domingo, septiembre 03, 2023

MÁS VALE TARDE

 

Pasada la canícula, cosa de la que no acabo de estar convencido, aquí vuelvo a estar, sin que me falte la compañía de Zalabardo. No niego que ambos dudábamos del regreso. Nos sentíamos cansados ―no por la edad― y hasta meditamos la opción de cerrar definitivamente la Agenda. Entonces vino en nuestro auxilio Diógenes.

            Diógenes de Sinope, que vivió entre los siglos V-IV a. C., no dejó obra escrita. Todo cuanto de él se cuenta ―de sus ideas y de su biografía― se lo debemos a fuentes diversas que hablan de él. Esa es la razón de que abunden las frases y los episodios que se le atribuyen sin que podamos refrendar plenamente ni las unas ni los otros. Por ejemplo, se cuenta que, ya a una avanzada edad, decidió aprender música, lo que motivó que muchos lo reprendieran echándole en cara su edad provecta. A estos fue a los que, dicen, Diógenes respondió: «Mejor tarde que nunca».

            La cosa es que hemos estado revisando lo que ha sido y lo que ha significado esta Agenda. Podría habernos llamado la atención su dilatada vida ―el primer apunte está fechado el 9 de agosto de 2006, ¡17 años ya!―; o el número de entradas publicadas, 1011 y esta será la 1012; o las visitas que hemos tenido, 353.408, lo que arroja un resultado de más de veinte mil al año; o que en este periodo en que la Agenda ha permanecido cerrada, haya habido unas 1660 visitas en julio y casi mil en agosto.

            Todo eso podría habernos ufanado. Sin embargo, lo que más nos ha admirado es la fidelidad de unos seguidores que han aguantado este bombardeo periódico y los comentarios elogiosos que amablemente nos han dedicado. Aquí cobra sentido la referencia a la frase atribuida a Diógenes, la de que más vale tarde que nunca. Porque debo confesar que he sido descuidado tanto con los comentarios como con los seguidores. La culpa, por supuesto, me corresponde solo a mí y nada tiene que ver en ello Zalabardo. No les he prestado la atención debida ni he mostrado el agradecimiento que merecía esa deferencia hacia la Agenda de Zalabardo.

Aconsejaba don Quijote a Sancho: «Muéstrate agradecido; que la ingratitud es hija de la soberbia y uno de los mayores pecados que se sabe». Y como más vale tarde que nunca, quiero que este primer apunte del nuevo curso sirva para reparar esa falta que he venido cometiendo. Estaré más atento y procuraré responder a cuantos comentarios se me hagan.

            En esa revisión de la que he hablado ―hemos llegado solo hasta 2014― me he encontrado ante algunas sorpresas. Comprobamos que los apuntes que más interés han concitado son los dedicados a historias de palabras, a comentarios de refranes y a aclarar cuestiones de nuestra lengua. En definitiva, ese fue el objetivo desde que nació en 2006. Me parece digno de citar que la palma se la lleva el titulado Confundir el culo con las témporas, de mayo de 2015, que cosechó 10467 visitas. Otro, el Refranero escatológico, tuvo 6193. Y son bastantes los que superan el millar.

            Decía al comienzo que Zalabardo y yo hemos estado tentados de concluir la tarea, porque no son pocos los más de mil apuntes publicados, asunto que alimenta el temor de resultar cansado por lo reiterativo. Lo hemos discutido bastante, planteándonos los pros y los contras. La seguridad que parecíamos mostrar al comienzo de la charla empezó a diluirse tras leer un apunte de marzo de 2017, Nulla dies sine linea, que se acercó a las tres mil visitas. En él tratábamos el sentido que puede darse a esta frase de Plinio. Allí recordábamos que Apeles, Miguel Ángel, Santa Teresa, Machado o Voltaire, fueron autores de frases que tenían más o menos el sentido de la de Plinio. De este abanico, confesé a Zalabardo que me gusta especialmente la de Voltaire, que dijo: «El hombre ocioso solo se ocupa en matar el tiempo, sin ver que el tiempo es quien nos mata».

            Fue entonces cuando comuniqué a mi amigo mi decisión de no limitarme a matar el tiempo, sino a ocuparlo leyendo, escribiendo, comunicándome con personas inquietas y amigos y continuando con esta Agenda. En aquella fecha, expresaba también que me ponía manos a la obra para componer la novela que completaría la Trilogía del recuerdo y la memoria. Esa novela la he terminado este agosto, cinco años después de negarme a solo dejar pasar el tiempo. No tengo la menor idea de cuándo se publicará, pero tampoco me acucian las prisas.


            Mientras escribía lo que leéis, Zalabardo se ha levantado para buscar algo. Vuelve y me acerca el último libro de Rosa Montero, El peligro de estar cuerda, cuya lectura he concluido recientemente. Me lo enseña abierto por una de las páginas finales, en la que la autora reproduce una entrevista que realizó a Doris Lessing. La escritora británica respondió a una de las preguntas: «Una vez me pasé un año entero sin escribir, a propósito, para ver qué sucedía. Tuve muchos problemas. Creo que no me sienta bien no escribir». La misma Rosa Montero dice bastante antes que a veces se siente algo que le hace a uno decir: «Yo esto tengo que contarlo, tengo que compartirlo».

            Porque, le comento a Zalabardo, cuando uno escribe ―un poema, una novela, una comedia, un simple apunte como este―, creo que no lo hace solo por vanidad, aunque algo de eso haya también; escribe porque siente esa necesidad de contar y de compartir. Y volviendo otra vez a Plinio, recuerdo que en aquel apunte de 2017 decía que su frase se podía entender también como disposición a atender siempre nuestra tarea, aquella a la que nos dediquemos, esforzándose en que su resultado sea el adecuado. Igual que cuando apareció aquí nuestro primer comentario, en 2006, sobre la conveniencia de cancillera junto a canciller. Eso nos impulsa a mantener activa esta Agenda.

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