódico, leemos que [el Rey] comparte esta afición a considerar todo una cultura (la cultura de la basura, la cultura del consumo...); él inauguró la "cultura de la ilusión", notamos que algo ya no nos cuadra. En eso, entre otras cosas, están atareados ahora los académicos, en buscar una definición, una nueva acepción para la palabra y, cuando la encuentren, la ofrecerán al dictamen de las academias americanas. Parece que la propuesta que se perfila es clara y, creo, aceptable: 'Conjunto del sistema de conductas que caracterizan a un grupo / Conjunto de actividades que giran en torno a un elemento'. Lo que está claro es que entre hablar de la cultura maya, por ejemplo, y la cultura del pelotazo media un abismo que hay que subsanar en los diccionarios.