Hace quince días me ocupaba de comentar
algunos aspectos de la lista de términos de nueva introducción en el DRAE que la Academia publicó a principios de verano. Avisaba allí que en este
me ocuparía de los términos que la Academia
Norteamericana de la Lengua Española envía a la RAE para su inclusión en la próxima edición del diccionario
académico.
A
veces me entran dudas, y esto lo digo con todo el respeto del mundo y con cuantas
cautelas sean precisas, sobre si la RAE
maneja una noción clara de la diferencia entre panhispanismo y negocio o, lo
que es más que posible, si quien no acaba de tenerlo claro soy yo. Para que sí
le quede claro el asunto a quien me lea, vayan por delante dos consideraciones.
¿Que la lengua es de todos los hispanohablantes?, sí, sin discusión; ¿que hay que respetar
las peculiaridades de cada zona en la que se hable español de manera diferenciada?,
de acuerdo también; ¿que no somos los españoles, en esto de la lengua, el ombligo
del mundo?, ya creo haberlo dicho hace poco. Pero todo tiene unos límites y
aquí viene bien eso de que no todo el monte es orégano. Esta es la primera
consideración.
Y
la segunda es la que sigue: ¿Deben figurar en el DRAE todos los americanismos o, por el contrario, su lugar
pertinente es el Diccionario de
americanismos? Planteo esta pregunta porque yo me la hago con frecuencia
y no acabo de hallar respuesta. Si fuese lo primero, ¿para qué el DA? Si fuese lo segundo, no
acabo de entender el propósito de la Academia
Norteamericana. Un ejemplo que espero sea ilustrativo: zíper, ‘cremallera’, y lustrada, ‘lustre y limpieza que
se da al calzado’ son de uso en amplias zonas americanas y no aparecen en el DRAE, aunque sí en el DA.
Vamos
a ver si soy capaz de analizar la lista de estadounidismos sin meter demasiado
la pata. Las palabras propuestas son: agencia,
bagel, billón, departamento,
email, hispanounidense, latino,
parada, paralegal, phishing,
podiatría, pretzel, rentar, suplementar,
trillón, van y estanflación.
Empiezo,
le aclaro a Zalabardo, por el argumento esgrimido: “son palabras de origen
inglés que utilizan los hispanohablantes de los Estados Unidos”, se dice en la
nota. Pero hay palabras y palabras. Si, por ejemplo, eso vale para rentar, no podemos decir lo
mismo para bagel, email, phishing o pretzel.
Estas cuatro, son palabras inglesas que usan no ya los hispanohablantes de
Estados Unidos, sino todos los habitantes de aquel país. Bagel es una modalidad especial de panecillo con forma de
rosquilla y pretzel es una
especie de galleta; ¿recordáis esos lacitos que, en un episodio de Los Simpson, vendía Marge? Pues eso. Phishing es una palabra que, por el momento, no tiene equivalente
en español y designa una técnica delictiva para obtener datos confidenciales de
usuarios del correo electrónico. Y de email,
el Diccionario Panhispánico de Dudas,
dice: “Término inglés […] su uso es innecesario, por existir alternativas en
español”. Ninguna, creo, debe tener cabida en el DRAE.
Billón y trillón.
Son términos exclusivos del inglés americano que causan errores de
interpretación en otras lenguas. El DPD
dice al respecto: “Es inaceptable su empleo en español con el sentido de ‘mil
millones’, que es el que tiene la palabra billion
en el inglés americano. Para este último sentido, debe emplearse millardo.” ¿Imagina alguien que
cada vez que utilizásemos billón
tuviésemos que aclarar si queremos decir ‘un millón de millones’, que es lo que
significa en español, o si nos referimos a ‘mil millones’, su significado en el
inglés americano? Lo mismo vale para trillón.
Estanflación, en cambio, es
un calco del inglés stagflation
específico del lenguaje económico. Desconozco realmente si tenemos algún término
equivalente y, de no ser así, podría valer.
Por
fin, respecto a agencia
(‘dependencia’), departamento
(‘ministerio’), parada
(‘desfile’), podiatría
(‘podología’), rentar (‘alquilar’)
y van (‘microbús’) no tengo
nada que objetar, salvo una mínima matización: ¿tendrían que recogerse en el DRAE, o en el Diccionario de americanismos, si
es que está para eso? Remito a la duda que exponía al principio. De hecho, las
tres últimas ya aparecen en él.
Me
aconseja Zalabardo que sea prudente con las entradas de este tenor, pues podría
alguien pensar que me guía solo un criterio purista. Trato de convencerlo de
que no es así, que no es ningún tipo de purismo el que me lleva a defender mi
postura. Quisiera que mis lectores pensaran lo mismo que yo, que mi propósito
no es otro sino el de ser respetuoso con el uso del idioma. ¿Qué después la
realidad lo lleva por otro lado? Pues habrá que aceptarlo y santas pascuas.
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