domingo, abril 14, 2019

DIRIGENCIA TRANSVERSAL




           Me envía un amigo, desde Collioure, una foto de la tumba de don Antonio Machado. Hablando de la foto y de Machado, Zalabardo me comenta la cuidada, sencilla y clara prosa machadiana. Y yo le hablo de que Juan de Mairena, apócrifo profesor de gimnasia y retórica que proyectaba crear una Escuela Popular de Sabiduría Popular, ponía en serios apuros a sus alumnos al plantearles curiosos e inocentes problemas lingüísticos. Al señor Gonzálvez lo hizo dudar al preguntarle la validez de unas frases con las mismas palabras en diferente orden: ¿Se puede comer judías con tomate?, ¿y tomate con judías?, ¿y judíos con tomate?, ¿y tomate con judíos?... El señor Martínez, algo más avispado, salió airoso cuando le preguntaron a qué tiempos se refería el poeta que escribió: Las viejas espadas de tiempos gloriosos, pues respondió: A aquellos tiempos en que las espadas no eran viejas.

            En mis ya lejanos años escolares, Zalabardo me pide que tenga respeto y no hable de la edad de nadie, entre las actividades a que nos obligaban en el colegio ocupaban lugar relevante las de copiado y redacción, a las que estaré eternamente agradecido. Los modelos para copiar eran textos de autores de prestigio con los que enriquecíamos nuestro vocabulario y aprendíamos cómo se construye un escrito. Con las redacciones, podíamos lanzarnos a probar el encaje de las palabras aprendidas y adquiríamos soltura imitando la construcción observada en los modelos.
            Cuando comencé a dar clases, creo que los ejercicios de copiado habían caído en desuso en los cursos de primaria. Por mi parte, intentaba que mis alumnos ampliasen su léxico mediante la lectura e insistía en el valor de los trabajos de redacción (que contaran lo que habían hecho el fin de semana, que escribieran una crítica del último libro leído o película vista, que inventasen una historia, que me comentasen un hecho de actualidad…). Combinaba estas prácticas de escritura con otras de expresión oral.
            Creo, no estoy muy seguro, que también los ejercicios de redacción han dejado de interesar en la actualidad y que tampoco se practica en clase la expresión oral. Todo esto, en un ambiente en el que se han impuesto las redes sociales y los mensajes breves hasta límites inconcebibles. Tanto, que una frase de máximo cariño puede quedar reducida a un insustancial tqm o bstos (te quiero mucho y besitos). Esa economía expresiva no me preocuparía —no hay que ser tiquismiquis y oponerse por principio a las modas— si quien hace uso de ella fuera capaz de cambiar de registro y supiera escribir de modo extenso, con claridad y corrección, cuando la ocasión lo exigiese.
            Pero, le digo a Zalabardo, lo malo está en que parece que nuestros alumnos actuales, no solo los de primaria y secundaria, sino incluso los universitarios, no saben componer un texto en la forma debida y con el vocabulario requerido. Y, así, nos encontramos con profesionales de cualquier rama —la mayor censura corresponde a los del mundo de la comunicación— que ni aciertan con las palabras ni consiguen expresar una breve idea de modo inteligible.
 
          Sin que nos demos cuenta, se nos van imponiendo unas palabras que acabamos por considerar imprescindibles. Leía hace poco: los mejores rooftops de Madrid. Un rooftop, zona para tomar copas en el tejado plano de una construcción no es más que lo que siempre hemos llamado azotea o terraza. Pero la gravedad del caso no está solo en el empleo de extranjerismos innecesarios. Más grave puede ser el mal empleo de palabras normales. En una entrevista, un cantante afirmaba que tenía un público transversal; ¿acaso era gente atravesada o que se sentaba de lado?; ¿por qué no decía que su público era variado, variopinto o heterogéneo? Un cronista deportivo escribía que un afamado jugador había expresado su intención de aumentar sus honorarios; si es alguien sujeto a un contrato, ¿no sería mejor decir que ha expresado su deseo, o exigencia, de que le aumenten la cantidad que ahora cobra? En la misma crónica se cita la opinión de la dirigencia del club; dirigencia es término correcto, más común en el español de América. Solo que los sustantivos terminados en -ncia indican cualidad (decencia, supervivencia) mientras que los acabados en -nte indican qué o quién ejecuta una acción (decente, superviviente). Y nos encontramos con que se va extendiendo la tendencia a sustituir los segundos por los primeros. Por eso se habla de dirigencia y no de dirigentes, que sería más correcto, o de audiencia y no de oyentes o de asistencia y no de asistentes. Es igual que cuando convertimos a los ciudadanos en la ciudadanía o a los profesores en el profesorado. En otra crónica política leo que el primer debate de las elecciones valencianas refuerza la fractura entre bloques de izquierda y derecha. Una fractura, que es un rompimiento, algo dañino, se repara o, en caso contrario, se amplía, se agrava o, como corrigen en la edición en papel, se ahonda, pero difícilmente se refuerza, verbo que solemos entender como de sentido positivo.

           ¿Y qué pasa con la redacción? Abrimos un periódico y leemos los titulares. Imposible no llevarse las manos a la cabeza ante el cúmulo de barbaridades que leemos: En India, una mujer es violada cada 128 minutos; solo la tragedia contenida en la noticia nos impide reír. Lo que ese medio quiere decir es: En India, cada 128 minutos, se viola a una mujer y aún mejor sería decir se comete una violación. Otro titular mal redactado: Hallado el cadáver de una joven desaparecida hace dos meses tras la confesión de su novio; ¿cuándo desapareció esa joven? Una correcta redacción nos llevaría a escribir: La confesión de su novio permite hallar el cadáver de una joven desaparecida hace dos meses. Y en el último ejemplo que doy la confusión es total: La policía detiene en Madrid a un general chavista disidente por narcotráfico a petición de Estados Unidos; ¿fue el narcotráfico la causa de su disidencia?, ¿le pidió Estados Unidos que se dedicara a esa actividad? Lo entenderíamos mejor así: Por petición de Estados Unidos, la policía detiene en Madrid a un general chavista disidente acusado de narcotráfico.
            Zalabardo, que es buena persona como pocas hay, me dice que no debo ser tan duro en mis críticas y que, ya que he hablado de Machado y de Juan de Mairena, no debo olvidar lo que este último dijo: que hay defectos que son olvidos, negligencias, pequeños errores fáciles de enmendar y se enmiendan; y que hay otros que son limitaciones, imposibilidades de ir más allá, pero que la vanidad nos lleva a ocultarlos. Le pregunto a mi amigo si advierte la ironía que encierran esas palabras.


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