sábado, enero 19, 2019

ALGO TENDRÁ EL AGUA CUANDO LA BENDICEN


Ermita de la Fuensanta

            No faltan en nuestra lengua los refranes referidos al agua. Quizá los que más se repiten, junto al que da título a esta entrada, sean Nunca digas de esta agua no he de beber y Agua corriente no mata a la gente. Con estos tres basta y sobra para entender el valor que siempre se le ha dado al agua. Le digo a Zalabardo que en el ya clásico libro Tratado de historia de las religiones, publicado en 1949 por Mircea Eliade, encontraremos todo un capítulo sobre creencia y ritos relacionados con el agua.

Velas votivas
            El agua, explica Eliade, simboliza la totalidad de las virtualidades, es fuente de toda existencia y así se ha venido creyendo desde las más remotas tradiciones védicas. El agua, en todas las religiones, ha tenido un significado similar: regeneración, vuelta a nacer, paso de un mundo que debe ser superado a uno superior… Por eso, el agua fue elemento básico en rituales iniciáticos. Incluso el cristianismo aceptó este significado al imponer el bautismo como forma de acceso a una nueva vida.
            Pero, a la vez, al agua se le confirió un carácter mágico y el poder de sanar. De la sanación espiritual, regeneración hacia una nueva vida, se pasó a creer en la posibilidad de curación de cualquier tipo de enfermedad. Y eso es lo que explica cómo, a lo largo de toda la historia, han proliferado cultos y ritos en torno a fuentes, arroyos, ríos y manantiales. En el libro de Eliade se citan varios casos, como el de la fuente de Saint Sauveur, en el Bosque de Compiègne, donde se encontraron restos pertenecientes al neolítico que parecían ser exvotos. Aquellos ritos, nos cuenta el autor, fueron heredados por los galos, la continuaron los galorromanos y, más tarde, los cristianos.

Pintura mural en Iznatoraf
            Textos sumerios hablan ya del gran diluvio destructor que daba inicio a otro mundo; en el Antiguo Testamento, las aguas del mar Rojo se abren para dar paso a los israelitas que marchan hacia la tierra prometida y se cierran sobre las tropas del Faraón. En el Nuevo, se nos habla de la piscina de Siloé, cuyas aguas tenían fuerza curativa. Le digo a Zalabardo que el tiempo ha pasado, pero los rituales del agua no han podido ser abolidos en ninguna cultura y en ninguna religión. El propio cristianismo, que ya había aceptado el bautizo, se esforzó, sin conseguirlo, en suprimirlos.
San Cirilo de Jerusalén, en el siglo iv, escribió en su Catequesis: No hay que encender lámparas ni ofrecer perfumes a las fuentes o a los ríos […] Algunos engañados se acercan hasta aquellas aguas creyendo que encontrarán medicina para sus enfermedades corporales. No te mezcles con esas cosas […] todo es culto del diablo. Igual objetivo persiguieron el ii Concilio de Arlés, en el siglo v, y el Concilio de Tréveris, en 1227. Pero todo fue inútil y se acabaron por aceptar estos ritos que mezclan la fe, la magia y la superstición. Ritos que han dado lugar a muchas creencias populares y leyendas. Leyendas piadosas, sí, pero leyendas; no se olvide que la leyenda se basa en la fantasía y no tiene base histórica. Estas leyendas se confunden y mezclan, se repiten constantemente con variantes en lugares muy distantes unos de otros.

Cueva de los Caños Santos

           Zalabardo sabe que soy aficionado al senderismo y que, en mi corretear por esos caminos, me gusta hablar con los lugareños, aprender sus palabras y conocer sus tradiciones. Y raro es el pueblo que no tiene su ermita o lugar asociado a una creencia religiosa. Hace unos días he estado por el Parque Natural de Sierra Mágina. Allí, entre Cambil y Huelma, se levanta la ermita de Nuestra Señora de la Fuensanta, a la que acuden numerosos fieles. En un panel que hay junto a la fachada se nos cuenta que el alcaide musulmán de Cambil cortó a su hija las manos porque ayudaba a los cautivos cristianos. La joven huyó del castillo de su padre y, cerca de Huelma, junto a una fuente, se le apareció la Virgen, que le dijo que metiera los muñones en el agua. Al instante, la joven recuperó sus manos. Un pastor testigo del prodigio cogió la imagen de la Virgen y la trasladó a Huelma, de donde desapareció al día siguiente para volver a ser encontrada junto a la fuente, suceso que se interpretó como deseo de que se levantara allí una ermita.


Ermita y leyenda de Nuestra Señora del Monte

            En esta leyenda se funden dos diferentes, la del milagro y la de la imagen encontrada y desaparecida. A unos cien kilómetros de Huelma, se levanta sobre una roca el bello pueblo de Iznatoraf. En uno de los murales de la ermita de la Vera Cruz, hay pintada la imagen de Nuestra Señora de la Fuensanta y, debajo, el relato del mismo milagro, pero con cambios. No es el alcaide de Cambil, sino el rey Ali Menón de Iznatoraf quien castiga a su esposa, no a su hija, por aprender la doctrina cristiana; manda que le saquen los ojos y le corten las manos. La pobre mujer invocó a la Virgen María en petición de auxilio. Oyó que cerca de allí, en el monte, sonaba el agua de una fuente. Al meter las manos, las recuperó, y al echarse agua en la cara recobró sus ojos.

Cueva de la Peña de Francia

           Sobre la imagen encontrada abundan las leyendas. Casi siempre es un pastor quien la encuentra. Y casi siempre, una fuente. De las que conozco y, a la vez, he visitado su lugar, cito tres. En Alcalá del Valle está el Convento de Los Caños Santos y, a su lado, la cueva y fuente de tal nombre; según se lee, en 1512, un tal Tello Pascual, buscando unas reses perdidas, halló una imagen de la Virgen dentro de una cueva en la que manaba una fuente. La llevó a la iglesia de Olvera, pero, misteriosamente, la imagen desaparecía y volvía a aparecer en el lugar del encuentro. Se interpretó como designio divino de que allí había que levantar una iglesia. Esta leyenda es más larga, pero la dejo aquí, por ser lo que nos interesa. La ermita de Nuestra Señora del Monte está en Cazalla de la Sierra. Allí, en 1756, un tal Salvador Tejeiro, haciendo una limpieza de tierras, halló una cueva y en ella una fuente y una imagen de María Santísima. Por fin, en tierras de Salamanca, está la Peña de Francia y, en su cima, el Monasterio de Nuestra Señora de la Peña de Francia. En su recinto es posible bajar a una cueva de la que se nos dice que fue el lugar en que, en 1434, Simón Vela encontró una imagen de la Virgen y otras más.

Altar en el que se cuenta el hallazgo de Simón Vela
            Todos estos lugares que cito son centro de romerías a las que los devotos acuden en solicitud de remedios para sus males, sean del cuerpo o del espíritu. Es una forma de entender la fe que respeto como cualquier otra. Pero, le digo a Zalabardo, no deja de ser curioso que siempre haya unos pastores, una cueva, una fuente… O sea, exactamente igual que, si atendemos al libro de Mircea Eliade, ocurría ya en el neolítico.

No hay comentarios: