jueves, enero 22, 2009


UNA DE TOPÓNIMOS
Acerca de este tema ya hubo hace tiempo un apunte, pero Zalabardo me insiste en que le aclare si existe algo reglamentado sobre el asunto, porque tiene mandanga, me dice, que tenga uno necesidad de buscar un dato en una enciclopedia o libro similar y se encuentre con que aquello que busca ha desaparecido. Le pregunto cómo es eso de que ha desaparecido y, de inmediato, me lo explica: resulta que por un sencillo motivo de curiosidad, me expone, quiso localizar en un atlas el estrecho de los Dardanelos que, como es sabido, comunica el mar Egeo con el de Mármara y separa Asia de Europa. Pues bien, concluía, ya no estaba, pues en su lugar habían colocado otro con un nombre muy raro: Çanakkale Bogazi. Le pedí que me mostrara el libro, que resultó ser una edición española del Atlas de la Natural Geographic. Me vi en la necesidad de explicarle que ambos nombres designaban lo mismo, solo que el primero es el topónimo tradicional en español y el segundo el original en lengua turca. Pero su duda inicial me ha hecho reflexionar sobre la petición que me hacía al principio.
¿Qué actitud se debe adoptar ante los topónimos (nombres de lugares)? El Diccionario de usos y dudas del español actual, de José Martínez de Souza, dice de forma sucinta lo siguiente: Los topónimos mayores (nombres de continentes, países, capitales de nación, ríos, montes importantes, etc.) que tradicionalmente se han adaptado a la grafía del español deben utilizarse según esta y no en su grafía original. Los topónimos medios (ciudades de mediana importancia, accidentes geográficos poco conocidos, etc.) deben escribirse en español si tienen nombre en él; en caso contrario, en su lengua original. Y los topónimos menores (pequeñas poblaciones, accidentes de escasa resonancia) se escribirán en su lengua original, salvo que por alguna sean conocidos por un nombre español. La norma, pues, es simple.
Lo anterior, si lo aplicamos, exige que siempre utilicemos el nombre Aquisgrán y no su nombre alemán (Aachen) o francés (Aix-la-Chapelle); que no aceptemos Mainz por Maguncia, ni Den Haag por La Haya, ni Gdansk, nombre polaco moderno de lo que para los españoles ha sido siempre Dánzig. Ni, por supuesto, que nos aguantemos con oír hablar de las Islas Kelling si siempre las hemos conocido como Islas Cocos. Estos ejemplos que doy no son arbitrarios; aparecen con más frecuencia de lo que parece en los medios de comunicación y la razón del error está en que traductores poco cuidadosos no reparan en comprobar si los nombres que aparecen en despachos de agencias escritos en lenguas extranjeras disponen de un correspondiente español. Hace unos años (creo que fue en 2003) los periódicos se ocuparon de un trágico accidente aéreo en el que perdieron la vida algo más de sesenta militares españoles que regresaban de Afganistán y que tuvo lugar en la remota provincia turca de, leíamos, Trebzon. ¿Nadie cayó en la cuenta de que esta región, cuya capital ostenta el mismo nombre, situada a orillas del Mar Negro, ya aparece mencionada en el capítulo inicial del Quijote, donde se la llama Trapisonda, que es su nombre tradicional en nuestra lengua, junto a Trebisonda?
El deporte, mire usted por dónde, es otra vía de ingreso espurio de topónimos indebidos. Más de una vez hemos leído u oído que equipos de nuestro país se han debido enfrentar a escuadras tales como Brugge, Basel, Göteborg o Genoa, cuando lo que deberían haber dicho era Brujas, Basilea, Gotemburgo o Génova, pongo por caso; volviendo al ejemplo de antes, algún equipo español ha medido sus fuerzas con las de un equipo turco llamado Trabzonspor, que no es otro que el de la ciudad antes mencionada. ¿Por qué nadie utilizó la lógica para llamarlo Deportivo Trapisonda, o algo aproximado, que hubiera sido lo correcto? Nuevamente aquí la razón no es otra que el descuido.
Los topónimos que pertenecen a lenguas que no utilizan el alfabeto latino presentan problemas a veces difíciles de resolver; en español, tradicionalmente, se venía haciendo uso de las transcripciones inglesa o francesa (en ocasiones mezclándolas) según los casos. Eso originaba que, por ejemplo, unas veces nos topásemos con la forma Kruschev y otras con la forma Jrushchov para designar a la misma persona, el antiguo dirigente de la extinta Unión Soviética. Y no digamos nada de los topónimos chinos. Aunque modernamente han establecido un sistema de transcripción al alfabeto latino, el pinyin, el hecho de que se haya tomado como referencia la lengua inglesa lo hace bastante inútil para otras lenguas, entre ellas la nuestra. En cualquier caso, si ya existe un topónimo de amplia aceptación general, no deberíamos cambiarlo por el más moderno; me explico: siempre, para nosotros, será preferible Pekín a Beijing o Sezuán (conocido por la obra teatral de Brecht La persona buena de Sezuán) a Sichuán, que es el nombre que encontramos ahora. Y no digamos si, en lugar del río Amarillo, la prensa nos habla del río Huang, que es el mismo, pero más difícil.
Y ya comida aparte es lo que hay que echar a los topónimos españoles de zonas con lengua autonómica propia. Bien es verdad que el Estado Español aceptó la modificación de muchos de estos topónimos a la lengua vernácula y hoy se consideran nombres oficiales los recogidos en el volumen Entidades Locales de España, cuya primera edición no sé ahora si es de 1989, aunque consulto en Internet (para los ejemplos) la edición cuarta, que es de 2007. Mi opinión es que aquella medida obedeció más a criterios políticos y de catetez provinciana que a otros respetuosos con cualquier norma lingüística más lógica. El planteamiento que yo hago, y esto se lo dejo bien claro a Zalabardo, es que si decimos Londres, Milán o Turín en lugar de London, Milano o Torino, ¿por qué vamos a tener que decir Eivissa en lugar de Ibiza, Elx en lugar de Elche, Hondarribia en lugar de Fuenterrabía o, por acabar, Ourense en vez de Orense? No sé si la comparación está fuera de lugar, pero a veces pienso que es algo así, y lo digo un poco a modo de chiste, como si nosotros pretendiéramos ahora obligar al resto de España a que dijeran, por ejemplo, Cái o Graná. Pues eso.

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