Me hace notar Zalabardo que en nuestra lengua existen muchas
expresiones y sentencias que tienen como protagonista el pelo: traer algo por los pelos, salvarse por los pelos, venir (o ir) al pelo,
pelillos a la mar, faltar un pelo, tomar el pelo a alguien, no tener pelos en la lengua, ahogarse con un pelo, contarle los pelos al diablo, lucirle a uno el pelo, dejarse los pelos en la gatera, perder el pelo de la dehesa y,
cómo no, la que da pie a este apunte: coger
la ocasión por los pelos.
De todas ellas me gustaría
referirme a la última, por dos razones. Una es porque presenta dos formas casi
semejantes en su significado aunque parezcan ser contradictorias en sus enunciados:
coger la ocasión por los pelos
y la ocasión la pintan calva.
La segunda es que, detrás de la expresión, hay una historia curiosa a la que
vamos a atender. Empecemos por decir que el significado de ambas es el mismo,
aunque con leves matices. Coger la
ocasión por los pelos es ‘aprovechar una coyuntura en el último momento,
antes de que pase la oportunidad’. Y la
ocasión la pintan calva es el ‘aviso de que se deben aprovechar las
oportunidades cuando se presentan porque luego será tarde’.
Ambas expresiones son sumamente antiguas y,
en el origen, las dos se unen en una misma historia, la de la diosa Ocasión, es decir la que disponía el
momento más favorable para tener éxito. J.
Humbert, en su Mitología griega y
romana, nos dice lo siguiente: La representan en figura de doncella
y con un solo mechón de pelo en la parte anterior de la cabeza. Uno de sus pies
descansa sobre una rueda que gira rápidamente y el otro queda en el aire; en su
mano derecha lleva una navaja, como indicando con ello que siendo la ocasión
fugitiva es necesario apresarla en el momento en que se nos ofrece y cortar
todos los obstáculos. Cuando haya pasado, vanos serán los esfuerzos que se
hagan para alcanzarla.
Esta descripción nace de la escultura que de
la diosa hizo Fidias, que vivió en
el siglo V a. C., aunque otro escultor de un siglo posterior, Lisipo esculpió una figura semejante e
incluso escribió este diálogo entre un viajero y la estatua de la diosa:
—¿Y esa
cabellera que desciende hasta tu frente?
—Es para
ser cogida fácilmente por el primero que me encuentre.
—Observo
que no tienes un solo cabello en la parte posterior de la cabeza.
—A fin de
que ninguno de aquellos que me hayan dejado pasar sin cogerme pueda luego
realizarlo.
Por fin, Fedro, autor del siglo I a. C. compuso esta fábula titulada El tiempo:
De paso acelerado, suspendida en el filo de una navaja,
calva pero con abundante pelo en la frente y desnuda de cuerpo,
de quien serás dueño si puedes asirla, pero una vez escapada
ni el mismo Júpiter la podría recobrar,
significa que la ocasión de las cosas es fugaz.
Para que la tardanza perezosa no impida los proyectos
inventaron los antiguos esta imagen del tiempo.
En cualquier caso, todas las
representaciones de la diosa, ya sea en piedra o por escrito, nos incitan a la
acción, a la rapidez de reflejos en aprovechar el instante en que algo se nos
ofrece, a no sumirnos en la duda cuando estamos ante una oportunidad sobre la
que no sabemos si se repetirá. Es algo así como decir que quien duda, pierde.
Me pregunta Zalabardo si otras expresiones y
refranes de nuestra lengua (andando,
que mañana es tarde, no
dejes para mañana lo que puedas hacer hoy o a quien madruga, Dios le ayuda) tienen algo que ver con
ella. No le puedo asegurar que haya una relación firme entre ellas aunque, en
el fondo, presentan la coincidencia de insistir en el valor de la inmediatez de
actuación, en el reconocimiento de que, si algo tiene un momento oportuno para
hacerse, todo cuanto sea retraso es inconveniente.
En cualquier caso, lo que yo quería señalar
aquí, le aclaro, es que en ocasiones suele haber una bella historia tras algunas expresiones que utilizamos casi
sin reparar en ellas y que explican un sentido que, de otra manera,
ignoraríamos. A veces, no es ya una historia bella, sino una anécdota curiosa
la que nos aclara la expresión, como sucede con salvarse por los pelos, que, según parece, obedece al
siguiente hecho, por lo que cuentan, entre otros, Fernando Díaz Plaja y Julio
Guillén Tato: Habiéndose dado en 1809 orden por las autoridades de Marina
de que todos los marinos de la armada española habían de cortarse el pelo, dos
oficiales enviaron una carta al rey en la que manifestaban el malestar de la
marinería ante dicha orden porque, no sabiendo muchos marinos nadar, cuando
había un naufragio bastantes se salvaban debido a que el pelo les servía de
enganche o agarradero por los que ser así librados de morir en el mar. Tal carta
sirvió para que una Real Orden de 26 de noviembre dejó sin efecto la orden
anterior, con lo que muchos marinos podrían seguir salvándose por los pelos.
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