Me sugiere Zalabardo que diga algo del "caso Bryce Echenique". Eso me lleva a plantear, primero, el tema de la originalidad, la imitatio y el plagio.
En la Edad Media, el concepto de originalidad no parece que preocupara demasiado a los autores. El caso más notable lo encontramos en Gonzalo de Berceo y en otros clérigos. El riojano, en prueba de toda su simplicidad, no duda repetidamente en pedir que "no lo tomemos por un loco que se inventa lo que cuenta, puesto que lo ha leído en los libros". Con ello quiere, naturalmente, refugiarse en el criterio de autoridad. No le pasa lo que al infante don Juan Manuel, ya en el siglo XIV, y posiblemente el primer defensor de los derechos de autor, que funda un monasterio para que en él se conserve una copia de su obra, corregida de su mano, de forma que pueda evitarse cualquier tipo de deformación en lo que él ha compuesto.
En el Renacimiento, el humanismo, que convierte la literatura grecorromana en referencia obligada, impone el principio de la imitatio, la imitación de los modelos clásicos, que era considerada como uno de los caminos más seguros para la creación. Pero la imitatio no era una copia servil, sino un modo personal de presentar la versión de un tema de podríamos considerar eterno y universal. Veamos un ejemplo:
Creo que todos conocemos la historia de Polifemo, Acis y Galatea. Nos ha llegado por varios caminos: Homero, Teócrito y Ovidio (que yo sepa), entre los autores de la antigüedad. Son versiones distintas, pero bastante próximas en lo básico. Polifemo, monstruoso cíclope, está enamorado de la delicada ninfa Galatea (a quien causa horror su presencia), quien, a su vez, está prendada del apuesto y joven Acis. El final lo sabemos: los celos de Polifemo lo conducen a dar horrible muerte a su rival, que finalmente es convertido en río. Hay versiones que hablan de que era Galatea quien está enamorada del cíclope y que este no le corresponde, pero da igual.
En el siglo XVII, amante de los fuertes contrastes, Luis de Góngora retomó el tema y escribió la magistral Fábula de Polifemo y Galatea. Escoge, por supuesto, la más trágica de las versiones. Y en el siglo XX, prueba definitiva de lo que es mezcla de imitatio y originalidad, Gerardo Diego escribió su vanguardista y sorprendente Fábula de Equis y Zeda. Antes, en el siglo XVIII, Jeanne Marie Leprince, Madame Beaumond, dedicada a las letras y la enseñanza y autora de múltiples relatos para niños, compuso La Bella y la Bestia, con el final más feliz de todos, y cuya última versión ha sido la película de Disney.
El plagio es otra cosa; es un concepto moderno y se entiende por tal, según el DRAE, 'copiar en lo fundamental obras ajenas, dándolas como propias. Hace unos días, la prensa se hacía eco de que Alfredo Bryce Echenique, el prestigioso autor peruano, era acusado de publicar en Lima como propio un artículo que había sido publicado un año antes en la revista Jano y cuyo autor era el gallego José María Pérez Álvarez. Según la nota de prensa no es la primera vez que le ocurre esto al peruano. Vamos, que le ha cogido gusto a cobrar por artículos que no ha escrito él. Lo peor del caso es que siempre echa la culpa a su secretaria, que, según dice, ha traspapelado los trabajos y ha enviado indebidamente uno, mira por dónde no suyo, que tenía guardado como material interesante.
En palabras de Zalabardo, que yo hago mías, Bryce será todo lo buen novelista que quiera, pero tiene una jeta que se la pisa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario